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jueves, 22 de agosto de 2013

La chica de la curva

Ésta es una leyenda moderna. Acaso ni sea leyenda, sino cuento, superstición o suposición. Puede que los eruditos la clasifiquen entre las novedosas «leyendas urbanas», que no tienen la antigüedad y el carácter de las leyendas tradicionales, pero son muy jugosas y divertidas.
En términos generales, la superstición es sólo un concepto falso o, al menos, no demostrado científicamente. Por ejemplo, hasta el siglo XIX se creía que la séptima ola que llegaba a la playa era mortal, aunque nunca se especificaba cuándo había que empezar a contar. Hay supersticiones más populares, como la que alude a tocar adera cuando se habla de algún suceso desagradable o pernicioso, cuya explicación se remonta a tiempos antiquísimos (en la Persia oriental, los babilonios creían que en la madera residían los dioses protectores). Las leyendas y suposiciones se extienden a casi todas las materias: por ejemplo, todo el mundo sabe que Eva tomó una manzana del árbol prohibido y que éste fue el origen del pecado original; sin embargo, en la Biblia no se dice que el árbol fuera un manzano y, por supuesto, no se dice nada de una manzana, de modo que bien pudo haber sido un higo o un melocotón. Otra tradición muy extendida es la del portal de Belén: como todos los niños saben, la Virgen María dio a luz un niño en un pesebre y allí había un burro y un buey. Pero ninguno de los evangelistas dice nada de estos dos animales. La tradición parte de un texto apócrifo y no aceptado por la Iglesia como canon religioso: es en el Pseudo Mateo donde se dice que un asno y un buey adoraron al recién nacido (véanse más ejemplos en Errores, falacias y mentiras, de P. Villanueva Hering, 2000). Estos son algunos casos de suposiciones o supuestos inventados, pero ha habido otros más peligrosos: por ejemplo, los médicos del siglo XVIII pensaban que la melancolía se curaba sangrando (o desangrando) al paciente.
Como se ha indicado arriba, lo más novedoso en cuanto a leyendas se refiere es el capítulo de «leyendas urbanas». En realidad, no son más que cuentos o suposiciones sin ninguna base. La más conocida es la de los restaurantes chinos. Según se dice, los chinos en España no se mueren, o al menos no se ven funerales de chinos, ni en los periódicos hay esquelas con nombres chinos, ni en los cementerios hay lápidas con nombres chinos. De modo que ya se puede suponer qué hacen los chinos con sus compatriotas muertos... Como es natural, esto no es más que una falacia que intenta provocar el desprestigio de ciertos establecimientos de hostelería: los restaurantes chinos. Otra leyenda moderna muy conocida es la de los peligros en las alcantarillas: en el último cuarto de siglo hubo una afición singular: la de tener como animales de compañía a serpientes, pirañas, ratas, iguanas e incluso cocodrilos y caimanes. Cuando los propietarios se cansaban de ellos, los echaban a las alcantarillas y hubo muchos que sobrevivieron, de manera que los bajos fondos de las ciudades modernas están plagadas de animales peligrosísimos... Esto también es absolutamente falso. Corre también otra leyenda urbana muy curiosa: de tanto en tanto suele comentarse que en tal incendio, en los bosques de España, se han encontrado los restos calcinados de un submarinista, con su escafandra, sus bombonas de oxígeno y sus aletas para los pies. La extrañeza del suceso es notable porque ¿qué demonios hace un submarinista en los montes o en los campos incendiados? La explicación es tan peregrina como la invención del suceso: se afirma que los hidroaviones que utilizan los bomberos para apagar el fuego habrían succionado al submarinista en un pantano y que, sin reparar en ello, lo habrían dejado caer con el resto del agua sobre las llamas. No será necesario apuntar que esta idea roza lo esperpéntico, ya que los hidroaviones absorben el agua mediante tubos o rejillas por las que un hombre jamás podría entrar. Para concluir con estos ejemplos de leyendas urbanas modernas citaremos una que tuvo un éxito espectacular: todo el mundo sabe que los últimos años de un siglo o de un milenio provocan cierto terror en el hombre; es la sensación de que algo concluye y se tiene la impresión de que hasta la misma vida puede acabarse. Durante los últimos años del siglo XX esta sensación se repitió, como había sucedido en el año 1000, en el 1500 y en el 1900. Naturalmente, no se hablaba de una gran catástrofe que destruyera el mundo, sino de otro mal aún peor: el «Efecto 2000». Consistía en que los ordenadores de todo el mundo, que identificaban las fechas con dos dígitos (por ejemplo: 23.12.99), no sabrían distinguir si las dos últimas cifras (00) pertenecían al año 1900 o al año 2000, que estaba ya muy cercano. Aterrorizados por un colapso informático, los estados, las empresas y las instituciones invirtieron miles y miles de millones en tratar de anular el terrible Efecto 2000. Los agoreros anunciaron que la instalación eléctrica dejaría de funcionar, que no habría gas ni medios de transporte, que las televisiones, los vídeos e incluso los hornos microondas se volverían locos. Muchas empresas informáticas hicieron su agosto. Sin embargo, pocos cayeron en la cuenta de que los sistemas informáticos que señalaban las fechas del año con sólo dos cifras se habían dejado de fabricar hacía muchos años. Por supuesto, nada ocurrió y el mundo siguió rodando como siempre, y el mar siguió donde estaba.

