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jueves, 22 de agosto de 2013

La brecha de roland

N'at tel vassal suz la cape del ciel.
(No hay un caballero como él bajo el cielo)
CHANSON DE ROLAND

Hay en el norte de la provincia de Huesca un lugar tan hermoso que con dificultad puede hallarse uno semejante. Cuando llega el viajero a Torla, un pequeño pueblo de calles empinadas y casitas de piedra, debe ir un tanto más allá y entrará en el actual Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Los visitantes más perezosos no cruzan siquiera el Puente de los Navarros, pero el viajero curioso sigue adelante y difícil será describir las maravillas que puede gozar: cascadas cristalinas, prados amenos, bosques umbríos, colosales montañas... En ocasiones, los jóvenes llegan hasta Bujaruelo; otras veces siguen el valle de Ordesa hasta dar con las faldas del imponente Monte Perdido, que vigila las cumbres de los Pirineos con sus 3.355 metros de altitud. Cerca de este coloso de piedra está la Brecha de Roland o de Roldán. Este lugar es uno de los más imponentes y misteriosos que se puedan conocer: las inmensas moles de roca parecen separar Francia y España de modo definitivo, pero en mitad del gigantesco muro se abre una hendidura, una descomunal tajadura que produce asombro y terror en aquellos que la contemplan. Esta brecha, que parece cortada a pico, es un paso natural entre Francia y España, pero su acceso es difícil y los riesgos de caída son muchos. Del lado francés está el circo de Gavarnie, con su imponente cascada y una caída de mil metros hacia una sima profunda y terrible. Del lado español están las peladas cumbres de Monte Perdido, una cueva de hielo y los bosques y valles de Ordesa.
La historia legendaria tiene una respuesta que explica esta formación pétrea y su impresionante aspecto:
Carlomagno, el emperador de Francia, tenía un sobrino, llamado Roland, cuyo valor y apostura eran bien conocidos en los lejanos tiempos medievales. De Roland o Roldán se cuentan innumerables leyendas, y es el protagonista del canto épico más importante de la literatura francesa: la Chanson de Roland. Como es sabido, los francos entraron en guerra con los reinos hispánicos y los sarracenos. La batalla más importante fue la que tuvo lugar en Roncesvalles, donde los franceses resultaron vencidos. En este emplazamiento Roldán demostró que era un verdadero héroe y se comportó con la dignidad y valentía que todos le reconocían, pero finalmente cayó abatido por los escuadrones del rey Marsil. Viendo que su derrota era segura, Roldán trató de avisar a su tío Carlomagno e hizo sonar el olifante. Las tropas francesas ya no podrían salvarle de una muerte segura, pero al menos su tío comprendería que habían sucumbido llenos de gloria y honor. El supremo esfuerzo para hacer sonar el olifante le reventó las sienes, y quedó tendido en el campo de batalla. Los enemigos lo tuvieron por muerto, pero él se despertó y huyó de aquel trágico escenario. No tardaron mucho los sicarios del rey Marsil en darse cuenta de que Roldán había escapado, y rápidamente aparejaron sus caballos y salieron tras él.
Grandes fueron las penalidades de Roldán por las ásperas montañas del Pirineo: confundido y turbado, no sabía dónde estaba su patria ni qué camino podría ser el que le llevara junto a los suyos. Caminando entre rocas y pedregales, seguido de cerca por la jauría de los sarracenos y los navarros, llegó a un valle donde los árboles se entretejían en mil enramadas y un río saltaba de roca en roca. De tanto en'tanto, ya desfallecido, miraba hacia atrás y podía oír el galope de sus perseguidores y los fieros ladridos de los perros que seguían su rastro. Roldán no se dejó abatir y prosiguió su alocada huida: sabía que al otro lado de aquellas montañas estaba Francia y morir en su patria era todo cuanto pedía a Dios.
Los vientos helados de aquellas cumbres herían su rostro, las rocas llagaban sus pies y aún tuvo que soportar los salvajes ataques de los lobos. Pero todo lo sobrellevó con una fuerza de ánimo casi sobrenatural. Se arrastraba ya por las faldas del Monte Perdido, cuando a su espalda pudo oír los rugidos de la jauría y los alaridos de sus enemigos: lo tenían a la vista.
Sólo un héroe puede tener presencia de espíritu en estos trances funestos. Más allá de las fuerzas humanas, Roldán perseveró en su agónica huida. Mas estaba ya en las lindes de Francia cuando ante él descubrió un gran muro de piedra. Dios y la Naturaleza habían querido privarlo de su mayor anhelo: morir en tierra francesa, en los brazos de su amada Alda. El héroe estaba herido de muerte y acaso ni el mismo Dios le daría fuerzas para cumplir sus deseos.
Ante aquella mole rocosa, Roldán desenvainó su espada Durendal y la lanzó por los aires: esperaba que los franceses conocieran por este gesto que él había amado a su patria con todo su corazón y que sólo la mala fortuna había impedido que sus restos mortales hubieran llegado a Francia. Pero su esfuerzo fue inútil; el gran muro rocoso era muy alto y la espada golpeó en la piedra y cayó de nuevo a sus pies.
Los enemigos se hallaban ya muy cerca. Roldán tomó de nuevo su espada y trató de arrojarla al otro lado de la montaña, pero su brazo herido y maltrecho no pudo salvar la terrible barrera, y Durendal cayó otra vez a su lado.
Ya desistía Roldán de su intento cuando, al volverse, vio de cerca a sus enemigos: ciego de ira y rabia, lanzó con furia su espada contra la roca y, con un estruendo descomunal, la montaña se abrió en dos, dejando el paso libre hacia Francia. La brecha le permitió ver por última vez el suelo de sus padres y, agotado por el esfuerzo supremo, se le partió el corazón y murió. Cuando llegaron sus enemigos, lo encontraron allí tendido y quedaron asombrados al ver la hendidura que había en la montaña, la cual no habían visto nunca antes. Desde entonces, aquel lugar recibe el nombre de la Brecha de Roland, o Roldán, en honor del héroe galo.

Fuente: Jose Calles Vales

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