Iktomi estaba sentado sobre el suelo desnudo junto a
un lago, bajo las ramas de un alto sauce. Un montón de rescoldos indicaba la
existencia de un fuego reciente. Iktomi comía un delicioso pescado cocido de cierto
pote de sopa que sostenía entre sus tobillos cruzados.
Tenía hambre, así que sumergía con rapidez su cuchara
de cuerno negro en la sopa. Iktomi no comía de forma regular, y a menudo, aun
hambriento, debía pasarse sin comida.
Bien oculto entre el lago y el arroz silvestre, no
apartaba los ojos del pote de pescado. Como no sabía cuándo volvería a comer,
quería saciarse para unos cuantos días.
"¡How, how,
amigo mío!" -dijo una voz que salía del arrozal. Iktomi se asustó tanto
que casi se ahoga con la sopa. Con la cuchara en el aire miró atentamente
hacia las altas cañas.
"¡How,
amigo mío!" -dijo la voz de nuevo, esta vez muy cerca de él. Iktomi se dio
la vuelta y allí estaba una rata almizclera que acababa de salir del lago,
con el pelaje aún empapado de agua.
"¡Oh, es mi amiga la que me ha asustado! Me
preguntaba si era un espíritu quien me hablaba desde el arrozal. ¡How, how, amiga mía!" -saludó
Iktomi. La rata se quedó allí parada, sonriendo. En sus labios se apuntaba ya
un "Sí, amigo mío" en cuanto Iktomi le preguntase: "Mi amiga,
¿quieres sentarte a mi lado y compartir mi comida?" Esa era la costumbre
de la gente de las praderas, pero Iktomi permaneció sentado sin decir nada.
Empezó a tararear una vieja canción de danza y a golpear suavemente el borde
del pote con su cuchara de cuerno de búfalo. Ante semejante falta de hospitalidad,
la rata empezó a sentirse incómoda y a desear estar otra vez bajo el agua.
Tras muchos latidos de corazón, Iktomi dejó de golpear
con su cuchara de cuerno, levantó la vista y miró a la rata a la cara.
"Amiga mía" -le dijo- "Vamos a echar
una carrera para ver quién gana este pote de pescado. Si gano yo, no tendré que
compartirlo contigo. Si ganas tú, podrás comerte la mitad." Se levantó
entonces de un salto y comenzó a ajustarse el cinto.
"Amigo Ikto, ¡no puedo echar una carrera contigo!
No soy una buena corredora, y tu eres ágil como un ciervo. No vamos a echar
ninguna carrera", respondió la rata hambrienta.
Iktomi permaneció unos segundos con la mano en su
barbilla prominente. Su mirada estaba fija en el aire. La rata le espiaba con
el rabillo del ojo, sin mover la cabeza: se daba cuenta de que el taimado
Iktomi urdía alguna treta.
"Sí, sí" dijo Iktomi, volviéndose de pronto
hacia la visitante indeseada. "Me pondré una gran piedra en la espalda, y
así no podré correr a mi velocidad habitual; la carrera será justa".
Mientras decía esto, apoyó la mano en el hombro de la
rata y comenzó a caminar por el borde del lago. Cuando llegaron al lado opuesto
Iktomi se puso a buscar una roca pesada. Encontró una semienterrada en las
aguas poco profundas de la orilla. La extrajo, la secó y la envolvió con su
manta.
"Ahora, amiga mía, tu correrás por el lado
izquierdo del lago, y yo por el otro. ¡El premio es el pescado cocido que está
en aquel pote!", dijo Iktomi.
La rata almizclera ayudó a Iktomi a levantar la pesada
roca y ponérsela a la espalda. Después partieron, y cada uno tomó uno de los
estrechos senderos que atravesaba las altas cañas que bordeaban la orilla. Iktomi
descubrió que su carga era en verdad pesada. Las gotas de sudor le colgaban de
la frente como perlas, y su pecho se agitaba pesada y rápidamente.
Echó una mirada al otro lado del lago para ver hasta
dónde había llegado la rata, mas no pudo advertir ni el más leve indicio de su
presencia. "¡Vaya, está corriendo muy agachada!" -se dijo. Por más
que escrutaba las altas hierbas de la orilla, no veía agitarse ni una sola.
"¡Ah!, ¿Es que va tan adelantada que las hierbas que ha movido en su
carrera están quietas otra vez? -exclamó Iktomi. Asustado por la idea, dejó
caer rápidamente la pesada piedra de su espalda. "¡Ya está bien!",
dijo, palmeándose el pecho con ambas manos.
De un salto reanudó la carrera. Las matas de hierba y
cañas se aplanaban bajo sus pies, y apenas habían vuelto a levantar sus cabezas
cuando Iktomi estaba ya a muchos pasos de distancia.
Pronto alcanzó el montón de cenizas frías, y allí se
quedó parado y rígido como si hubiera llegado al borde de un acantilado
invisible. Sus ojos negros miraban atónitos al suelo vacío. ¡El pote de
pescado había desaparecido! No había ni rastro del Hombre de las Aguas, la
rata almizclera.
"¡Oh, si hubiese compartido mi comida como un
verdadero Dakota nunca la hubiera perdido toda! ¿Por qué no pensé que la rata correría
bajo el agua? ¡Ella nada mucho más deprisa de lo que yo pueda correr! Eso es lo
que ha hecho. ¡Se ha reído de mí, que llevaba un peso a la espalda, mientras
ella salía disparada hacia aquí como una flecha!"
Así lamentándose, Iktomi se acercó al borde del agua.
Se inclinó hacia delante con las manos sobre las rodillas y escudriñó las
profundidades del lago.
"¡Allí!" -exclamó, "¡Ya te veo, amiga
mía, sentada con mi potecito de pescado entre los tobillos! Amiga mía, estoy
hambriento. ¡Dame un hueso!"
`¡Ja, ja, ja!" rió el Hombre de las Aguas, la
rata almizclera. El sonido de su risa no salía del lago, pues le llegaba de
encima de la cabeza. Todavía con las manos en las rodillas, Iktomi giró su
rostro hacia arriba, hacia el gran sauce. Abriendo mucho la boca imploró:
"Amiga mía, amiga mía, dame un hueso para roer".
"¡Ja, ja!" -rió la rata, e inclinándose un
poco sobre la rama en que estaba sentada dejó caer un huesecillo afilado en la
garganta misma de Iktomi, que casi se ahoga antes de poder sacárselo. En el
árbol la rata reía a carcajadas. 'La próxima vez dile esto al amigo que te
visite: "Siéntate a mi lado, amio mío, y déjame que comparta contigo mi
comida"
0.175.3 anonimo (sioux) - 014
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