Manstin era un valiente guerrero, y tenía un gran
corazón. Un día, al ponerse los pantalones de ante, dio un pisotón en el suelo
con sus mocasines y dijo: "Abuela, ¡ten cuidado con Iktomi! No dejes que
te atrape con alguna de sus tretas. Me voy al norte a una larga cacería."
Con estas palabras de advertencia, Manstin se despidió
de su vieja Abuela Conejo, con quien había vivido desde que naciera, y salió
hacia el norte. Apenas hubo escalado las altas colinas, escúehó el llanto de un
bebé humano.
"¡Wan!"
-exclamó, moviendo sus largas orejas en la áirección del sonido; "¡Wan! ¡Esto es obra del cruel Doble
Rostro! ¡Cobarde sinvergüenza! ¡Se recrea torturando a criaturas indefensas!”
Murmurando palabras incomprensibles, Manstin subió
corriendo la última colina y ¡Ay! ¡En el siguiente barranco estaba el terrible
monstruo con una cara por delante y otra por detrás!
El gigante de piel oscura no llevaba ropa ninguna, a
excepción de una piel de gato salvaje sobre el lomo. Con sus malvados ojos
brillantes observaba al pequeño de pelo negro, a quien sujetaba con su fuerte
brazo. Tarareaba entre risas una nana india, "¡A-boo! ¡A-boo!", y al mismo tiempo pinchaba al niño
desnudo con una espinosa mata de rosas salvajes.
Manstin se ocultó rápidamente tras un alto arbusto de
salvia en la cumbre de la colina. Dobló su arco y la cuerda vibró en el aire:
¡Twang! Una flecha golpeó al monstruo justo encima de la oreja. Era una flecha
envenenada, y el gigante cayó muerto. Manstin tomó en sus brazos al pequeño y
se marchó corriendo de allí. Pronto llegó a un tipi del que salían agudos lamentos.
Era el tipi de donde había sido robado el bebé, y los gemidos pertenecían sus
desolados padres.
Cuando el valiente Manstin devolvió el niño a los
ansiosos brazos de su madre, un terror repentino apareció en los ojos de los
dos Dakotas: temían que se tratase otra vez de Doble Rostro que regresaba con
un nuevo disfraz para torturarles. El conejo comprendió sus temores y les
dijo: "Soy Manstin, el del corazón bondadoso; Manstin, el famoso cazador.
Soy vuestro amigo. No temáis."
Esa noche ocurrió, sin embargo, algo extraño. Mientras
los padres dormían, Manstin cogió al diminuto bebé, puso los pies suave pero
firmemente sobre los minúsculos pulgares de los pies del pequeño, le agarró de
las manitas y estiró hacia arriba, hasta que el pequeño durmiente se convirtió
en un hombre hecho y derecho. Con el dedo índice le hizo entonces una abertura
en el labio superior, y cuando por la mañana el padre y la madre se
despertaron, no podían distinguir a su propio hijo de Manstin, de lo parecidos
que eran ambos guerreros.
"De aquí en adelante seremos amigos, y nos ayudaremos
el uno al otro", dijo Manstin agitando la mano derecha en señal de
despedida. "¡La tierra será nuestra oreja común, y a través de ella
podremos comunicarnos el uno al otro nuestros más pequeños deseos por lejos
que estemos!"
“¡Ho! ¡Así
sea!", respondió el hombre recién hecho.
Manstin continuó su viaje hacia el norte, donde le
esperaba una larga cacería.
Llegó de pronto a la orilla de un amplio riachuelo. Su
ojo alerta advirtió una cuerda de cuero amarrada a una estaca clavada al borde
del agua, que terminaba en una pequeña cabaña circular situada a cierta
distancia. Bajo la cuerda, el suelo había sido pisado hasta convertirse en un
profundo surco.
"¡Hun-he!"
-exclamó Manstin, inclinándose sobre las huellas todavía frescas en la ribera
húmeda del río. "¡Huellas de hombre!" -se dijo- "¡Un ciego vive
en esa cabaña! Esta cuerda es la guía con la que se acerca a coger el agua
todos los días" -adivinó Manstin, que conocía todos los ingenios de la gente.
Al momento sus ojos quedaron fijos sobre la vivienda solitaria, y su
curiosidad le encaminó hacia ella. ¡Una auténtica cuerda de ciego!
Levantó con cuidado la cortina de la entrada y entró a
la cabaña. Un anciano sin dientes, ciego y tembloroso por la edad, estaba
sentado en el suelo. Sin embargo no era sordo, y advirtió la presencia del
extraño. -
"How,
nieto", murmuró, pues era lo bastante viejo como para ser abuelo de
cualquier bicho viviente.
"¡How!
No puedo verte. ¡Por favor, dí tu nombre!"
"Abuelo, soy Man's'tin," -respondió el
conejo, examinando con curiosidad el interior de la cabaña. "Abuelo, ¿ qué
es eso que tienes tan bien envuelto en todas estas bolsas de piel que veo junto
a los palos de la tienda?" -preguntó.
"Mi nieto, esto es carne seca de búfalo y venado.
