Era un claro día de verano. El cielo azul intenso caía
hasta el borde de la gran llanura, y un enorme sol amarillo colgaba en lo alto.
El canto de los pájaros llenaba el espacio entre cielo
y tierra con una dulce música. Un pájaro de pecho amarillo cantaba una y otra
vez, "¡Koda Ni Dakota!",
"¡Koda Ni Dakota!", que
quiere decir: "¡Amigo, tú eres un Dakota!" Quizá el pájaro se estaba
refiriendo al Vengador de la
Flecha Mágica , pues éste se acercaba caminando por la
pradera. Espléndido con sus pinturas y sus plumas, caminaba orgulloso con su
gran carcaj de piel de ante colgado a la espalda y un largo arco en la mano. Se
dirigía a un lejano campamento de tipis situado hacia el este.
Todos los días, un enorme águila roja sobrevolaba
aquella aldea india amenazando a sus pobladores. Todas las mañanas este pájaro
terrible surgía de un alto farallón de caliza, y desplegando sus alas gigantescas
se dejaba caer planeando lentamente sobre el campamento indio. Entonces la gente,
aterrorizada, corría a esconderse en las tiendas. Allí se cubrían la cabeza con
las mantas y quedábanse sentados temblando de miedo. Nadie se atrevía a salir
hasta que el Águila Roja no había desaparecido por el oeste, allí donde se
juntan el azul y el verde.
En vano trató el jefe de la tribu de encontrar entre
sus guerreros un buen tirador que pudiese lanzar una flecha mortífera al pájaro
hambriento de carne humana. Por fin, para atizar el valor de sus guerreros,
hizo anunciar a su portavoz una nueva recompensa por abatir al Águila Roja.
Aquel que acabase con la temida águila roja de un
flechazo, podría escoger como esposa a cualquiera de las dos hermosas hijas del
jefe.
Al oír estas palabras, los hombres del poblado -jóvenes
y viejos, héroes y cobardes- se pusieron a fabricar flechas nuevas para
participar en la prueba. Al llegar el amanecer gris, muchas figuras humanas podían
verse a la sombra del promontorio; silenciosos como fantasmas, envueltos en sus
mantas bien ajustadas a la cintura, esperaban el nuevo día con sus arcos y
flechas escogidos para la ocasión.
Algunos de los viejos guerreros, más astutos, permanecían
separados del grupo, sentados en cuclillas sobre el suelo desnudo; pero todos
los ojos de la tribu miraban fijamente a la cima del peñasco, y conteniendo el
aliento esperaban la aparición del Águila Roja.
Desde el interior de las tiendas otros muchos pares
de ojos espiaban a través de los pequeños agujeros de las cortinas de entrada.
Con las rocillas temblorosas y los dientes apretados, las mujeres observaban a
los hombres Dakota merodeando con sus arcos y flechas.
Por fin, cuando el sol de la mañana se asomó también
por el horizonte para ver a los guerreros Dakotas, el Águila Roja apareció
caminando al borde del precipicio. Arreglóse su espléndido plumaje, agitó el cuello,
sacudió sus alas poderosas, y sólo entonces se lanzó al aire. Descendió
lentamente hasta el campamento indio, ¡donde le esperaban los hombres con sus
fuertes arcos y flechas! En un instante todos los arcos se tensaron, y una
lluvia de flechas salió disparada hacia el cielo azul. Pero, ¡ah!, las alas
indiferentes del águila se movieron, sin dejar que ni una de aquellas flechas
las tocase siquiera, y el águila se alejó hacia el oeste, más allá del alcance
de las flechas, más allá del alcance del ojo mismo.
La mortífera quietud del alba se rompió con el clamor
de los lamentos de los indios. Las mujeres hablaban excitadas de las invul-nerables
alas rojas del águila, y los héroes fallidos se ocultaron en las tiendas
malhumorados. "¡He-he-he!"-gruñó
el jefe.
Al atardecer de ese mismo día, un grupo de cazadores
descansaba sentado en torno a una brillante hoguera. Estaban hablando de un
extraño joven a quien habían estado espiando mientras cazaban ciervos más allá
de los despeñaderos. Vieron cómo el extraño apuntaba con su arco: siguiendo
con la vista la dirección de la punta de su flecha divisaron una manada de
búfalos. ¡La flecha salió disparada del arco, y alcanzó el cráneo del búfalo
más próximo! Sin embargo, a diferencia de otras flechas, atravesó la cabeza
del animal y girando en el aire alcanzó la del siguiente búfalo. Así, uno a
uno, los búfalos fueron cayendo sobre la dulce hierba en que pastaban, y
quedaron tumbados sobre sus costados, con las patas rígidas y temblorosas. El
extraño joven, muy tranquilo, iba contando con los dedos los búfalos según
iban cayendo muertos al suelo. Cuando por fin abatió al último, corrió hasta
él, recuperó su Flecha Mágica, la limpió cuida-dosamente sobre la suave hierba
y la guardó en su largo carcaj de flecos.
