Los reyes zapotecas, desde los más remotos
tiempos de la antigüedad, habían logrado mantener la independencia de sus
dominios, preservándolos del ataque continuado de los aztecas. Y al tomar
posesión Cosijoeza del trono en la ciudad zapoteca de Juchitán, el azteca
Ahuizotl, en su palacio de Tenochtitlan, se dijo que había llegado su momento,
pues el rey zapoteca era joven e inexperto. Cosijoeza, sin embargo, era de
complexión débil; y era también, por ello, astuto como el más avispado de entre
los ancianos de su reino. Así pues, y para seguir conservando su independencia,
estableció con los mixtecas un pacto que le sirvió para fortalecer sus dominios
y evitar la invasión de los aztecas.
Había en Juchitán un árbol que era admirado
por todos los indios zapotecas. Al llegar la tarde se abrían sus hermosas
flores blancas, cuyo delicado aroma se expandía por todos los rincones de la
ciudad. Aquellas flores, con la madrugada, mecidas por el viento temprano, se
abrían aún más y más, al punto de que sus pétalos caían suave-mente. Es por
ello por lo que loa zapotecas dan a su árbol nativo el nombre de guamuchil, el que da las flores que se
desgranan.
El rey azteca Ahuizotl, que tenía cumplida
noticia de la existencia de árbol tan maravilloso, no ansiaba sino llevarlo
hasta su ciudad de Tenochtitlan. Decía que sin el árbol de los zapotecas las
calles de su ünperio no serían hermosas, ni lo serían tampoco los canales que
rodeaban a la ciudad ofreciendo a sus habitantes una defensa inexpugnable.
Muchas veces había pedido Ahuizotl, en tiempos de paz, el árbol al rey anterior
de los zapotecas. Mas nunca le fue concedido tan vehemente deseo.
Pero un día se presentaron ante él unos
emisarios.
-Sabemos -le dijeron- que lo que tú has
deseado durante tanto tiempo lo acaba de conseguir sin esfuerzo alguno el rey
de los mixtecas. Cosijoeza, en pago a su alianza, le ha regalado una rama del
maravilloso árbol de las flores blancas, y los mixtecas han logrado que se
convierta en árbol no menos esplendoroso en su fértil tierra mixteca.
Ahuizotl dio muestras de su cólera, pero al
momento se calmó.
-No está muy lejano el día en que Tenochtitlan
se llene con el aroma de esas maravillosas flores blancas -murmuró.
Días después partía hacia el reino de los mixtecas
un poderoso ejército azteca. Cuando los mixtecas quisieron darse cuenta, los
guerreros de Ahuizotl habían arrasado el reino sin que los mixtecas pudieran
llamar en su ayuda a los zapotecas. El rey de los mixtecas luchó valientemente,
hasta morir. Ahuizotl, poco después, veía en los jardines de Tenochtitlan el
ansiado árbol de las flores blancas, al que contemplaba de continuo con
embelesamiento... y con mucha preocupación. El árbol, en efecto, no terminaba
de enraizarse; sus hojas, además, eran de un color desvaído. Siguió pasando el
tiempo y el árbol no se aclimató a los jardines de Tenochtitlan.
Enfurecido por su fracaso, Ahuizotl ardió aún
más vehemente-mente en deseos de invadir a los zapotecas, los cuales eran
famosos por el veneno con que impregnaban las puntas de sus flechas. Cosijoeza,
al enterarse de que el poderoso ejército azteca marchaba contra su reino, luego
de arrasar las defensas del norte, se dirigió con sus hombres a lo alto del
cerro Guiengola, para desde aquel lugar defender más certeramente el paso que
conduciría a sus enemigos hasta Juchitán. Pero allí topó con Moctezuma, que por
aquel entonces era gobernante de la ciudad de Tenochtitlan, y que tenía órdenes
de Ahuizoti de arrasar todo el reino de los zapotecas.
Sólo la parte sur del cerro no había sido
sitiada aún. Era la única vía de escape que le quedaba a Cosijoeza, y el único
camino para recibir ayuda y víveres de las gentes de su imperio mientras
resistía el ataque enemigo. Durante mucho tiempo lograron resistir allí los zapotecas
sin que Moctezuma pudiera hacer que avanzaran sus tropas, pero la situación se
tornaba cada vez más y más insostenible, por lo que Cosijoeza, al cabo, reunió
a los jefes de sus guerreros.
-Sólo la astucia podrá salvarnos y salvar a
nuestra hermosa ciudad de Juchitán -les dijo. Sé que Moctezuma espera un
importante refuerzo. Mas procede-remos antes.
Los jefes de los guerreros zapotecas dieron de
nuevo muestras de su mucha sumisión al soberano.
