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jueves, 23 de agosto de 2012

Guanina y sotomayor

Guanina era una india taina, hermana de Agüeybaná el Bravo, jefe de la tribu y de un grupo de bravos guerreros, el cacique supremo de toda la isla de Puerto Rico. Guanina significa en el lenguaje taíno: "Resplandeciente como el oro".
Los conquistadores españoles se habían apoderado de la isla de Borinquén, que así se llamaba entonces la isla de Puerto Rico.
En aquel tiempo, un indio llamado Guarionex vivía enamorado de Guanina. Guanina era la hermana del cacique supremo, o sea el jefe de todas las tribus de la isla.
Cada vez que Guarionex veía a Guanina, el corazón le latía de tal manera que parecía que se le quería salir del pecho. Cada vez que él la veía le declaraba su amor. Ella no le correspondía porque vivía enamorada de un conquistador español llamado Don Cristóbal de Sotomayor, alcalde mayor y fundador de un poblado al que había bautizado con su propio apellido.
Guarionex, lleno de odio mortal hacia Sotomayor, le gritaba: - ¡Don Cristóbal, uno de los dos debe de morir! Tú no mereces vivir porque me robaste el amor de Guanina, y yo no quiero seguir viviendo si me falta su amor.
Los indios ya no podían soportar más el trato cruel de los españoles. Los indios taínos los habían recibido con amistad y habían celebrado la ceremonia del guatiao (pacto de fraternidad que sella-ban con el intercambio de nombres). Por eso al cacique Agüeybaná también se le llamaba Don Cristóbal.
Los españoles, haciendo caso omiso al pacto, se repartieron a los indios como siervos. Los explotaban especialmente en los yaci-mientos de oro. Así explotados, los indios anhelaban volver a ser libres. Una noche, celebraron un areito (reuniones para celebrar sus fiestas, recordar tradiciones, y tomar decisiones, sobre todo cuando era necesario resolver sobre una guerra). Esa noche Agüeybaná y los taínos decidieron que los españoles tenían que morir para ellos poder ser libres otra vez.
Guarionex quiso el poblado de su enemigo mayor, que era Don Cristóbal de Sotomayor. Guarionex no pudo matar a Don Cristóbal de Sotomayor porque en ese momento Sotomayor estaba llegando al bohío de Agüeybaná donde Guanina le advirtió que se salvara pues los indios se habían levantado en su contra.
Sotomayor se fue con sus soldados a La Villa de Caparra para ver al Gobernador. Agüeybaná le prestó a Sotomayor a unos Naborías para que lo ayudaran con la carga. Pero en secreto les dijo que cuando empezara el ataque, huyeran con las vitualles. Guanina no quiso dejar a Sotomayor huir solo y se fue con él.
Los indios tainos los persiguieron y el ataque empezó. Sotomayor peleaba ferozmente con su espada mientras los golpes de las macanas de los indios le iban abriendo profundas heridas. En el momento de mayor peligro, Guanina se interpuso entre Sotomayor y los indios y recibió en su cuerpo la herida mortal que iba dirigida a su amado. En ese momento de distracción de Sotomayor, Agüeybaná aprovechó para traspasarlo con su flecha. Cayó Sotomayor en los brazos de su amada Guanina.
Agüeybaná mandó a que los enterraran juntos, pero que a Sotomayor le dejaron los pies fuera de la tumba para que no pudiera encontrar el camino a la tierra de los muertos.
Poco después los españoles rescataron los cuerpos y los enterraron, uno al lado del otro, al pie de un risco empinado y a la sombra de una enorme ceiba.
Desde entonces, los jíbaros dicen que cuando el viento agita de noche las ramas del árbol frondoso, se oye un murmullo, que no es el rumor de las hojas, y se ven dos luces muy blancas, que no son luces de luciérnagas o cucubano, sino los espíritus de Guanina y Sotomayor que flotan, danzan y se funden, cantando la dicha de estar unidos siempre.

