En la linde de un bosque vivía una gran familia de
tejones. Habían construido su madriguera en el suelo, cubriendo las paredes y
techo con piedras y paja.
El viejo Papá Tejón era un gran cazador, que sabía muy
bien cómo seguir la pista del ciervo y el búfalo. Todos los días volvía a casa
con alguna pieza, por lo que Mamá Tejón estaba siempre muy ocupada y los
pequeños tejoncitos muy rechonchos. Mientras ellos jugaban a construir
madrigueras de mentira, su madre colgaba finas rodajas de carne en los
soportes de madera de sauce. En cuanto la carne se secaba y curaba con el sol
y el aire, la guardaba cuidadosa-mente en una gruesa bolsa.
Esta bolsa parecía una enorme funda rígida, pero de
aspecto mucho más vistoso, pues estaba pintada con muchos colores brillantes.
Los tejones colocaban las bolsas de carne firmemente atadas en las piedras de
las paredes de su vivienda, de forma que resultasen útiles y decorativas.
Un día Papá Tejón decidió no salir de caza, y se quedó
en casa haciendo flechas nuevas. Sus hijos se sentaron a su alrededor. Sus
ojitos negros brillaban observando encantados los alegres colores con que su
padre pintaba las flechas.
De pronto se oyó una fuerte pisada cerca de la entrada.
La puerta ovalada fue abierta de un empujón desde el exterior, dando paso a una
enorme pata negra con garras gigantescas. Le siguió otra pataza torpe. Los
pequeños tejones observaban expectantes. Tras el segundo pie asomóse ¡la cabeza
de un enorme oso negro! El animal entró en la casa silencioso, y se sentó en el
suelo, junto a la puerta. Sus ojos negros no se apartaban de las bolsas
pintadas de colores que colgaban de las paredes de piedra, pues el oso adivinaba
qué había en ellas. Se trataba de un oso muy, muy hambriento, que al ver la
carne roja colgando en el patio había decidido hacer una visita a la familia
de tejones.
Aunque era un extraño y sus enormes patas y boca
asustaban a los pequeños tejones, Papá Tejón le saludó: "¡How, how, amigo! Tus labios y tu nariz
parecen febriles y hambrientos. ¿Quieres comer con nosotros?"
"Sí, amigo mío" -dijo el oso- "Me muero
de hambre. Ví tus tiras de carne fresca y como sé que tienes un corazón
generoso, me acerqué a tu casa. Dame carne para comer, amigo mío".
Entonces Mamá Tejón cruzó la habitación con largos
pasos, y como tenía que pasar junto al extraño visitante le dijo, casi discul-pándose:
"¡Ah, han! ¡Permíteme
pasar!"
"¡How, how!"
-replicó el oso, pegándose más a la pared y cruzando las piernas. Mamá Tejón
escogió el pedazo de carne más tierna y enseguida se puso a asarla sobre un
lecho de ascuas de carbón.
Aquel día el oso comió hasta hartarse. Al caer la
noche se levantó, y chasqueando los labios -que es la forma ruidosa de decir:
"la comida estaba muy buena" -abandonó la vivienda de los tejones.
Los pequeños tejones corrieron a asomarse a la cortina de la puerta, desde
donde espiaron al oso peludo hasta que desapareció en los bosques cercanos.
A partir de entonces, todos los días, el crujido de
ramas procedente del bosque anunciaba a los tejones las fuertes pisadas que se
acercaban: volvía otra vez el mismo oso negro. Nunca se molestaba en levantar
la cortina de la puerta, sino que la apartaba con su cuerpo y entraba
lentamente en la vivienda, sentándose en el mismo lugar junto a la entrada y
cruzando las piernas.
Sus visitas diarias se hicieron tan regulares que Mamá
Tejón extendió una manta de piel en el lugar donde solía sentarse, pues no
quería que ningún invitado a su casa tuviera que tomar asiento en el suelo
desnudo.
Por fin, el oso volvió un día con la nariz negra y
brillante. El pelo de su piel estaba reluciente, y había engordado a costa de
la hospitalidad del tejón. Entró en la casa y miró a los tejones con ojos
malvados que resplandecían en su cabeza peluda. Sorprendido por la extraña
conducta del visitante, que permanecía de pie sobre la alfombra de piel con su
espalda redonda apoyada contra la pared, el Papá Tejón le preguntó: "¡How, amigo mío! ¿Qué ocurre?"
El oso dio un paso adelante y sacudió su enorme garra
ante el rostro del tejón, diciendo: "¡Soy fuerte, muy fuerte!"
"Sí, sí, ya lo sé" -replicó el tejón.
