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jueves, 22 de agosto de 2013

El pastelero de madrigal

Gabriel, quien quiera que seáis,
manda en mí el rey que me digáis
quién sois en fin.
JOSÉ ZORRILLA

De Felipe II se cuentan muchas historias, unas falsas y otras verdaderas. Si bien lo que se dice de bueno suele ser mentira y lo que se dice de malo, verdad. El caso es que a finales del siglo XVI era Felipe II quien dominaba buena parte de Europa y su ambición no reparaba en dificultades: todo eran trampas y argucias, con tal de aumentar su poder y someter a su imperio a cuantos tenía a su alrededor. Uno de sus más ardientes deseos era el de hacerse con el reino de Portugal, que por aquellas fechas gobernaba un sobrino suyo: don Sebastián. Para desgracia de los portugueses y alegría de Felipe II, el rey don Sebastián partió de Lisboa con dirección a África en una expedición temeraria y llena de riesgos. La batalla de Alcazarquivir es conocida más bien como el desastre de Alcazarquivir, pues allí murieron casi todos los cristianos portugueses, y los que en aquel lugar estuvieron no fueron vistos ni vivos ni muertos nunca más. Ocurrió esta tragedia el día 4 de agosto de 1578 y corrió por Castilla y Portugal que el mismo rey don Sebastián había perecido en el lance. Como quiera que fuese, por mucho que se buscó el cadáver del rey, éste no apareció jamás, y Felipe II vio las puertas abiertas para acaparar el trono portugués. El hecho de que no pudiera ser recuperado el cuerpo sugirió la idea de que, en verdad, el rey seguía vivo y que se escondía en algún lugar incógnito por temor a las asechanzas de su tío, Felipe II.
La leyenda del rey incógnito pervivió durante algunos años, durante los cuales aparecieron varios individuos que pretendían hacerse pasar por el verdadero don Sebastián; al cabo, todos fueron descubiertos, encarcelados y ahorcados.
Por aquellos tiempos, como se supone, las intrigas que se urdían contra el rey Felipe II eran constantes. Bien por asuntos políticos, bien por rencores personales, lo cierto es que muchos castellanos (y casi todos los portugueses) hacían cuanto podían para enojar al rey, o para traerle quebraderos de cabeza o para dañarle de algún modo. Uno de estos individuos intrigantes era Fray Miguel de los Santos, un frailongo agustino, oscuro y de mala catadura. El propio Felipe II lo había desterrado a Salamanca, con el fin de mantenerlo fuera de la Corte, aunque finalmente levantó un tanto su poderosa mano y Fray Miguel de los Santos acabó siendo vicario de Santa María la Real en el pueblo abulense de Madrigal.
Sin embargo, el fraile no dejó de tramar maldades y acechanzas a pesar de su apartamiento, y encontró lo que mejor le convenía en el pueblo de Madrigal. Vivía allí un hombre llamado Gabriel de Espinosa, de oficio pastelero, con una dueña y una niña de pocos años. Su vida era común, si bien la timidez de este hombre no propiciaba muchas relaciones ni habladurías. Para Fray Miguel de los Santos fue un hallazgo: el pastelero se parecía al rey don Sebastián como una gota de agua a otra.
Le faltó tiempo al frailongo para acercarse al despacho de Gabriel de Espinosa y proponerle. en secreto, suplantar al rey de Portugal. Gabriel no quiso hablar de ello y, taciturno como era, se negó a tamaña infamia. El fraile insistió, y comenzó a llevarle joyas, tejidos, brocados y suficiente dinero para que no tuviera que volver a amasar harina durante el tiempo que durase su vida. El interés del fraile era mantener al nuevo don Sebastián de incógnito, mientras él, por su parte, urdía la rebelión en Portugal y se aseguraba el triunfo de la intriga. De modo que comenzó a escribir cartas a tal y cual noble, a este archiduque y a aquel virrey. También envió cartas a doña Ana de Austria, proponiéndole el matrimonio con don Sebastián y asegurándole que éste aún vivía. Al tiempo, hizo correr la voz entre los comerciantes, capitanes y nobles portugueses, cubriéndose las espaldas en caso de revolución.
