Un caballero de la tropa del Cid paseaba por tierras
aún en poder de los árabes cuando, en el bosque, vio a una bella joven. Al
preguntarle quién era, ésta le contestó que era hebrea y servía como esclava de
Ali-Ben-Abdallá.
Casualmente acababa de escaparse porque él quería que
formase parte de su harén y ella se negaba.
El caballero, impresionado y conmovido por la historia
de la joven, le prometió ayudarla a conseguir su libertad si ella, a cambio, le
ofrecía agua para beber. La joven se entristeció al contestar que no sabía
dónde encontrar agua, pues llevaba toda la jornada huyendo y en el camino no
había conseguido encontrar ni una fuente ni un arroyo en el que calmar su sed.
-Ojalá ese dios vuestro hiciera manar de la tierra un
manantial -clamó ella-. Me haría cristiana y os ayudaría a que vuestro Cid Campeador
conquistase estas tierras árabes.
Apenas había pronunciado estas palabras cuando de la
tierra brotó un manantial que corrió en forma de arroyuelo sobre el prado.
Sobrecogidos de emoción, ambos se agacharon para beber.
Después, la joven se despidió del caballero, que
siguió su camino tan asombrado como convencido de la honestidad de la nueva
cris-tiana.
Al día siguiente, la región de Escalona cayó en poder
de los cris-tianos y la bandera de Castilla ondeó en las almenas de sus torres.
Alfonso VI, rey de Castilla, que era en realidad el caballero del episo-dio,
cumplió su palabra de liberar a la hebrea y ella se hizo cristiana y entró en
un convento de religiosas.
En cuanto al manantial, todavía hoy se le conoce como
«la fuente de la mora».
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