Translate

miércoles, 15 de agosto de 2012

Los mellizos de la pachamama

Esto ocurrió hace mucho tiempo, cuando no había ni Luna, ni Sol, y Wa-Kon, el dueño de las sombras, sólo admitía una luz: la de la hoguera donde preparaba su comida, allá en la cumbre de una montaña.
Esa fue la llama, sí, la llama de la hoguera del Wa-Kon, la que vio brillar la Pachamama, cuando la Pachamama erraba por las montañas oscuras, con sus hijitos mellizos.
-Vamos -dijo la Pachamama a su niñita y a su niñito-, trepemos hasta donde brilla la hoguera. Allí encontraremos calor, y quizá también algo para alimentarnos.
Los mellizos, como la Pachamama, estaban hambrientos y cansados. Cansados de andar por una Tierra sin caminos, sin Luna y sin Sol. Y así, trepando y trepando por las rocas, y enfriándose los pies en los arroyos helados, llegaron a la cumbre de la montaña.
Allí, junto a su hoguera, encontraron al Wa-Kon, el dueño de las sombras, revolviendo patatas en una olla de piedra. El Wa-Kon se sacudió el cabello enmarañado que le caía, por la espalda y, mirando a la Pachamama, le dijo:
Acércate, te daré de comer.
Y después gritó al niño y a la niña:
Tomad ese cántaro e id a buscar agua al arroyo. Los mellizos cargaron la vasija entre los dos, porque el cántaro era muy pesado y ellos muy pequeños, y así se alejaron de la hoguera del Wa-Kon.
Andando y andando entre las rocas, por fin encontraron el arroyuelo, y los niños llenaron el cántaro de agua helada. Después tomaron el camino de regreso, despacito, muy despacito, porque ahora la vasija pesaba mucho más.
Y caminando, caminando, se fueron acercando. Ya les faltaba muy poco a los hijos de la Pachamama para reunirse con su madre. Ya veían el fuego de la hoguera a la entrada de la caverna del Wa-Kon, cuando descubrieron que la vasija del agua... ¡estaba vacía! Gota a gota el líquido se había escapado por una hendidura; gota a gota, toda el agua se había perdido por el camino. Entonces los niños volvieron al arroyo, y por segunda vez llenaron la vasija de agua helada, y otra vez caminaron y caminaron, de regreso, cargándola entre los dos. Pero de nuevo, gota a gota, el agua cayó entre las rocas de la montaña, y el cántaro quedó de nuevo vacío.
Muchas veces fueron y vinieron los mellicitos, y entretanto el tiempo pasaba. Al fin, a la niña se le ocurrió tomar un poco de arcilla de la orilla del arroyo y, amasándola bien, tapó con ella la hendidura del cántaro.
Entonces, muy cansados, pero con su carga de agua, los niños regresaron a la caverna del Wa-Kon. Pero, cuando llegaron allí, los niños no encontraron junto a la roja hoguera a la Pachamama.
-¿Dónde está nuestra madre? -preguntaron los mellizos al hombre del cabello enmarañado.
-Se ha ido -dijo el Wa-Kon-. Ya regresará... Ya regresará...
Pero el Wa-Kon mentía. Había encerrado él mismo a la Pachamama dentro de una olla de piedra y la tenía escondida en una profunda caverna de la montaña.
La niña y el niño preguntaban una y otra vez:
-¿Dónde está nuestra madre? ¿Dónde está la Pachamama?
Y el dueño de las sombras les contestaba siempre:
-Ya regresará... Ya regresará...
Entonces las hermanitos se apartaron de la ho­guera, llorando se sentaron sobre unas peñas, y llorando los encontró un pajarillo. El pajarillo se acercó a la niña y posándose sobre sus manos cantó:

-La Pachamama
está presa
en una olla
de piedra,
el Wa-Kon
busca a sus hijos
para encerrarlos
con ella...

Al escucharlo los niños dejaron de llorar y le ro­garon al pajarillo:
-¡Ayúdanos, por favor, pajarillo, a escapar del Wa-Kon!
E pajarillo, entonces, voló a las manos del niño, y cantó:

-Ahora el Wa-Kon
está dormido,
está dormido,
sobre el suelo,
su almohada
es una piedra negra…
¡Átenlo a la piedra
con el pelo!...

