La siguiente leyenda se cuenta, como hecho verídico,
en muchos lugares de España y de Europa, pero en el País Vasco ha tenido una
especial vigencia y los paisanos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa aseguran que la
historia del dragón y la princesa tuvo lugar en las frondosas selvas de su
patria y no en otros lugares.
Tal y como se viene relatando desde hace mucho tiempo,
un pastor mostraba al viajero una profunda gruta excavada en la montaña. En
verdad el viajero estaba asombrado porque la boca de la sima era aterradora y
escalofriante. Lanzó el pastor una piedra y no se pudo oír el golpe contra el
fondo, fuera roca o agua.
-Y ésta es la guarida del dragón -afirmaba el aldeano.
-¿Un dragón? -preguntó extrañado el viajero.
-Sí, señor: un dragón de siete cabezas, tan fiero y
tan horroroso que ni los hombres ni los ganados osaban llegar hasta aquí. Y ni
a siete leguas a la redonda. En mi pueblo, ése que usted puede ver allá abajo
en el valle, todos los paisanos vestían de luto, ¿sabe usted por qué? Pues
porque no había familia que no tuviera un pariente muerto en las fauces de esta
alimaña. Y andaban tan atemorizados y espantados que cuando faltaba una oveja o
una vaca, ya se sabía que el matador había sido el dragón y se encerraban en
casa y no salían en siete días.
-Y ahora, ¿dónde está el dragón?
-Pues no sea impaciente, señor, que ahora se lo
explico yo con todo detalle: ha de saber usted que no había en el pueblo
caballero ni soldado que se quisiera enfrentar con el bicho. Cierto que algunos
imprudentes se habían atrevido con él, pero murieron sin remedio y sus huesos
deben estar aún ahí abajo, en lo negro de la gruta. El caso es que se reunió el
concejo con el rey presente y se acordó que cada año se le entregaría al dragón
una doncella y que entraría en el sorteo incluso la princesa. El dragón conoció
este trato y aceptó de buen grado. Cada primavera se hacía asamblea y se echaba
a suertes qué doncella se entregaría a una muerte tan penosa. Con tanta
desgracia que el tercer año salió de la tinaja de suertes el nombre de la
princesa, la mismísima hija del rey. Nuestro señor, que vivía en aquel castillo
que usted puede ver en aquella loma, se tuvo por el más desgraciado de los hombres
y no sabía cómo liberar a su hija de esta terrible muerte. Enloquecido y
desesperado ante la pronta separación de su hija, el rey hizo saber que aquel
entre todos los hombres del mundo que matara al dragón, tendría la mano de su
hija y heredaría el reino. Pero nadie hizo caso del bando. De modo que a la
mañana siguiente se subió a la princesa a este lugar y, una vez atada, fue
abandonada a su suerte. Acertó a pasar por aquí un pastor que venía del reino
de León, y venía con él un mastín: un perro tan grande y fiero que daba espanto
verlo. El pastor vio que la princesa lloraba amargamente y le preguntó quién
era y que hacía allí atada de tan mala manera. No tuvo tiempo la princesa para
contestar: de pronto aparecieron las siete cabezas del dragón dispuesto a
tragarse a la joven, al pastor y a su perro. Pero este can era más astuto y
fuerte que la mismísima alimaña y, de un salto, atenazó al monstruo de tal modo
que éste se derrumbó. El pastor no perdió el tiempo y de cuarenta soberbias
puñaladas partió el inmundo corazón del dragón. Un caballero ambicioso pero
cobarde había presenciado toda la escena, pero su ánimo débil le había impedido
participar en la muerte del dragón y había permanecido oculto tras unos
matorrales. Cuando comprobó que el monstruo había muerto, saltó raudo y vistió
a la princesa con siete sayas; después cortó las siete cabezas del dragón y las
ensartó en una vara. El pastor no le prestó atención, pero cortó siete pedazos
de los vestidos y las siete lenguas del dragón, y marchó. Fue el caballero
quien logró la gloria y la admiración de los aldeanos, los cuales vieron llegar
a su princesa y al cobarde galán entre gritos de júbilo. No con menos alegría
recibió el rey la noticia de la salvación de su hija. Preparó convites, hizo
matar cien corderos, indultó a varios presos y en toda la comarca se gozó la
liberación de la princesa y la muerte del dragón. Todos tenían al caballero
como héroe y él no lo desmentía: de buen grado y alzando los brazos mostraba
las siete cabezas ensartadas a todo el mundo. El rey ya había decidido cumplir
su promesa y le ofreció la mano de su hija... Pero he aquí que apareció el
pastor y, aunque no lo dejaban pasar, él se hizo un hueco y delante de toda la
corte proclamó que él era el verdadero matador del dragón y que aquel caballero
ufano era mentiroso y falso. «Estas son las siete cabezas», dijo el caballero,
mientras trataba de que echaran fuera al pastor. «Cierto», dijo el leonés, «mas
esas cabezas no tienen lenguas»; y de inmediato mostró a toda la concurrencia
las siete lenguas del dragón y los siete trocitos de sayas de la princesa.
Quedó así probado que era el pastor y no el caballero quien había dado muerte a
la alimaña. También quedó convencido el rey, el cual expulsó de su corte al
caballero ambicioso y cobarde, y otorgó la mano de su hija al pastor. Buenas
fueron las bodas que se celebraron y las tornabodas, mejores aún.
Quedó callado el pastor y observando que durante el
largo cuento las vacas se habían esparcido mucho por el monte, le dijo al
viajero:
-Y ahora, señor viajero, he de ir a lo mío.
Y se fue.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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