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jueves, 22 de agosto de 2013

La ondina carissia

Muchas son las historias que se cuentan de esta xana, llamada Carissia o Caricea dependiendo de los narradores. En términos generales puede afirmarse que la documentación al respecto es bastante confusa, variada y distinta hasta la irritación, y en muchos casos abiertamente contradictoria.
La acción de la leyenda de Carissia suele situarse en el lago Noceda, junto a las fuentes del Narcea y cerca de Monasterio de Hermo, un pueblo minero que debe su nombre a la antiquísima designación como sede eclesiástica del Alto Narcea. Sin embargo, hay quien coloca a la ondina Carissia en el lago de Carucedo, del que habla don Enrique Gil y Carrasco en su cuento El lago de Carucedo (1840) y en su novela romántica El señor de Bembibre, publicada cuatro años después. El lago de Carucedo está emplazado en las agrestes tierras de El Bierzo leonés.
Además, una tercera o cuarta versión de la leyenda supone que en el lugar del lago (en las actuales provincias de Asturias o León) había una aldea llamada Lucerna, que es el nombre mítico del país de las ninfas del agua y que se emplea en muchos otros lugares, por ejemplo en el Lago de Sanabria (Zamora).
De Tito Carissio se afirma que fue el encargado de someter a los celtíberos y astures allá por el siglo I a.C. Al parecer se le había encomendado la vigilancia de Castro Bergidum (Cacabelos), un emplazamiento berciano muy próximo a Las Médulas, donde se realizaban los trabajos de extracción de oro.
Una de las versiones de esta leyenda afirma que la ninfa de aquellas montañas se enamoró perdidamente de Tito Carissio y que incluso se hacía llamar con el nombre de su enamorado: Carissia. Pero el soldado romano la despreció y se burló de ella, y la pobre ninfa se deshizo en lágrimas. Las aguas del lago berciano son, al parecer, las lágrimas de­rramadas por Carissia durante treinta años. Otras fuentes aseguran que durante la noche de San Juan puede verse a la xana vagar por los contornos, esperando que un mozo la corteje, aunque los mismos autores que sugieren esta visión no dan mucho crédito a la tradición.
A continuación se relata una historia más verosímil, teniendo en cuenta que en raras ocasiones las xanas se enamoran de los humanos y que es más probable que los hombres caigan presos en los encantos de las damas del agua.

Los astures incomodaban ciertamente a los invasores romanos. Éstos, encabezados por Tito Carissio y Antisto, trataban de reducir a los salvajes habitantes de la montaña aunque, a decir verdad, en pocas ocasiones lo lograban. En Astúrica Augusta, situada en el páramo leonés, habían recibido órdenes tajantes de expulsar a los astures de las montañas norteñas y las tropas romanas, con mucha dificultad, habían llegado a las riberas del Narcea.
La campaña era en extremo difícil: los bosques de hayas, las fuentes, las torrenteras, las empinadas cumbres, el clima infame de aquellas tierras exasperaban a los romanos. Además, tenían que vigilar a los osos y el canto del urogallo era misterioso y tétrico para ellos: a veces pensaban que había almas en pena en aquellos lugares.
Carissio había ordenado acampar cerca de estos bosques umbríos, en un claro cercano al poblado de Hermu. Desde allí tratarían de seguir hacia el este, porque se sabía que los astures se habían reunido en las comarcas cercanas al río Nalón. Con todo, los capitanes romanos estaban desanimados y sin fuerzas: la campaña astur les agotaba, la pertinaz lluvia, los vientos helados de la montaña y las emboscadas de los indígenas eran para ellos una verdadera tortura.
Meditando en estas circunstancias, Carissio vagaba por los montes y trataba de dar con el medio más propicio para lograr la conquista o abandonarla por completo. En uno de estos paseos por los hayedos asturianos, Carissio descubrió a una mujer hermosísima que acicalaba sus cabellos con un peine de oro. Vestía una túnica blanca de lino y sus ojos tenían el verde intenso de aquellos bosques. Un arroyuelo gorjeaba y ponía música a la bella canción de la dama.
Casi sin sentirlo, Carissio entregó su corazón a aquella mujer, mas cuando quiso acercarse a ella, la joven se internó en el bosque y desapareció a su vista. Ciego de pasión, Carissio la persiguió entre las retorcidas y musgosas raíces de las hayas y, de tanto en tanto, descubría el luminoso vestido de la muchacha y veía cómo sus cabellos dorados jugaban con el viento. Al cabo de unos pasos, el romano se hallaba desconcertado y perdido, mas un poco más allá volvía a divisarla y su corazón se encendía aún más. Creía el soldado que la doncella le observaba desde los rincones del bosque y que, sin duda, se estaba burlando de él. La llamaba y le decía que sólo quería hablar con ella, pero la muchacha reía y volvía a esconderse.
Llegaron finalmente a un claro en el que había un lago. Carissio pudo ver a su amada a la orilla de las aguas, bailando y riendo como una muchacha sin juicio. El soldado romano se acercó a ella y trató de abrazarla, pero la xana se lanzó al agua y escapó de sus manos... Carissio comenzó a caminar por la orilla y sin darse cuenta se introducía cada vez más en el lago. Desde las aguas verdes, la muchacha hacía volar miles de gotas de rocío y su risa inundaba el paisaje. Carissio avanzaba hacia la dama que había hechizado su alma... hasta que su pie falló y se hundió en el fondo del lago. Unas débiles burbujas salieron a la superficie y, finalmente, el lago volvió a parecerse a un espejo limpio y pulido.
La brisa de aquellas sierras hizo ondear las aguas y una risa dulce y enamorada pudo escucharse sobre las copas de las hayas.
La xana del lago Noceda llevó desde entonces el nombre de Carissia o Caricea y de ella se cuentan muchas historias, porque está considerada una de las más peligrosas y crueles de Asturias. Un clérigo de Hermu, que pasaba temporadas enteras en aquellas tierras, tuvo el mismo final que Tito Carissio, porque se enamoró de la ondina Caricea y la siguió hasta el lago, donde acabó sus días.
Por esta razón, si el lector pasa alguna vez por esas tierras y descubre a una dama hermosísima que peina sus cabellos junto al lago, pase de allí y vuelva a su casa, que las xanas son dulces y encantadoras, pero sus enamorados mueren pronto.

Fuente: Jose Calles Vales

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