Los hijos de la Pachamama, después pajarillo, se acercaron despacito, muy despacito, a la caverna donde dormía el dueño de las sombra sobre el suelo y sirviéndole de almohada una piedra negra. Y muy despacito ataron al Wa-Kon a su almohada de roca, haciendo un nudo y otro nudo con su largo pelo. Después huyeron, y corriendo, corriendo, se alejaron por la montaña. Cuando el Wa-Kon se despertó y no vio a los niños, quiso levantarse para ir a buscarlos. Pero los cabellos, anudados a la roca, no lo dejaron mover. Y mientras el Wa-Kon luchaba para desatarse el largo pelo, los hermanitos corrían y corrían, y se alejaban cada vez más.
Al fin, cansados, se detuvieron, y sentándose sobre unas piedras, miraron a su alrededor. Todo estaba oscuro. Ellos tenían hambre y frío. Y pensando en la Pachamama, se echaron a llorar.
Entonces pasó por allí la mamá de los zorritos, y viendo llorar a los mellicitos, se acercó y les dijo:
-Vengan a mi madriguera, vengan, que yo los esconderé entre mis hijitos, y les daré de comer. El niño y la niña siguieron a la mamá de los zorritos y detrás de ella entraron en la madriguera donde guardaba sus hijitos. Después la mamá de los zorritos trajo la comida, y más tarde se acostó junto a los niños para darles calor. Así los mellicitos se durmieron.
Mientras tanto, allá lejos, junto a la hoguera roja, Wa-Kon, el dueño de las sombras, había conseguido soltar sus cabellos de la roca negra. Y furioso, corría y corría entre las peñas, buscando a los hijos de la Pachamama. Tropezando con las rocas y chapoteando en los arroyos, llegó hasta un alto pico, donde estaba posado el cóndor.
-¡Cóndor! -gritó el Wa-Kon-. ¿Viste a los mellizos de la Pacha-mama?
El cóndor los había visto, y muy bien, y además sabía dónde esta-ban, pero contestó al Wa-Kon:
-No, no los vi.
Entonces el dueño de las sombras anduvo y anduvo un poco más. Y, andando, casi aplasta a la serpiente bajo uno de sus grandes pies.
-¡Serpiente! -gritó el Wa-Kon-. ¿Viste a los mellizos de la Pachamama?
Pocas cosas ignoraba la serpiente, que se arrastraba a lo alto y a lo ancho de las montañas, y al igual que el cóndor, la serpiente sabía dónde estaban los niños, pero contestó al Wa-Kon:
-No, no los vi.
El dueño de las sombras siguió andando, y caminando, caminando, se encontró frente a frente con el tigre de la quebrada.
-¡Tigre! -gritó-. ¿Viste a los mellizos de la Pachamama?
El tigre, como la serpiente y el cóndor, sabía que los hermanitos se escondían en la madriguera de los zorritos, pero tampoco quiso decírselo al Wa-Kon.
Y el Wa-Kon, más furioso todavía, echó a correr por la montaña, haciendo rodar las piedras a su paso y desbordando los arroyos de agua fría. Y corriendo, tropezó en su camino con la madre de los zorritos.
-Madre de los zorritos gritó-. ¿Viste por casualidad a los mellizos de la Pachamama? La madre de los zorritos se rio bajito y nó con-testó en seguida. Pensaba cómo tender una trampa al Wa-Kon, al dueño de las sombras, para apresarlo y salvar al niño y a la niña.
Y cuando lo hubo pensado bien, dijo al Wa-Kon:
-¿Quieres atrapar a los mellizos de la Pachamama? ¿Sí? Entonces, ¡súbete a la cumbre, de la montaña! Y cuando estés allí, acércate bien, bien al abismo, para que el eco lleve lejos, muy lejos, tu voz... Y después llama a los niños, imitando la voz de la Pachamama. Ellos creerán que su madre los busca y seguramente por sí solitos acudirán a ti y caerán en tus manos:
El Wa-Kon dejó a la madre de los zorritos; jadeando trepó por la montaña, se acercó al abismo y dijo al eco:
-¡Eco, lleva lejos mi voz!...
Y después, imitando la voz de la Pachamama, gritó:
-¡¡Hijos... hijitos míos!!...
