N'at tel vassal suz la cape del
ciel.
(No hay un caballero como él bajo
el cielo)
CHANSON DE ROLAND
Hay en el norte de la provincia de Huesca un lugar tan
hermoso que con dificultad puede hallarse uno semejante. Cuando llega el
viajero a Torla, un pequeño pueblo de calles empinadas y casitas de piedra,
debe ir un tanto más allá y entrará en el actual Parque Nacional de Ordesa y
Monte Perdido. Los visitantes más perezosos no cruzan siquiera el Puente de los
Navarros, pero el viajero curioso sigue adelante y difícil será describir las
maravillas que puede gozar: cascadas cristalinas, prados amenos, bosques
umbríos, colosales montañas... En ocasiones, los jóvenes llegan hasta
Bujaruelo; otras veces siguen el valle de Ordesa hasta dar con las faldas del
imponente Monte Perdido, que vigila las cumbres de los Pirineos con sus 3.355
metros de altitud. Cerca de este coloso de piedra está la Brecha de Roland o de
Roldán. Este lugar es uno de los más imponentes y misteriosos que se puedan
conocer: las inmensas moles de roca parecen separar Francia y España de modo
definitivo, pero en mitad del gigantesco muro se abre una hendidura, una
descomunal tajadura que produce asombro y terror en aquellos que la contemplan.
Esta brecha, que parece cortada a pico, es un paso natural entre Francia y
España, pero su acceso es difícil y los riesgos de caída son muchos. Del lado
francés está el circo de Gavarnie, con su imponente cascada y una caída de mil
metros hacia una sima profunda y terrible. Del lado español están las peladas
cumbres de Monte Perdido, una cueva de hielo y los bosques y valles de Ordesa.
La historia legendaria tiene una respuesta que explica
esta formación pétrea y su impresionante aspecto:
Carlomagno, el emperador de Francia, tenía un sobrino,
llamado Roland, cuyo valor y apostura eran bien conocidos en los lejanos
tiempos medievales. De Roland o Roldán se cuentan innumerables leyendas, y es
el protagonista del canto épico más importante de la literatura francesa: la Chanson de Roland. Como es
sabido, los francos entraron en guerra con los reinos hispánicos y los
sarracenos. La batalla más importante fue la que tuvo lugar en Roncesvalles,
donde los franceses resultaron vencidos. En este emplazamiento Roldán demostró que
era un verdadero héroe y se comportó con la dignidad y valentía que todos le
reconocían, pero finalmente cayó abatido por los escuadrones del rey Marsil.
Viendo que su derrota era segura, Roldán trató de avisar a su tío Carlomagno e
hizo sonar el olifante. Las tropas francesas ya no podrían salvarle de una
muerte segura, pero al menos su tío comprendería que habían sucumbido llenos de
gloria y honor. El supremo esfuerzo para hacer sonar el olifante le reventó las
sienes, y quedó tendido en el campo de batalla. Los enemigos lo tuvieron por
muerto, pero él se despertó y huyó de aquel trágico escenario. No tardaron
mucho los sicarios del rey Marsil en darse cuenta de que Roldán había escapado,
y rápidamente aparejaron sus caballos y salieron tras él.
Grandes fueron las penalidades de Roldán por las
ásperas montañas del Pirineo: confundido y turbado, no sabía dónde estaba su
patria ni qué camino podría ser el que le llevara junto a los suyos. Caminando
entre rocas y pedregales, seguido de cerca por la jauría de los sarracenos y
los navarros, llegó a un valle donde los árboles se entretejían en mil
enramadas y un río saltaba de roca en roca. De tanto en'tanto, ya desfallecido,
miraba hacia atrás y podía oír el galope de sus perseguidores y los fieros
ladridos de los perros que seguían su rastro. Roldán no se dejó abatir y
prosiguió su alocada huida: sabía que al otro lado de aquellas montañas estaba
Francia y morir en su patria era todo cuanto pedía a Dios.
Los vientos helados de aquellas cumbres herían su
rostro, las rocas llagaban sus pies y aún tuvo que soportar los salvajes
ataques de los lobos. Pero todo lo sobrellevó con una fuerza de ánimo casi
sobrenatural. Se arrastraba ya por las faldas del Monte Perdido, cuando a su
espalda pudo oír los rugidos de la jauría y los alaridos de sus enemigos: lo
tenían a la vista.
Sólo un héroe puede tener presencia de espíritu en
estos trances funestos. Más allá de las fuerzas humanas, Roldán perseveró en su
agónica huida. Mas estaba ya en las lindes de Francia cuando ante él descubrió
un gran muro de piedra. Dios y la
Naturaleza habían querido privarlo de su mayor anhelo: morir
en tierra francesa, en los brazos de su amada Alda. El héroe estaba herido de
muerte y acaso ni el mismo Dios le daría fuerzas para cumplir sus deseos.
Ante aquella mole rocosa, Roldán desenvainó su espada
Durendal y la lanzó por los aires: esperaba que los franceses conocieran por
este gesto que él había amado a su patria con todo su corazón y que sólo la
mala fortuna había impedido que sus restos mortales hubieran llegado a Francia.
Pero su esfuerzo fue inútil; el gran muro rocoso era muy alto y la espada
golpeó en la piedra y cayó de nuevo a sus pies.
Los enemigos se hallaban ya muy cerca. Roldán tomó de
nuevo su espada y trató de arrojarla al otro lado de la montaña, pero su brazo
herido y maltrecho no pudo salvar la terrible barrera, y Durendal cayó otra vez a su lado.
Ya desistía Roldán de su intento cuando, al volverse,
vio de cerca a sus enemigos: ciego de ira y rabia, lanzó con furia su espada
contra la roca y, con un estruendo descomunal, la montaña se abrió en dos,
dejando el paso libre hacia Francia. La brecha le permitió ver por última vez
el suelo de sus padres y, agotado por el esfuerzo supremo, se le partió el
corazón y murió. Cuando llegaron sus enemigos, lo encontraron allí tendido y
quedaron asombrados al ver la hendidura que había en la montaña, la cual no
habían visto nunca antes. Desde entonces, aquel lugar recibe el nombre de la Brecha de Roland, o Roldán,
en honor del héroe galo.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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