"¡Sin duda va a preparar algún festín para alguna
tribu hambrienta de hombres o bestias!" -comentaron los cazadores
mientras se alejaban corriendo.
Tenían miedo del extraño guerrero de la flecha sagrada.
Sin embargo, cuando la historia de la flecha llegó a oídos del jefe, su cara se
iluminó con una sonrisa, y mandó una partida de hombres a caballo para que
averiguasen el nombre del cazador, cuándo nació y cuáles habían sido sus
hazañas.
"Si se trata del Vengador de la Flecha Mágica , que
salió de la tierra de un coágulo de sangre de búfalo, decidle que venga aquí.
Que sea él quien mate al Águila Roja con su flecha mágica. Que sea él quien
consiga a una de mis bonitas hijas" -dijo el jefe a sus mensajeros, pues
la vieja historia del hijo-hombre del tejón era bien conocida en toda la
llanura.
Pasaron cuatro días y cuatro noches, y los guerreros
regresaron. "Viene para acá" -dijeron- "Le hemos visto. Es alto
y camina bien erguido; su rostro es hermoso, con grandes ojos negros. Se pinta
las mejillas con rojo brillante, y exhibe sobre las sienes las líneas rojas que
distinguen a nuestros hombres de mayor rango. Lleva colgado a la espalda un
largo carcaj de flecos en el que guarda su Flecha Mágica, y tiene un arco grande
y fuerte. Viene para acá, disuesto a matar al Gran Águila Roja". Las
palabras de os mensajeros corrieron de boca en boca por todo el campamento.
Ocurrió que el inmortal Iktomi, recuperado ya de sus
quemaduras marrones, oyó lo que la gente hablaba, y al momento tuvo un nuevo
deseo. "Si yo tuviese la
Flecha Mágica mataría al Águila Roja y conseguiría para mí a
la hija del jefe", se dijo.
Rápidamente volvió a su tienda solitaria. Se sentó en
el suelo, bajo el árbol que crecía junto a la entrada de su tipi, con la
barbilla metida entre las rodillas dobladas. Sus ojos astutos escrutaban la
llanura, en busca del Vengador.
¡Ya viene para acá!, dice la gente del poblado"
-murmuró Iktomi. De pronto se llevó la palma de la mano a las cejas y miró con
atención hacia el oeste. El sol del verano brillaba en medio de un cielo despe)
ado. Allí, en la verde pradera un hombre con la cabeza descubierta caminaba
hacia el este.
"¡Ja, ja! ¡Es él! ¡El hombre de la Flecha Mágica !"
-rió Iktomi. El pájaro de pecho amarillo volvió a cantar, "¡Koda Ni Dakota! ¡Amigo, tú eres un Dakota!",
e Iktomi se puso la mano en la boca y echó la cabeza hacia atrás, riéndose
tanto del pájaro como del hombre.
"¡Él es tu amigo, pero su flecha matará a uno de
tu especie! ¡Es un Dakota, pero pronto será parte de la corteza de este árbol!
¡Ja, ja, ja!" -rió de nuevo Iktomi.
El joven Vengador avanzaba a grandes pasos, acercándose
cada vez más a la tienda y al árbol solitarios. Iktomi podía ya oír el ¡swish!
¡swish! de los pies del extraño avanzando por las altas hierbas. Acababa de
pasar junto al árbol, cuando Iktomi, poniéndose en pie de un salto, le llamó:
"¡How, how, amigo mío! Veo que
estás vestido con hermosas pieles de ciervo y que llevas pintura roja sobre tus
mejillas. ¿Es que vas a alguna fiesta o un baile, si puedo preguntarte?"
Como vio que el joven se limitó a sonreírle, Iktomi continuó: "No he
probado un solo bocado de comida en todo el día. ¡Apiádate de mí, joven
guerrero, y caza a ese pájaro para mí!" -dijo, señalando a la copa del
árbol, donde un pájaro descansaba sobre la rama más alta. El joven Vengador,
siempre dispuesto a ayudar a quienes tuvieran problemas, lanzó una flecha, el
pájaro cayó, y quedó colgando de la rama situada más abajo.
