El grillo descansaba al sol como casi todos los días.
El tigre, que suele andar por la vida sin mirar por dónde pisa, pasó a su lado,
con tan mala suerte, que una de sus pezuñas aplastó una de las patitas del pequeño
grillo.
-¡Oiga, tigre! ¡Más cuidado! -dijo el grillo,
profundamente molesto.
El tigre se detuvo y miró a su alrededor.
-iAquí abajo, aquí abajo! -gritaba el grillo. ¡No se
haga el tonto que usted me escucha muy bien!
El tigre miró hacia abajo, y tras buscar con la mirada
durante algunos segundos, se encontró con el grillo que se frotaba una pata,
la que se había lastimado, y con las restantes agitaba los puños hacia el
cielo, como queriendo llegar al hocico del tigre.
-¡Ustedes, los animales grandotes con su soberbia,
como si nosotros no existiéramos! -decía con su vocecita de grillo ofendido.
El tigre, apenas entendió lo que había pasado, empezó
a reírse como nunca lo había hecho en su vida.
-¡Ja, ja, ja! -reía el tigre, ¿puede ser que un
pequeño microbio me esté amenazando con sus puños? ¡Ja, ja, ja!
-Puede ser, no. ¡Es seguro! Un día de estos ustedes
grandotes nos las van a pagar.
El tigre se puso serio de golpe.
-Entonces, que ese día sea mañana.
El grillo entrecerró un ojo y lo miró de costado.
-¿Mañana, me dices?
-Mañana mismo.
-¡Que así sea! -se entusiasmó el grillo. ¡Los animales
pequeños de este mundo vamos a darles lo que hace años se merecen!
-¡Ja, ja, ja! -volvió a reír el tigre. ¡No puedo
esperar! ¡Me muero de ganas de aplastar insectos con mis patitas!
Y así, gritándose insultos y amenazas, se fueron cada
uno por su lado.
A la mañana siguiente, todos los animales pequeños del
mundo estaban ahí. Formando un frente, se alineaban mosquitos, zancudos,
ciempiés, hormigas, bichos bolita, grillos, cascarudos y cucarachas.
A pesar de la cantidad de moscas que había, no se oía
volar ni a una sola.
A lo lejos, comenzaron a asomarse los animales
grandes. Iban más des-ordenados, charlando sobre la vida y riendo. Estaban tan
seguros de su victoria que no se habían preparado. los elefantes jugaban a los
empujones con los hipopótamos, las hienas se reían de las payasadas que hacían
los zorros, y los osos llevaban sobre sus lomos familias enteras de gatos
monteses.
Cuando estuvieron tan cerca como para poder mirarse a
la cara, los dos frentes se quedaron en silencio.
El grillo y el tigre lideraban sus respectivos
ejércitos. Se miraban a los ojos como si jugaran a quién aguantaba más tiempo
sin reírse.
El grillo fue el primero en lanzar el grito de guerra.
Todos los insectos se abalanzaron sobre los grandes animales. los mosquitos
volaban y giraban a toda velocidad, las hormigas armaban larguísimas filas
indias y se metían por entre los pelos de los lobos, los ciempiés se colgaban
de la cola de las hienas.
los primeros en darse cuenta de que las cosas no iban
bien, fueron los elefantes. Como era obvio que con sus gigantescas patas podían
aplastar miles de bichos de un solo pisotón, sólo los atacaron insectos
voladores. Las moscas se les metían en las trompas, los jejenes en las orejas,
los mosquitos les picaban las colas. En menos de diez minutos, todos los
elefantes huían desesperados por el monte. Cuando los animales grandes vieron
que los más fuertes escapaban, se dieron cuenta de que no tenían ninguna
oportunidad de vencer.
El último en rendirse fue el tigre, que tenía todo el
hocico rojo de picaduras, y no paraba de rascarse detrás de las orejas.
La batalla había durado pocos minutos, y la victoria
de los animales pequeños era aplastante.
El grillo se acercó al tigre que, tirado en el suelo,
intentaba llegar con su garra a una zona del cuello complicada de rascar, y
extendió una de sus patas. El tigre, apenado y vencido, le entregó su garra.
Todos los insectos festejaron durante cuatro horas sin
parar que, para un insecto, es tanto como para nosotros cuatro días.
Así fue como el tigre aprendió que, en general, es
mejor no enojar a un grillo.
Fuente: Azarmedia-Costard
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