Esto ocurrió hace mucho tiempo,
cuando no había ni Luna, ni Sol, y Wa-Kon, el dueño de las sombras, sólo
admitía una luz: la de la hoguera donde preparaba su comida, allá en la cumbre
de una montaña.
Esa fue la llama, sí, la llama de
la hoguera del Wa-Kon, la que vio brillar la Pachamama , cuando la Pachamama erraba por las
montañas oscuras, con sus hijitos mellizos.
-Vamos -dijo la Pachamama a su niñita y
a su niñito-, trepemos hasta donde brilla la hoguera. Allí encontraremos calor,
y quizá también algo para alimentarnos.
Los mellizos, como la Pachamama , estaban hambrientos
y cansados. Cansados de andar por una Tierra sin caminos, sin Luna y sin Sol. Y
así, trepando y trepando por las rocas, y enfriándose los pies en los arroyos
helados, llegaron a la cumbre de la montaña.
Allí, junto a su hoguera,
encontraron al Wa-Kon, el dueño de las sombras, revolviendo patatas en una olla
de piedra. El Wa-Kon se sacudió el cabello enmarañado que le caía, por la espalda
y, mirando a la Pachamama ,
le dijo:
Acércate, te daré de comer.
Y después gritó al niño y a la niña:
Tomad ese cántaro e id a buscar
agua al arroyo. Los mellizos cargaron la vasija entre los dos, porque el
cántaro era muy pesado y ellos muy pequeños, y así se alejaron de la hoguera
del Wa-Kon.
Andando y andando entre las rocas,
por fin encontraron el arroyuelo, y los niños llenaron el cántaro de agua
helada. Después tomaron el camino de regreso, despacito, muy despacito, porque
ahora la vasija pesaba mucho más.
Y caminando, caminando, se fueron
acercando. Ya les faltaba muy poco a los hijos de la Pachamama para reunirse
con su madre. Ya veían el fuego de la hoguera a la entrada de la caverna del
Wa-Kon, cuando descubrieron que la vasija del agua... ¡estaba vacía! Gota a
gota el líquido se había escapado por una hendidura; gota a gota, toda el agua
se había perdido por el camino. Entonces los niños volvieron al arroyo, y por
segunda vez llenaron la vasija de agua helada, y otra vez caminaron y caminaron,
de regreso, cargándola entre los dos. Pero de nuevo, gota a gota, el agua cayó
entre las rocas de la montaña, y el cántaro quedó de nuevo vacío.
Muchas veces fueron y vinieron los
mellicitos, y entretanto el tiempo pasaba. Al fin, a la niña se le ocurrió
tomar un poco de arcilla de la orilla del arroyo y, amasándola bien, tapó con
ella la hendidura del cántaro.
Entonces, muy cansados, pero con su
carga de agua, los niños regresaron a la caverna del Wa-Kon. Pero, cuando
llegaron allí, los niños no encontraron junto a la roja hoguera a la Pachamama.
-¿Dónde está nuestra madre?
-preguntaron los mellizos al hombre del cabello enmarañado.
-Se ha ido -dijo el Wa-Kon-. Ya
regresará... Ya regresará...
Pero el Wa-Kon mentía. Había
encerrado él mismo a la
Pachamama dentro de una olla de piedra y la tenía escondida
en una profunda caverna de la montaña.
La niña y el niño preguntaban una y
otra vez:
-¿Dónde está nuestra madre? ¿Dónde
está la Pachamama ?
Y el dueño de las sombras les
contestaba siempre:
-Ya regresará... Ya regresará...
Entonces
las hermanitos se apartaron de la hoguera, llorando se sentaron sobre unas
peñas, y llorando los encontró un pajarillo. El pajarillo se acercó a la niña y
posándose sobre sus manos cantó:
-La Pachamama
está presa
en una olla
de piedra,
el Wa-Kon
busca a sus hijos
para encerrarlos
con ella...
Al
escucharlo los niños dejaron de llorar y le rogaron al pajarillo:
-¡Ayúdanos, por favor, pajarillo, a
escapar del Wa-Kon!
E pajarillo, entonces, voló a las
manos del niño, y cantó:
-Ahora el Wa-Kon
está dormido,
está dormido,
sobre el suelo,
su almohada
es una piedra negra…
¡Átenlo a la piedra
con el pelo!...