Las cartas entre el falso don Sebastián y Ana de Austria iban v venían, pero era el fraile quien se encargaba de redactarlas. Poniendo en ellas toda la pasión y el ardor de los amantes verdaderos. Tanto fue así, que Ana finalmente creyó estar enamorada del mismísimo rey de Portugal. Los dineros de la rebelión comenzaban a faltar y al fraile no se le ocurrió otra cosa que pedirle ayuda a la princesa: ésta, creyendo que era don Sebastián quien con tanta vehemencia solicitaba su comprensión ante la tiranía de Felipe II, no dudó en enviarle las joyas más preciadas que tenia.
La conspiración iba así del mejor modo posible y tanto Gabriel de Espinosa como Fray Miguel se felicitaban por el buen curso de los acontecimientos. Pero he aquí que sucedió un hecho lamentable: iban el fraile y el pastelero de camino a Valladolid, donde debían encontrarse con otros portugueses para preparar el golpe definitivo y hacerse con el trono de Portugal, cuando decidieron descansar en una posada. En aquella venta apartada vivían varias cortesanas que no tardaron en dar conversación al fraile y al pastelero. Taimadas y sagaces como son, las mujeres rodearon de zalamerías a ambos, y los dos viajeros quedaron pronto envueltos en sus brazos. Tras una noche festiva, estas mujerzuelas quisieron cobrar sus honorarios y como Gabriel no llevaba dinero en su taleguilla, les ofreció alguna de las joyas que le había enviado Ana de Austria.
¿Para qué decir más? Las cortesanas creyeron que Gabriel era un ladrón y que las joyas eran el botín de algún asesinato, de modo que lo acusaron ante don Rodrigo de Santillana, que era por entonces alcalde de Valladolid.
Gabriel fue detenido y encarcelado. La causa que se siguió contra él reveló muchas circunstancias jugosas: se supo que muchos nobles portugueses lo habían visitado en la trastienda de su despacho, en Madrigal; se conoció que tras las intrigas estaba el nombre de Fray Miguel de los Santos, de modo que también éste fue apresado y ahorcado sin más miramientos. Además, se encontraron las cartas con doña Ana de Austria, que fue condenada a vivir en un monasterio sin salir de su celda sino para oír misa.
Cuando el alcalde don Rodrigo de Santillana tomó declaración a Gabriel de Espinosa, éste afirmó que sólo había aceptado la propuesta de suplantar al rey de Portugal por dinero, por bienes y regalos. Aseguraba que él era sólo un pobre pastelero de Madrigal, sin hacienda y sin nombre, que sus padres no vivían y que no tenía más familia que él mismo. Sin embargo, lo que más llamó la atención del alcalde fue que decía todas estas cosas como queriendo decir lo contrario: juraba que era pastelero y en sus ojos se echaba de ver que mentía; repetía que era un pobre hombre y sus gestos galantes lo desmentían; afirmaba que todo lo hizo por riquezas y volvía el gesto para sonreír a escondidas. Y más: el alcalde lo amenazaba con la horca y él mostraba un desprecio por la muerte que sólo se conoce en los talantes más valerosos.
Finalmente, el hombre que se hacía llamar Gabriel de Espinosa, pastelero de Madrigal, fue condenado a muerte. Se le trasladó a su pueblo, se le arrastró por las calles, se le descuartizó y se le decapitó, y la cabeza se colocó en una jaula de hierro a buena altura, donde los cuervos y los grajos le pudieran sacar los ojos.
De todos estos acontecimientos y de otros muchos se da noticia en la Historia de Gabriel de Espinosa, pastelero en Madrigal, que fingió ser el rey don Sebastián de Portugal. Y asimismo la de Fray Miguel de los Santos, de la Orden de San Agustín, en el año 1595. Publicóse esta relación en Xerez, en el año 1683.

Fuente: Jose Calles Vales

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