Hialmar, el héroe descendiente de los Vetars, había
hecho un pacto de hermandad con Orrar Oddur, el vikingo. Juntos se habían
presentado al rey de Sigtune, Ané, y le habían prometido fidelidad absoluta.
El rey Ané tenía una hija llamada Ingeborg, que amaba
en secreto a Hialmar y se sentía desgraciada porque creía que el héroe no se
había fijado en su belleza. Pero se equivocaba, porque también Hialmar la
quería, aunque sin haberle confesado nunca su amor.
En Bolmsé, país cercano a Sigtune, reinaba Ansgrim ci
gigante, padre de doce hijos, todos audaces guerreros. El mayor, Hiorvard,
había contemplado una sola vez la belleza de Ingeborg y había quedado prendado
de ella de tal manera que, cuando llegó la fiesta del Jul -fiesta de verano- y
Ansgrim y sus hijos brindaron con la copa de hidromiel para proponer cada uno
de ellos una nueva gesta que añadir a su fama de héroes, Hiorvard declaró que
en aquel año conseguiría la mano de la princesa de Sigtune, aunque se opusieran
a ello el rey y todo el país.
Ansgrim, prudente, recordó a su hijo la presencia en
Sigtune de los dos hermanos de armas: Orrar Oddur, el vikingo, y Hialmar, el
héroe. Hiorvard aseguró que estaba dispuesto a batirse con quien fuera, y diez
de sus doce hermanos bebieron la copa del hidromiel, y declararon que se
pondrían al lado de Hiorvard en cualquier circunstancia y que lucharían en su
defensa contra todos los guerreros de Sigtune.
Angandyr, el menor de los hermanos, tenía todavía
intacta su copa de hidromiel. El padre, sorprendido, le preguntó si sería lo
suficientemente cobarde para no juntarse a sus hermanos en la lucha por la
conquista de Ingeborg. Levantóse entonces el menor de los hermanos y declaró
que acompañar a su hermano en la lucha contra los de Sigtune le parecía muy
poca cosa. Él quería encontrar y conseguir para él la espada Tirfing, cuyo filo estaba envenenado y
salía siempre victoriosa en las luchas. Los enanos, enemigos de los dioses del
Valhalla, la habían forjado hacía mucho tiempo. Varios héroes la habían
poseído y les había dado memorables victorias. Ahora estaba escondida en las
profundidades de la tierra y nadie conocía su paradero.
Lo mismo el padre que los once hermanos admiraron el
valor de Angandyr al formular tal promesa, que creían imposible de realizar.
Poco tiempo después, los doce hermanos se dirigieron
a Sigtune, donde fueron recibidos en audiencia por el rey, rodeado de todos sus
guerreros. Angandyr miró muy atento la espada de todos los presentes, sin poder
descubrir entre ellas a Tirfing.
Al ofrecerle Ané la copa de hidromiel, Hiorvard la
rehusó, y dijo que no había venido en son de paz ni a beber con él; venía en
busca de la princesa Ingeborg, a quien solicitaba como esposa.
Antes de que el rey tuviera tiempo de contestar
levantóse Hialmar con tal violencia, que su armadura resonó con estrépito. Se
colocó frente al rey y le dijo que él había defendido en todo tiempo las costas
de sus Estados, y que las rocas del mar podían dar cuenta de los numerosos
combates que a sus orillas había ganado. Nunca había pedido una recompensa,
porque se sentía satisfecho con cumplir la promesa hecha siendo casi un niño
de consagrar su vida a la salvación de su país. Ahora se había hecho hombre y
no se sentía dispuesto a aguardar solo y sin hogar la llegada de la muerte.
También amaba a la princesa Ingeborg, y solicitaba su mano.
El viejo rey vaciló. No podía prescindir de Hialmar,
pero temía también la cólera de los hijos de Ansgrim. No sabiendo como decidir
la cuestión, decidió llamar a su hija, y que fuera ella quien escogiera entre
los dos enamorados.
Apareció Ingeborg ante ellos, más bella que nunca. Al
saber qué era lo que de ella se esperaba sonrió feliz, y sin temor alguno, y
sin vacilar un momento, tendió su mano a Hialmar, declarando que hacía mucho
tiempo que deseaba ser su esposa.
Hiorvard y sus once hermanos rugieron indignados por
la afrenta que, según ellos, les infería Hialmar, y le retaron para que
acudiera a Samsé a combatir con ellos. Hialmar aceptó el reto.
