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jueves, 22 de agosto de 2013

El dragón y la princesa

La siguiente leyenda se cuenta, como hecho verídico, en muchos lugares de España y de Europa, pero en el País Vasco ha tenido una especial vigencia y los paisanos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa aseguran que la historia del dragón y la princesa tuvo lugar en las frondosas selvas de su patria y no en otros lugares.
Tal y como se viene relatando desde hace mucho tiempo, un pastor mostraba al viajero una profunda gruta excavada en la montaña. En verdad el viajero estaba asombrado porque la boca de la sima era aterradora y escalofriante. Lanzó el pastor una piedra y no se pudo oír el golpe contra el fondo, fuera roca o agua.
-Y ésta es la guarida del dragón -afirmaba el aldeano.
-¿Un dragón? -preguntó extrañado el viajero.
-Sí, señor: un dragón de siete cabezas, tan fiero y tan horroroso que ni los hombres ni los ganados osaban llegar hasta aquí. Y ni a siete leguas a la redonda. En mi pueblo, ése que usted puede ver allá abajo en el valle, todos los paisanos vestían de luto, ¿sabe usted por qué? Pues porque no había familia que no tuviera un pariente muerto en las fauces de esta alimaña. Y andaban tan atemorizados y espantados que cuando faltaba una oveja o una vaca, ya se sabía que el matador había sido el dragón y se encerraban en casa y no salían en siete días.
-Y ahora, ¿dónde está el dragón?
-Pues no sea impaciente, señor, que ahora se lo explico yo con todo detalle: ha de saber usted que no había en el pueblo caballero ni soldado que se quisiera enfrentar con el bicho. Cierto que algunos im­prudentes se habían atrevido con él, pero murieron sin remedio y sus huesos deben estar aún ahí abajo, en lo negro de la gruta. El caso es que se reunió el concejo con el rey presente y se acordó que cada año se le entregaría al dragón una doncella y que entraría en el sorteo incluso la princesa. El dragón conoció este trato y aceptó de buen grado. Cada primavera se hacía asamblea y se echaba a suertes qué doncella se entregaría a una muerte tan penosa. Con tanta desgracia que el tercer año salió de la tinaja de suertes el nombre de la princesa, la mismísima hija del rey. Nuestro señor, que vivía en aquel castillo que usted puede ver en aquella loma, se tuvo por el más desgraciado de los hombres y no sabía cómo liberar a su hija de esta terrible muerte. Enloquecido y desesperado ante la pronta separación de su hija, el rey hizo saber que aquel entre todos los hombres del mundo que matara al dragón, tendría la mano de su hija y heredaría el reino. Pero nadie hizo caso del bando. De modo que a la mañana siguiente se subió a la princesa a este lugar y, una vez atada, fue abandonada a su suerte. Acertó a pasar por aquí un pastor que venía del reino de León, y venía con él un mastín: un perro tan grande y fiero que daba espanto verlo. El pastor vio que la princesa lloraba amargamente y le preguntó quién era y que hacía allí atada de tan mala manera. No tuvo tiempo la princesa para contestar: de pronto aparecieron las siete cabezas del dragón dispuesto a tragarse a la joven, al pastor y a su perro. Pero este can era más astuto y fuerte que la mismísima alimaña y, de un salto, atenazó al monstruo de tal modo que éste se derrumbó. El pastor no perdió el tiempo y de cuarenta soberbias puñaladas partió el inmundo corazón del dragón. Un caballero ambicioso pero cobarde había presenciado toda la escena, pero su ánimo débil le había impedido participar en la muerte del dragón y había permanecido oculto tras unos matorrales. Cuando comprobó que el monstruo había muerto, saltó raudo y vistió a la princesa con siete sayas; después cortó las siete cabezas del dragón y las ensartó en una vara. El pastor no le prestó atención, pero cortó siete pedazos de los vestidos y las siete lenguas del dragón, y marchó. Fue el caballero quien logró la gloria y la admiración de los aldeanos, los cuales vieron llegar a su princesa y al cobarde galán entre gritos de júbilo. No con menos alegría recibió el rey la noticia de la salvación de su hija. Preparó convites, hizo matar cien corderos, indultó a varios presos y en toda la comarca se gozó la liberación de la princesa y la muerte del dragón. Todos tenían al caballero como héroe y él no lo desmentía: de buen grado y alzando los brazos mostraba las siete cabezas ensartadas a todo el mundo. El rey ya había decidido cumplir su promesa y le ofreció la mano de su hija... Pero he aquí que apareció el pastor y, aunque no lo dejaban pasar, él se hizo un hueco y delante de toda la corte proclamó que él era el verdadero matador del dragón y que aquel caballero ufano era mentiroso y falso. «Estas son las siete cabezas», dijo el caballero, mientras trataba de que echaran fuera al pastor. «Cierto», dijo el leonés, «mas esas cabezas no tienen lenguas»; y de inmediato mostró a toda la concurrencia las siete lenguas del dragón y los siete trocitos de sayas de la princesa. Quedó así probado que era el pastor y no el caballero quien había dado muerte a la alimaña. También quedó convencido el rey, el cual expulsó de su corte al caballero ambicioso y cobarde, y otorgó la mano de su hija al pastor. Buenas fueron las bodas que se celebraron y las tornabodas, mejores aún.
Quedó callado el pastor y observando que durante el largo cuento las vacas se habían esparcido mucho por el monte, le dijo al viajero:
-Y ahora, señor viajero, he de ir a lo mío.
Y se fue.

Fuente: Jose Calles Vales

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