Ketré
witrú lafquén
Los
componentes de la tribu del cacique Tranahué, montados en sus caballos,
cruzaban la extensión arenosa.
Corrían en
tropel manejando a las bestias con habilidad consumada, montados en pelo
y formando, jinete y cabalgadura un todo indivisible.
Volvían
luego de haber realizado un malón a las estancias próximas y transportaban
el botín, conquistado entre gritos destemplados y carreras locas.
Como de
costumbre, los hombres, montados en sus caballos, habían atacado a los
pobladores con sus lanzas y boleadoras, mientras las mujeres y los
muchachos indios, que siempre marchaban detrás, en el momento del
asalto, habían entrado a las habitaciones, apoderándose de todo
cuanto encontraron a mano. Confiados y contentos cruzaban el arenal
cuando tuvieron una sorpresa por demás desagradable.
Conocedores
del lugar y de las costumbres, y poseedores de una gran agudeza visual, no pasó
inadvertida para ellos una nube de polvo que se levantaba en la lejanía y que
se dirigía a su encuentro.
Era un
tropel de jinetes que se acercaban. Debían ser, sin duda, de la tribu de
Cho-Chá, el temido cacique que venía a atacarlos.
Tranahué
dio las órdenes necesarias para ponerse en guardia. Sus acompañantes se
dispusieron a la defensa.
Los
indígenas de pronto estuvieron sobre ellos con la fuerza de sus lanzas de caña
tacuara y la ferocidad de sus instintos.
Su
propósito era apoderarse del botín logrado en el malón por sus tradicionales
enemigos.
Se trabaron
en lucha feroz. Los atacantes, más fuertes y nume-rosos, consiguieron vencer,
huyendo con los animales robados a la tribu enemiga.
En el campo
había quedado el cacique Tranahué malherido y desangrán-dose. Con él, devorados
por la fiebre, muchos heridos a los que era necesario socorrer.
El sitio en
que se hallaban, inhóspito y solitario, los obligaba a salir cuanto antes de
él.
Anduvieron
en busca de un lugar propicio, reparado; pero ni un árbol, ni un asilo donde
cobijarse.
Tranahué se
quejaba y sus labios resecos se abrían para pedir:
-
¡A...gua...! ¡A...gua...!
Pero el
agua no existía en los alrededores. Ni un riacho, ni una vertiente, nada que
les proporcionara el líquido anhelado.
Siguieron
andando. El paisaje era desolador como antes. Continuaban sin encontrar
agua, ni reparo, ni sombra.
Peuñén, la
esposa del cacique, que marchaba a su lado enjugando su frente y restañando sus
heridas, viendo desfallecer a su esposo, propuso a los guerreros detenerse e
invocar al Gran Espíritu para que los guiará a un lugar propicio.
Los
heridos, mientras tanto, vencidos por la fiebre y la sed, pedían sin cesar:
-¡A...gua...! ¡A...guá...!
Conforme a
los deseos de Peuñén que todos juzgaron acertados, se llamó a la machi para que
preparara las rogativas.
El
sacerdote indígena, el Ngen-pin, presidió la ceremonia. Todos
quedaron bajo sus órdenes.
Los que
estaban en condiciones de hacerla, danzaron alrededor del fuego sagrado,
mientras los heridos, en pedido angustioso, no cesaban de clamar:
-¡A...gua...!
¡A...gua...! La luna y las estrellas, desde lo alto, eran mudos testigos de
tanta desesperanza y de tanta angustia.
La
ceremonia tuvo fin cuando el sol, apareciendo por oriente, envió sus rayos a
las arenas calcinadas.
Extendieron
su vista en derredor y allá, en la lejanía, como en una bruma gris, creyeron
vislumbrar una esperanza.
Volvieron a
mirar usando sus manos a modo de pantallas para defenderse del fuerte
resplandor del sol que les impedía ver con claridad, y ya no hubo duda para
ellos.
Un grito de
júbilo acompañó el descubrimiento: a lo lejos, como una señal de que sus
súplicas habían sido oídas. distinguieron una cadena de médanos.
La machi
confirmó la suposición:
-¡Médanos... a lo lejos! Eso indica que en el lugar hay
agua dulce donde saciar la sed. ¡Marche-mos hacia allá!
Obedecieron
impulsados por la desesperación y alentados por la esperanza y hacia allí
dirigieron la marcha con la rapidez que el estado de los heridos requería.
Tranahué había caído en un sopor del que sólo salía para pedir suplicante:
-¡A...gua...! ¡A...gua...!