Cucubano= insecto volador que despide una luz azulada durante la noche

 054. anonimo (taina)

Yincihaua

Todos los años en la primavera, las jóvenes mujeres onas se juntaban en una choza especial, para la importante fiesta llamada “yincihaua”. Acudían desnudas, con el cuerpo pintado y en sus rostros máscaras multicolores. Tenían gran imaginación para hacerse hermosos dibujos geométricos, que representaban los distintos espíritus que viven en la naturaleza. Ellos les daban los poderes que ejercían sobre los hombres.
Ese día una de las niñas tomó con mucho cuidado un poco de tierra blanca y empezó lentamente a trazar las cinco líneas que pensaba pintar desde su nariz hasta las orejas. Las otras jóvenes trataron de imitarla, ya que las figuras en el rostro eran muy importantes.
La fantasía de cada una se echó a volar y se pintaron de arriba abajo con armoniosas figuras. Unas a otras se ayudaban, pero para no ser reconocidas, se pusieron en sus rostros unas máscaras talladas. Blanco, negro y rojo eran los colores preferidos. En un momento dado, cuando ya estaban todas preparadas, salieron de la choza con grandes chillidos y mucho alboroto para asustar a los hombres que las esperaban afuera.
La bulliciosa ceremonia se encontraba en su apogeo y todos daban gritos, cuando sobre el tremendo ruido reinante se escuchó una fuerte discusión entre el hombre-sol y su hermana, la mujer-luna.
-Yo no te necesito- insistía con altivez la luna.
-Sin mí, no puedes vivir- le contestó sarcástico el sol.
-Perdería mi brillo quizás, pero seguiría viviendo.
-Sin el brillo que yo te doy no vales nada.
-No seas tan presumido, hermano sol.
-Tú deberías ser más humilde, hermana luna.
Y así siguieron la disputa como dos niños chicos. Todos los hombres se pusieron de parte del sol y las mujeres apoyaron a la luna. La discusión fue creciendo, creciendo y ni siquiera el marido de la mujer luna, que era el arcoiris o “akaynic”, pudo lograr que la armonía volviera a reinar entre la gente de la tribu.
De pronto, un gran fuego estalló en la choza del “yincihaua”, donde las mujeres habían ido a buscar refugio cuando la pelea se hizo más fuerte. Allí estaban encerradas cuando las alcanzaron las llamas.
Aunque el griterío fue inmenso, ninguna logro salvarse. Todas murieron en el incendio. Pero se transformaron en animales de hermosa apariencia, según había sido su maquillaje. Hasta hoy mantienen esas características y las podemos ver, por ejemplo, en el cisne de cuello negro, en el cóndor o en el ñandú.
Afortunadamente ellas nunca supieron lo que había sucedido. Les habría dado mucha pena, porque fueron los propios hombres los que prendieron el fuego. Es que tenían envidia del poder que en el comienzo de los tiempos ostentaban las mujeres, y querían quitárselo.
Después de este penoso episodio la mujer-luna se fue con su esposo “akaynic” hasta el firmamento. Detrás de ellos, queriendo alcanzarlos, se fue corriendo el hombre-hermano-sol, pero no pudo lograrlo.
Todos se quedaron, sin embargo, en la bóveda celestial y no volvieron a bajar a las fiestas de los hombres.

Fuente: Del Libro “El Mundo de Amado”. Leyendas de Tierra del Fuego. Lucía Gevert.

052. anonimo (selk'ham)

Los onas y la luna

Los Onas suponen que en las variadas fases de la luna hay seres ocultos enemigos de los hombres que les causan mayor pavor.
El engrosamiento gradual de la luna KRE les inspira gran miedo, porque creen que para engrosarse se alimenta de criaturas humanas, a las cuales les chupa la sangre que les causa la muerte.
De aquí que cuando llega el plenilunio hagan fiestas alrededor de grandes fogatas y bailan y gritan en algazara infernal durante toda la noche, celebrando él haber librado del peligro de muerte a sus hijos, que aman con mucha ternura.