"Sí, te has puesto fuerte de comer nuestra
comida" -murmuró Mamá Tejón desde el otro extremo de la habitación,
mientras cosía unos adornos de cuentas.
El oso sonrió, mostrando una hilera de enormes dientes
afilados. "No tengo casa. No tengo bolsas de carne seca. No tengo flechas.
Todo eso lo he encontrado aquí, aquí mismo" -dijo, y dando un pisotón en
el suelo gritó: "¡Lo quiero todo! ¡Mirad! ¡Soy muy fuerte!" -repitió,
levantando a la vez sus terribles garras.
El Papá Tejón le contestó sin perder la calma
:"Te he alimentado. Te he llamado amigo, aunque viniste mendigando y sin
conocernos de nada. Por mis pequeños, te ruego que nos dejes en paz".
Un gruñido sordo, que fue haciéndose cada vez más
fuerte y fiero, constituyó la respuesta del oso. "¡Wa-ough!" -rugió,
y echó a los tejones de la casa por la fuerza. Primero al padre, luego a la
madre, y a los pequeños después por parejas. Quédose entonces parado en la
entrada y mostrando sus horribles dientes gruñó: "¡Largaos de aquí!"
Papá y Mamá Tejón se pusieron en pie, levantaron a sus
pequeños y gimiendo por la desdicha llenaron de aire sus aplastados pulmones
hasta recobrar las fuerzas. Los pequeños tejones, apenas pudieron volver a
respirar, sólo comenzaron a aullar y chillar de dolor y miedo. ¡Ah! ¡Qué triste
lamento el de la familia de tejones mientras se alejaban de su hogar! A poca
distancia de su casa robada, Papá Tejón construyó una pequeña cabaña circular
con ramas de sauce dobladas, cubierta por un techo de hierba seca y ramitas.
Este fue su refugio para la noche, pero ¡oh!, carecían
de comida y de flechas, así que Papá Tejón se pasó todo el día siguiente mero-deando
por el bosque; mas como no tenía flechas, no pudo conseguir alimento para sus
pequeños. Al volver a la cabaña, los chillidos de sus pequeños pidiendo comida
y el triste silencio de Mamá Tejón, que permanecía cabizbaja, le dolieron como
la herida de una flecha envenenada.
"¡Mendigaré carne para vosotros!" -dijo con
voz temblorosa. Se cubrió el cuerpo y la cabeza con una larga manta y fue a
donde estaba el gran oso negro. El oso se afanaba cortando carne roja para
colgarla al sol, y ni siquiera se detuvo a mirar al recién llegado. El tejón
observó que el oso se había llevado a la casa a toda su familia. Pequeños
oseznos jugaban bajo los pedazos de carne colgados en lo alto del patio, riendo
y apuntando con sus diminutas narices hacia las finas rodajas.
"¿Es que no tienes corazón, Oso Negro? Mis hijos
se mueren de hambre. Dame un pedacito de carne para ellos" -imploró el
tejón.
"¡Wa-ough!" -rugió el oso iracundo,
abalanzándose sobre el tejón. "¡vete!" -dijo, y de un puntapié con
su enorme pata trasera lanzó al tejón rondando contra el suelo.
Todos los pequeños y malvados oseznos empezaron a
reírse a carcajadas al ver al mendigo caer. "¡Ha-ha!", gritaban. Había uno sin embargo que ni siquiera
sonrió. Parecía el osezno más joven. Su piel no era tan negra y brillante como
la de sus hermanos mayores, y tenía el pelo seco y deslustrado, que más bien
parecía lana enredada. Era el Osezno Feo. ¡Pobre osito! Había sido siempre
blanco de las burlas de sus hermanos mayores. El no podía evitar ser como era,
no podía borrar las diferencias con sus hermanos. Así que, como decíamos,
aunque todos se rieron del tejón, él no le vio la gracia al asunto,y su rostro
permanecía serio y adusto. En lo profundo de su corazón se sentía triste al ver
a los tejones gimiendo y muriéndose de hambre, y en su pecho fue encendiéndose
un ardiente deseo de compartir su comida con ellos.
"No le pediré a rni padre que les dé carne"
-pensó el Osito Feo- "Me diría: ¡No!, y mis hermanos se reirían de
mí".
Un momento después, como si sus buenas intenciones
hubiesen caído en el olvido, el osezno cantaba y saltaba feliz dando vueltas
alrededor de su padre, que seguía trajinando con la carne. Cantaba con su
vocecita aguda, arrastrando las patitas con largos pasos como si un espíritu
travieso rezumase por sus talones, y entonces se desvió perdiéndose entre las
altas hierbas. Se dirigió hacia la pequeña cabaña redonda, y al llegar frente
a la entrada lanzó una patada con su pata trasera izquierda. ¡Zas! De pronto
un pedazo de carne fresca fue a caer al interior de la cabaña. Era una carne
dura y llena de nervios, mas era el único pedazo que había podido tomar sin que
su padre se diese cuenta.
