Cuando todo en la tierra era oscuridad, nada
crecía. Las plantas eran de piedra y los hombres, al no poder ver, se morían de
hambre o eran devorados por gigantescos animales que con ellos topasen en los
negros bosques. Así las cosas, y al considerar los dioses que la tierra no
debía ser ese lugar de tanto espanto, celebraron una reunión en la que
encargaron a un joven dios la tarea de procurar la luz al mundo. Pero no se
trataba del más inteligente de los jóvenes dioses; era, por el contrario, poco
hábil y nada hermoso.
Se llamaba Nanahuatzin y aceptó con mucha
humildad la tarea encomendada. Otro dios, que gozaba de gran estima en la corte
celestial, se brindó a ayudarle. Se llamaba Teccuciztecatl y era el dios de las
costas rocosas y de las playas.
Nanahuatzin y Teccuciztecatl, antes de poner
manos a la obra, se dieron al ayuno para purificarse convenientemente, al
objeto de que el sol que deberían crear alumbrase la tierra sin mácula.
Concluida la expiación, hicieron una hoguera sobre la que echaron sus ofrendas.
Las de Teccuciztecatl eran ricas: oro, plata y piedras preciosas. Nanahuatzin
no hizo sino modestos ofrecimientos: hojas, cañas y espinas teñidas de rojo con
la propia sangre de una vena que se cortara. Los demás dioses se rieron de él.
Llegó el momento de la creación. Los dos
dioses, juntos, encendieron una nueva hoguera. Teccuciztecatl fue el primero
en intentar arrojarse a ella, pero como se quemaba desistió. El humilde
Nanahuatzin, sin embargo, desapareció sin aspavientos consumido por las llamas.
Los dioses, entonces, se rieron de Teccuciztecatl.
Mientras toda la corte celestial elogiaba el
comportamiento del modesto y feo dios, una gran luz se hizo en los cielos. Era
Nana-huatzin, que se había convertido en el sol. Los dioses condenaron a
Teccuciztecatl a ser la luna, para que únicamente pudiera alumbrar merced al
dios Nanahuatzin.
El sol y la luna, sin embargo, permanecían
inmóviles. Quetzal-coatl, para que tuvieran movimiento, para que señalasen el
curso de los días y de las noches pidió a los otros dioses su sacrificio;
solicitó de ellos que se arrojaran a una hoguera. Lo hicieron, no sin reparos.
Y cuando quedaron reducidos a cenizas, Quetzalcotl y su hermano Xolotl, el dios
de la magia, soplaron las mismas contra el sol y la luna para que se movieran.
0.063.3 anonimo (mexico) - 023
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