Translate

viernes, 23 de agosto de 2013

El prior de urmella

Ocurrió hace no demasiados años, hacia principios de siglo. Y digo que sucedió porque, aunque tiene todo el tinte de la leyenda y de las narraciones de aparecidos, a las que tan aficionadas son las gentes de nuestro Alto Aragón, la historia me fue contada con pelos y señales por quien la escuchó directamente a sus protagonistas.
¿Que puede haber jugado alguna mala pasada la imaginación? Puede ser. Quien se sienta libre de imagi­naciones, que tire la primera piedra. Dé cada cual la fe que le apetezca a la narración. Como es bonita y hunde sus raíces en valores eminentemente presentes entre el pueblo, la recojo para vosotros.
Aclaro que Urmella es un lugarejo remoto, que pertenece al municipio de Bisaurri, en la Alta Ribagorza, allá en las estribaciones del pico Gallinero. Que cuenta con una quincena de habitantes y que presume, con razón, de albergar una auténtica joya del románico lombardo del siglo XI a la que se conoció como "la Piedra Preciosa", aunque, como gran parte de nuestro tesoro artístico, arrastra los siglos siempre a punto de ruina. Antiguamente se llamó "Aurígena" o Urema y no sabemos cuándo tomó el nombre vasco actual. Fue priorato benedictino dependiente de San Victorián de Asán.
Este es el escenario. Hoy en día, y desde hace años, una vivienda pegada a la iglesia del monasterio está im­bricada en ella y precisamente en esa casa sucedieron los acontecimientos que vamos a relatar. En ella existen todavía dos alcobas de bóveda que pertenecieron al templo pero que pueden utilizar los actuales moradores.
Tal vez tengan las dos alcobas cierto aire entre sa­grado y miste-rioso un tanto sobrecogedor que infunde respeto. Supongo que acostarse en ellas debe ser trasla­darse a épocas muy remotas y sumergirse en un ambien­te legendario.
Lo cierto es que apenas se emplean como dormito­rios, a no ser en momentos de mayor afluencia de invitados con motivo de alguna fiesta familiar o del pueblo, ya que ambas alcobas tienen sus camas: esas camas de hierro forjado y arandelas doradas, altísimas, provistas de doble colchón recién reparados, con toda su lana esponjosa. Carecen de puerta y se aislan de una gran sala por medio de unos cortinones.
En una de esas ocasiones especiales que comenta­mos, en que todos los dormitorios de la mansión estaban ocupados, comentaba una señora que merece todo crédito, su abuela y una cuñada suya tuvieron que acostarse en las alcobas. Fue precisamente su abuela la que años más tarde contó lo sucedido.
Se habían ido a dormir sin ningún complejo a las alcobas; más bien animosas después de una reunión fa­miliar en la que salieron a relucir las pequeñas historias de la familia y de otros muchos temas que nada tenían que ver con la iglesia ni con la casa. Por supuesto, ninguna de las dos era dada a temores ni imaginaciones de ninguna clase. Estuvieron charlando un buen rato, tal vez algo desveladas y al final se quedaron dormidas.
Bien avanzada la noche y cuando estaban profun­damente dormidas las despertó el tintineo de una cam­panilla que parecía moverse de un lado a otro del gran salón. Atisbaron curiosas por entre las cortinas y queda­ron paralizadas:
Por la habitación a la que daban las alcobas vieron una figura fantasmal, con hábito encapuchado blanco, que se paseaba lenta-mente y que iba murmurando clara­mente en fabla ribagorzana: "Soc el prió, soc el prió" (soy el prior, soy el prior) sin dejar de hacer sonar una campanilla que llevaba colgada en el cíngulo. Tenía las manos enfundadas en las mangas de su hábito, la cabeza baja y grave que no permitía ver las facciones de su cara bajo la capucha de la cogulla. Medio se podía adivinar una luenga barba entrecana.
Al cabo de un rato desapareció, por cierto por una esquina en la que no existía ninguna puerta. Podemos imaginar fácilmente la impresión que produjo a las dos visitantes, aunque nada comentaron y a la noche si­guiente volvieron a ocupar, aparentemente tranquilas, las mismas alcobas. Y la misma visión se repitió esa noche y también la siguiente, siempre con su campani­lla y su "soc el prió".
No sabe uno qué admirar más, si la presencia de ánimo de las dos mujeres o su curiosidad por lo extraor­dinario junto con la zozobra del miedo a lo desconocido y la aventura. Solamente al tercer día comentaron los hechos con la familia.
Alguien debió apuntar que probablemente se trata­ba del alma en pena del último prior de Urmella, falle­cido hacía ya muchos años y del que se contaba que tal vez había llevado una vida un tanto disoluta dentro y fuera de la clausura.
Y alguien, también, aconsejó lo que cabía hacer en tales ocasiones como hemos tenido ocasión de escuchar en no pocos pueblos de nuestro Pirineo:
En medio de la sala colocaron una mesa redonda con pata central que se bifurcaba más abajo en otras tres, a manera de trípode. Esto parecía importante: en el suelo se debían apoyar tres patas. Sobre la mesa colocaron un cuenco de judías. Pero aquella noche, no se sabe por qué, el prior no hizo acto de presencia.
Volvieron a repetir la operación a la noche siguiente. Y por la mañana comprobaron que la situación de las alubias había cambiado: El cuenco continuaba en el centro de la mesa, pero de él habían extraído veintiséis judías que se hallaban cuidadosamente colocadas y alineadas en hilera alrededor de la mesa.
La familia, o el asesor que les había orientado en su curiosa actuación interpretó el aviso como una peti­ción del fantasma y de común acuerdo mandaron decir veintiséis misas a mosen Victorián, cura de Castejón de Sos en aquel entonces.
Y cuentan que ya nunca más, desde aquel día, volvió a aparecer el desgraciado prior. Hoy se sigue llamando a aquella parte de la casa -que por cierto comunica con una escalera interna con la iglesia- el "cuarto del prior".

Leyenda del pirineo

0.013.3 anonimo (aragon) - 009

No hay comentarios:

Publicar un comentario