Un joven peruano, de
apellido Camporeal, hijo de un español y de una india, se enamoró de una
doncella descendiente de los conquistadores.
Los padres españoles de la
virgen peruana, entendieron que los amantes no podían llamarse esposos por la
desigualdad de sus cunas. Alejado Camporeal de Lima, se le hizo saber que su
prometida había dejado de amarle, enlazándose voluntariamente con un apuesto
caballero.
Entonces el joven
rechazado, abrazó la carrera del sacerdocio.
Transcurrido el tiempo,
volvió a Lima, donde un día señalado en los anales del infierno, volvió
encontrarse con su antigua amada: celebrando en un templo, al volverse al
pueblo para decir.
-El Señor sea con vosotros, la mujer le respondió con su
inteligente y atractiva mirada:
-Tú serás conmigo.
Desde aquel momento, se
despertó en el pecho de Camporeal la dormida y fiera pasión. Acudió a la
tentación atraído por el amor y fue perjuro a sus votos. Nunca mayor tempestad
destrozó el alma de un hombre amante de la virtud. Pero él amaba
a María por sobre todo; élla significaba todo lo bello y lo bueno.
Vencidos, ambos se dejaron
deslizar por el plano inclinado en que la fatalidad los colocara. Huyeron a las
montañas y les pidieron asilo. Estable-cidos en una pobre e improvisada cabaña,
pasaron algún tiempo gustando un amor mezclado con los remordimientos.
La mano de la desgracia
señaló a la muerte el apartado lugar en que habían burlado a sus perseguidores.
El alma de la infortunada peruana, al abandonar la tierra, arrastró consigo la
razón del más infortunado: Camporeal y él, avaro, no quiso desprenderse de su
tesoro. Aquel amante dantesco sacó del lecho el helado cuerpo de María, lo
colocó en el banco de tosca piedra en que élla acostumbraba sentarse, ocupó el sitio
de la derecha y formó el propósito de presenciar la lenta descomposición del
cadáver. Durante las fúnebres veladas que pasó con la muerte, compuso un canto,
no imitado ni imitable. En cada estrofa
consiguió la metamorfosis de una de las gracias de María operada por la
disolución de la carne, que iba desprendiéndose gradualmente de los huesos.
Luego de que el cadáver quedara reducido a blanco esqueleto, él formó con una
de sus tibias, una flauta y con élla, después de sepultados los restos de
María, evocaba el alma de su amante, en la noche callada y rumorosa. Eran tan
desgarradores los sonidos del terrible instrumento, que los pastores de las
cercanías, percibiendo los lamentos emanados de una región misteriosa,
abandonaron sus humildes cabañas.
La música y las palabras
del canto de Camporeal son conocidas en el Perú como manchai-puito, que
significa canto aterrador.
015. anonimo (argentina)
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