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sábado, 24 de agosto de 2013

Ehecatl y mayahuel

Ehecatl, dios del viento, se enamoró de Mayahuel, que vivía en la región de los dioses al cuidado de una vieja mujer llamada Tzitzimil. Ehecatl fue un día a cortejar a Mayahuel mientras Tzitzimil dormía. Con mucho cuidado despertó a la muchacha, y ambos se escaparon en secreto para llegar hasta la tierra. Tan pronto como sus pies tocaron el suelo, quedaron convertidos en un árbol que tenía dos ramas. Una de ellas era nacida del dios del viento. La otra era nacida de Mayahuel. La rama que brotó de Ehecatl pronto alumbró hojas frescas y verdes. Pero no eran tan bellas como las flores que brotaron en la rama de Mayahuel.
Despertó Tzitzimil y acompañada por un tropel de jóvenes dioses descendió a la tierra en busca de Mayahuel. Cuando estuvo ante el árbol de Mayahuel, supo que era ella por la belleza de las flores que había en sus ramas. La vieja, furiosa, ordenó al dios de las tempestades que arrojara un rayo para romper el árbol. Y, una vez truncada la rama que naciera de Mayahuel, procedió a convertirla en astillas que entregó a los jóvenes dioses para que las arrojasen por la tierra. La rama que naciera de Ehecatl quedó intacta.
Tzitzimil y los jóvenes dioses regresaron a la región en donde moraban, y Ehecatl adoptó su forma de dios del viento; triste y abatido sobrevoló todos los confines de la tierra en busca de las astillas sembradas por los dioses. Lloraba y lloraba la pérdida de su amor. Entonces vio que las astillas en que fuera convertida la rama de Mayahuel se habían transformado en un hueso, al que pronto dio sepultura en la tierra. De aquel hueso brotó, al cabo, la primera viña, que floreció cual antes lo hiciese la rama nacida de Mayahuel, y que dio a los hombres, posteriormente, el vino.

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