Y volvió a gritar una y otra vez. Pero los mellicitos de la Pacha-mama, aconsejados por la mamá de los zorritos, no contestaron, ni se acercaron al dueño de las sombras. Sólo la madre de los zorritos dejó la madriguera y trepó y trepó, hasta llegar a los pies del Wa-Kon.
Y el Wa-Kon seguía gritando:
-¡¡Hijos... hijitos míos!!...
…Y la mamá de los zorritos, entre sus pies, aflojaba las rocas con sus uñas fuertes, preparándole una trampa.
Al fin el Wa-Kon, ya en el borde del abismo, pisó la trampa que la mamá de los zorritos le había preparado, y rodó hasta el fondo del abismo.
Tembló la montaña como si la hubiera sacudido un terremoto, y las rocas rodearon al Wa-Kon, el dueño de las sombras.
En su jaula de rocas, todavía está allí.
La mamá de los zorritos, entonces, corrió a su madriguera, y llamó a los mellicitos de la Pachamama.
Ya podéis salir -les dijo-. El Wa-Kon no podrá haceros ningún mal.
El niño y la niña dejaron la madriguera de los zorritos y echaron a andar entre las peñas. Mucha sombra había en la montaña, y por toda la Tierra, porque todavía no existían ni la Luna, ni el Sol, pero los mellizos andaban y andaban y no se detenían. Buscaban la caverna donde estaba encerrada la Pachamama dentro de una olla de piedra.
Así caminaron mucho tiempo, hasta que de pronto, al cruzar una quebrada, vieron una cuerda larga, larguísima, que colgaba del cielo.
El niño y la niña se asieron de la cuerda y treparon por ella. Trepando, trepando, llegaron muy arriba, y allá arriba se encontraron frente a Pacha-Kamac. Pacha-Kamac, que era su propio padre y el padre de todas las personas y todos los animales y todas las cosas.
Pacha-Kamac, convirtió al niño en el Sol y a la niña en la Luna. Y desde entonces hay Luna y hay Sol. Y hay luz de día y luz de noche sobre la Tierra.
Pero el niño y la niña, convertidos en la Luna y el Sol, no querían estarse quietos en el Cielo. El Sol durante el día y la Luna durante la noche, iban y venían mirando la Tierra, buscando con su luz a la Pachamama, que seguía encerrada en su olla de piedra, escondida en una caverna de la montaña.
Y pasó mucho, mucho tiempo. Pero un día... ¡la montaña tembló! Las rocas se sacudieron, la olla de piedra se quebró y la Pachamama pudo escapar, por fin, de la caverna. La Pachamama vio a sus hijos pasearse por el cielo; a su hijito el Sol andar a lo largo del día, a su niña la Luna a lo largo de la noche.
Y los dos, el Sol y la Luna, acariciaron a la Pachamama con sus rayos de luz.
Los indios cuentan que la Pachamama premió a todos los animalitos que habían ayudado a los mellicitos cuando vagaban entre las sombras de las montañas.
Al pajarillo que aconsejó a los niños, lo convirtió en mensajero del Sol. Por eso el pajarillo canta siempre un poquito antes del amanecer. A la madre de los zorritos le enseñó a construir su madriguera de manera que nadie pudiera robarle sus hijitos.
Al cóndor la Pachamama lo hizo dueño del alto cielo donde reina... ¡como un rey!
Al tigre lo hizo señor de las selvas y las quebradas.
A la serpiente, le dio veneno, para defenderse de sus enemigos.
Sí, a aquellos animalitos los premió de manera especial, pero a todos ayudó y ayuda siempre la Pachamama. Ella puso plantas en los valles y manantiales entre las rocas. Y cuida de los indios cuando cruzan las montañas, cuando siembran, cuando cazan.
Por eso, los indios, antes de comer o de beber, echan un sorbo o un bocado a la Tierra y dicen:
-Para la Pachamama.
Porque saben que en sus comidas, en sus fiestas, en sus trabajos, en sus viajes, en la siembra y en la caza, la Pachamama está siempre a su lado, para ayudarlos y favorecerlos en todo.

011. anonimo (america)

No hay comentarios:

Publicar un comentario