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sábado, 17 de agosto de 2013

El caballero de olmedo

Que de noche lo mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
TRADICIONAL

La trágica historia del caballero de Olmedo tiene su origen proba­blemente a finales del siglo XV o principios del XVI, y la canción tradicional que se ha transcrito arriba fue muy popular durante las centurias posteriores. Lope de Vega tomó la leyenda como argumento de su obra teatral, aunque varió sustancialmente el argumento, de acuerdo con su prodigiosa inventiva y las reglas de la dramaturgia en el Siglo de Oro. La obra de Lope de Vega ha influido decisivamente en el relato original y, muchas veces, la forma moderna de la leyenda se corresponde más con el resumen de la representación teatral que con el primitivo suceso acaecido entre Medina y Olmedo, en la actual provincia de Valladolid.
Por otro lado, los investigadores han podido reconstruir hasta cierto punto la verdadera historia y, tal y como ellos lo cuentan, el suceso resulta más bien vulgar: dicen los historiadores que el hecho real acaeció en el año 1521 y que el caballero en cuestión se llamaba Juan Vivero. Una disputa entre Juan y un amigo suyo llamado Miguel Ruiz, acabó con la vida del primero. Se dice que no hubo amores, ni cortejos, ni espadas ni valor, sino más bien mucho vino en la taberna y un quítame allá esas pajas.
La leyenda, según cuentan los lugareños, es como sigue: se afirma que en Olmedo vivía el caballero más apuesto y galante que jamás se viera. Acompañaba su gallarda figura con las más ricas galas y todos reconocían el valor y la cortesía entre sus distinguidos talentos. Se llamaba este joven don Alonso de Vivero y, aunque había muchas damas (algunas de postín) que andaban enamoris-cadas de él, lo cierto es que el corazón de don Alonso estaba rendido a los pies de una humilde campesina.
Don Alonso amaba en secreto a esta muchacha, hermosa en extremo, gentil y risueña. Veíanse en secreto en parajes ocultos, cerca de Medina, y con los días el cariño se hacía más fuerte y el querer más sincero. Sin embargo, don Alonso albergaba algunos temores, ya que no era conveniente para su casa una boda con una campesina, por más que Inés (que así se llamaba la moza) pudiera competir en trazas y maneras con una marquesa.
Así las cosas, llegaron las fiestas de Medina, donde, además de otros festejos, se corrían cañas. Este antiguo divertimento consistía en torear a caballo, mostrando destreza y habilidad en todos los lances. Acudió don Alonso con su caballo a la plaza y lució de tal modo en el arte de torear a caballo que los paisanos no dudaron en otorgarle el primer premio. Todos estaban encantados con el caballero de Olmedo y los «vivas» resonaban con gran algarabía. Las piruetas, los quiebros, los engaños, la apostura del jinete, todo, en fin, eran el placer de los espectadores.
Cabalgando con buen aire, llegó don Alonso al palco donde debería recoger el fruto de su éxito y, cuál no sería su sorpresa cuando, entre las damas principales, vio a su Inés, a quien todos llamaban la Dama de Alba. Lanzó ésta el pañuelo y lo recogió don Alonso turbado y enamorado. Para asegurarle su cariño, Inés lo despidió con un beso que todos los paisanos vitorearon y aplau-dieron.
No pudo acabar mejor la fiesta para don Alonso. Su Inés era, en realidad, una gran dama y podría casarse con ella sin ningún impedimento. Contento y alegre, se volvió a Olmedo, pensando en su amante y en la felicidad futura. De aquel modo tan extraño había querido Inés demostrarle públicamente su amor, deshaciendo misterios y certificando que muy pronto sería su esposa.
Cuando volvió a Olmedo contó a todos el éxito obtenido en Medina y aquella misma noche comenzaron a hacerse fiestas y convites, pues los familiares y amigos estaban encantados con la buenísima noticia: ¡al fin se casaba don Alonso! ¡Y la novia era nada menos que doña Inés, la Dama de Alba!
Entrada la noche don Alonso se retiró a sus aposentos y quiso dormir. Pero su imaginación estaba turbada: las grandes emociones del día y, sobre todo, la imagen de su Inés lanzándole un apasionado beso, lo mantenían desvelado. ¿Qué puede hacer un enamorado en este trance? No lo dudó: tenía derecho a visitar el balcón de su amada; tomaría un caballo y en muy breve tiempo se hallaría entonando amorosas canciones a la luz de la luna. No había, según su parecer, mejor modo de gastar la noche.
De modo que, a escondidas y sin ser visto, tomó su mejor alazán y se encaminó a Medina. La noche era oscura como boca de lobo, pero nada atemorizaba a nuestro soñador amante. Ya quedaban atrás las últimas casas de Olmedo cuando don Alonso se detuvo: una delicadísima voz femenina se oía y el viento helado parecía traer sus notas desde las cavernas de la muerte. La canción le estremeció:

Que de noche lo mataron,
 al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo...

Pero don Alonso no quiso dejarse embaucar por supersticiones y cuentos de brujas: estaba decidido a ir a Medina y por nada del mundo dejaría de ver aquella misma noche a su amada.
Llegó más adelante, y se topó con un caballero embozado. «¿Quién eres?» preguntó. El jinete apartó su capa y don Alonso pudo ver a un hombre en todo semejante a él: llevaba una herida mortal en el pecho y sus ropas estaban teñidas de sangre.
-Soy don Alonso de Vivero -respondió con voz sepulcral-, que me han matado esta noche unos traidores.
Y espoleando su cabalgadura, desapareció entre las tinieblas nocturnas.
Pero don Alonso no era un hombre medroso, bien lo había demostrado ante toros y hombres. De modo que, volviendo riendas, nada quiso saber de malos augurios ni de profecías ni de falsos vaticinios y se encaminó a Medina tal y como se había propuesto.
Allá va don Alonso, se pierde en la oscuridad de la noche. El viento helado gime entre las cortezas de los árboles, se oculta la luna entre pardos nubarrones y unas sombras acechan tras aquellas ruinas del camino...
Unos pastores dieron la noticia: habían hallado a don Alonso de Vivero muerto en el camino, envuelto en sangre y el pañuelo de doña Inés en la mano. Se dijo que unos bandidos le habían salido y que, negándose a entregarles el dinero, lo habían asesinado. Se dijo, también, que un tal don Rodrigo, pretendiente de Inés, le había tendido una trampa y que, junto a sus secuaces, lo había apuñalado sin remedio. Pero, aparte de estas suposiciones, nada se conoció de fijo sino que don Alonso estaba muerto y que Inés abandonó Medina para ir a llorarlo en un monasterio. Si el caminante se detiene en el camino que va de Olmedo a Medina, tal vez pueda oír una misteriosa voz que, anegada en llanto, canta del siguiente modo:

Que de noche lo mataron,
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Sombras le a visaron
que no saliese
y le aconsejaron
que no se fuese,
el caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Fuente: Jose Calles Vales

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