Los doce gigantes salieron del palacio de Ané con el
corazón henchido de odio y deseos de venganza. Pero sólo once llegaron a la
casa de su padre. Angandyr quedóse por el camino, meditando sobre la manera de
apoderarse de Tirfing y vengarse de
Hialmar.
Vagó por los montes largo tiempo y, cansado por fin de
la caminata, se acercó a unas rocas cubiertas de musgo y se tumbó. Estaba
anocheciendo, y quedóse dormido.
Creyó ver en sueños como una luz azul que iluminaba el
espacio. En medio de esta claridad, Angandyr percibió a los enanos que
bailaban alrededor de un atrio ennegrecido. Entre saltos y risas, entonaban
una canción, en que decían que únicamente un guerrero fuerte y valiente y que
fuera digno de ello conseguiría encontrar a Tirfing,
la espada envenenada.
Cuando desapareció la extraña visión despertó
Angandyr y vio a su lado una espada. La cogió sorprendido. Era Tirfing.
Se acercaba la fecha del combate en Samsé. Ingeborg
tejía una fuerte coraza de seda para Hialmar, pero un terrible presentimiento
la impedía avanzar en su trabajo. Las agujas caían de sus manos, y lloraba
amargamente porque, aun confiando en el valor y la audacia de su amado, tenía
el convencimiento de que moriría en el combate.
También Hialmar tenía este presentimiento. Sólo a
Orrar Oddur, que debía acompañarle en el combate, había comunicado sus
temores.
Llegó el momento de la partida, y los dos amantes, con
el corazón lleno de dolor, se despidieron a la orilla del mar. Ingeborg entregó
a su prometido un anillo de oro, como prenda de su amor y su fe. Hialmar colocó
el anillo en su dedo. Al ver el amor que le tenía la princesa, a quien él
adoraba, sintió renacer la confianza y el valor para afrontar el peligro de la
espada envenenada de Angandyr. El pensamiento de que ella era el premio de su
hazaña disipó sus lúgubres presentimintos.
Orrar Oddur y Hialmar llegaron a Samsé y encontraron a
los doce hermarios. Once de ellos se precipitaron sobre Oddur. Hialmar se
lanzó contra Angandyr.
Mientras Orrar se defendía del fiero ataque de los
once hermanos, gritó a Hiorvard que eso no era propio de guerreros nobles. Que
acudieran a la lucha uno a uno y él daría buena cuenta de todos. Así lo
hicieron, y uno tras otro cayeron los once a los fuertes golpes de la espada
del vikingo.
Terminada la lucha, Orrar volvió en busca de Hialmar.
Angandyr yacía muerto y la espada Tirfing
estaba a su lado, manchada con la sangre de Hialmar. Éste seguía en pie, pero
tenía en su cara la palidez de la muerte.
Al ver acercarse a su hermano de armas, Hialmar
pareció reunir las pocas fuerzas que le quedaban. Dieciséis heridas
desgarraban sus carnes. El veneno de Tirfing
iba penetrando en su corazón.
Arrancó de su dedo el anillo que le diera Ingeborg al
despedirse, y, entregándolo a su amigo, le rogó que lo devolviera a su amada,
y le dijese que su último pensamiento había sido para ella.
Orrar dio sepultura a los doce hermanos. Recogió
luego a su amigo y le depositó en el fondo de la embarcación. Dirigióse, muy
triste, hacia Sigtune. Al llegar, fue a ver a Ingeborg, quien le recibió
ansiosamente. Entregó a la princesa el anillo de Hialmar, y le transmitió al
mismo tiempo sus últimas palabras, que habían sido un dulce recuerdo de amor
para ella.
El dolor de Ingeborg fue inmenso. Contempló absorta el
anillo, y, de pronto, al ver las manchas rojas de sangre que en él -había,
concibió la idea de ir a reunirse con Hialmar. Aplicó, pues, sus labios sobre
la sangre envenenada y la absorbió afanosamente. El veneno se deslizó por sus
venas y llegó hasta el corazón.
Tirfing, al dar
muerte a Hialmar, había también matado a Ingeborg.
Orrar Oddur trasladó los cuerpos de los dos enamorados
y los enterró en Samsé. Cuenta la leyenda que poco tiempo después nacieron
junto a la tumba dos abedules frondosos y esbeltos, tan juntos, que sus ramas
se entrelazaban, como los brazos de los amantes. Y aun se asegura que en las
noches de viento las cimas de los dos árboles, al balancearse, pronuncian dulcemente
los nombres de Ingeborg y Hialmar.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
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