La selva está silenciosa,
soportando la pesadez del calor. Se oyen solamente los silbidos de algún pájaro
o el canto de la chicharra, que es incansable, cuando inicia su concierto.
De pronto crujen las hojas
secas. Corren alarmadas las lagartijas, a buscar mejor resguardo. Los pasos se
acercan. Y una figura humana se dibuja perfectamente. Su ancho sombrero de paja
dificulta ver su cara. Pero en los claros donde se filtra el sol, brilla su
bastón de oro. Es de poca talla. Se diría que es un enano.
Se esconde detrás de los
árboles. No desea que lo vean. ¿Por qué su cautela?
Porque quiere llegar de
sorpresa. Busca niños, de entre ésos que no duermen la siesta.
Si alguno ha penetrado en
la espesura en un descuido de sus mayores, lo toma desprevenido, lo sujeta en
sus brazos y lo lleva hasta la parte más sombría, donde las lianas y
tacuarembós forman tupida techumbre.
Los más prudentes, los que
están en sus casas, oyen el silbido, que parte desde la selva, desde lejos, y
saben que está festejando su buena suerte.
Otros dicen que el silbido
proviene de un pajarillo que nadie ha descubierto, pues anida en lo más espeso
del intrincado monte.
Pero todos, al oírlo, se
recatan.
015. anonimo (argentina-este argentino)
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