Los hijos de la Pachamama , después pajarillo,
se acercaron despacito, muy despacito, a la caverna donde dormía el dueño de
las sombra sobre el suelo y sirviéndole de almohada una piedra negra. Y muy
despacito ataron al Wa-Kon a su almohada de roca, haciendo un nudo y otro nudo
con su largo pelo. Después huyeron, y corriendo, corriendo, se alejaron por la
montaña. Cuando el Wa-Kon se despertó y no vio a los niños, quiso levantarse
para ir a buscarlos. Pero los cabellos, anudados a la roca, no lo dejaron
mover. Y mientras el Wa-Kon luchaba para desatarse el largo pelo, los
hermanitos corrían y corrían, y se alejaban cada vez más.
Al fin, cansados, se detuvieron, y
sentándose sobre unas piedras, miraron a su alrededor. Todo estaba oscuro.
Ellos tenían hambre y frío. Y pensando en la Pachamama , se echaron a
llorar.
Entonces pasó por allí la mamá de
los zorritos, y viendo llorar a los mellicitos, se acercó y les dijo:
-Vengan a mi madriguera, vengan,
que yo los esconderé entre mis hijitos, y les daré de comer. El niño y la niña
siguieron a la mamá de los zorritos y detrás de ella entraron en la madriguera donde
guardaba sus hijitos. Después la mamá de los zorritos trajo la comida, y más
tarde se acostó junto a los niños para darles calor. Así los mellicitos se
durmieron.
Mientras tanto, allá lejos, junto a
la hoguera roja, Wa-Kon, el dueño de las sombras, había conseguido soltar sus
cabellos de la roca negra. Y furioso, corría y corría entre las peñas, buscando
a los hijos de la
Pachamama. Tropezando con las rocas y chapoteando en los
arroyos, llegó hasta un alto pico, donde estaba posado el cóndor.
-¡Cóndor! -gritó el Wa-Kon-. ¿Viste
a los mellizos de la Pacha-mama ?
El cóndor los había visto, y muy
bien, y además sabía dónde esta-ban, pero contestó al Wa-Kon:
-No, no los vi.
Entonces el dueño de las sombras
anduvo y anduvo un poco más. Y, andando, casi aplasta a la serpiente bajo uno
de sus grandes pies.
-¡Serpiente! -gritó el Wa-Kon-.
¿Viste a los mellizos de la
Pachamama ?
Pocas cosas ignoraba la serpiente,
que se arrastraba a lo alto y a lo ancho de las montañas, y al igual que el
cóndor, la serpiente sabía dónde estaban los niños, pero contestó al Wa-Kon:
-No, no los vi.
El dueño de las sombras siguió
andando, y caminando, caminando, se encontró frente a frente con el tigre de la
quebrada.
-¡Tigre! -gritó-. ¿Viste a los
mellizos de la Pachamama ?
El tigre, como la serpiente y el cóndor,
sabía que los hermanitos se escondían en la madriguera de los zorritos, pero
tampoco quiso decírselo al Wa-Kon.
Y el Wa-Kon, más furioso todavía,
echó a correr por la montaña, haciendo rodar las piedras a su paso y
desbordando los arroyos de agua fría. Y corriendo, tropezó en su camino con la
madre de los zorritos.
-Madre de los zorritos gritó-.
¿Viste por casualidad a los mellizos de la Pachamama ? La madre de los zorritos se rio bajito
y nó con-testó en seguida. Pensaba cómo tender una trampa al Wa-Kon, al dueño
de las sombras, para apresarlo y salvar al niño y a la niña.
Y cuando lo hubo pensado bien, dijo
al Wa-Kon:
-¿Quieres atrapar a los mellizos de
la Pachamama ?
¿Sí? Entonces, ¡súbete a la cumbre, de la montaña! Y cuando estés allí,
acércate bien, bien al abismo, para que el eco lleve lejos, muy lejos, tu
voz... Y después llama a los niños, imitando la voz de la Pachamama. Ellos
creerán que su madre los busca y seguramente por sí solitos acudirán a ti y
caerán en tus manos:
El Wa-Kon dejó a la madre de los
zorritos; jadeando trepó por la montaña, se acercó al abismo y dijo al eco:
-¡Eco, lleva lejos mi voz!...