Así, una vez alimentados los tejones hambrientos, el
Osito Feo volvió corriendo a casa de su padre.
Al día siguiente Papá Tejón regresó a casa de los
osos, y se quedó quieto mirando cómo el gran oso cortaba finas rodajas de
carne.
"Dame..." -empezó a hablar, cuando el oso se
volvió hacia él con un rugido, lanzándole a un lado de forma cruel. El tejón
cayó sobre sus patas delanteras, en un lugar donde la hierba estaba mojada por
la sangre del búfalo recién desollado. Sus ojos hambrientos se posaron sobre
un pequeño coágulo de sangre que brillaba sobre la hierba. Papá Tejón miró
temeroso hacia el oso, vio que se había dado la vuelta, agarró rápidamente el
pedazo de sangre y se lo guardó bajo la manta.
De vuelta a su cabaña pensó: "Rogaré al Gran Espíritu
que lo bendiga", así que construyó una pequeña tienda, apiló en su
interior un montón de piedras sagradas y las calentó. Después las roció con
agua y se dispuso a purgar su cuerpo. "También debo purificar la sangre
del búfalo antes de pedir al Gran Espíritu que la bendiga" -pensó, y se
llevó el pedazo de sangre coagulada con él al interior de la tienda con el
Vapor Sagrado. La puso junto a las piedras sagradas y se sentó al lado. Tras un
prolongado silencio, murmuró :"Gran Espíritu, bendice este pequeño pedazo
de sangre de búfalo". Después se levantó y salió en silencio de la tienda.
Notó que alguien le seguía, miró por encima del hombro y vio con enorme
alegría que se trataba de un bravo guerrero Dakota vestido con hermosas pieles
de ciervo. Llevaba en la mano una flecha mágica, y de su espalda colgaba un
largo carcaj con flecos. En respuesta a la oración del tejón, el Vengador había
surgido de los glóbulos rojos de la sangre del búfalo.
"¡Hijo mío!" -exclamó el tejón tendiéndole
su mano derecha.
"How,
padre," -replicó el guerrero- "¡Yo soy tu vengador!
Al momento el tejón le contó la triste historia de sus
hijitos hambrientos y el oso avaro. El guerrero le escuchaba atentamente con la
vista fija en el suelo. Por fin el tejón se dispuso a marcharse.
"¿Dónde vas?" -preguntó el guerrero.
"Hijo mío, no tenemos comida. Voy otra vez a pedirle
comida al oso" -respondió el tejón.
"Entonces iré contigo' -dijo el joven guerrero, y
el tejón se sintió muy contento. Estaba orgulloso de su hijo, encantado de que
por vez primera una criatura humana le llamase "padre".
El oso advirtió la llegada del tejón desde lejos. Entornó
los ojos tratando de distinguir al alto extraño que caminaba a su lado, y vio
la flecha mágica que llevaba. Al momento adivinó que era el Vengador, de quien
había oído hablar hacía mucho, mucho tiempo. Se puso muy tieso con una mano
sobre el muslo, esperó a que se acercasen, y les sonrió:
"¡How,
Tejón, amigo mío! Toma mi cuchillo. Corta las partes que más te gusten de este
ciervo" -dijo, alargándole una hoja larga y delgada.
"¡How!"
-contestó el tejón, impaciente. Se preguntaba qué había inspirado al oso a
portarse tan generosamente. El joven vengador esperó hasta que el tejón cogió
el largo cuchillo en su mano, y entonces, mirando de frente al rostro del oso
negro, dijo: "He venido a hacer justicia. Sólo le has devuelto un cuchillo
a mi pobre padre. Ahora devuélvele su casa". Su voz era profunda y
poderosa, y en sus ojos negros ardía un fuego firme.
Los largos y fuertes dientes del oso empezaron a
castañetearle, y su cuerpo peludo se puso a temblar de miedo. "¡Ahow!" -gritó, como si hubiese sido
herido, y corrió a meterse en la casa. Una vez dentro, jadeando y temblando
sin parar, dijo a su prole: "¡Salid todos fuera! Esta es la casa del
tejón. Tenemos que huir al bosque, porque ahí fuera está el Vengador de la Flecha Mágica ".
Todos los osos se precipitaron fuera de la madriguera
y desa-parecieron corriendo en el bosque.
Los tejones regresaron a su hogar cantando y riendo,
y entonces el Vengador se despidió:
"Me voy" -dijo al partir- "Me voy a
recorrer el mundo".
0.175.3 anonimo (sioux) - 014
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