Existen varias historias muy semejantes en estas tres
regiones españolas que narran, con alguna diferencia en nombres y épocas, el
origen de las barras encarnadas que distinguen la bandera de estos pueblos. En
la actualidad, la bandera de Cataluña muestra un fondo de oro sobre el cual
pueden verse cuatro barras rojas; la de Aragón es idéntica, salvo por el escudo
estampado en el centro; por su parte, la bandera de Valencia, llamada senyera, se conoce por la franja azul
junto al mástil, pero también consta de las cuatro franjas rojas.
En cada una de estas tres partes de España se refieren
leyendas que explican el porqué de su escudo de armas y en cada una de ellas se
arrima el ascua a la sardina más cercana, esto es: se hace protagonista de la
leyenda al héroe local más popular o se sugiere que las cuatro barras rojas
nacieron de las hazañas de sus compatriotas. En cualquier caso, la versión más
conocida es la siguiente:
Corrían los tiempos oscuros de la Edad Media , cuando gran
parte de la Península
se hallaba en manos de los moros, y cuando León, Castilla y Aragón apenas eran
capaces de hacer frente a las hordas musulmanas. Por aquel entonces reinaba en
Francia Carlos I, cuyos territorios se extendían por media Europa y alcanzaban
hasta Barcelona: en aquellos días Cataluña se llamaba la Marca Hispánica o
el Franco Condado, por pertenecer al reino de Francia. Carlos I de Francia no
se veía menos apremiado que los pobres reyes de Hispania, ya que los fieros
normandos asolaban las costas del norte, abordaban los barcos de comercio y de
guerra, e incendiaban las aldeas marineras. Ante tan terrible aprieto, el rey
envió noticias a su sobrino Wilfredo, que a la sazón era conde de Barcelona. Le
pedía, o le rogaba más bien, que acudiera en su ayuda para derrotar de una vez
por todas a las huestes normandas.
No dudó Wilfredo, llamado el Velloso, en acudir en ayuda de su tío. Un gran ejército de
catalanes se puso en marcha y, llegados a las costas, entablaron fiera batalla
contra los normandos. Hubo gran carnicería y las costas francesas se tiñeron de
sangre: los muertos yacían entre las rocas de los acantilados y en las arenas;
y ni siquiera Wilfredo se libró de una profunda herida provocada por una saeta
normanda, lanzada desde los barcos norteños.
Pero al fin, los catalanes derrotaron a los invasores
y éstos huyeron asombrados y atemorizados ante el valor de aquellos soldados
venidos desde Hispania. El rey Carlos quiso recompensar a Wilfredo y le
prometió grandes tesoros y haciendas. Pero Wilfredo negó con la cabeza y dijo:
-Ni riquezas ni bienes quiero, mi señor. Sólo lamento
que habiendo dado los catalanes la sangre por Francia, nuestro escudo aparezca
sin blasón ninguno y sin honores.
Pues era cierto que el escudo de Wilfredo no era más
que un campo de oro, sin distinción ni ornamento.
Quiso entonces el rey Carlos honrar a su sobrino y a
todos los catalanes, y mojando los cuatro dedos de su mano derecha en la sangre
que aún destilaba la herida de Wilfredo, con un gesto imprimió en el campo de
oro las cuatro barras rojas que hoy ondean en la bandera de Aragón, de Cataluña
y de Valencia.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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