En una ocasión siete personas partieron a hacer la
guerra: las Cenizas, el Fuego, el Globo, el Saltamontes, la Libélula , el Pez y la Tortuga.
Estaban charlando muy excitados, agitando los puños
con gestos violentos cuando llegó una ráfaga de aire y se llevó las Cenizas.
"¡Ho!" -exclamaron los
otros- "¡Este no podía pelear!"
Los seis que quedaban siguieron su camino corriendo,
para llegar antes a la batalla. Emprendieron un empinado descenso hacia un
valle profundo; el Fuego se puso en vanguardia hasta que llegaron a un río, y
entonces el Fuego dijo: "¡Hsss-tchu!", y desapareció.
"¡Ho." -dijeron los demás- "¡Este no podía pelear."
Así que los cinco restantes continuaron aún más
deprisa. Llegaron a un gran bosque, y cuando lo estaban atravesando oyeron al
Globo reírse de ellos con desprecio, diciéndoles: "¡Eh! ¡Deberíais pasar
por encima, hermanos!", y con estas palabras comenzó a ascender entre las
copas de los árboles; pero la espina del manzano le pinchó, y cayó entre las ramas,
¡quedándose en nada! "¡Ya veis!" -dijeron los otros cuatro-
"Este no podía pelear".
A pesar de todo, los restantes guerreros no pensaron
siquiera en regresar, y los cuatro siguieron adelante a hacer la guerra. El
Saltamontes iba ahora por delante con su prima la Libélula. Llegaron
a una zona pantanosa en que las ciénagas eran muy profundas. Comenzaron a
cruzar el barro, pero al Saltamontes se le quedaron las patas pegadas; así que
tiró de ellas ¡hasta que se las arrancó! Se arrastró como pudo hasta un tronco
y se puso a llorar: "¡Ya me véis, hermanos! ¡No puedo continuar!"
"¡Ya ves cómo son las cosas!" -dijo el Pez,
agitando su cola impa-ciente- ¡Esta gente no eran guerreros! ¡Vamos! ¡Sigamos
adelante a hacer la guerra!"
Así, el Pez y la Tortuga llegaron hasta un gran campamento indio.
"¡Ho!"
-exclamaron las gentes del poblado de tipis"¿Quiénes son estos canijitos?
¿Qué es lo que buscan?"
Ninguno de los dos guerreros llevaba armas, y su poco
imponente estatura confundía a los curiosos del poblado.
El Pez actuó de portavoz, y comiéndose las sílabas de
un modo muy peculiar dijo: "¡Shu...hi
pi!'
"¡Wan!
¿Qué? ¿Qué?" -clamaron ansiosas voces de hombres y mujeres.
Otra vez el Pez dijo: "¡Shu...hi pi!"
Jóvenes y viejos escuchaban con la palma de la mano en
la oreja, pero ¡nadie conseguía adivinar qué estaba diciendo!
De la confundida muchedumbre se adelantó entonces el
pícaro y viejo Iktomi. "¡He,
escuchad!" -gritó, frotándose con satisfacción las manos, pues allí donde
se cocía algún problema, en medio estaría Iktomi.
"Este extraño hombrecillo dice: "¡Zuya unhipi!: ¡Venimos a haceros la
guerra!"
"¡Uun!"
-respondió la ofendida gente del poblado, con rostros repentina-mente sombríos-
"¡Matemos a este par de idiotas! ¡No pueden hacer nada! No conocen el
verdadero significado de la frase. ¡Vamos a hacer un fuego y a cocerles!"
"Si nos ponéis a cocer" -dijo el Pez-
"habrá problemas."
"¡Ho ho!"
-rieron los del poblado. "Ya veremos." Así que hicieron el fuego.
"¡Nunca he estado tan furioso!" -dijo el
Pez. La Tortuga
le contestó en un susurro: "¡Vamos a morir!"
Un par de fuertes manos izaron al Pez sobre el puchero
burbuje-ante, y entonces el Pez apuntó con su boca hacia abajo.
"¡Whssh!" -sopló, echando el agua por encima de la gente, de forma
que muchos se quemaron y quedaron cegados, y gritando de dolor huyeron
despavoridos.
"Oh, ¿qué vamos a hacer con ese par de
diablos?" -dijeron unos.
Otros exclamaron: "¡Vamos a llevarles al lago de
aguas cenagosas y los ahogaremos allí!".
Al instante se dirigieron para allá llevándose a la Tortuga y al Pez, y los
arrojaron a la ciénaga. La Tor tuga
se sumergió y nadó hacia el centro del lago, y una vez allí sacó la cabeza del
agua y saludando con una mano a la gente del poblado dijo alegre, "¡Aquí
es donde vivo!"
El Pez nadaba de un lado a otro con movimientos juguetones,
levantando el agua con su aleta dorsal. "¡E han!" -jaleaba feliz- "¡Aquí es donde vivo!"
"¡Oh, qué hemos hecho!' -dijeron los asustados
indios- "¡Esto será nuestra perdición!"
Entonces un jefe sabio dijo: "¡Que venga Iya el
Devorador y se trague todo el lago!"
Así que uno, corriendo, se trajo a Iya el Devorador,
e Iya se pasó todo el día bebiéndose el lago hasta que la tripa se le puso tan
grande como la
Tierra. Entonces el Pez y la Tortuga se escondieron
sumergiéndose en el barro, e Iya dijo: "No los tengo dentro", y
toda la gente del poblado se puso a gritar.
Iktomi, que se encontraba vadeando el lago, había sido
también engullido como un mosquito. En el interior del enorme Iya, Iktomi miró
hacia arriba: las aguas tragadas eran tan profundas que la superficie del lago
llegaba casi hasta el cielo.
"Subiré por ahí" -dijo Iktomi, mirando a la
superficie cóncava que se encontraba al alcance de su mano.
Golpeó entonces con su cuchillo hacia arriba en el
estómago del Devorador; y el agua que salió, ahogó a las gentes del poblado.
Cuando el agua volvió a su lugar habitual, el Pez y la Tortuga nadaron hasta la
orilla, y regresaron a casa pintados como guerreros victoriosos y cantando a
pleno pulmón.
0.175.3 anonimo (sioux) - 014
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