Aquella misma noche bajaron del cerro varios
de los más fuertes y avezados guerreros de Cosijoeza, los cuales comenzaron a
fortificar, sin que de ello se percatase el enemigo, un montecillo cercano
desde el que se dominaba la anterior fortaleza. En cuanto estuvo concluida su
obra, abandonaron las tropas resistentes de los zapotecas el cerro y se
refugiaron en las nuevas fortificaciones.
Pero en donde demostró Cosijoeza su astucia
fue en la forma en que engañó a Moctezuma. Para ello, hizo llegar hasta el
azteca a un emisario:
-Esta noche -dijo el emisario- podrás sorprender
desprevenidos a los zapotecas en Guiengola. Sube a lo alto del cerro y verás
que no te miento.
Como dudase el azteca de la veracidad de
aquella noticia, envió por delante a varios de sus guerreros, los cuales, al
percatarse del silencio que allí reinaba, no dudaron en decir a Moctezuma que
atacase.
Moctezuma quedó convencido, y al hacerse la
noche se inició el ataque de los aztecas. Como nadie les respondió para
defenderse, quedaron petrificados de asombro. Y así estaban cuando sobre ellos
cayeron cientos y cientos de flechas envenenadas, que los zapotecas disparaban
desde su nueva fortificación.
Casi de inmediato Ahuizotl dio la orden de
retirada y los aztecas volvieron a sus dominios.
Allá, en su palacio, empero, continuaba
Ahuizotl rumiando su deseo de poseer el árbol de las hermosas y fragantes
flores blancas. No podía, por otra parte, olvidar la amargura de la derrota
sufrida. Hasta que al fin decidió, en vista de que la victoria se le había
negado con las armas, ganar aquella guerra con una astucia semejante a la que
demostrara el joven Cosijoeza.
Dispuesto a ello llamó a Goyolicaltzin, la más
hermosa de sus hijas. Acudió prontamente la muchacha ante el padre, que, cuando
la tuvo frente a sí, se felicitó por tanta hermosura.
-Hija mía -dijo, te he mandado llamar para
encargarte una misión difícil y muy peligrosa.
-No debes decirme sino lo que deseas que haga
-contestó la hija.
-Quiero conquistar el reino de los zapotecas y
quiero que su hermoso árbol de flores blancas y fragantes se alce en mi jardín.
Para ello cuento con tu astucia y con tu obediencia.
Ahuizotl expuso a su hija el plan.
Coyolicaltzin se llenó de alegría ante aquella muestra de confianza que su
padre le otorgaba, y nada le pareció ni difícil ni peligroso.
Con el mayor de los sigilos se hicieron
hermosos vestidos para la bella princesa. Ahuizotl, además, abrió las arcas en
donde guardaba su tesoro, y los más bellos y ricos collares pendieron pronto
del cuello de la muchacha. Así pues, una vez estuvo dispuesto todo,
Coyolicaltzin abandonó en secreto la ciudad, en compañía de varios hechiceros
aztecas, y puso rumbo en dirección a Juchitán.
Aunque le resultaba poco grato y poco plácido
el viaje, la princesa estaba dispuesta a cumplir la misión encomendada por su
padre. Ello le hacía más alegre el penoso camino. Al fin, tras muchas jornadas
de viaje, llegaron a las afueras de la ciudad en donde tenía su trono
Cosijoeza. Los hechiceros, mientras la muchacha permanecía oculta en un
bosquecillo próximo, entraron en la ciudad y espiaron todos sus confines, así
como las costumbres del soberano allí reinante. Vieron cómo una mañana salía
del palacio para dirigirse hacia un manantial junto al que paseaba en
solitario.
Al día siguiente Coyolicaltzin, bellamente
vestida, sorprendió allí a Cosijoeza.
La joven princesa enemiga apareció ante el rey
como un ser maravilloso que brotase inopinadamente de la tierra. Quieta y en
silencio estaba, ante la mirada de Cosijoeza, que la contemplaba temeroso, pues
creyó que se trataba de la personificación de una diosa.
-¿Quién eres, hermosa joven? -preguntó al fin
el rey. ¿Acaso te has perdido, o eres una diosa descendida de los cielos?
-Señor, soy la más desdichada de entre las
jóvenes -dijo la princesa, pues camino por estas soledades en busca de mi
felicidad sin poder hallarla.
Lleno de emoción, rio de buena gana el rey
ante la tristeza de aquellas palabras, muy extrañas en labios de una joven tan
bella.
-En Juchitán soy persona poderosa. Dime qué se
te ofrece, que no duraré en darte mi ayuda.
Nada acerca de sus verdaderos propósitos le
dijo Coyolicaltzin. Cosijoeza se enamoró prontamente de la muchacha. Ella,
cuando más enamorado estaba el rey, le dijo:
-Tengo que abandonarte. Merced a unos poderes
maravillosos llegué hasta este lugar, pero ahora tengo que regresar a mi país.