Llegaron
hasta los médanos pero, contra toda suposición, allí no había agua. Sólo crecía
un enorme caldén, un ketré witrú que les dio esperanzas, pues todos conocían la
virtud de este árbol cuyo tronco hueco retiene el agua de las lluvias, y desde
el primer momento los cobijó bajo sus ramas defendiéndolos del fuerte sol de la
pampa.
Allí y
con cuidado acostaron al cacique y a los heridos que, bajo el follaje
acogedor, descansaron tranquilos, atendidos por las mujeres que no dejaron de
prodigarles los cuidados que les fue posible.
Esta vez
las esperanzas no fueron vanas. Uno de los guerreros de Tranahué, con su lanza
de tacuara abrió un tajo en el troncó del caldén, del que comenzó a brotar agua
pura y fresca.
Gritos de
alegría saludaron al líquido tan deseado y después de dar de beber al cacique y
a los heridos , todos se abalanzaron a beber... a beber con avidez. El agua
seguía manando de la herida abierta en el tronco del árbol solitario y quedaba
depositada al pie, acumulándose en una depresión del terreno.
Volvieron a
reunirse en ceremonia los vasallos de Tranahué; pero esta vez fue el
agradecimiento al Gran Espíritu, que había escuchado sus ruegos, el motivo de
la celebración.
Por fin el
cansancio los venció, se echaron bajo las ramas del gran árbol solitario, y
mecidos por el ruido del agua que continuaba cayendo, quedaron profundamente
dormidos. A la mañana siguiente, él sol llegó a despertarlos. Uzi fue el
primero en ponerse de pie y el primero en lanzar una exclamación de sorpresa.
Un espejo
de plata, entre los médanos, donde se reflejaba todo el oro del sol, hirió su
vista
El agua que
guardara el caldén durante tanto tiempo había continuado cayendo toda la noche
cubriendo una gran extensión de terreno y formando una laguna de agua clara y
potable, que aparecía ante todos como una bendición. Uzi, impresionado aun ante
la maravillosa visión , exclamó:
-¡Ketré Witrú Lafquén! (¡La Laguna del CaldénSol itario!) Así la llamaron desde entonces. El
caldén seguía erguido, ofreciendo el asilo de sus ramas generosas. La herida
del tronco se había cerrado ya, una vez cumplida con creces la misión que le
encomendara el Gran Espíritu. Merced al líquido providencial y a los cuidados
prodigados, Tranahué curó de sus heridas y recobró la salud perdida. Reinó
sobre sus súbditos como lo hiciera hasta entonces. Vueltos a la normalidad, el
cacique decidió retornar con la tribu a sus dominios abandonados durante tanto
tiempo, pero los principales jefes, interpretando el sentir de los vasallos de
Tranahué, agradecidos al kétré witrú, pidieron al cacique que se levantaran
allí los toldos, en el lugar donde habían salvado sus vidas juntos a la Ketré Witrú lafquén
que les prometía campos fértiles y abundante alimento.
-¡Ketré Witrú Lafquén! (¡La Laguna del Caldén
Convencido
Tranahué de la razón invocada por su pueblo y agradecido él mismo al solitario
caldén, accedió al pedido que se le hacía y allí, al amparo de los médanos,
junto a la Ketré
Witrú Lafquén , levantaron su toldería que ocuparon desde
entonces.
Esa fue, según
los araucanos de La Pampa, el origen de la Laguna del Caldén Sol itario.
Referencias
Dice el
señor Lindolfo Dozo Lebeaud con respecto a la Laguna del Caldén Sol itario:
Ketré Witrú
era el nombre de un paraje donde el coronel Manuel J. Campos, al mando de las
fuerzas expedicionarias procedentes del fortín Kar-We, fundó el pueblo de
General Acha -12 de agosto de 1862, primitiva capital de la entonces Gobernación
de La Pampa.
La cadena
de médanos a que se hace referencia en la leyenda y junto a la cual crecía el
solitario caldén, fue arborizada tiempo después por iniciativa del mismo
militar, formando el Valle Argentino.
La Laguna
del Caldén Sol itario es conocida hoy
en día con los nombres de Laguna de General Acha o Laguna del Valle Argentino.
Vocabulario
TRANAHUÉ: Martillo.
KETRE WITRÚ: Caldén aislado, solitario.
CHO-CHA: Víbora.
PEUÑÉN: Primavera.
UZI: Veloz.
NGEN-PIN: Dueño de la palabra.
KETRE WITRV LAFQUEN: Laguna del Caldén Sol itario.
MACHI: Hechicera, curandera.
014. anonimo (araucano),
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