En tiempos del gran imperio de los mayas vivió
en Kabah, cerca de Uxmal, una vieja hechicera que, sabedora de la poca vida que
le quedaba, deseó tener un hijo. Para ello, envolvió entre lanas un huevo de
gallina y lo enterró en el piso de su propia choza, que era de tierra. Al poco
tiempo salió del huevo un niño, el cual a las pocas semanas sabía andar y
expresarse como los adultos. La hechicera sentíase tan feliz con su hijo, que
nada le importó el hecho de que el pequeño, al cumplir los cinco meses de edad,
dejase de crecer.
Pasó el tiempo y el enano de Uxmal adquirió,
merced a su sapiencia, fama de ser sobrenatural. Un día quiso descubrir cuál
era el misterio que encerraba el fuego de la choza de otra hechicera, rival de
su madre, que tenía reputación de malvada. Era una vieja horrible que se pasaba
los días enteros alentando aquella hoguera. Sólo iba a buscar agua. El enano
hizo un agujero en el fondo de su cántara, y mientras la vieja hechicera
trataba inútilmente de llenarla, fue a la choza de la vieja y cavó en donde
estaba su hoguera. Encontró un sonajero de plata.
El enano, harto sorprendido por su hallazgo,
hizo sonar el sonajero, cuyo tintineo se dejó sentir en toda la región. La
vieja hechicera malvada, desde donde se encontraba, reconoció al instante aquel
sonido, y corrió desesperadamente hasta su choza. Mas cuando llegó, el enano
había desaparecido dejándolo todo tal y como estaba, por lo que pensó la vieja
que quizá la engañase el graznido de cualquier ave.
Según una antiquísima profecía, el que tocase
aquel magnífico sonajero de plata se convertiría en el rey de Uxmal. Por ello
el rey de entonces, para defender su posesión del trono, envió emisarios a la
caza y captura del que había descubierto aquel secreto. Cuando estuvo ante la
presencia del monarca, el enano de Uxmal oyó esta singular propuesta:
-Haremos que rompan contra nuestras cabezas
-dijo el rey- todos los cocos que quepan en cuatro canastas. El que salga vivo,
se quedará con el trono.
El enano se mostró de acuerdo.
Llegó el día de la prueba, y ante todos los
habitantes de la región, el enano fue el primero en subir a la plataforma
construida para el reto. El rey esperaba verlo sucumbir al primer cocotazo y
así continuar en posesión del trono; mas al enano le había puesto su madre una
capa de pedernal bajo los cabellos, y salió triunfante del desafío.
El rey, que quedó fuera de combate tras el
primer cocotazo, viendo perdido el trono, exigió otra prueba. Pidió al enano
que le descifrara unos jeroglíficos, así como que le adivinara el significado
de ciertas palabras, y al cabo, ante la sapiencia y rapidez de las
contestaciones del enano, quedó sumamente triste, pues comprendió que había
perdido el trono. Abdicó en aquel pequeño y sorprendente ser, y se cumplió de
este modo la profecía.
Hizo el enano, entonces, que le construyesen
un gran palacio, que hoy se conoce como La Casa del Enano o como La Casa del
Adivino. Cuando murió su madre, la buena y vieja hechicera, ordenó erigir un
monumento en su honor, cuya cabeza aún se conserva en la ciudad de Mérida, en
la calle segunda del Progreso, Sur.
Las gentes de la región, sin embargo, no
creyeron que la mala hechicera, a la cual robase el enano el sonajero, llegara
a morir. Es más, aseguraron que vivía bajo tierra, junto a las aguas de una
laguna; también que ofrecía a los caminantes agua dulce a cambio de niños
robados a sus padres, y que luego tales niños eran el alimento que ella
compartía con una serpiente.
Cuenta la leyenda, a su vez, que el enano rey,
al cabo, y por culpa de su viciosa existencia, perdió la protección del dios
bajo cuyo amparo le pusiera su madre. Se dice también que, en su soberbia,
quiso convertirse en dios. Para ello ordenó la construcción de un ídolo de
madera, que no resistió la prueba del fuego. Hizo entonces que le construyeran
otro ídolo, en esta ocasión de piedra. Y cuando fue arrojado a las llamas quedó
convertido en un montón de cal. No contento con aquel castigó de los dioses,
hizo, con sus propias manos, un ídolo de barro al que dio vida merced a su
aliento. Lo arrojó al fuego y, en verdad, las llamas lo fortalecieron. El
enano, muy contento, le concedió el don del habla.
Durante mucho tiempo los habitantes de Uxmal
rindieron culto al dios de barro que el enano crease, por lo que se les conoció
en la antigüedad como los kul katob; esto es, los adoradores del barro cocido.
Pero un día, los dioses, al ver que aquellas
gentes no rectificaban, al ver que no abandonaban su malsana idolatría,
mandaron bajar de los cielos partidas de guerreros que destruyeron Uxmal y que
dieron muerte a todos sus habitantes.
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