Después de que sus padres sufrieran el accidente, Anja
no tuvo más remedio que ir a vivir con su tía-abuela-segunda por parte de
madre, la famosa bruja Baba Yaga.
-Baba Yaga vivía en una casa de color negro, que se
sostenía por dos enormes patas de gallina. Cuando a la casa se le ocurría dar
un paseo, los que la habitaban tenían que agarrarse de lo que tuvieran más
cerca para no salir rodando por los suelos. Por suerte la casa era bastante
vaga y prefería quedarse, casi siempre, en un mismo lugar.
Baba Yaga, como toda bruja que se precie, tenía una
idea muy clara con respecto al futuro de su sobrina-nieta-segunda: quería
comérsela. Anja era una chica regordeta que siempre tenía una sonrisa en el rostro,
y no había momento del día en que no estuviera dispuesta a ayudar a un viejito
a cruzar la calle, lavar los platos o darle de comer a un gatito hambriento.
Justo lo que una bruja odia con toda su alma.
Baba Yaga tenía un montón de sirvientes que, temblando
de miedo, hacían todo lo que ella decía.
-¡Quiero comer lengua de lagarto bailarín! -gritaba la
bruja, y la sirvienta tenía que dar la vuelta al mundo, hasta encontrar un
lagarto que bailase y además estuviese dispuesto a dejarse sacar la lengua.
-¡Quiero pintar mi habitación con pintura de moco de
dragón recién nacido!.
-Y ahí tenía que salir el pobre portero, a
encontrarse un dragón bebé a quien sonarle el hocico.
Anja, en cambio, se había hecho amiga de todos el
mismo día en que había llegado. Los sirvientes estaban tan poco acostumbrados a
que les sonrieran y les hablaran con buenas maneras, que adoraban a la pequeña
Anja como si fuera una hija.
Una tarde en la que Anja se encontraba fregando el
baño como todos los días, la bruja Baba Yaga decidió que había llegado el
momento de comerse a su sobrina-nieta-segunda.
-¡Prepárame a Anja con un poco de salsa agridulce! -le
gritó a su cocinera.
La cocinera, que nunca en su vida había ni pensado en
dudar una orden de la bruja, se puso seria como una estatua, y cerrando un
puño dentro del delantal, le dijo con todas sus fuerzas:
-¡Nunca! -y sin esperar respuesta, abandonó la casa.
Cuando Baba Yaga se repuso de la sorpresa, se acercó
al portero y le gritó:
-¡Encierra a Anja en el calabozo, que esta noche
quiero comér-mela!
El portero repitió el mismo gesto serio de la
cocinera, y sacudiendo un manojo de llaves como si fueran unas maracas, le
respondió:
-¡Jamás! -y tirando las llaves sobre la mesa, dejó
también la casa.
El gato de Baba Yaga, que había ronroneado por
primera vez gracias a las caricias de Anja, lo escuchó todo, oculto detrás de
una maceta con una flor seca. Rápido como un gato apurado se dirigió hacia
donde Anja lavaba el baño.
-¡Mi querida Anja! -le dijo entre jadeos de cansancio
-¡Finalmente se ha descubierto que Baba Yaga lo que
quiere es comerte!
-Bueno -dijo Anja, que como no era ninguna tonta, ya
se había imaginado que vivir con una bruja iba a tener sus contratiempos.
-Debes escapar por la puerta trasera ahora mismo. Pero
antes toma estos regalos, te serán indispensables.
-Y diciendo esto, el gato le entregó a Anja un pequeño
peine y una toalla.
-¡Mil gracias! -dijo Anja con una sonrisa enorme,
porque le encantaba que le hicieran regalos, aunque fueran tan extraños como
ésos.
Cuando Baba Yaga entró en el baño dispuesta a atrapar
a Anja con sus propias manos, el gato se hizo el distraído, como si no supiera
que su amiga ya se encontraba corriendo a toda velocidad por la estepa.
-¡La has ayudado a escapar! -gritó furiosa Baba Yaga,
que no por nada era bruja.
-¿Quién, yo? -preguntó el gato.
Baba Yaga sabía que no hay nada más inútil en esta
vida que discutir con un gato, así que enseguida se puso un saquito para el
frío, y salió corriendo detrás de su sobrina-nieta-segunda.
Anja sintió que la bruja venía detrás suyo. Al ritmo
al que iban, Baba Yaga la alcanzaría en pocos segundos. Mientras esquivaba
ramas bajas y saltaba troncos caídos, metió la mano en el bolsillo de su
vestido, sacó la toalla que el gato le había regalado y la lanzó hacia atrás
sin mirar lo que pasaba. La toalla dio un giro mágico en el aire, y así como
si nada, se transformó en un gran río que le impidió a la bruja seguir
corriendo.
-¡Los truquitos de magia no significan nada para mí!
-dijo la bruja, profundamente ofendida. Volvió sobre sus pasos, realizó tres
pases mágicos con sus largos y huesudos dedos, e hizo aparecer cinco bueyes.
Los bueyes se bebieron el a ua del río
como uien se bebe un té.
Anja no tardó en darse cuenta de que la bruja había
vuelto a perseguirla. Esta vez con un poco más de dificultad -ya llevaba mucho
tiempo corriendo- buscó en el bolsillo de su delantal, sacó el peine, y lo
lanzó hacia atrás, tal como había hecho con la toalla. El peine giró y giró en
el aire, y al caer al suelo, se convirtió en un profundo y oscuro bosque.
Esta vez la bruja Baba Yaga no tuvo tiempo de
reaccionar. Antes de poder decir ni "abracadabra", se vio completamente
perdida en medio de miles de árboles negros que no la dejaban moverse para
ningún lado.
Anja logró escapar así, sana y salva, de las garras de
su tía-abuela-segunda. Nunca abandonó su sonrisa constante y en toda su vida,
jamás le faltó ni un solo amigo que le diera ayuda cuando ella lo necesitara.
Fuente: Azarmedia-Costard
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0.062.3 anonimo (rusia) - 020
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