Son bolsas mágicas que nunca se quedan vacías. Soy ciego, y no puedo cazar, así
que el generoso Hacedor me proporciona estas bolsas mágicas de deliciosos
alimentos."
Entonces el encorvado viejo dio un tirón a una cuerda
que había junto a su mano derecha. "Esta me lleva al arroyo donde bebo, y
esta..." -dijo, señalando la que había junto a su mano izquierda- "y
esta me lleva al bosque, donde busco a tientas ramas secas para mi
hoguera."
"Abuelo, ¡Ojalá pudiera yo vivir con esta abundancia
asegurada! Apoyaría la espalda en un palo de la tienda y con las piernas
cruzadas fumaría la dulce corteza del sauce durante el resto de mis días"
-suspiró Manstin.
"Mi nieto, ¡Tus ojos son tu abundancia! ¡Serías desgraciado
si no los tuvieras!" -replicó el viejo. "Abuelo, -Te daría mis dos
ojos a cambio de este lugar!" -exclamó Manstin.
"¡How!
Tú lo has dicho. Levántate. Sácate los ojos y dámelos. A partir de ahora este
será tu hogar en vez de el mío."
Al momento ¡Manstin se sacó los dos ojos y el viejo
se los puso! Con enorme regocijo el abuelo se alejó con sus ojos jóvenes,
mientras el conejo ciego llenó su pipa de los sueños y se apoyó perezosamente
contra el palo de la tienda. Durante un ratito fue muy agradable fumar corteza
de sauce y comer de las bolsas mágicas.
Al cabo le entró sed, pero no había agua en la pequeña
vivienda. Agarró una de las cuerdas de cuero y se encaminó hacia el arroyo para
apagarla. Era joven y no le apetecía avanzar lentamente por el sendero que
había dejado el anciano. Se sentía lleno de vitalidad, pues hacía muchas lunas
que no había probado comida tan buena, así que comenzó a saltar confiado dando
tirones de la vieja cuerda ya muy gastada por el tiempo; hasta que en uno de
ellos se rompió y Manstin cayó de cabeza al agua.
"¡En!
¡En!" -gruñó, moviendo frenético los pies y manos en la
corriente. Intentó en vano subir por la resbaladiza orilla, hasta que por fin
se encontró por casualidad con la vieja estaca y el profundo y gastado sendero.
Agotado y enfadado por sus desgracias, se arrastró cuidadosamente sobre las
cuatro patas hasta la puerta de la tienda. Estaba empapado por su caída al
río, así que se sentó en la vivienda sin fuego, con los dientes castañeteándole
de frío.
El sol se ocultó y el aire de la noche era gélido,
pero no había leña en la tienda. "¡Hin!"
-murmuró Manstin, y se agarró valientemente a la otra cuerda. "¡Iré a
buscar algo de leña!" -dijo, siguiendo la cuerda que llevaba al bosque.
Pronto tropezó con un montón de ramas secas de sauce. Extendió su manta y con
ambas manos recogió ávidamente la leña. Manstin era por naturaleza un tipo
enérgico.
Cuando hubo apilado un buen montón, ató dos extremos
de la manta y cargó la leña a su espalda, pero ¡zas!, sin darse cuenta había
soltado el extremo de la cuerda, y ahora estaba perdido en el bosque.
"¡Hin!
¡hin!" -gimió. Se detuvo un instante y desplegó sus orejas
en forma de abanico para poder advertir cualquier sonido de pasos cercanos. No
se oía nada. Ni siquiera el gorjeo de un pájaro nocturno que pudiera ayudarle a
salir de aquella situación. Con expresión atrevida, comenzó a avanzar en una
dirección elegida al azar. Enseguida fue a dar a un bosque enmarañado donde
quedó atrapado. Manstin soltó la leña de su espalda y comenzó a lamentarse de
haber cedido sus dos ojos:
"Amigo, amigo mío, ¡Te necesito! ¡El viejo Abuelo
Roble se ha ido con mis ojos y estoy perdido en el bosque!" -gritó con los
labios pegados al suelo.
Apenas había hablado cuando se oyeron voces en el
extremo del bosque. Las voces fueron acercándose y haciéndose más fuertes; una
tenía un tono claro de flauta, la voz de un hombre joven, y la otra el ronquido
trémulo de un viejo abuelo.
Eran el amigo de Manstin con su Oreja Tierra y el
Abuelo Roble. "Manstin, toma, aquí tienes tus ojos" -dijo el Abuelo-
"Ya sabía que no estarías contento en mi lugar, pero quería que
aprendieras la lección. Me lo he pasado muy bien viendo con tus ojos y tirando
con tu arco y tus flechas, pero como soy viejo y débil, ¡prefiero mi propio
tipi y mis bolsas mágicas!
Tras esta conversación los tres emprendieron el camino
de regreso. El viejo Abuelo se metió en su cabaña, que a menudo los niños y
niñas indias confunden con un simple roble.
Manstin, con sus ojos brillantes de nuevo en la cara,
siguió feliz su viaje hacia el norte.
0.175.3 anonimo (sioux) - 014
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