Ehecatl, dios del viento, se enamoró de
Mayahuel, que vivía en la región de los dioses al cuidado de una vieja mujer
llamada Tzitzimil. Ehecatl fue un día a cortejar a Mayahuel mientras Tzitzimil
dormía. Con mucho cuidado despertó a la muchacha, y ambos se escaparon en
secreto para llegar hasta la tierra. Tan pronto como sus pies tocaron el suelo,
quedaron convertidos en un árbol que tenía dos ramas. Una de ellas era nacida
del dios del viento. La otra era nacida de Mayahuel. La rama que brotó de
Ehecatl pronto alumbró hojas frescas y verdes. Pero no eran tan bellas como las
flores que brotaron en la rama de Mayahuel.
Despertó Tzitzimil y acompañada por un tropel
de jóvenes dioses descendió a la tierra en busca de Mayahuel. Cuando estuvo
ante el árbol de Mayahuel, supo que era ella por la belleza de las flores que
había en sus ramas. La vieja, furiosa, ordenó al dios de las tempestades que
arrojara un rayo para romper el árbol. Y, una vez truncada la rama que naciera
de Mayahuel, procedió a convertirla en astillas que entregó a los jóvenes
dioses para que las arrojasen por la tierra. La rama que naciera de Ehecatl
quedó intacta.
Tzitzimil y los jóvenes dioses regresaron a la
región en donde moraban, y Ehecatl adoptó su forma de dios del viento; triste y
abatido sobrevoló todos los confines de la tierra en busca de las astillas
sembradas por los dioses. Lloraba y lloraba la pérdida de su amor. Entonces vio
que las astillas en que fuera convertida la rama de Mayahuel se habían
transformado en un hueso, al que pronto dio sepultura en la tierra. De aquel
hueso brotó, al cabo, la primera viña, que floreció cual antes lo hiciese la
rama nacida de Mayahuel, y que dio a los hombres, posteriormente, el vino.
0.063.3 anonimo (mexico) - 023
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