Y después, imitando la voz de la Pachamama , gritó:
-¡¡Hijos... hijitos míos!!...
Y volvió a gritar una y otra vez. Pero
los mellicitos de la Pacha-mama ,
aconsejados por la mamá de los zorritos, no contestaron, ni se acercaron al
dueño de las sombras. Sólo la madre de los zorritos dejó la madriguera y trepó
y trepó, hasta llegar a los pies del Wa-Kon.
Y el Wa-Kon seguía gritando:
-¡¡Hijos... hijitos míos!!...
…Y la mamá de los zorritos, entre
sus pies, aflojaba las rocas con sus uñas fuertes, preparándole una trampa.
Al fin el Wa-Kon, ya en el borde
del abismo, pisó la trampa que la mamá de los zorritos le había preparado, y
rodó hasta el fondo del abismo.
Tembló la montaña como si la
hubiera sacudido un terremoto, y las rocas rodearon al Wa-Kon, el dueño de las
sombras.
En su jaula de rocas, todavía está
allí.
La mamá de los zorritos, entonces,
corrió a su madriguera, y llamó a los mellicitos de la Pachamama.
Ya podéis salir -les dijo-. El
Wa-Kon no podrá haceros ningún mal.
El niño y la niña dejaron la
madriguera de los zorritos y echaron a andar entre las peñas. Mucha sombra
había en la montaña, y por toda la
Tierra , porque todavía no existían ni la Luna , ni el Sol, pero los
mellizos andaban y andaban y no se detenían. Buscaban la caverna donde estaba encerrada
la Pachamama
dentro de una olla de piedra.
Así caminaron mucho tiempo, hasta
que de pronto, al cruzar una quebrada, vieron una cuerda larga, larguísima, que
colgaba del cielo.
El niño y la niña se asieron de la
cuerda y treparon por ella. Trepando, trepando, llegaron muy arriba, y allá
arriba se encontraron frente a Pacha-Kamac. Pacha-Kamac, que era su propio
padre y el padre de todas las personas y todos los animales y todas las cosas.
Pacha-Kamac, convirtió al niño en
el Sol y a la niña en la Luna.
Y desde entonces hay Luna y hay Sol. Y hay luz de día y luz
de noche sobre la Tierra.
Pero el niño y la niña, convertidos
en la Luna y el
Sol, no querían estarse quietos en el Cielo. El Sol durante el día y la Luna durante la noche, iban y
venían mirando la Tierra ,
buscando con su luz a la
Pachamama , que seguía encerrada en su olla de piedra,
escondida en una caverna de la montaña.
Y pasó mucho, mucho tiempo. Pero un
día... ¡la montaña tembló! Las rocas se sacudieron, la olla de piedra se quebró
y la Pachamama
pudo escapar, por fin, de la caverna. La Pachamama vio a sus hijos pasearse por el cielo;
a su hijito el Sol andar a lo largo del día, a su niña la Luna a lo largo de la noche.
Y los dos, el Sol y la Luna , acariciaron a la Pachamama con sus rayos
de luz.
Los indios cuentan que la Pachamama premió a todos
los animalitos que habían ayudado a los mellicitos cuando vagaban entre las
sombras de las montañas.
Al pajarillo que aconsejó a los
niños, lo convirtió en mensajero del Sol. Por eso el pajarillo canta siempre un
poquito antes del amanecer. A la madre de los zorritos le enseñó a construir su
madriguera de manera que nadie pudiera robarle sus hijitos.
Al cóndor la Pachamama lo hizo dueño
del alto cielo donde reina... ¡como un rey!
Al tigre lo hizo señor de las
selvas y las quebradas.
A la serpiente, le dio veneno, para
defenderse de sus enemigos.
Sí, a aquellos animalitos los
premió de manera especial, pero a todos ayudó y ayuda siempre la Pachamama. Ella
puso plantas en los valles y manantiales entre las rocas. Y cuida de los indios
cuando cruzan las montañas, cuando siembran, cuando cazan.
Por eso, los indios, antes de comer
o de beber, echan un sorbo o un bocado a la Tierra y dicen:
-Para la Pachamama.
Porque saben que en sus comidas, en
sus fiestas, en sus trabajos, en sus viajes, en la siembra y en la caza, la Pachamama está siempre a
su lado, para ayudarlos y favorecerlos en todo.
011. anonimo (america)
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