Estrella de la Mañana era hijo de la madre
Luna y del padre Sol.
Estrella de la mañana se levantaba
muy temprano, e inclinado en el cielo espiaba el campamento de los indios: las
carpas y las hogueras.
Él, como los indios, usaba
mocasines. Su traje era parecido al de los jefes, y llevaba en la cabeza una
pluma de águila, teñida de rojo. También se pintaba de rojo la cara.
Una vez Estrella de la Mañana quiso pasear por la Tierra. Echó a andar
por las praderas verdes, pasó en silencio junto a un rebaño de alces y curioseó
las canoas y el río.
Después, siempre callado, se acercó
al lugar donde las tribus acampaban. Allí, dormida sobre la tierra, vio a una
joven india. Era Soatsaki, la más linda de todas las doncellas.
Estrella de la Mañana le pidió que fuera
su esposa. Y cuando se casaron, la llevó a vivir a la casa de su padre y de su
madre, el Sol y la Luna.
Las praderas por donde rodaban la Luna y el Sol no eran verdes;
eran azules, muy azules. Pero Soatsaki vivía feliz allí, junto a Estrella de la Mañana , y fue aún más feliz
cuando nació su hijito, Pequeña Estrella.
Entonces su suegra, la Luna , le regaló un azadón.
-Puedes cavar con el azadón en las
praderas azules -le dijo a Soatsaki-, pero no vayas a arrancar la planta que
crece cerca de la aurora. Y si la arrancas, no saques la raíz. Mientras
Soatsaki hundía y hundía su azadón en las praderas azules, se preguntaba:
-¿Qué pasará si arranco la planta
que crece junto a la aurora?
Y cada vez sentía más curiosidad.
Un día Soatsaki, con su azadón,
cavó y cavó alrededor de la planta que no debía tocar. Y después tiró con
fuerza de las ramas y dé las hojas, hasta que la sacó de raíz.
Cuando la hubo arrancado, la joven
india descubrió que la raíz había dejado un boquete en el cielo. Soatsaki se
inclinó, y por el boquete vio la
Tierra y las praderas de la Tierra , el río, las canoas y el campamento donde
se movía la gente de su tribu.
Todos los días Soatsaki, a
escondidas de Estrella de la
Mañana y de Pequeña Estrella, se escapaba a espiar por el
boquete las carpas y las hogueras de los indios. Y mirando a sus hermanos,
sentía pena porque no podía hablarles.
-Rayo, sigue a Soatsaki, y descubre
por qué tiene lágrimas en la cara.
El rayo de Luna, deslizándose por
las praderas azules, seguía a Soatsaki, mientras caminaba, pegado a sus
talones, pero Soatsaki lo alcanzó a ver, echó a correr, y el rayo de Luna no
pudo seguirla.
Entonces el Sol se sacó una de sus
flechas doradas y le dijo:
-Sigue a Soatsaki y descubre por
qué llora.
La flecha de oro se escondió en el
pelo de Soatsaki, y la joven india no supo que estaba allí. Sin sospechar que
la vigilaba, se encaminó al boquete de la pradera, se inclinó sobre el agujero
y estuvo mirando largo rato las hogueras del campamento y las carpas de su
tribu.
Y después se puso a llorar.
Cuando la flecha de oro le contó al
Sol dónde iba Soatsaki y qué miraba, el Sol se enfureció con la joven. Y por su
desobediencia la arrojó de las praderas azules.
El mismo Sol bajó a la Tierra a Soatsaki, metida
dentro de una piel de alce. Y en la misma piel metió el Sol al hijito de
Soatsaki, Pequeña Estrella.
Pero Pequeña Estrella se resistía a
dejar las praderas azules donde había nacido, y su abuelo el Sol, con una de
sus flechas de oro, le lastimó la cara. Y ya nunca se le borró a Pequeña
Estrella la cicatriz.
Soatsaki crió a su hijito entre los
indios. Pequeña Estrella creció y se volvió un guerrero fuerte y valeroso.
Entonces se enamoró de la hija del jefe de una tribu vecina.
Pero la indiecita rechazó a Pequeña
Estrella. No quería casarse con él porque tenía la cara cruzada por una
cicatriz.
Pequeña Estrella le rogó a su
madre, Soatsaki, que le borrara la marca de la cara, pero Soatsaki no pudo
hacerlo. Entonces pidió a su padre, Estrella de la Mañana , que le limpiara el
rostro. Pero no era tan grande el poder de Estrella de la Mañana.
Desesperado, Pequeña Estrella
resolvió pedírselo a su abuelo, el Sol.
Y para encontrarlo, caminó y caminó
muchos días, siempre hacia el Oeste. Y así, andando y andando, una mañana se
halló frente a lo que creyó una inmensa pradera de agua. Era el océano. El
brillo del Sol se extendía sobre el océano como un camino luminoso, y Pequeña
Estrella echó a andar sobre el reflejo, sin ningún temor.
Y volvió a caminar y caminar, y
caminando y caminando, de pronto se encontró en las praderas azules, en la casa
del Sol.
-¡Abuelo, abuelo Sol! -gritó
Pequeña Estrella. Pero el abuelo Sol no le respondió. En cambió escuchó la voz
de Estrella de la Mañana ,
que le decía:
-¡Ayúdame, Pequeña Estrella, hijo
mío!...
Pequeña Estrella vio a Estrella de la Mañana acorralado por siete
aves monstruosas. Sin temor, se arrojó contra ellas y, peleando valerosamente,
las mató.
El Sol premió el arrojo de Pequeña
Estrella borrando de su cara la cicatriz. Después le regaló plumas de cuervo
para que todos supieran que Pequeña Estrella era su nieto, y le enseñó el rito
de la danza solar.
Pequeña Estrella volvió a la Tierra y se casó con la
hija del jefe indio. Pero no volvió por el camino del océano, sobre el reflejo
del Sol. Regresó por la Pista
del Lobo.
Por las noches, cruzando el cielo,
aún se ve la Pista
del Lobo, por donde Pequeña Estrella regresó a la Tierra.
Es la Vía Láctea.
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