Analía Tubarí se vio desde muy joven reina y señora de
su tierra, a causa de la prematura muerte de su padre. A pesar de que ya
estaba en edad de tener marido, no se interesaba por ninguno de los numerosos
pretendientes que llegaban a su puerta todos los días.
-Sólo me casaré con aquel que conquiste cien ciudades
-dijo un día.
Ni siquiera sus enamorados más sinceros se animaron a
emprender semejante hazaña tan estrambótica. Si conquistar una ciudad ya era
difícil, y muchas veces era la mayor gloria a la que un hombre podía aspirar,
conquistar cien se hacía verdaderamente imposible.
Analía Tubarí pasaba sus días sola y triste. Cada vez
se hacía más evidente que nadie lograría conquistar ni las ciudades, ni su
corazón.
Claro que ninguno contaba con Samba Gana.
Samba Gana era el príncipe de un país cercano, un
joven alegre y despreocupado, al que le encantaba vagar por el mundo y correr
aventuras por el simple placer de correrlas.
En uno de sus numerosos viajes, junto a su nuevo
trovador y varios escuderos, Samba Gana se encontró una tarde sin nada mejor
que hacer, que batirse con el príncipe de una ciudad.
Sin que le costara ningún esfuerzo, Samba Gana venció.
Cuando el príncipe derrotado se acercó a ofrecerle la ciudad, el vencedor le
dijo:
-¡No me importa nada tu ciudad! Puedes quedártela.
Y diciendo esto, se marchó en busca de otras
historias.
Una noche que descansaban a orillas del río Níger, el
trovador cantó la canción de la hermosa y triste Tubarí y de cómo ganaría su
mano aquel que conquistase cien ciudades.
Samba Gana no daba crédito a sus oídos. Se puso de pie
de un salto y gritó:
-¡Vamos ya a la ciudad de esa joven que cantas! ¡Yo le
devolveré la alegría y me ganaré su corazón!
Y marcharon todos juntos hacia el país de Tubarí. Cada
ciudad por la que pasaban era conquistada por el príncipe y a cada derrotado le
decía que debía dirigirse hacia la princesa y entregarle la ciudad a sus pies.
Para cuando llegó a la ciudad de la princesa, Samba
Gana ya había derrotado a cien príncipes.
-¡He conquistado cien ciudades, princesa mía! -gritó
con orgullo.
-Has cumplido tu palabra. Seré tu esposa -respondió la
hermosa Tubarí.
Se casaron con una fiesta memorable y fueron felices
durante un cierto tiempo. Pero pronto Analía Tubarí volvió a su semblante
triste de siempre, y una vez más se la veía caminar solitaria y pensativa por
el palacio.
-¿Qué te pasa, reina mía? -le preguntó Samba una
tarde.
-Antes estaba triste porque mi padre había muerto...
pero ahora lo estoy porque sé que nunca nadie podrá cumplir mi deseo.
-¿Y qué deseo es ése, mi reina?
-Quiero que mates a la serpiente del río, ésa que un
año trae abundancia y otro escasez y miseria. Entonces me verás sonreír.
Ya que a Samba Gana le encantaba vivir aventuras, partió
sin pensarlo dos veces a la caza de la famosa serpiente.
Tras caminar río arriba durante días y noches, llegó
por fin a la cima de la montaña donde habitaba el enorme animal. Lucharon sin
tregua mientras amanecía, y al caer el sol aún seguían luchando. A veces,
parecía que la serpiente sería la vencedora. Otras, era Samba Gana quien estaba
a punto de dar la estocada final. Las montañas comenzaban a desplomarse, la
tierra se abría y temblaba. Era la batalla más grande que se había visto jamás.
Samba Gana tardó siete años en vencer a la temible
serpiente. Debió utilizar mil lanzas y cien espadas, y al final sólo le
quedaba una lanza ensangrentada.
Como apenas podía moverse, le dio a su trovador la
última lanza y le dijo:
-Llévasela a la hermosa Analía Tubarí, dile que he
cumplido con su deseo.
El trovador viajó y le entregó la lanza a la joven
Tubarí. Pero la reina, contestó fríamente:
-Dile que traiga la serpiente hasta aquí, para que sea
mi esclava, de manera que sea yo quien conduzca el cauce del río como más me
guste. Cuando vea a Samba Gana con la serpiente a cuestas, entonces sonreiré.
Cuando el cansado joven escuchó la respuesta de su esposa,
gritó:
-¡Ese antojo ya es demasiado!
-Y tomando la lanza ensangrentada, la clavó en su
propio pecho y murió.
Recogió el trovador los restos de su amo y los
presentó a la hermosa Tubarí.
-¡Samba Gana ha sonreído por última vez! -le dijo al
verla. La reina llamó a todos los príncipes y guerreros junto al cuerpo de su
amado, y dijo:
-Fue el más sublime de todos lo héroes. ¡Deben
levantar una tumba alta como jamás se haya levantado para príncipe, emperador
o héroe!
La construcción demandó varios años y más de cien mil
hombres. Cuando estuvo terminada, desde su cima podían divisarse todos los
países de los alrededores.
La hermosa Analía Tubarí llegó hasta lo más alto, miró
a su alrededor, y dijo:
-La tumba del héroe es tan alta como su nombre merece.
Ahora, guerreros, ¡dispérsense por la tierra, y sean héroes como Samba Gana!
Sonrió por última vez y luego cayó muerta.
Y entonces enterraron a la hermosa Analía Tubarí en la
cripta de la gigantesca tumba y yació por siempre junto a Samba Gana, el héroe
inmortal por los siglos de los siglos.
Fuente: Azarmedia-Costard
0.009.3 anonimo (africa) - 020
No hay comentarios:
Publicar un comentario