Un hombre vestido con pieles de ciervo estaba sentado
en la cima de una pequeña colina. El sol del ocaso brillaba con fuerza sobre el
potente arco que sostenía en su mano. Tenía la cara vuelta hacia el círculo de
tiendas del campamento indio situado al pie de la colina. Había caminado un
largo trecho para llegar hasta allí, y esperaba a que los guerreros advirtiesen
su presencia.
Pronto, cuatro hombres corrieron desde la tienda
central hacia el pie de la colina, en cuya cima descansaba el arquero.
"Es el Vengador que ha venido a matar al Águila
Roja" -se gritaron unos a otros, mientras se doblaban hacia adelante
balan-ceando los codos al tiempo.
Llegaron junto al extraño, que no les prestó la menor
atención. Orgulloso y callado, miraba hacia las tiendas cónicas situadas más
abajo. Dos de los guerreros extendieron ante él una hermosa manta de piel de
búfalo, le izaron de los hombros y suavemente le depositaron sobre ella.
Entonces, cada uno de los cuatro guerreros agarró una esquina y así transportaron
al extraño, con pasos largos y orgullosos, hasta la tienda del jefe.
Éste esperaba de pie junto a la entrada, dispuesto a
saludar al extraño. "¡How, tú
debes ser el Vengador de la
Flecha Mágica !" -le dijo, tendiéndole la mano.
"¡How,
gran jefe!" -replicó el otro, estrechándosela durante un buen rato.
Entraron en el tipi, y el jefe llevó al joven al lado derecho de la puerta,
mientras él mismo se sentó enfrente, al otro lado de una hoguera que ardía en
el centro de la tienda. Sin pronunciar palabra, como si de una tímida doncella
india se tratase, el Vengador comió las viandas que le pusieron frente a sus
piernas cruzadas. Cuando acabó, pasó el cuenco vacío a la muj er del jefe,
diciéndole: "¡Suegra, aquí está tu plato!'
"¡Han,
hijo mío!" -respondió la mujer cogiendo el cuenco.
Con la Flecha Mágica en su carcaj, al extraño no le
parecía presuntuoso dirigirse a la esposa del jefe como su suegra.
Dijo entonces que estaba fatigado, así que se cubrió
la cara con una manta y al poco rato se quedó profundamente dormido en la
tienda del jefe.
"¡Bueno, después de todo el )'oven guerrero no es
tan guapo!" -susurró la mujer al oído del jefe.
"¡Ah, pero verás como después de matar al Águila
Roja te lo parecerá!" -respondió éste.
Esa noche, los Hombres-estrella llegaron en su
comitiva fúnebre hasta el horizonte norte antes de que los fuegos de los tipis
se hubiesen extinguido. Las risas que subían a través de las aberturas para el
humo enmudecieron, y sólo el distante aullido de los lobos turbaba la paz de la
aldea. Sin embargo, la calma entre la media-noche y el amanecer fue en verdad
breve. Muy temprano, las cortinas ovaladas de las tiendas se abrieron y muchos
rostros morenos se asomaron mirando hacia la cima del gran peñasco.
El sol se alzaba ya por el este. El vengador permanecía
de pie en medio del campamento, con la cara pintada de rojo, listo para el
vuelo del águila roja. ¡Entonces el terrible pájaro apareció una vez más, revoloteando
sobre el poblado como si fuese capaz de bajar y devorar a la tribu entera.
Cuando la primera flecha salió disparada hacia el
cielo, los guerreros ansiosos se llevaron las manos a la boca "¡Hinnu!" Volaron después la segunda
y la tercera flecha, pero pasaron bastante lejos del águila, que volaba con
perezosa indiferencia sobre el hombrecillo con el arco. El guerrero gastó
todas sus flecha en vano."¡Ah, la manta me ha rozado el codo y ha
desviado la flecha!" -dijo a la gente que se arremolinaba a su alrededor.
Mientras esto ocurría, una joven detenía su pony junto
a la tienda del jefe. ¡Era la mujer que había liberado al prisionero del
árbol! Contó su historia al jefe, que la escuchaba con rostro adusto. "Le
he adelantado mientras venía para aquí. ¡Está cerca!", terminó la joven.
Los ojos del jefe, indignado por el osado impostor,
ardían de odio como brasas en la noche. Tenía los labios cerrados. Por fin,
dijo a la mujer: "How, me has
hecho un gran favor". Después, tras rápido dictamen, envió a una partida
de sus guerreros para salir al encuentro del verdadero Venador. "Vestidle
con éstas mis mejores pieles de ciervo” -les dijo, señalando una pila de ropa
dentro de la tienda. Mientras tanto, un grupo de hombres fuertes agarró a
Iktomi y lo llevaron hasta la cima de la colina arrastrándole del pelo. Allí
cavaron un hoyo a modo de falsa tumba y en él lo metieron atado de pies y
manos. Niños y mayores subieron a reírse y burlarse de él, y así durante medio
día fue el blanco de las burlas de toda la tribu. Cuando llegó el auténtico
Vengador, lo soltaron y le hicieron huir a la carrera hasta más allá de los
límites del poblado.
A la mañana siguiente, al alba, la gente volvió a
asomarse desde las cortinas semiabiertas de sus tiendas. Una vez más, un
hombre vestido con pieles de ciervo, profusamente adornadas, esperaba en mitad
del campamento. Sostenía en sus manos un grueso arco y una flecha de punta
roja. De nuevo el enorme Águila Roja apareció al borde del abismo, se alisó las
plumas y batió sus inmensas alas.
El joven guerrero se agachó, puso la flecha en el arco
y le colocó una punta envenenada. El pájaro se alzó en el aire. Movió sus alas
extendidas una, dos, tres veces y entonces ¡zas!, se desplomó y cayó pesadamente
al suelo desde lo alto. ¡Una flecha aparecía clavada en su pecho! ¡Estaba
muerto!
Tan rápida había sido la mano del Vengador, tan firme
su puntería, que nadie logró siquiera ver a la flecha salir de su largo arco
curvado.
El poblado entero quedó mudo de asombro. El Vengador
arrancó una pluma del Águila Roja, se la puso sobre su cabello negro, y todo el
campamento estalló en un clamor que subió hasta el cielo. Todos, hombres y
mujeres, se pusieron a correr de un lado a otro para preparar una gran fiesta
en honor del Vengador.
Así, el Vengador se ganó a la bella princesa india que
nunca se cansó de contar a sus hijos la historia del Gran Águila Roja.
0.175.3 anonimo (sioux) - 014
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