-No quiero que me abandones -protestó
Cosijoeza. Quédate aquí para siempre y sé mi esposa.
O dime cuál es tu país, pues te seguiré hasta
allí aunque tenga que atravesar mares y montañas.
-Es muy difícil -dijo Coyolicaltzin fingiendo
tristeza- que yo pueda convertirme en tu esposa. Mi padre es Ahuizotl, el rey
de los aztecas.
Quedó mudo de asombro el joven rey de los
zapotecas; mas tan enamorado de aquella hermosa princesa se sentía, que hasta
dificultad tan grande para su amor, cual lo era aquella, le parecía cosa de
leve importancia.
-Vuelve a tu hermosa Tenochtitlan -le dijo al
cabo- si tal es tu deseo; pero ten presente que tras de ti irán mis emisarios a
solicitar de tu padre, el rey Ahuizotl, el don de tu mano.
Pensaba el rey que como atravesaban los dos
reinos por un período de paz recíproca, Ahuizotl quizá le concediera la mano de
la hermosa princesa Coyolocaltzin. Lleno de pena contempló la marcha de la
joven, que iba hacia el reino de su padre tras haber cumplido la primera parte
del plan.
Poco después llegaban a Tenochtitlan los
emisarios del rey zapo-teca, cargados de tesoros, a pedir la mano de la
princesa hija del rey azteca. Ahuizotl fingió sorpresa ante semejante
magnanimidad del rey rival.
-Me admira -dijo, y también me alegra, la
misión que venís a cumplir. Si en otros tiempos hice la guerra contra
Cosijoeza, vuestro rey, quiero ahora rendir admiración a su prudencia y a su
valor. Por ello concedo la mano de mi hija al antiguo rival que me la pide, y
esa unión será la base de nuestra posterior y duradera paz y amistad. Solamente
-añadió fingiendo pesar- llena de pena mi corazón el que mi hija tenga que
apartarse de mí. Pero decidle a Cosijoeza que pronto recibirá en Juchitán a la
hermosa Coyolicaltzin.
Partieron los emisarios hacia su reino, para
dar a Cosijoeza la buena nueva. Nadie podía imaginar la traición que se cernía
sobre el reino zapoteca. Mientras se hacían los preparativos de la ceremonia
nupcial, Ahuizotl volvió a reunirse con su hija, para darle las últimas
instrucciones.
-Espero -le dijo- que puedas hacerlo todo
antes de nuestra llegada sin que nadie abrigue sospechas contra ti. Ya sé que
es muy dura y muy difícil tu misión, pero una vez haya caído en nuestro poder
el reino de los zapotecas volverás aquí de nuevo.
-No tienes de qué preocuparte, padre mío -dijo
la princesa. A través de nuestros emisarios te pondré al corriente de todo
cuanto descubra. Confía en mí.
Al cabo se celebraron en Juchitán, con muchos
fastos, las nupcias entre Cosijoeza y Coyolicaltzin. El rey de los zapotecas
parecía el más feliz de los hombres.
El tiempo pasaba y pasaba, y la princesa
azteca no desperdiciaba, en aras de sus fines, ese paso de los días. Se enteró
de cuáles eran los lugares más y mejor fortificados; cuáles los desfiladeros
que defendían la entrada natural al reino; cuáles los grupos de guerreros que
había en cada punto... Le quedaba mucho por hacer, pero no tenía prisa. Con la
sonrisa en los labios fingía infinito amor hacia su esposo.
Un día llegaron secretamente, hasta ella, emisarios
de Ahuizotl.
-Decid a mi padre que aún no he descubierto lo
que a él más le interesa. Pero decidle también que pronto recibirá noticias
sobre ello.
Se refería al mortífero veneno de los
zapotecas, desconocido por el resto de los indios, con el que envenenaban sus
flechas.
Siguió pasando el tiempo, y cuando ya la
hermosa y traidora princesa azteca reunió todos los conocimientos que le
pidiera su padre, tuvo la sensación de que algo había cambiado en lo más hondo
de su ser. El amor, la ternura, las muchas muestras de delicadeza que Cosijoeza
tuviera con ella, habían ido minando el odio de la princesa azteca contra los
zapotecas. Así, de pronto, cuando su misión estaba a punto de concluir,
comprendió la princesa que amaba en verdad a su esposo y que nunca sería capaz
de traicionarle. Pero muchos de los secretos confiados a los emisarios de su
padre iban ya camino de Tenochtitlan, y un ansia de destruir todo lo que ella
misma elaborase en contra de Cosijoeza, hizo que acudiera a ver a su esposo, a
quien con lágrimas de sincero arrepentimiento y de mucho amor contó lo
sucedido.
Fue el amor de Coyolicaltzin, a la postre, lo
que salvó una vez más a los zapotecas de la destrucción de su reino a manos de
los aztecas.
0.063.3 anonimo (mexico) - 023
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