Que de noche lo mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
TRADICIONAL
La trágica historia del caballero de Olmedo tiene su
origen probablemente a finales del siglo XV o principios del XVI, y la canción
tradicional que se ha transcrito arriba fue muy popular durante las centurias
posteriores. Lope de Vega tomó la leyenda como argumento de su obra teatral,
aunque varió sustancialmente el argumento, de acuerdo con su prodigiosa
inventiva y las reglas de la dramaturgia en el Siglo de Oro. La obra de Lope de
Vega ha influido decisivamente en el relato original y, muchas veces, la forma
moderna de la leyenda se corresponde más con el resumen de la representación
teatral que con el primitivo suceso acaecido entre Medina y Olmedo, en la
actual provincia de Valladolid.
Por otro lado, los investigadores han podido
reconstruir hasta cierto punto la verdadera historia y, tal y como ellos lo
cuentan, el suceso resulta más bien vulgar: dicen los historiadores que el
hecho real acaeció en el año 1521 y que el caballero en cuestión se llamaba
Juan Vivero. Una disputa entre Juan y un amigo suyo llamado Miguel Ruiz, acabó
con la vida del primero. Se dice que no hubo amores, ni cortejos, ni espadas ni
valor, sino más bien mucho vino en la taberna y un quítame allá esas pajas.
La leyenda, según cuentan los lugareños, es como
sigue: se afirma que en Olmedo vivía el caballero más apuesto y galante que
jamás se viera. Acompañaba su gallarda figura con las más ricas galas y todos
reconocían el valor y la cortesía entre sus distinguidos talentos. Se llamaba
este joven don Alonso de Vivero y, aunque había muchas damas (algunas de
postín) que andaban enamoris-cadas de él, lo cierto es que el corazón de don
Alonso estaba rendido a los pies de una humilde campesina.
Don Alonso amaba en secreto a esta muchacha, hermosa
en extremo, gentil y risueña. Veíanse en secreto en parajes ocultos, cerca de
Medina, y con los días el cariño se hacía más fuerte y el querer más sincero.
Sin embargo, don Alonso albergaba algunos temores, ya que no era conveniente
para su casa una boda con una campesina, por más que Inés (que así se llamaba
la moza) pudiera competir en trazas y maneras con una marquesa.
Así las cosas, llegaron las fiestas de Medina, donde,
además de otros festejos, se corrían cañas. Este antiguo divertimento consistía
en torear a caballo, mostrando destreza y habilidad en todos los lances. Acudió
don Alonso con su caballo a la plaza y lució de tal modo en el arte de torear a
caballo que los paisanos no dudaron en otorgarle el primer premio. Todos
estaban encantados con el caballero de Olmedo y los «vivas» resonaban con gran
algarabía. Las piruetas, los quiebros, los engaños, la apostura del jinete,
todo, en fin, eran el placer de los espectadores.
Cabalgando con buen aire, llegó don Alonso al palco
donde debería recoger el fruto de su éxito y, cuál no sería su sorpresa cuando,
entre las damas principales, vio a su Inés, a quien todos llamaban la Dama de Alba. Lanzó ésta el pañuelo
y lo recogió don Alonso turbado y enamorado. Para asegurarle su cariño, Inés lo
despidió con un beso que todos los paisanos vitorearon y aplau-dieron.
No pudo acabar mejor la fiesta para don Alonso. Su
Inés era, en realidad, una gran dama y podría casarse con ella sin ningún
impedimento. Contento y alegre, se volvió a Olmedo, pensando en su amante y en
la felicidad futura. De aquel modo tan extraño había querido Inés demostrarle
públicamente su amor, deshaciendo misterios y certificando que muy pronto sería
su esposa.
Cuando volvió a Olmedo contó a todos el éxito obtenido
en Medina y aquella misma noche comenzaron a hacerse fiestas y convites, pues
los familiares y amigos estaban encantados con la buenísima noticia: ¡al fin se
casaba don Alonso! ¡Y la novia era nada menos que doña Inés, la Dama de Alba!
Entrada la noche don Alonso se retiró a sus aposentos
y quiso dormir. Pero su imaginación estaba turbada: las grandes emociones del
día y, sobre todo, la imagen de su Inés lanzándole un apasionado beso, lo
mantenían desvelado. ¿Qué puede hacer un enamorado en este trance? No lo dudó:
tenía derecho a visitar el balcón de su amada; tomaría un caballo y en muy
breve tiempo se hallaría entonando amorosas canciones a la luz de la luna. No
había, según su parecer, mejor modo de gastar la noche.
De modo que, a escondidas y sin ser visto, tomó su
mejor alazán y se encaminó a Medina. La noche era oscura como boca de lobo,
pero nada atemorizaba a nuestro soñador amante. Ya quedaban atrás las últimas
casas de Olmedo cuando don Alonso se detuvo: una delicadísima voz femenina se
oía y el viento helado parecía traer sus notas desde las cavernas de la muerte.
La canción le estremeció:
Que de
noche lo mataron,
al caballero;
la gala de
Medina,
la flor de
Olmedo...
Pero don Alonso no quiso dejarse embaucar por
supersticiones y cuentos de brujas: estaba decidido a ir a Medina y por nada
del mundo dejaría de ver aquella misma noche a su amada.
Llegó más adelante, y se topó con un caballero
embozado. «¿Quién eres?» preguntó. El jinete apartó su capa y don Alonso pudo
ver a un hombre en todo semejante a él: llevaba una herida mortal en el pecho y
sus ropas estaban teñidas de sangre.
-Soy don Alonso de Vivero -respondió con voz
sepulcral-, que me han matado esta noche unos traidores.
Y espoleando su cabalgadura, desapareció entre las
tinieblas nocturnas.
Pero don Alonso no era un hombre medroso, bien lo
había demostrado ante toros y hombres. De modo que, volviendo riendas, nada
quiso saber de malos augurios ni de profecías ni de falsos vaticinios y se
encaminó a Medina tal y como se había propuesto.
Allá va don Alonso, se pierde en la oscuridad de la
noche. El viento helado gime entre las cortezas de los árboles, se oculta la
luna entre pardos nubarrones y unas sombras acechan tras aquellas ruinas del
camino...
Unos pastores dieron la noticia: habían hallado a don
Alonso de Vivero muerto en el camino, envuelto en sangre y el pañuelo de doña
Inés en la mano. Se dijo que unos bandidos le habían salido y que, negándose a
entregarles el dinero, lo habían asesinado. Se dijo, también, que un tal don
Rodrigo, pretendiente de Inés, le había tendido una trampa y que, junto a sus
secuaces, lo había apuñalado sin remedio. Pero, aparte de estas suposiciones,
nada se conoció de fijo sino que don Alonso estaba muerto y que Inés abandonó
Medina para ir a llorarlo en un monasterio. Si el caminante se detiene en el
camino que va de Olmedo a Medina, tal vez pueda oír una misteriosa voz que,
anegada en llanto, canta del siguiente modo:
Que de
noche lo mataron,
al
caballero;
la gala de
Medina,
la flor de
Olmedo.
Sombras le
a visaron
que no
saliese
y le
aconsejaron
que no se
fuese,
el
caballero;
la gala de
Medina,
la flor de
Olmedo.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.003.3 anonimo (españa) - 018
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