Aquella mañana, Uroshima se encontró con una tortuga
malherida a orillas del mar. Uroshima primero pensó en hacerse una sopa con
ella, pero la mirada lánguida y penosa del animal le dio lástima, y decidió
llevarla a su casa para cuidarla. La alimentó, le dio calor y le curó las
heridas durante una semana. Cuando ya estuvo bien, la dejó ir en libertad.
Nada de esto hubiera tenido ninguna importancia, de no
ser que, tiempo después, Uroshima se vio atrapado por una temible tormenta en
medio del mar. Había salido a pescar, como todos los días, sólo que por alguna
extraña razón no se había percatado de las nubes que a lo lejos, amenazaban con
transformarse en lluvia. La tormenta había sido más fuerte de lo normal. El
bote de Uroshima se había dado vuelta, y él se hubiera ahogado, si no hubiera
sido por la tortuga que había salvado tiempo atrás. La tortuga lo reconoció, lo
montó en su caparazón y lo llevó, a nado, hasta la orilla.
En todos los cuentos fantásticos suceden cosas
fantásticas, y como si este rescate en manos de una tortuga fuera poco, el
pequeño animal se convirtió en una hermosa muchacha frente a los ojos del
sorprendido Uroshima.
-Soy la doncella de la princesa dragón -le dijo.
-Está claro que eres demasiado hermosa para ser una
tortuga -le contestó Uroshima, que se había enamorado de ella para siempre.
Y si hablamos de cosas fantásticas que pasan, lo más
fantástico de este cuento es que la hermosísima doncella también se enamoró
del joven pescador.
Se casaron a los pocos días de haberse conocido. La
doncella lo llevó al Reino de los Mares, en lo más profundo del océano.
Los habitantes de ese reino no morían nunca, vivían
para siempre.
Ahora, Uroshima era uno de ellos.
-El único problema -le dijo su esposa, es que no
puedes volver a la tierra.
A Uroshima no le importaba. Estaba tan enamorado, que
hubiera hecho cualquier cosa por su amada.
Los días pasaron, con los días se fueron los meses, y
con los meses, los años. Uroshima y su mujer seguían tan enamorados como el
primer día, pero el pescador extrañaba a su madre y a sus hermanos, y cada día
le pesaba más en el corazón no poder verlos.
-Amada mía -le dijo una noche, llevo varios años lejos
de mi gente. Ya no puedo dejar pasar más tiempo. -Sabes que si sales no puedes
volver, ¿verdad?
-Lo sé, pero estoy seguro de que podremos hallar una
solución para encontra-rnos otra vez. Ahora sólo me importa regresar.
La doncella le entregó a su marido una pequeña caja de
madera, y le hizo prometer que no la abriría.
Se despidieron con tristeza, y Uroshima partió hacia
su pueblo.
Lo primero que lo sorprendió al llegar, fue que
ninguna de las casas que él conocía estaba en su sitio. Ninguno de sus amigos
caminaba por las calles. Ni siquiera los sonidos le eran familiares.
Al llegar a su casa, descubrió horrorizado que estaba
vacía. Desesperado, se acercó a un vecino.
-¿Sabe usted que le ha ocurrido a la gente que
habitaba esta casa?
-¡Esta casa lleva deshabitada muchísimos años! -respondió
el señor, que era un viejito de larga barba blanca, como todos los viejitos de
los cuentos fantásticos. Dice la leyenda, que hace trescientos años, la mujer
que habitaba esta casa perdió a su hijo en el mar, y que nunca pudo recuperar
la alegría.
-¿Y cómo se llamaba ese hijo?
-Tengo entendido que Uroshima -respondió el viejo, y
volvió a meterse en su casa.
Uroshima estaba desconsolado. ¡Habían pasado trescientos
años desde su partida! Todos los que él conocía habían muerto.
Se sentó a llorar junto a un árbol. Tomó entre sus
manos la caja que su esposa le había regalado, y pensó:
"Tal vez ella sabía que esto me iba a pasar, y al
abrir la caja, pueda volver en el tiempo y encontrarme con mis seres
queridos...”
Sin darse tiempo para pensar más, Uroshima abrió la caja
que no debía abrir. Un fantasma surgió como una ráfaga de viento y lo envolvió
en sus brazos. Era el fantasma del tiempo. El pescador envejeció en dos
segundos todo lo que no había envejecido en trescientos años.
Se convirtió en polvo y desapareció.
Quedó, junto al árbol, la caja de madera abierta, que
nadie volvió a cerrar.
Y un sonido entre las ramas, como un lamento, cada vez
que sopla la brisa.
0.040.3 anonimo (japon) - 020
No hay comentarios:
Publicar un comentario