Junto a la ensenada de song vivía con dos hemanos
llamados Bjor y Asmund, y un numeroso grupo de guerreros, el joven y poderoso
Fridtjof, muy hábil en las artes y en el consejo, invencible en los juegos
atléticos, amable y de dulce carácter.
Fridtjof gobernaba parte del territorio de Song en
nombre de los reyes Helge y Halfdan, que eran de su edad y a quienes aventajaba
en fuerza, en juicio y en toda clase de bienes. Lo que más apreciaba Fridtjof
de toda su riqueza era una barca, célebre entre todas las de Noruega, que tenía
por nombre Ellida. Quince marineros
podían remar a cada banda, y estaba sólidamente construida y aparejada para
largas aventuras. El joven guerrero tenía también en gran aprecio un anillo de
oro tan maravillosamente labrado, que en toda Noruega no había otro que pudiera
comparársele.
Helge y Halfdan, hijos y sucesores del rey Bele, veían
con recelo aumentar cada día la fortuna de Fridtjof. Tenían su corte al otro
lado de la ensenada, en Surstrand, pero la mantenían con muy poco esplendor,
porque eran pobres y poco inclinados a las fiestas. Vivía con ellos su
hermana, llamada Ingeborg, de extraordinaria belleza, a quien profesaban un
cariño ilimitado.
-Por desgracia -decían ambos reyes- Ingeborg mira con
buenos ojos a Fridtjof. La hija del rey Bele ama al hijo de un vasallo. Sabemos
que ella no le quiere por sus despreciables riquezas; sin duda Fridtjof ha
seducido a nuestra hermana por la astucia y por sus discursos llenos de
mentiras.
Un día, Fridtjof entró en la corte de los reyes, los
saludó con respeto y les dijo:
-Señores, amo a vuestra hermana Ingeborg, y vengo a
pedir su mano para casarme con ella.
Los dos hermanos contestaron a la petición con frases
irónicas.
-Entonces -replicó Fridtjof- mi visita ha terminado.
Pero os advierto que desde ahora no habrá para vosotros ni ayuda ni socorro de
parte mía.
Y he aquí que había un rey llamado Ring, que poseía
el territorio de Ringerike, y no pensaba más que en extender su reino y
aumentar sus bienes por la violencia. Un día reunió su Consejo y habló así:
-He sabido que los hijos del rey Bele han roto su
amistad con Fridtjof, el hombre más valiente y temido de estos tiempos. Tonto
sería quien no aprovechara ese error. He decidido, pues, mandar un mensaje a los
reyes de Song con estas condiciones: o me rinden homenaje y me pagan tributo o
me tendrán por enemigo.
Al recibir la embajada de Ring, Helge y Halfdan
convocaron a sus adictos, pero una vez reunidos, los reyes comprendieron su
debilidad y echaron de menos a Fridtjof, acusándose mutuamente de haberle
ofendido. Por fin le enviaron un hombre de espíritu prudente, Hilding, en cuyo
hogar se había educado el joven Fridtjof. Pero éste contestó con evasivas, y,
cuando Hilding volvió a dar cuenta del fracaso de su misión, los reyes de Song
se preguntaron:
-¿Y qué haremos de Ingeborg durante nuestra ausencia?
¿Cómo engañaremos al audaz y malicioso Fridtjof?
Hilding les dio este consejo:
-Conducidla a Baldershage con sus doncellas. Allí
estará protegida de todo aquel que tema y respete a los dioses.
Baldershage era un lugar sagrado, sobre la ensenada,
delante de Framnes. Allí se levantaban bellos palacios entre campos
cultivados, donde crecían las flores y las plantas aromáticas. Allí se honraba
a los dioses del Norte, cuyas estatuas de madera poblaban los templos. Jamás
había de ser turbada la paz en aquel lugar santo; allí estaba prohibido matar
aún a la más dañina alimaña, y hombres y mujeres no podían vivir bajo el mismo
techo sin cometer sacrilegio.
Después de llevar allí a Ingeborg con ocho damas de su
elección, los dos hermanos se dirigieron hacia el sur para entrar en combate.
Apenas Fridtjof supo la noticia se vistió con su mejor
traje, se puso al brazo el anillo de oro, y en compañía de sus hermanos Bjor y
Asmund, y de seis hombres, fue a la orilla del mar y mandó lanzar al agua su
barca Ellida, donde embarcaron todos.
Atravesaron la ensenada y llegaron al lugar sagrado.
Ingeborg habitaba un recinto tapizado de seda escarlata, adornado de alfombras
preciosas, y, al ver a Fridtjof, exclamó con voz temblorosa:
-¿Te has vuelto loco, Fridtjof? ¿Cómo has podido
venir contra la voluntad de mis hermanos y sin temor a la presencia de los
dioses?
-Querida Ingeborg -contestó Fridtjof, el amor que te
profeso está por encima de la cólera de los dioses.
Al oír esto, todo temor abandonó a Ingeborg, y una
alegre y serena confianza se apoderó completamente de su alma.