052. anonimo (selkham-tierra de fuego)

Los colosos de tierra de fuego

Kenós un enorme coloso de treinta y ocho metros pisó por primera vez el planeta cuando la tierra era tan joven, que sobre ella no existía nada más que una gran, inmensa y desolada pampa.
Temaukel, su padre, y padre de todo el universo lo envió a dar forma y vida sobre la superficie del mundo. Al tiempo de estar habitando en la soledad, necesitó alguien para compartir y entretenerse, un amigo. Miró hacia el cielo; Temaukel escuchó su lamento, dándole entonces la capacidad para crear otros dioses grandes y semejantes a él.
Puso manos a la obra, y pronto contó Kenós con tres hermanos gigantes; ellos fueron Cenuque, Cóoj y Taiyín, junto a quienes recorrió de arriba a abajo y de un lado para otro poniendo las montañas donde no existían, las nieves en sus cumbres, los bosques, los animales grandes y pequeños, los que viven de día y los de la noche. Crearon las plantas, entre ellas las que tienen raíces para afirmarse por sí solas y aquellas que cuelgan largas voladoras desde un árbol. Todos, cada uno de los seres y cosas que dan vida y forman la tierra fueron establecidas por Kenós, Cenuque, Cóoj y Taiyín.
Las largas travesías agotaron el cuerpo de Kenós, quien un día sintiéndose viejo llamó a sus tres compañeros para avisarles que había llegado su tiempo de morir. Les pidió lo acompañaran hacia el Sur, pues mirando al Sur mueren los guerreros. Cuando llegaron al lugar elegido les indicó como debían sepultarlo a tres pisos bajo el suelo mirando a Temaukel.
Viendo a sus tres hermanos ancianos y cansados les dijo:
-Todas las formas tiene su tiempo, esperen y verán.
Poco debieron aguardar los colosos, quienes con gran alegría, a las tres semanas vieron a Kenós pararse en sus pies.
Era maravilloso ser inmortales y cada cierta cantidad de años volver a ser jóvenes; luego comprenderían algo más sobre la vida y la muerte.
Largos siglos vivieron estos gigantes de Tierra del Fuego transformando la enorme pampa original, en el mundo que hoy conocemos con sus infinitos senderos y colores.
La tarea estaba tocando a su fin cuando Cóoj el más enérgico y puro, se acercó a Kenós diciéndole:
-Amigo, nuevamente ha llegado mi hora del reposo, pero esta vez no deseo volver a renacer. Mi cuerpo está cansado y mi caspi anhela su sitio final anhela su sitio final junto a Temaukel nuestro creador.
Lo miró Kenós con tristeza sabiendo que su naturaleza como inmortales no podía aspirar a estar eternamente junto a Temaukel, sino que debía permanecer por toda la eternidad cumpliendo una misión para El, y para las obras de su creación. Le hizo saber a Cóoj que el reposo de su caspi sólo encontraría su lugar definitivo aquí en la tierra o en el espacio cósmico de las estrellas siendo una más entre todas.
Nada supo decir Cóoj. Se había equivocado.
Más bien, no había comprendido el significado de ser inmortal. Muy triste se retiró a llorar su pena.
Caminó hacia el este solitario derramando torrentes de lágrimas. Los gruesos goterones que rodaron por sus pómulos cayeron sobre la tierra cubriéndola de agua salada de amargura, agua que no alcanzó a secar el calor del sol. Su llanto anegó profundas quebradas y valles por el oriente, rebasando los límites de las altas cumbres hundiéndolas con su peso.
Tanta y tan enorme fue su pena, que cuando se detuvo y miró hacia el oeste pensando en regresar junto a Kenós, su mirada no divisó los territorios caminados en su peregrinar.
Las lágrimas formaban enormes lagos los cuales serían llenados posteriormente por el agua de las nieves y glaciares que cubrieron la superficie terrestre con su blanca capa de hielos, cuando el norte se enojó con el sur.
Vio Cóoj el resultado de su último trabajo comprendiendo cual era el destino final de su caspi; entonces reclinando su cuerpo, besó por última vez la roca seca y se sumergió.

Vocabulario:
Pampa: Llanura de gran extensión cubierta de hierba o desnuda. Pradera más o menos llana entre los cerros.
Caspi: una presencia eterna, un hacedor sin cuerpo, tiempo ni forma. Alma.

