En la región de los lagos suecos vivían dos ancianos
tan pobres que no tenían de qué comer. Un día el hijo mayor dijo que se iba por
el mundo para encontrar trabajo. Salió, y al poco rato de caminar se encontró
ante un palacio donde vivía el soberano de la comarca. El rey estaba tomando
el sol a la puerta de su castillo, y, cuando el hermano mayor de Vran apareció,
el monarca le preguntó qué es lo que deseaba, y el mozo repuso que buscaba
trabajo:
-Mira -le dijo el rey, a mí me hace falta un muchacho
que se cuide de siete potros que tengo. El trabajo no es difícil, pues quiero
saber exactamente qué es lo que comen y lo que beben.
Al hermano mayor le pareció esto muy sencillo y aceptó
la colocación. Al rayar el alba, el mozo de la cuadra soltó a los siete potros,
que salieron rápidos como el viento. El hermano mayor corrió tras ellos, hasta
que el sudor le cegaba la vista y el aliento le salía en silbidos. Después de
un gran rato de marchar corriendo tras los potros, el muchacho llegó a una
cueva, donde, sobre una rueca de oro, estaba hilando una vieja. Ésta llamó al
hermano mayor y le dijo:
-No seas tonto; ven aquí que te peine, y descansa. ¿No
ves que los potros han de pasar por aquí esta noche?
El hermano, cansado por la carrera, se dijo: «Bueno,
me echaré un poco mientras esta vieja me peina.»
Así lo hizo, y, como era muy perezoso, se durmió
mientras la vieja le peinaba. Cuando empezaba a caer el sol, volvieron los
potros. El chico cogió un puñado de hierba y un cacharro de agua y regresó al
castillo. Allí, el rey le preguntó si había cuidado bien de los potros y si
sabía qué es lo que comían y bebían. El mozo contestó que sí, y le enseñó la
hierba y el agua.
El rey supo en seguida que mentía y ordenó a sus
lacayos que le propinasen una paliza y luego le frotasen la espalda con sal.
Como podéis suponer, el hermano mayor volvió a su casa
de muy mal humor y lleno de dolores. Se lo contó todo a sus padres.
El segundo hermano se empeñó en averiguar lo que los
potros comían y bebían, y, contra los consejos de su familia, partió en busca
del castillo y de los siete potros.
El rey le admitió con las mismas condiciones que a su
hermano, pero, como también era muy holgazán, le ocurrió igual y volvió a su
casa de pésimo humor y con la espalda llena de chichones.
Entonces Vran decidió ir él. Sus padres trataron de
convencerle, y sus hermanos se echaron a reír, diciéndole que lo mismo le
pasaría a él. Pero Vran no hizo caso y se fue.
Poco había caminado Vran, cuando llegó ante el palacio
y se encontró al monarca, que estaba de mal talante. El rey le preguntó también
quién era y de dónde venía.
Vran le dijo la verdad: que era hermano de los otros
dos mozos que habían llegado antes pidiendo trabajo. Al oír esto, el rey le
quiso echar, pero tanto insistió Vran, y con tan buenos modales. que le
convenció. Al rayar el día, el encargado de la cuadra soltó a los potros, que
partieron raudos como el viento. Vran se agarró a la cola del potro más joven,
y, dando saltos y tumbos, llegó a la cueva de la vieja que estaba hilando su
rueca de oro. La vieja le llamó, pero Vran no le hizo caso y siguió agarrado a
la cola del potro más joven, aunque estaba agotado y molido de golpes. Pasada
la cueva, los potros se pararon y el más joven le dijo con voz firme:
-Súbete, muchacho, ya que todavía tenemos que viajar
un largo camino.
Vran se subió, y continuaron siete veces más de prisa
que antes. Habían corrido al mismo galope desenfrenado horas y horas, cuando el
potro preguntó a Vran:
-¿Ves algo?
Pero Vran contestó:
-No; no veo nada.
Al cabo de un rato, el potro hizo la misma pregunta, y
entonces Vran le contestó:
-Sí; veo un árbol blanco en lontananza.
-Ten cuidado -le contestó el potro, pues por allí
hemos de entrar.
Penetraron en el interior. No había nada, a excepción
de un sable mohoso y una jarra tapada.
-¿Puedes esgrimir ese sable? -preguntaron los potros
a Vran.
Éste probó, pero no lo podía mover.
Entonces los potros le dijeron que se tomase un trago
de la jarra.
Así lo hizo Vran, y descubrió que ahora sí podía
esgrimir el sable con la misma facilidad que si fuese una pluma.
Los potros, puestos de acuerdo de que él era el hombre
al cual estaban esperando, le contaron que ellos, en realidad, eran siete
príncipes que estaban hechizados por una bruja, y que el día que se celebrase
su boda con la princesa, que era la hija del rey, les tenía que cortar las
cabezas, aunque teniendo mucho cuidado de colocar la de cada uno con la cola
del otro, y entonces el hechizo perdería su virtud.
Puestos de acuerdo los siete potros prosiguieron su
camino a la misma velocidad que antes, hasta que el más joven, en el cual Vran
iba montado, le preguntó:
-¿Ves algo?
Y Vran le dijo que veía la torre de una iglesia.
-Ahí es adonde vamos -repuso el potro.
Cuando entraron en el atrio, los potros se
convirtieron en príncipes, tan magníficamente ataviados que Vran quedó
estupefacto. Los príncipes se internaron en el templo y se encontraron con un
sacerdote anciano que los confesó y comulgó. Cuando el cura les hubo dado la
bendición, los príncipes se prepararon para marchar. Vran tomó de manos del
sacerdote una Forma sin consagrar y un poco de vino. Estas dos cosas las guardó
y salió detrás. Entretanto, los príncipes, cuando salieron a la luz del sol,
se convirtiero en potros otra vez y prosiguieron al galope para regresar al
palacio, pero esta vez iban al doble de velocidad que cuando vinieron.
Vran estaba cegado por el viento. Pasaron por donde
estaba la vieja trabajando en su rueca de oro, y Vran no pudo oír lo que dijo,
dada la velocidad que llevaban, pero por lo poco que vio de ella decidió que
debía estar muy furiosa.
Cuando llegaron al palacio, el rey preguntó a Vran:
-¿Has cuidado bien de los potros?
Vran le respondió que había hecho lo posible.
El rey le preguntó si sabía qué es lo que comían y
bebían los potros. Entonces extrajo la Forma sin consagrar y el recipiente con vino,
-En verdad -dijo el rey- que has cuidado a los potros
bien. Así, pues, no faltaré a mi promesa: tendrás a mi hija como esposa y la
mitad de mi reino.
Todo el mundo se dispuso a preparar la fiesta, y el
día de la boda, momentos antes de casarse, Vran descendió a la cuadra, sin
que nadie lo advirtiese y cortó las cabezas a los siete potros, tal como
había prometido, y las colocó en la misma postura que ellos le habían dicho.
En el acto surgieron los siete príncipes, ataviados
con el lujo más fantástico, y dando las gracias a su salvador, todos subieron
a participar en la boda. El rey, al ver a sus hijos perdidos, abrazó a Vran, y
le dijo:
-Posees ya la mitad de mi reino; la otra mitad la
poseerás el día de mi muerte, ya que mis hijos se pueden buscar fortuna y
tierras por el mundo.
Y de esa manera el pobre Vran se encontró convertido
en uno de los principales reyes de ese país.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
No hay comentarios:
Publicar un comentario