"Amigo mío, súbete al árbol y coge el pájaro. Yo
no puedo subir tan alto. Me marearía y caería" -le rogó Iktomi. El
Vengador empezó a subir al árbol, pero Iktomi le gritó: "Amigo, tus
hermosas pieles adornadas pueden rasgarse con las ramas. Déjalas a salvo aquí,
sobre la hierba, hasta que bajes".
"Tienes razón" -replicó el joven, quitándose
rápidamente el largo carcaj de flecos de la espalda, y dejándolo en el suelo
J'unto con las bolsitas que llevaba colgando y todos los adornos tintineantes.
Ahora podía ya subir al árbol sin estorbos. Pronto llegó a la punta y cogió el
pájaro. "Amigo mío, tírame tu flecha para que pueda tener el honor de
limpiarla con una suave piel de ciervo! "-exclamó Iktomi.
"¡How!"
-dijo el guerrero, arrojando la flecha y el pájaro al suelo.
Inmediatamente Iktomi agarró la flecha. La frotó
primero contra la hierba y luego con una suave piel de ciervo, murmurando al
tiempo cosas ininteligibles. El joven guerrero, que descendía de rama en rama,
oyó el murmullo y dijo: "¡Iktomi, no oigo lo que estás diciendo!"
"¡Oh, amigo mío! Sólo hablaba de tu gran corazon
.
De nuevo, inclinado sobre la flecha Iktomi siguió
repitiendo los conjuros mágicos. "Quédate pegado, bien pegado a la
corteza del árbol" -susurró en voz muy baja. El joven guerrero seguía
bajando lentamente, y de pronto, Iktomi se incorporó, dejó caer la flecha al
suelo y exclamó: "¡Quédate pegado a la corteza del árbol!", y así,
antes de que pudiese saltar del árbol, el joven guerrero quedó unido a la
corteza.
"¡Ja, ja!" -rió el malvado Iktomi, gritando
y salj tando bajo el árbol."¡Tengo la Flecha Mágica !
¡Tengo las pieles y abalorios del Gran Vengador! ¡Mataré al Águila Roja! ¡Me
casaré con la preciosa hija del jefe!"
"¡Oh, Iktomi, libérame!" -le imploró el
guerrero Dakota prisionero en el árbol; pero las orejas de Iktomi eran como el
moho de un árbol, pues parecía no oír nada.
Vistióse con las hermosas pieles, y sujetando orgulloso
la Flecha Mágica
en la mano derecha, Iktomi partió hacia el este. Imitando los largos pasos del
Vengador, se alejó con la cara ligeramente vuelta hacia el cielo.
"¡Oh, libérame! ¡Estoy pegado al árbol como su
propia corteza! ¡Sepárame del árbol!" -gemía el prisionero.
Pasó entonces junto al solitario tipi cierta joven que
cargaba sobre su fuerte espalda una pila de ramas de sauce. Escuchó los
lamentos del hombre, y se detuvo. Miraba a su alrededor, pero por ningún lado
acertaba a ver ninguna criatura humana. "Quizá sea un espíritu",
pensó.
"¡Oh, suéltame de aquí, libérame! ¡Iktomi me ha
engañado! ¡Me ha convertido en corteza de este árbol!" -gritó la voz de
nuevo.
La joven dejó en el suelo la pila de leña, y con su
hacha de piedra en la mano corrió hacia el árbol. Allí, ante sus ojos atónitos,
un joven guerrero estaba pegado al árbol.
Aunque era demasiado tímida para hablar, su corazón
era generoso, y no podía dejar a aquel joven prisionero del árbol. Así que
valiéndose del hacha peló toda la corteza del árbol, y, abriéndola en dos como
una chaqueta la dejó caer al suelo. Con ella cayó también el joven guerrero.
Libre otra vez, emprendió al momento la marcha, y tras alejarse unos pasos,
volvióse a mirar a la joven y agitó la mano hacia arriba y hacia abajo. Este
era el gesto de gratitud que se empleaba cuando las palabras parecían incapaces
de expresar sentimientos muy fuertes.
La todavía sorprendida muchacha llegó a su tienda,
montó en un pony, cabalgó a toda prisa por la llanura, y llevó su historia al
campamento del este: a oídos del jefe preocupado por el Aguila Roja.
0.175.3 anonimo (sioux) - 014
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