Un día, un hambriento
indigente que pasaba por una calle, se dejó llevar por el olor de manjares variados
que emanaba de la ventana de un mesón. El indigente se detuvo y empezó a sacar
los trozos de pan duro que llevaba en su mochila, acercándolos a la ventana
para que se impregnaran de aquellos sugestivos aromas y comiéndoselos con
deleite. El mesonero, que observaba lo que sucedía desde el interior del
local, se le acercó y le pidió que pagara por el olor del asado. Ante la
negativa del mendigo, que además no llevaba encima ni una sola moneda, el
mesonero le llevó ante el juez. Éste, al oír a las dos partes, pidió al
mesonero que se le acercara, sacó dos monedas de su bolsillo y las hizo
tintinear.
-¿Oyes el sonido de las
monedas? -dijo el juez. Pues ya puedes irte, porque has cobrado lo que este
hombre te debía.
Ante la protesta del
pícaro mesonero, el juez le respondió:
-Quien vende el olor de
un manjar, sólo puede cobrar el tintineo de unas monedas.
0.084.3 anonimo (persia) - 013
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