Santo Domingo no tiene en la actualidad mucho
predicamento, pero en tiempos remotos fue uno de los santos más venerados y
queridos. La lista de milagros que se deben a su intercesión son innumerables y
a partir del siglo XI su nombre aparece en muchos lugares, relacionado con
sucesos prodigiosos.
Al parecer, Santo Domingo era natural de Viloria, en
la actual provincia de Burgos, y su oficio era el de pastor de ovejas. La
inspiración divina le llegó en plena juventud y pidió que se le admitiera en el
monasterio de San Millán, pero su petición le fue denegada. También intentó que
se le acogiera en el de Valvanera, pero también allí le dijeron que no. Estos
desplantes le obligaron a convertirse en ermitaño y durante muchos años vivió
alejado del mundo en los bosques del río Oja. Por aquellos años había gran
afluencia de peregrinos: unos venían de Francia y Alemania, y otros eran
aragoneses, navarros o catalanes. Las tremendas penalidades que sufrían los
viajeros llenaban de lástima el corazón del ermitaño y decidió dedicar su vida
a curar y cuidar a los devotos del Apóstol Santiago. Se dice que él solo, sin
más ayuda, taló bosques y desbrozó senderos, de modo que los viajeros pudieran
pasar de Nájera a Redecilla con más comodidad. También, según los habitantes de
la zona, Domingo hizo levantar hospitales e iglesias donde los peregrinos
podrían descansar en su lento periplo hasta Compostela.
Durante los noventa años que Santo Domingo estuvo en
este valle de lágrimas, no hizo más que buenas obras y en todo su conducta fue
irreprochable. Sus milagros, como se ha dicho, se cuentan por cientos. Se dice
que con motivo de la construcción del puente sobre el río Oja, el Santo cortó
con su mano dos encinas muy gruesas, con las que se pudieron fabricar los
andamios necesarios. En cierta ocasión resucitó a un operario que había muerto
bajo las ruedas de un carro; y también se añade una historia muy semejante a la
de la reina Lupa en Galicia: dicen los libros que un señor de la comarca quiso
burlarse de su buena fe y que le regaló dos toros bravos para que los ayuntase
en un carro de labor. Santo Domingo amansó a las dos fieras y los toros fueron
amarrados al yugo de muy buena gana, y sirvieron para los trabajos que el Santo
llevaba a cabo en aquellas tierras. Al Santo se le tiene también por protector
de los cautivos y encarcelados y se asegura que bajo su influjo han quedado
libres muchos presos que solicitaron su auxilio.
Santo Domingo murió, según las cuentas, en el año 1109
y fue enterrado en una antigua iglesia donde los peregrinos descansaban y
oraban. Sobre esa misma iglesia se construyó después la actual catedral de
Santo Domingo de la Calzada
y en sus alrededores fueron acomodándose familias hasta convertirse aquel lugar
en la hermosa ciudad que es hoy. Se denomina la Compostela riojana, porque es uno de los
emplazamientos más importantes de la ruta jacobea.
El milagro más popular de todos los realizados por
Santo Domingo es el de las gallinas asadas y, según los cronistas, tuvo lugar
el 3 de octubre del año 1400 (aunque esto es mucho afinar), La historia es como
sigue: se dice que por aquellas fechas llegó a Santo Domingo de la Calzada un peregrino
llamado Hugonell, hijo de una de las familias más piadosas de Colonia, en
Alemania. Se alojó este joven en la posada y quiso descansar porque al día
siguiente emprendería de nuevo su viaje hacia Burgos, León y Villafranca, hasta
llegar a Compostela. El caso es que la moza de la posada se encaprichó del
forastero y lo requirió de amores, pero el peregrino se negó una y otra vez y
no quiso yacer con ella ni prodigarle sus caricias. Enojada y despechada, la
moza cogió una copa de plata y la ocultó en el zurrón de Hugonell; después se
fue a casa del corregidor y acusó al alemán de haber robado la vajilla de la
posada.
Ya salía del pueblo Hugonell cuando varios corchetes
le salieron al paso y, registrando su zurrón, descubrieron en él la copa de
plata. De nada valieron las excusas del joven peregrino: fue encarcelado y le
dieron suplicio durante siete días. Al cabo, el corregidor mandó que se le
ahorcara en la plaza.
Los padres de Hugonell habían venido desde Alemania
por ver si podían evitar tan duro castigo, pues creían a su hijo inocente. Pero
el corregidor no les recibió ni quiso saber nada del asunto. De modo que,
llegada la hora del ajusticiamiento, el verdugo tiró de la cuerda y Hugonell
quedó suspendido en el aire. Obró entonces el milagro Santo Domingo y sostuvo
al condenado por los pies, evitando su muerte. Los vecinos estaban asombrados y
los padres del reo, aún más.
A grandes zancadas se dirigieron todos a casa del
corregidor, que en aquellos momentos se disponía a cenar. «Vea el señor
corregidor, vea», le dijeron los padres del muchacho. «Nuestro hijo es inocente
y el mismo Santo ha impedido que muera: vivo está en la horca.» El corregidor
soltó una gran carcajada y se burló de los piadosos alemanes:
-Sí, sí. Vuestro hijo está tan vivo como la gallina
asada que me voy a zampar...
Y en ese instante, a la gallina que estaba en la
bandeja comenzaron a salirle plumas y comenzó a cacarear y a cantar con gran
alegría. Y se asegura que incluso puso un huevo en una copa. Y por esta razón
se dice: Santo Domingo de la Calzada , donde cantó la gallina
después de asada.
En el mausoleo de la catedral de Santo Domingo puede
contemplarse una figura del Santo con una gallina a cada lado; y en el muro
junto al sepulcro se observa un gallinero labrado en piedra, con pinturas de
gallinas a izquierda y derecha. El viajero podrá ver en este lugar un gallo y
una gallina vivos, que recuerdan el famoso milagro que se acaba de relatar.
No obstante, otras versiones remontan el milagro a
tiempos muy anteriores: los tiempos de la Reconquista. Se
afirma que en aquella época los moros habían apresado a un caballero muy
piadoso y que se le había encerrado en la carcel con mil cadenas. El caballero
cristiano rogó a Santo Domingo, como patrón de los prisioneros que era, y le
pidió encarecidamente que lo libertara. Tantas voces dio y tantas súplicas
profirió que los guardianes moros acabaron por creer que el Santo vendría y
desataría al cristiano. Un vigilante atemorizado se fue a su capitán, que en
ese momento se disponía a comer un gallo asado, y le dijo: «Señor, el prisionero
está pidiendo a Santo Domingo que lo libere; y lo hace con tanto fervor que por
fuerza el Santo ha de venir y acabará salvándolo». El capitán moro tuvo mucho
gusto en esta ocurrencia y se divirtió con grandes risotadas: «Por fuerza ha de
ser como dices, ja, ja, ja... Pero más fácil es que este gallo que tengo
delante comience a cantar, que el prisionero pueda librarse de mis cadenas».
Mas en ese preciso instante el gallo cobró vida, le nacieron plumas y comenzó a
cantar con gran alegría. Todos quedaron sobrecogidos y aterrorizados, pero el
espanto llegó a locura cuando vieron que las puertas de la prisión estaban
abiertas y las cadenas, rotas en el suelo. Los eruditos afirman que el capitán
y sus soldados se convirtieron al cristianismo y que entraron a servir en un
monasterio cercano, pero esta última circunstancia no está probada.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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