La historia más popular, la que se recoge en todos los
compendios de mitología y leyendas hispánicas y vascas, cuenta que en el
castillo de Altzain, en la actual Guipúzcoa, vivía una muchacha muy coqueta.
Según se dice, la joven perdía las horas frente a su espejo, peinando sus
cabellos y procurándose una singular belleza. Por más que su madre trataba de
que dedicara su tiempo a la labor o a la música, la doncella sólo quería
mirarse en el espejo y enamorarse de su propia belleza. Harta y más que harta,
su madre la maldijo diciéndole: «¡Maldita seas, muchacha del diablo: así te
lleven mil rayos!».
Ha de saberse que ni el nombre de Satanás ni las
maldiciones deben pronunciarse en vano y que los espíritus están siempre al
acecho para cumplir estas palabras. Así sucedió en aquella ocasión y, durante
la noche, vinieron sombras espectrales al castillo y hubo una gran tormenta.
Nadie oyó a la muchacha y nadie pudo saber si gritaba o rezaba. Lo cierto es
que, a la mañana siguiente, las ventanas de su alcoba estaban abiertas y
parecía que mil rayos habían entrado en la sala: las cortinas estaban quemadas
y las sábanas olían a azufre... La
Mari se la había llevado y la había convertido en la famosa
Dama de Aizkorri.
Dicen que un pastor, buscando un carnero que se le
había extraviado, la vio en la cueva de Aketegui y que estaba montada sobre el
animal perdido, como las brujas se montan en el Gran Cabrón. Al parecer el
pastor reconvino a la muchacha y le dijo que volviera a casa de sus padres,
porque hacía ya muchos días que faltaba del castillo y todos estaban muy
preocupados. Sin embargo, la joven se negó a volver jamás a su casa y afirmó
que para siempre volaría por los cielos convertida en rayo o en fuego.
Todos saben que ni las lamiñak, ni las damas de agua, ni las xanas, ni las mouras, ni las
sirenas pueden entrar en las iglesias. Porque son seres encantados y, a pesar
de su poder, Dios no permite que entren en sus templos, ya que sería injuria y
blasfemia. A este propósito se cuenta la siguiente leyenda:
Una cautiva de Mari, una Dama, había bajado a la aldea
con el fin de enredar en los asuntos de los hombres. Dicen que si estaba enamoriscada
de un joven leñador, pero eso son habladurías que nada prueban. Lo cierto es
que se vistió al uso de las muchachas vascas y, descendiendo de la cueva donde
habitaba, vino al pueblo. Pronto se ganó la simpatía de todos, especialmente la
de los hombres, porque era muy hermosa y tenía unos ojos verdes cautivadores.
Ella dijo que venía de Aizkorri, que era hilandera y que había tenido que
abandonar su pueblo porque había un caballero que la pretendía con demasiado
empeño... En fin, mentiras y coqueterías propias de una Mari.
Todos los aldeanos llegaron a apreciarla mucho, porque
hilaba con extrema delicadeza y las medias y las sayas las hacía como nadie. Y
cuando había que bordar con hilo de oro, sus manos eran como de ángel. Las
puntillas, los alamares y los festones eran un primor, y se puede decir que se
ganaba la vida muy honradamente.
Una noche estaba la Mari en su casa, con las ventanas cerradas y
haciendo los conjuros propios de su naturaleza, bañándose, peinándose y
cantando las misteriosas tonadas de las cumbres cuando, de pronto, oyó unos
susurros en la calle. Entreabrió las cortinas de su ventana y pudo descubrir a
un leñador que rondaba la casa de una moza. Este leñador era el mismo que la Mari había visto tantas veces
en el monte y por el cual sentía tierno cariño, aun sabiendo que nunca podría
casarse con él. La muchacha a la que rondaba era una joven zagala, hija de
pastores y muy bonita, corno todas las que habitan aquellas inhóspitas tierras.
El caso es que la Mari sufrió celos espantosos y maldijo y lanzó
lenguas de fuego por sus ojos... tan irritada estaba. Durante muchas noches
estuvo espiando desde su ventana y oía con angustia los tiernos requiebros del
leñador. Desde el balcón, la zagala lo miraba con dulces ojos y le enviaba
besos llenos de amor. La Mari
se retorcía las manos, se mesaba los cabellos y rodaba por el suelo, presa de
la furia y los celos.
Una noche supo que el leñador no vendría a rondar a su
amada, porque había tenido que permanecer en el monte, junto a otros leñadores.
La Mari vistió
sus ropas de lino y se hizo invisible: subió por los ásperos caminos hasta la
choza donde dormía el muchacho y allí lo mató, ahogándolo con una cinta de oro.
A la mañana siguiente, en la fuente, la zagala se
encontró con la Mari ,
que venía de matar a su amado. La maga le entregó la cinta de oro entre
zalamerías y le dijo que, por ser tan bonita, en ella luciría mucho tal cordón.
La pobre pastora, abrumada por el regalo, lo tomó de buena gana.
Por la tarde bajaron los leñadores con el cuerpo de su
compañero muerto y el justicia quiso indagar en tan extraño caso. Descubrieron
que el joven tenía un cordón de oro enredado en el cuello y entonces supieron
que el muchacho había sido asesinado. En la asamblea estaba presente la Mari y, con voz alterada,
dijo:
-Un cordón como ése lo tiene una vecina mía, una
zagala... ¡Ella lo ha matado!
Cuando se hicieron las comprobaciones, se pudo
asegurar que la cinta de la pastora era del mismo porte que la del muerto y
todos creyeron, efectivamente, que la zagala era la culpable. Por mucho que la
muchacha declaró su inocencia, no la creyeron y fue condenada a ser ahorcada a
la mañana siguiente. En la prisión, la pastorcilla rogaba a los carceleros que
la escucharan y decía que la hilandera era una Mari, una bruja, un hada de las
montañas, y que ella había sido la que le había entregado el cordón asesino.
Llegó incluso a declarar que amaba al leñador y que de ningún modo podía haberlo
matado... Pero sus súplicas fueron en vano.
Los soldados habían levantado un catafalco terrible
durante la noche y, al amanecer, llevaron a la pobre pastora al suplicio. La
muchacha lloraba amargamente, pero su semblante se tornó serio y terrible cuando
vio pasar a la hilandera frente al cadalso. La Mari sonrió maliciosa y dijo:
-Voy a misa, a rogar por tu alma.
-Ve, ve a misa -respondió la humilde zagala. ¡Yo
pediré aquí que Dios castigue a quien cometió tan horrendo crimen y quisiera
cometer dos!
Aún no había amanecido cuando la Mari entró en la iglesia, contraviniendo
todos los preceptos de la religión. Y quiso el Señor castigar a la Dama y lanzando mil rayos por
las ventanas del templo, hirió a la
Mari : ésta se convirtió en bola de fuego y fue expulsada de
la iglesia a través del muro. Todos en el pueblo vieron cómo la iglesia se
tambaleaba y una gran llama de aceite hirviendo volaba por los aires; sobre
ella volaba la hilandera, dejando al viento su hermosa cabellera de oro y
lanzando miles de chispas y rayos sobre los prados y bosques cercanos.
Así quedó probado que la pastora no había matado al
leñador y que era por completo inocente. Sin embargo, la Mari había matado a su amante
y tuvo mucha amargura durante toda su vida.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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