Había una vez tres amigos que salieron de viaje
juntos. Uno se llamaba Bimbiri, el otro Dungonotu y el tercero Kurlakan.
Después de caminar varios días sin nada que beber, se
cruzaron por fin con un aljibe. Los tres tenían mucha sed, pero el pozo era
demasiado profundo y no tenían nada con qué recoger el agua. Dungonotu entonces
sacó el aljibe de la tierra como si fuera una jarra, y les dio de beber a sus
dos compañeros. Bimbiri se cargó el pozo en la espalda y continuaron camino.
Llegó entonces el día en que, tras haber pasado
semanas sin comer, les dio hambre por primera vez. Decidieron ir a cazar
elefantes. Mataron una docena cada uno, y se los comieron a todos en una sola
noche.
Siguieron caminando y se cruzaron con una hermosa mujer
llamada Kumba Guné. A los tres les pareció bella, pero Kurlakan se enamoró
perdidamente. Le propuso casamiento y abandonó a sus dos amigos para vivir con
su esposa.
Todos los días Kurlakan se jactaba de ser más fuerte
que nadie. Cazaba, como siempre, de a doce elefantes, y los llevaba todos
hasta la casa con una sola mano, sólo para que lo viera su esposa.
Un día Kumba Guné le dijo:
-Estás equivocado al decir que eres el más fuerte.
Acompáñame a mi pueblo y te presentaré a mi familia. Entonces me dirás lo que
piensas.
Salieron a caminar al amanecer, y algunas horas más
tarde divisaron una montaña a lo lejos.
-No sabía que hubiera montañas por esta parte del
valle -dijo Kurlakan.
-No es una montaña -le contestó Kumba, es la rodilla
de mi padre, que está descansando tirado en el suelo.
Debieron caminar cuatro horas más hasta llegar al
lugar en que el padre de Kumba reposaba. Al verlos, el enorme suegro se puso de
pie y los saludó alegremente.
Los tres hermanos de Kumba estaban de caza en ese momento.
Kurlakan pensó que sería un buen gesto ir a echarles una mano y salió en su
búsqueda.
Se encontró con el primero, Amad¡, y vio que había
matado a quinientos elefantes. Los llevaba atados en un paquete que cargaba al
costado de su cintura.
-¿Quieres que... te los lleve? -preguntó tímidamente
Kurlakan.
-No... No podrías con la carga -le contestó Amad¡ con
mucho respeto. Pero si continúas tu camino te encontrarás con mi hermano y tal
vez a él sí puedas ayudarlo.
Kurlakan siguió caminando y se encontró con el segundo
hermano, Delo, que llevaba en sus espaldas a otros quinientos elefantes.
-¿Te ayudo en algo? -preguntó Kurlakan tragando
saliva.
-No, son muy pesados para ti. Pero seguro mi hermano,
que viene atrás, necesita que le des una mano.
Kurlakan esperó y vio aparecer al último hermano,
Delo. Había cazado tan sólo cuatrocientos elefantes, y al cargarlos se le
había roto la correa de una de sus sandalias.
-¿Te ayudo con los elefantes? -preguntó Kurlakan.
-No, pero puedes ayudarme a cargar mi sandalia -le
contestó Delo.
-¡Claro que sí! -dijo Kurlakan, contento de poder ser
útil. Iba a decir algo más, pero en el momento de abrir la boca, fue aplastado
por la inmensa sandalia de Delo quien, sin darse cuenta, prosiguió su camino.
Los tres hermanos llegaron a la aldea. El padre los
regañó por haber conseguido tan poca caza precisamente el día en que iban a
conocer al marido de su querida Kumba.
-Hablando de lo cual -dijo Amadi, ¿alguien vio a nuestro
cuñado?
Todos comenzaron a buscar por el piso, levantando los
pies y mirándose las suelas.
-La última vez que lo vi, lo mandé a buscar a Samba
-dijo Amadi.
-Yo le dije que buscara a Delo -contó Samba.
-Y yo le pedí que cargara con mi sandalia...
Los cuatro se miraron en silencio. Kumba Guné salió corriendo
entonces hacia el lugar adonde sus hermanos habían ido a cazar.
Pronto vio en el camino la sandalia de Delo, y las manitos
de Kurlakan intentando sacársela de encima.
Kumba Guné creció de repente hasta convertirse en
gigante, y levantó la sandalia del suelo para liberar a su marido.
Kurlakan se sentía terriblemente humillado.
Fueron a comer, pero la calabaza que le sirvieron era
demasiado grande para él. El padre de Kumba se lo subió a sus rodillas. Cuando
Kurlakan se empinó para alcanzar el cuscús, resbaló y cayó dentro del plato sin
que nadie se diera cuenta. Delo, sin querer, se lo metió en la boca de un
bocado.
Antes de ir a dormir, se preguntaron:
-¿Dónde estará nuestro cuñado?
Buscaron dentro de las ollas y debajo de las cucharas pero
no lo encontraron por ningún lado.
Entonces Delo sintió que le dolía mucho la muela. Se
metió el dedo para revisarse y descubrió que en el agujero de un diente
careado se había quedado Kurlakan atascado. Lo sacó con cuidado y lo dejó sobre
la mesa.
A Delo le dio tanta vergüenza haber sido dos veces el
causante de la desaparición de su cuñado, que se puso a llorar.
-¡No, no llores, por favor! -le decían los hermanos,
pero no porque les diera pena, sino porque cada vez que Delo comenzaba a
llorar, se inundaba todo el valle.
Flotando en medio del mar de lágrimas, Kurlakan le
dijo a su esposa:
-Querida mía, yo te amo de verdad, pero tu familia me
da mucho miedo.
-Tú siempre me dijiste que eras el más fuerte del
mundo.
-Ahora me doy cuenta de que no es así. Por favor,
cásate con alguien que sea como tú. Yo no sobreviviría aquí ni un segundo.
Y una vez que estuvo en tierra firme, regresó a su
hogar, y se separó de Kumba para siempre.
Fuente: Azarmedia-Costard
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