La moderna leyenda de «la chica de la curva» recuerda las tradicionales historias de aparecidos y fantasmas: una muerte cruel y violenta impide que el alma del difunto descanse en paz, y el pobre espíritu anda vagando por los caminos en busca de una persona caritativa que le solucione el problema, bien con misas, bien con venganzas, etc. Durante el romanticismo, las historias de fantasmas tuvieron su apogeo y los eruditos han llegado a siguiente conclusión: los fantasmas sólo aparecen para recriminar, recordar, prevenir o buscar la propia salvación. Desde luego, las historias de espectros han ocupado la actividad de los especialistas en fenómenos paranormales (extra-ordinarios, sin explicación científica) y se han asociado a otras circunstancias también misteriosas: psicofonías, ovnis, extraterrestres, abducciones, desapariciones, apariciones religiosas, combustión espontánea, etc., etc.
Respecto a la leyenda que ahora se propone es necesario tener en cuenta dos advertencias: uno, la chica de la curva no puede situarse en ningún lugar concreto de la geografía; y dos, las versiones son tantas y tan diferentes que las personas que han tenido esta experiencia la explican de modos muy diversos. En términos generales, es como sigue:

Se dice que cinco jóvenes, dos muchachos y tres muchachas, habían decidido visitar el pueblo vecino. La cosa era que en la pequeña aldea donde estaban veraneando las diversiones eran escasas y el aburrimiento, mucho. Aprovecharon entonces que en una población cercana se celebraban las fiestas patronales y había verbena, tomaron un coche y, con el ánimo alegre y jovial de estas ocasiones, marcharon.
La noche resultó estupenda: los dos varones encontraron guapas mozas con las que danzar, y las tres muchachas bailaron cuanto quisieron con otros jóvenes. Concluida la verbena, los forasteros se despidieron de sus nuevos amigos y tomaron de nuevo el vehículo para regresar a su pueblo. Entre ellos, al parecer, había una muchacha muy hermosa y dulce. Estaba deseosa de encontrarse a solas con sus compañeros porque había tenido oportunidad de bailar con el muchacho más apuesto y amable que jamás viera. Y así lo hizo: cuando estuvieron ya en el vehículo, la jovencita comenzó a hablar de su amado y su corazón se estremecía en el recuerdo. Acaso sus amigos se burlaron un poco, pero como todos tenían buen talante admitieron de buena gana que su compañera estaba verdaderamente enamorada... Y tal vez fue que el conductor se excedió en la velocidad, tal vez que el licor hizo su efecto y mermó los reflejos, tal vez el destino... ¿quién sabe? Lo cierto es que en una curva cerrada, el vehículo se salió de la calzada, giró sobre un costado y, dando vueltas de campana, fue a estrellarse en el despeñadero. El vehículo no tardó en incendiarse y el depósito de gasolina estalló en aquella trágica noche...
Se dice que dos muchachos habían decidido ir a un pueblo vecino. La cosa era que en la pequeña aldea donde estaban veraneando las diversiones eran escasas y el aburrimiento, mucho. Aprovecharon entonces que en una población cercana se celebraban las fiestas patronales y había verbena, tomaron un coche y, con el ánimo alegre y jovial de estas ocasiones, marcha-ron.
La noche resultó estupenda y los dos varones encontraron guapas mozas con las que danzar. Concluida la verbena, los forasteros se despidieron de sus nuevas amigas y tomaron de nuevo el vehículo. Uno de ellos estaba deseoso de encontrarse a solas con su compañero porque había tenido oportunidad de bailar con la muchacha más hermosa y amable que jamás viera. Y así lo hizo: cuando estuvieron ya en el vehículo, el joven comenzó a hablar de su amada y su corazón se estremecía en el recuerdo. Acaso su amigo se burló un poco, pero como tenía buen talante admitió de buena gana que su compañero estaba verdaderamente enamorado...
Y en ese instante vieron a una chica que hacía auto-stop en la oscura carretera: llevaba un vestido blanco y su mismo rostro parecía tan luminoso como la luna. No dudaron en detener el coche e invitarla a subir. A ambos le pareció que aquella muchacha no era de este mundo, pero le preguntaron de dónde era y cómo era posible que estuviera sola en la carretera. Ella contestó:
-He ido a la fiesta. He bailado con un joven guapo y amable, y mi corazón se ha prendado de él. Pronto nos volveremos a ver y... ¡Detente! ¡Frena! ¡Cuidado!
El joven conductor detuvo el coche y entonces se percató del enorme peligro que había corrido al llevar su vehículo a tanta velocidad. Los dos muchachos quisieron agradecer a la muchacha su aviso, pero cuando giraron la cabeza hacia el asiento de atrás, la joven había desaparecido...

Se dice que tres muchachos habían decidido ir a un pueblo vecino. La cosa era que, en la pequeña aldea donde estaban veraneando, las diversiones eran escasas y el aburrimiento, mucho...
Así, el espíritu enamorado de aquella muchacha avisaba a los conductores desprevenidos del peligro de la curva donde ella perdió su vida. Algunos afirman que esta joven se ha convertido en el ángel de los conductores y que no sólo aparece en la curva donde ella se mató, sino en otros muchos lugares, recordando a los viajeros que la muerte siempre está... demasiado cerca.

Fuente: Jose Calles Vales

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