Translate

jueves, 10 de enero de 2013

La caza del águila roja

Un hombre vestido con pieles de ciervo estaba sentado en la cima de una pequeña colina. El sol del ocaso brillaba con fuerza sobre el potente arco que sostenía en su mano. Tenía la cara vuelta hacia el círculo de tiendas del campamento indio situado al pie de la colina. Había caminado un largo trecho para llegar hasta allí, y esperaba a que los guerreros advirtiesen su presencia.
Pronto, cuatro hombres corrieron desde la tienda central hacia el pie de la colina, en cuya cima des­cansaba el arquero.
"Es el Vengador que ha venido a matar al Águila Roja" -se gritaron unos a otros, mientras se do­blaban hacia adelante balan-ceando los codos al tiempo.
Llegaron junto al extraño, que no les prestó la me­nor atención. Orgulloso y callado, miraba hacia las tiendas cónicas situadas más abajo. Dos de los gue­rreros extendieron ante él una hermosa manta de piel de búfalo, le izaron de los hombros y suavemen­te le depositaron sobre ella. Entonces, cada uno de los cuatro guerreros agarró una esquina y así trans­portaron al extraño, con pasos largos y orgullosos, hasta la tienda del jefe.
Éste esperaba de pie junto a la entrada, dispuesto a saludar al extraño. "¡How, tú debes ser el Vengador de la Flecha Mágica!" -le dijo, tendiéndole la mano.
How, gran jefe!" -replicó el otro, estrechándosela durante un buen rato. Entraron en el tipi, y el jefe llevó al joven al lado derecho de la puerta, mientras él mismo se sentó enfrente, al otro lado de una ho­guera que ardía en el centro de la tienda. Sin pro­nunciar palabra, como si de una tímida doncella india se tratase, el Vengador comió las viandas que le pusieron frente a sus piernas cruzadas. Cuando aca­bó, pasó el cuenco vacío a la muj er del jefe, dicién­dole: "¡Suegra, aquí está tu plato!'
Han, hijo mío!" -respondió la mujer cogiendo el cuenco.
Con la Flecha Mágica en su carcaj, al extraño no le parecía presuntuoso dirigirse a la esposa del jefe como su suegra.
Dijo entonces que estaba fatigado, así que se cu­brió la cara con una manta y al poco rato se quedó profundamente dormido en la tienda del jefe.
"¡Bueno, después de todo el )'oven guerrero no es tan guapo!" -susurró la mujer al oído del jefe.
"¡Ah, pero verás como después de matar al Águila Roja te lo parecerá!" -respondió éste.
Esa noche, los Hombres-estrella llegaron en su comitiva fúnebre hasta el horizonte norte antes de que los fuegos de los tipis se hubiesen extinguido. Las risas que subían a través de las aberturas para el humo enmudecieron, y sólo el distante aullido de los lobos turbaba la paz de la aldea. Sin embargo, la calma entre la media-noche y el amanecer fue en ver­dad breve. Muy temprano, las cortinas ovaladas de las tiendas se abrieron y muchos rostros morenos se asomaron mirando hacia la cima del gran peñasco.
El sol se alzaba ya por el este. El vengador perma­necía de pie en medio del campamento, con la cara pintada de rojo, listo para el vuelo del águila roja. ¡Entonces el terrible pájaro apareció una vez más, re­voloteando sobre el poblado como si fuese capaz de bajar y devorar a la tribu entera.
Cuando la primera flecha salió disparada hacia el cielo, los guerreros ansiosos se llevaron las manos a la boca "¡Hinnu!" Volaron después la segunda y la tercera flecha, pero pasaron bastante lejos del águila, que volaba con perezosa indiferencia sobre el hom­brecillo con el arco. El guerrero gastó todas sus fle­cha en vano."¡Ah, la manta me ha rozado el codo y ha desviado la flecha!" -dijo a la gente que se arre­molinaba a su alrededor.
Mientras esto ocurría, una joven detenía su pony junto a la tienda del jefe. ¡Era la mujer que había li­berado al prisionero del árbol! Contó su historia al jefe, que la escuchaba con rostro adusto. "Le he ade­lantado mientras venía para aquí. ¡Está cerca!", ter­minó la joven.
Los ojos del jefe, indignado por el osado impostor, ardían de odio como brasas en la noche. Tenía los la­bios cerrados. Por fin, dijo a la mujer: "How, me has hecho un gran favor". Después, tras rápido dicta­men, envió a una partida de sus guerreros para salir al encuentro del verdadero Venador. "Vestidle con éstas mis mejores pieles de ciervo” -les dijo, señalan­do una pila de ropa dentro de la tienda. Mientras tanto, un grupo de hombres fuertes agarró a Iktomi y lo llevaron hasta la cima de la colina arrastrándole del pelo. Allí cavaron un hoyo a modo de falsa tum­ba y en él lo metieron atado de pies y manos. Niños y mayores subieron a reírse y burlarse de él, y así du­rante medio día fue el blanco de las burlas de toda la tribu. Cuando llegó el auténtico Vengador, lo solta­ron y le hicieron huir a la carrera hasta más allá de los límites del poblado.
A la mañana siguiente, al alba, la gente volvió a asomarse desde las cortinas semiabiertas de sus tien­das. Una vez más, un hombre vestido con pieles de ciervo, profusamente adornadas, esperaba en mitad del campamento. Sostenía en sus manos un grueso arco y una flecha de punta roja. De nuevo el enorme Águila Roja apareció al borde del abismo, se alisó las plumas y batió sus inmensas alas.
El joven guerrero se agachó, puso la flecha en el arco y le colocó una punta envenenada. El pájaro se alzó en el aire. Movió sus alas extendidas una, dos, tres veces y entonces ¡zas!, se desplomó y cayó pesa­damente al suelo desde lo alto. ¡Una flecha aparecía clavada en su pecho! ¡Estaba muerto!
Tan rápida había sido la mano del Vengador, tan firme su puntería, que nadie logró siquiera ver a la flecha salir de su largo arco curvado.
El poblado entero quedó mudo de asombro. El Vengador arrancó una pluma del Águila Roja, se la puso sobre su cabello negro, y todo el campamento estalló en un clamor que subió hasta el cielo. Todos, hombres y mujeres, se pusieron a correr de un lado a otro para preparar una gran fiesta en honor del Ven­gador.
Así, el Vengador se ganó a la bella princesa india que nunca se cansó de contar a sus hijos la historia del Gran Águila Roja.

0.175.3 anonimo (sioux) - 014

No hay comentarios:

Publicar un comentario