Este extraordinario suceso aparece en un libro que
tuvo cierta fama en los siglos XVIII y XIX Fue escrito por un abad benedictino
de Sénones, en la Lorena
francesa: el Padre Agustin Calmet. Su ensayo se titulaba Tratado sobre las apariciones de espíritus y sobre los vampiros (1751).
En la segunda parte de este trabajo, el abad describía con minuciosidad algunos
hechos verdaderamente asom-brosos.
En uno de ellos habla de Catalina, una muchacha que
vivía en Perú, en la región de los ititanos. No dice el autor cuándo acaeció
este suceso, pero es de suponer que desde el siglo XVII la historia de Catalina
era bien conocida.
Al parecer, esta joven murió a la edad de dieciséis
años y las circunstancias de su fallecimiento fueron desgraciadas. Según el
cronista, Catalina había cometido muchas perfidias y sacrilegios, y su vida
había sido una retahíla de pecados y lujurias, porque era fornicadora hasta
límites insospechados. Aún los doctores no habían certificado su muerte, cuando
el cuerpo se vio atacado por una infección espantosa y la piel se cubrió de
llagas purulentas y gusanos. El olor era tan penetrante y asqueroso que los
familiares tuvieron que sacar el cadáver a la calle, para evitar que la
pestilencia invadiera la casa.
Los presentes aseguraban que se oyeron ladridos de
perros y aullidos de chacales. Ese mismo día, un caballo conocido por su
docilidad se puso nervioso y comenzó a relinchar con gran temor, y a expulsar
babas por la boca. Daba tan violentas coces que rompió las ataduras, se partió
una pata y se hizo profundas heridas en el cuello.
No acaban aquí los sorprendentes sucesos de aquella
funesta noche: un muchacho dormía plácidamente cuando una misteriosa mano tiró
de su pie, sacándolo de la cama y arrastrándolo por la habitación. Y una joven
criada que había en la casa recibió un golpe fuerte en la espalda, del que se
estuvo doliendo muchos días.
Todos estos sucesos acaecieron, como dice Dom Calmet,
«antes de que se inhumase el cuerpo de Catalina».
La casa de la difunta parecía poseída por su espíritu
o alma en pena. En la casa habitaba una sirvienta que, como el otro muchacho,
fue sacado de la cama por una mano fría e invisible, que tiraba de su pie. Y
fue arrastrada por toda la casa, golpeándose con los quicios de las puertas y
los muebles. Esta misma sirvienta contaba que, en cierta ocasión, había entrado
en la habitación de Catalina para coger unos vestidos, y vio allí mismo a la
muerta con una vasija de barro en las manos: con el rostro comido por las llagas
e inflamado en ira, lanzó la vasija contra la criada y estuvo a punto de
abrirle la cabeza. La madre de Catalina acudió a la sala cuando oyó aquel
estrépito y vio que sin que nadie tocara nada, los objetos se estrellaban
contra los muros, las paredes y las puertas. Los ladrillos de la casa se movían
y las paredes temblaban...
Avisaron los padres de Catalina al cura de la aldea y
éste les confirmó que su hija era una «reviniente», cuyas maldades en vida
seguían siendo maldades en la muerte. Acogida por el demonio, Catalina seguiría
en aquel lugar durante siglos y siglos hasta que Dios se apiadara de ella.
Prueba de que Catalina, perversa y lujuriosa, no había sido recibida por el
Señor. fue que cuando el cura entró en la sala donde había muerto, encontró un
crucifijo desclavado y partido en tres piezas.
Los padres, los hermanos y los criados de Catalina
abandonaron aquel lugar e hicieron quemar la casa y sembrarla con sal. Al cabo también
encargaron muchas misas por el alma de Catalina, de la cual no se supo nada en
adelante.
Fuente:
Jose Calles Vales
0.081.3 anonimo (sudamerica) - 018
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