052. anonimo (selkham-tierra de fuego)

Kamshout y el otoño

Hubo un tiempo en que las hojas del bosque eran siempre verdes. En ese entonces el joven selk’nam Kamshout partió en un largo viaje para cumplir con los ritos de iniciación de los klóketens.
El joven iniciado tardó tanto en volver que el resto del grupo lo dio por muerto.
Cuando nadie lo esperaba, Kamshout volvió completamente alterado y empezó a relatar su sorprendente incursión en un país de maravillas, más allá en el lejano norte.
En ese país los bosques eran interminables y los árboles perdían sus hojas en otoño hasta parecer completamente muertos. Sin embargo, con los primeros calores de la primavera las hojas verdes volvían a salir y los árboles volvían a revivir. Nadie creyó la historia y la gente se rió de Kamshout quien, completamente enojado, se marchó al bosque y volvió a desaparecer.
Luego de una corta incursión por el bosque, Kamshout reapareció convertido en un gran loro, con plumas verdes en su espalda y rojas en su pecho. Era otoño y Kamshout -a partir de entonces llamado Kerrhprrh por el ruido que emitía, volando de árbol en árbol fue tiñiendo todas las hojas con sus plumas rojas. Así coloreadas, las hojas empezaron a caer y todo el mundo temió la muerte de los árboles. Esta vez la risa fue de Kamshout.
En la primavera las hojas volvieron a lucir su verdor, demostrando la veracidad de la aventura vivida por Kamshout. Desde entonces los loros se reúnen en las ramas de los árboles para reírse de los seres humanos y así vengar a Kamshout, su antepasado mítico.

Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.

052. anonimo (selkham-tierra de fuego)

El origen del calafate

Cuando los Selk’nam habitaban Tierra de Fuego se agrupaban en diversas tribus, dos de ellas se encontraban en gran conflicto, los jefes de ambas comunidades se odiaban hasta la muerte. Uno de ellos tenía un joven hijo, que gustaba de recorrer los campos. En una ocasión se encontró con una bella niña de ojos negros intensos y se enamoró de ella.
Lamentablemente, era la hija del enemigo de su padre, la única manera de verse era a escondidas, pero el brujo de la tribu de la niña los descubrió. Vio sin embargo, que no podría separarlos y condenó a la niña, transformándola en una planta que conservó toda la belleza de sus ojos negros, pero con espinas, para que el joven enamorado no pudiera tocarla. Pero el amor era tan fuerte que el joven nunca se separó de esta planta y murió a su lado.
Por eso cada quien que logre comer el fruto de este arbusto estará destinado a regresar a la Patagonia, pues uno no puede separarse del poder de amor que hay en el calafate, nos atrae a él y no nos permite que nos marchemos por mucho tiempo.

Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.

052. anonimo (selk'ham)

Los teros

El padre había hecho una gran fortuna y sus dos hijos disfrutaban de buena vida. Era un buen trabajador en el campo y además tuvo suerte con algunos de los negocios que había emprendido. El hombre, que era bastante mayor, un día enfermó gravemente y poco tiempo después murió. Así fue que dejó para sus hijos esa inmensa fortuna.
Cuando el tiempo de luto se cumplió, los muchachos se hicieron cargo de sus riquezas y se dispusieron a disfrutarlas a lo grande. Comenzaron a aparecer amigos de todos lados, los gastos aumentaban más y más.
Desgraciadamente, para sostener el modo de vida que eligieron, necesita-ron comenzar a vender parte de los bienes heredados. De a uno fueron despojándose de los buenos enseres del hogar, hasta que ya nada quedó y tuvieron que vender la propiedad paterna en toda su extensión.
De la riqueza y de la vida fácil pasaron abruptamente a conocer la cara más cruda de la pobreza. No tenían ni casa ni abrigo. Los que se decían amigos, raudamente habían desaparecido. En esa situación se encontraban cuando, al no hallar remedio a la miseria que los perseguía, los ganó la desesperación. Se fueron al campo, se ocultaron de sus vecinos y se pusieron a llorar desconsoladamente, hasta quedarse dormidos.
Cuando despertaron, descubrieron su pequeñez y su nuevo aspecto: quisieron hablarse y no pudieron, solo un extraño sonido surgió de sus antiguas bocas. Se habían convertido en aves, eran teros. Sin embargo, algo conservaban de su pasado esplendor: la corbata y la pechera de la camisa. Y parte de su soberbia quedó plasmada en un copete.
Así castigó Dios la imprudencia de estos jóvenes. Pero aún hoy puede observarse, como prueba de su arrepentimiento, un círculo rojo alrededor de sus ojos, huella visible de su angustioso llanto producido por tan mal comportamiento.

050. anonimo (quechua)