Esta es la forma en la que conocimos el fuego, según
lo cuentan los indios matacos.
Por aquellos tiempos, el único dueño del fuego era el
jaguar. Lo usaba para cocinar sus alimentos y mantenerse caliente por las
noches de invierno, y no dejaba que nadie, absolutamente nadie, se acercara a
él.
Los animales llevaban muchos años intentando arrebatárselo.
Habían construido túneles, habían tratado de correr más rápido que el viento,
habían querido robarlo desde el cielo, pero el jaguar siempre tenía mejor oído,
mejor olfato, o mejores reflejos.
Fue al conejo al que se le ocurrió la idea.
Una tarde en que el jaguar se acicalaba junto a las
brasas, el conejo se acercó a su guarida con tres pescados y una mojarrita.
-¡¿Qué haces aquí?! -rugió el jaguar, dispuesto a
lanzarse sobre él para comérselo de un sólo bocado.
-¡Amigo jaguar! -dijo el conejo, intentando que no se
le notara el miedo en la voz. He venido a traerle estos pescados, y he pensado
que, para que no se moleste, se los podría cocinar yo mismo.
El jaguar lo miró desde arriba con esa arrogancia que
tienen los jaguares cuando saben que son poderosos.
-Me parece bien -contestó al fin, y se enroscó a
seguir lamiéndose las garras.
El conejo puso los tres pescados sobre el fuego, y sin
que el jaguar se diera cuenta, colocó una pequeña brasa sobre la cola de la
mojarrita que, como era chiquita, la había podido esconder sin que el jaguar
la viera.
Mientras el jaguar comía sus pescados, el conejo
empezó a alejarse despacito. Cuando estuvo distante de su guarida, echó a
correr con todas sus fuerzas, que eran muchas. Apenas el jaguar terminó sus
pescados, se dio vuelta, dispuesto a comerse también al conejo, y se encontró
con que había desaparecido. A lo lejos, divisó la pequeña columna de humo que
salía de la brasa que el conejo llevaba sobre la cola de la mojarrita. El
jaguar se lanzó tras él.
Está claro que un conejo es rápido, pero un jaguar lo
es mucho más. En pocos segundos estaban tan cerca el uno del otro que al jaguar
le hacían cosquillas en el hocico los pelitos de la cola del conejo. Esta
historia terminaría aquí mismo, de no ser porque, del miedo que tenía, al
conejo se le cayó la brasa sobre un montón de pasto seco que había en el monte.
Los pastos se prendieron fuego en segundos, y el jaguar, que no podía correr a
través de las llamas, debió abandonar la persecución. El fuego encendió todos
los árboles, y rápido como un rayo, se extendió por todo el monte.
Así, y no de otra forma, fue como todos tuvimos acceso
al fuego.
Fuente: Azarmedia-Costard
0.042.3 anonimo (mataco) - 020
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