Hace mucho, mucho tiempo, los
ancianos y los jóvenes pieles rojas podían ver a Onatha. A Onatha, que ahora ya
nadie ve, aunque se mueva y camine por los trigales.
Onatha, la hermosa Onatha, es la
hija de la Tierra. Y
también es el espíritu del trigo. Sin Onatha, el trigo no podría crecer, ni
podrían dorarse las espigas.
Onatha tiene las trenzas largas, se
viste como las muchachas pieles rojas, y le gusta la lluvia y el Sol y el
viento de la mañana.
También le gusta beber las gotas de
rocío.
Una vez, su madre, la vieja Tierra,
dijo a Onatha:
-Onatha, bebe, si quieres, las
gotas del rocío.
¡Bébelas acostada, sentada, en
puntas de pie. ¡Como quieras! Pero espera para beber el rocío a que llegue la
mañana. No vayas nunca a buscarlo por la noche. No te subas paso a paso por el
aire oscuro... Porque allí, en la sombra, está acechando el espíritu del mal.
Onatha, obedeció a su madre, la
obedeció una y otra vez. Pero una noche sintió sed, tanta sed, que se olvidó de
las advertencias de la anciana Tierra. Y sin esperar a la mañana para beber las
gotas del rocío, Onatha desobedeció y se fue. Y echó a caminar por el aire,
noche arriba.
Onatha subió por la noche, y subió
y subió, más, más aún. Pero en la oscuridad no podía ver el hilo en el cual el
rocío enhebraba sus gotas de agua. Entonces subió todavía un poco más,
escalando, escalando, más y más, en las sombras.
Rocío, me muero de sed -decía
Onatha, la hija de la anciana Tierra.
Y el rocío no la escuchaba, pero si
la oía el Espíritu del mal.
El Espíritu del mal estaba sentado
a la puerta de su carpa hecha con el cuero de cien sombras, y cuando Onatha
pasó cerca de él, le bastó estirar la mano para tomarla de una de sus largas
trenzas. El Espíritu del mal atrajo hacia sí a Onatha, asida de la trenza, y la
obligó a cruzar la puerta de su carpa.
Mientras tanto despertó la anciana
Tierra y, no viendo a Onatha, mandó al remolino que la buscara. El remolino
rodó y rodó y, rodando, llegó a la negra carpa del Espíritu del mal.
-Devuelve Onatha a su madre -le
dijo.
-Dejaré libre a Onatha -accedió el
Espíritu del mal, pero la
Tierra tendrá que apretarla entre sus brazos y no dejarla en
libertad nunca, más. El remolino rodó de nuevo y rodando, rodando, regresó a la Tierra y trasladó a la
madre de Onatha las palabras del espíritu del mal. La anciana Tierra, ansiosa
de ver a su hija, prometió:
-Abrazaré a Onatha y la haré
dormir, y no podrá desprenderse de mí jamás.
Corrió el remolino, dijo al
Espíritu del mal lo que prometía la anciana Tierra, y el Espíritu del mal soltó
a Onatha y la entregó, de muy mal humor, al remolino.
Tomó el remolino en sus brazos a
Onatha y la trasladó rápidamente a su madre. La tomó ésta en los suyos, y
Onatha se durmió.
Así pasó Onatha mucho tiempo,
profundamente dormida en los brazos de la anciana Tierra.
Y mientras Onatha dormía, el trigo
dejó de crecer en las praderas y los pieles rojas no pudieron cosechar las
espigas doradas.
¡Onatha!... ¡Onatha!... -llamaban
los ancianos de las tribus.
Y las muchachas pieles rojas
clamaban: ¡Onatha, hermana, despierta!
Pero Onatha no despertaba.
Un día el Sol, que recorría de una
punta a otra punta del cielo, vio que la anciana Tierra escondía algo entre sus
brazos. Entonces mandó un rayo de luz, curioso de saber qué era lo que
ocultaba. El rayo de Sol pasó entre los dedos de la Tierra , hizo cosquillas en
la nariz de Onatha y la despertó.
Madre, abre los brazos y déjame ir
-dijo la muchacha.
Pero la anciana Tierra no contestó.
Había prometido tenerla sujeta. Y a Onatha no le bastaban las fuerzas para
desatarse de los brazos de su madre.
Entonces pasó la lluvia, sentada en
una nube, y quiso ayudarla. Mandó a las gotas de agua que mojaran los labios de
Onatha y le dieran de beber. Y Onatha, cuando hubo bebido, se sintió fuerte y
alegre y pudo escapar de los brazos de la anciana Tierra.
Onatha volvió a caminar por las
praderas haciendo brotar a su paso los trigales y cargando las espigas de
granos dorados. Sí, volvió a recorrer los trigales, y los jóvenes y los
ancianos pieles rojas de hace mucho, mucho tiempo, podían verla, día tras día.
Los indios de ahora ya no la ven.
Pero cuando se mueven los trigales saben que ella está allí. Que está allí
Onatha, la hija de la Tierra ,
que está allí Onatha, el espíritu del trigo.
011. anonimo (america)
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