Translate

viernes, 3 de mayo de 2013

El señor hatuey de cuba

La historia que aquí se cuenta puede leerse con gusto también en la Historia de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas y, resumida, en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, del mismo autor. Ha de decirse, primeramente, que Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566) era un fraile dominico que se esforzó en denunciar las tropelías y crueldades de los españoles en América. La corte española de Carlos v y el Consejo de Indias argumentaban, en términos generales, que los españoles tenían el derecho de sojuzgar a los indígenas de acuerdo con las leyes de la guerra, tal y como se entendían entonces. Y, por otro lado, las autoridades eclesiásticas ordenaban la conversión de los indios al cristianismo. No todos los españoles estaban de acuerdo con estas prácticas aberrantes, sobre todo cuando la imposición política y religiosa se llevaba a cabo mediante torturas y crímenes horrorosos. Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas denunciaron las tremendas injusticias y brutalidades de los españoles en América, y defendieron la libertad de los indios en lo que pudieron. El debate entre los defensores de los indígenas y los que pretendían una invasión sin límites acabó en un debate feroz, resuelto en parte por la bula del papa Pablo III (Sublimis Deus), donde se proclamaba la libertad de los indios y la legitimidad de sus posesiones; además, desde Roma se ordenaba que la conversión al cristianismo debía realizarse mediante la predicación y el buen ejemplo.
El caso es que ni el papa Pablo III, ni Francisco de Vitoria, ni Bartolomé de las Casas tuvieron mucho éxito, y la conquista de América se desarrolló en la mayor injusticia y crueldad. Si los españoles fueron los artífices de grandes matanzas en el centro y sur de América, los ingleses hicieron lo propio en el norte, asolando y destruyendo las poblaciones indígenas. Tal y como afirma el cronista del siglo XVI «la causa porque han muerto y destruido tantas y tales y tan infinito número de almas los cristianos, ha sido solamente por tener su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días».
El oro y la ambición fueron, precisamente, los impulsores de dichas matanzas. A continuación se da noticia de la conquista de la isla de Cuba en 1511 por la expedición de Diego Velázquez.
Vivía por entonces en la isla un señor principal, muy amado de sus súbditos, llamado Hatuey. Este rey o señor había vivido antes en Haití, una isla preciosa a la que los conquistadores llamaron La Española. Pero las amenazas y las guerras hicieron que Hatuey se trasladara con muchos de los suyos a Cuba, esperando que los españoles jamás llegaran allí. Sin embargo, los conquistadores de Europa no se contentaron con pequeños territorios y la ambición gobernaba sus corazones. Quisieron, por tanto, asolar Cuba, matar a sus pobladores y quedarse con tanta riqueza como había en la isla. Hatuey se veía apremiado y reunió a sus súbditos diciéndoles:
-Ya sabéis cómo nos tratan los cristianos, y sabéis las grandes matanzas que han hecho con nuestro pueblo, pero ¿sabéis por qué?
A lo que los indios contestaron:
-Porque son por naturaleza crueles y despiadados.
El rey Hatuey negó con la cabeza y les informó que los cristianos tenían un dios al que querían y estimaban mucho. Y porque los cristianos amaban mucho a su dios, querían que todos los hombres de la tierra lo adoraran igualmente y quien no se avenía a adorarlo era torturado y muerto sin piedad.
Junto a Hatuey había un cofrecillo con diademas, brazaletes y anillos de oro. El rey lo abrió y dijo a sus súbditos:
-Éste es el dios de los cristianos. Cantaremos y danzaremos en torno a él, y suplicaremos a este dios que nos dé paz y que los cristianos no nos maten.
Así lo hicieron aquellos indios y durante toda una noche estuvieron bailando en derredor del cofrecillo de oro; cantaban himnos y se arrodillaban ante él, y aunque ellos tenían en poco valor el oro, pensaban que, siendo el dios de los cristianos, algo podría hacer por salvarles la vida. Estas danzas y cantos se llamaban areitos.
Llegaron al fin noticias y se supo que los capitanes y tropas de Diego Velázquez habían pasado a la isla, destruyendo todo cuanto encontraban a su paso, robando el oro, asesinando a hombres y niños, y violando a las jóvenes doncellas. Así vieron los súbditos de Hatuey que sus danzas de nada habían servido. De nuevo se reunieron todos en asamblea y el rey les dijo:
-Por el oro que tenemos, nos matarán. Echémoslo al río.
Así lo hicieron: recogieron en cestas todo el oro que poseían y lo lanzaron al río, porque estaban desesperados viendo la cruel muerte que les acechaba.
Durante muchos meses Hatuey estuvo huyendo de los cristianos, emboscado en las montañas, viendo como morian sus gentes y lamentándose de su mala fortuna. Finalmente, él mismo fue apresado y llevado al patíbulo. Se preparó una hoguera y se le condenó sin juicio a ser quemado vivo, sólo porque se había defendido, porque huía de la crueldad y porque no quiso rendirse a la opresión de los castellanos.
Ya tenían la pira dispuesta, cuando un fraile franciscano se acercó a él y le habló de Dios y de los beneficios de la fe cristiana. También le dijo que si renegaba de sus dioses y se convertía al cristianismo podría ir al cielo, donde había gloria y descanso eterno. Y si no, se vería en el infierno donde arden sin cesar los fuegos y las almas padecen grandes tormentos. Dijo Hatuey:
-¿Y van los cristianos al cielo?
-Sí -contestó el franciscano.
-Prefiero entonces ir al infierno -contestó Hatuey.
En pocos años la isla de Cuba quedó desolada. Fray Bartolomé de las Casas asegura que los indios salían a los caminos a recibir a los cristianos, y llevaban en cestas pescados, pan de maíz y otros manjares, los que tenían. Y que allí mismo los mataban, como sucedió en la matanza de Caonao. En otra ocasión, el capitán Pánfilo de Narváez aseguró que si los indios se rendían, no los mataría, pero traicionó su palabra y quiso quemar vivos a todos los caciques o reyes de aquel lugar. Se cuenta que un oficial recibió trescientos esclavos indios y que, al cabo de poco tiempo, no le quedaban sino treinta, porque a todos los mataba trabajando en las minas. En cuatro meses los cristianos mataron a siete mil niños, porque los hacían trabajar sin descanso en las minas y no les importaba que se murieran.
Tantas calamidades pasaban los indios que muchos se subían a los montes; pero otros, viendo que serían muertos de un modo u otro, se ahorcaban. Por toda la isla se podían ver hombres, y mujeres, y niños colgados. Por culpa de un cristiano se acabaron quitando la vida doscientos indios.
Los cristianos no quisieron que los indígenas estuvieran en las montañas y los persiguieron con crueldad, asolando cuanto encontraban a su paso. Por eso, dice Fray Bartolomé, durante mucho tiempo estuvo Cuba sin habitantes y la soledad y la amargura llenaban las ciudades vacías y los campos muertos.

Fuente: Jose Calles Vales

0.081.3 anonimo (sudamerica) - 018

No hay comentarios:

Publicar un comentario