Al menos existen tres historias que relatan cómo se
formaron los montes Pirineos y en ellas se mezclan de modo sorprendente
distintos argumentos, a cada cual más extraño. La única versión cierta es que
los Pirineos se formaron cuando la placa tectónica africana empujó la base
continental euroasiática: éste es el origen de los Alpes, de la Cordillera Cantábrica
y, también, de la
Cordillera Pirenaica.
Sin embargo, una explicación tan prosaica no convence
a todos y hay quien afirma que en la formación de estos montes tuvo mucho que
ver el mismísimo Hércules:
Se dice que en la antigua región de Narbona vivía el
rey Bébrice, el cual tenía una hermosa hija llamada Pirene. La fama de la
belleza de Pirene se había extendido por el mundo y desde los más remotos
lugares llegaban a Narbona príncipes y pretendientes que deseaban tomarla por
esposa. Acertó a pasar por allí Hércules: andaba éste persiguiendo a los
Geríones con los cuales tuvo enconada guerra durante muchos años. Estando en el
palacio del rey Bébrice, también Hércules pudo admirar la singular hermosura de
Pirene, y quedó prendado de ella. La joven Pirene, ingenua y dulce como era,
cayó rendida en brazos del héroe, puesto que desde hacía mucho conocía su
historia, su fortaleza, su sagacidad y su buen corazón. Al cabo, Hércules tuvo
que partir pero la joven Pirene descubrió que estaba esperando un hijo del
semidiós. Pasados nueve meses, Pirene alumbró una serpiente y todos en el
palacio quedaron horrorizados. Pirene fue expulsada de la casa de su padre y
ella misma, sobrecogida por aquel parto repugnante, se echó al monte
desesperada. Lloraba la joven su suerte y no deseaba para sí más que la muerte.
No tardó en ocurrir: caminaba triste y sin consuelo por el monte cuando unas
fieras salvajes la atacaron y la devoraron, esparciendo sus restos por las
agrestes selvas.
No pudo Hércules olvidar a su amada y al cabo del
tiempo volvió a Narbone: allí le contaron lo sucedido y lo expulsaron de la
ciudad, pues había seducido a la princesa y la había convertido en madre de un
monstruo. Entristecido, Hércules encontró los huesos de la hermosa Pirene
extendidos por el monte y quiso darle sepultura. Con sus prodigiosos brazos
tomó muchas rocas y las fue apilando a lo largo de aquellas sierras, pero ni el
esfuerzo ni el paso del tiempo mitigaron el dolor de su corazón ni pudo olvidar
la dulzura de su amada. De modo que continuó durante muchos años apilando
enormes rocas en aquel lugar, construyendo de este modo la más inmensa tumba
que pudiera imaginarse. Y al fin, cuando Hércules tuvo en paz su alma, vio que
había elevado el túmulo de Pirene hasta más allá de las nubes, y que en los
lugares más altos había nieves perpetuas... Desde entonces aquellas montañas se
llaman Pirineos, en honor de la princesa que amó a Hércules.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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