-Bien venidos seáis tú y tus amigos. Siéntate a mi
lado; te llenaré el cuerno de hidromiel y te serviré con mis manos propicias en
fuentes de plata. Feliz sea tu permanencia en Baldershage.
Cuando llegó la hora de volver a Framnes, Ingeborg
dijo a Fridtjof:
-Amigo, el anillo más hermoso del mundo luce en tu
brazo; ¿no estaría mejor en el de una mujer?
-Querida Ingeborg, te pertenece si me prometes no
separarte nunca de él y enviármelo el día que dejes de serme fiel. Cambiemos,
pues, nuestros anillos y nuestra promesa en prenda de constancia y de amor.
Y así lo hicieron. Fridtjof dio a Ingeborg el hermoso
anillo y él recibió uno de los que adornaban el brazo de la doncella.
Cuando Helge y Halfdan encontraron el ejército de
Ring, numeroso y bien armado, reconocieron su impotencia y se desanimaron.
Mandaron, pues, a decir al rey que estaban dispuestos a un acuerdo.
-Consiento -dijo Ring, si me aceptáis como soberano y
me dais por mujer, con el dote conveniente, a vuestra hermana Ingeborg. Sólo a
este precio os otorgaré la paz y no disminuiré ni vuestro honor ni vuestra
tierra.
Tal fue el pacto convenido, y los reyes Helge y
Halfdan regresaron a sus Estados para buscar a su hermana.
Grande fue su furor cuando se enteraron de lo que
Fridtjof había hecho.
-¿Cómo han podido los dioses soportar tales ultrajes?
Por nuestra parte no permaneceremos insensibles. Pero Fridtjof ha reunido sus
hombres y él es más fuerte que nosotros. Hemos de actuar más con la astucia que
con la violencia.
Y confiaron a Hilding este mensaje para Fridtjof:
«Los reyes Helge y Halfdan han sabido tu perfidia y
la ofensa hecha a los dioses. Mas no se dejarán arrastrar por su resentimiento:
condenan la guerra y no quieren derramar sangre. Pero en justa compensación te
mandan que navegues hasta las islas Orcadas, al oeste, para reclamar allí el
tributo que deben sus habitantes y que no han pagado desde la muerte del rey
Bele, pues van a casar a su hermana Ingeborg con el rey Ring y necesitan este
dinero.»
Fridtjof contestó a este mensaje en los siguientes
términos:
«Yo también deseo que la paz reine entre nosotros y no
pienso romperla, aunque no espero de los dos reyes ni amor ni fidelidad. Me
comprometo a navegar hasta las islas Orcadas si ellos me prometen que durante
mi ausencia quedarán protegidas y aseguradas mis propiedades, mi gente y mis
bienes en todos los casos.»
Los reyes de Song se lo prometieron con juramento, y
Fridtjof eligió entonces dieciséis guerreros y equipó su nave para un largo
viaje. Una mañana, como soplara un viento propicio, embarcó en la ensenada de
Song y se alejó hacia la inmensidad. En seguida, Helge y Halfdan invadieron el
territorio de Fridtjof, entregaron Framnes a las llamas, destruyeron las
casas, devastaron los prados y las labranzas, y sólo guardaron lo que podían
llevarse. Luego llamaron a dos brujas, Heid y Hamgliaana, cuyas manos llenaron
de oro.
-Fridtjot navega hacia el oeste a bordo de su Ellida. Son dieciséis marineros
valientes y hábiles en atravesar los mares. Provocad con vuestras artes un
huracán que ninguna nave pueda resistir.
Sentadas en altos taburetes las brujas arrojaron a un brasero
de cobre las hierbas inflamadas, de las que salía un vapor sofocante, y
desatándose los cabellos, haciendo girar sus feroces ojos y retorciendo sus
miembros, comenzaron sus hechizos entre gritos y gemidos ahogados.
Fridtjof navegaba hacia el oeste, con Bjor, Asmund y
sus marineros. Ya habían perdido de vista las costas de Noruega cuando
descubrieron grandes nubes y olfatearon el viento de la tempestad. En un
momento se levantaron enormes olas, que Ellida
atravesaba sin detener un momento su carrera.
De pronto, una segunda tempestad más violenta los
envolvió; una tromba de agua seguida de una tempestad de nieve. Las olas se
ocultaban bajo una sombra espesa, y un remolino zarandeó la nave de tal modo
que los marineros ya no se veían de un lado a otro. El agua entraba por todas
partes. Cuatro hombres cayeron al mar y desaparecieron entre la espuma.
-Esperemos -dijo Fridtjof- seguirlos a casa de Ran,
la sombría divinidad de los abismos. Preparémonos al menos a bajar a su reino
como dignos y ricos guerreros. Que cada uno de nosotros lleve un poco de oro
encima, para que sea recibido como huésped dé calidad.
Fridtjof se quitó del brazo el anillo que lé había
dado Ingeborg y, rompiéndolo, repartió los pedazos entre sus compañeros.
-Amigos, he roto el anillo rojo, el anillo que llevó
en otros tiempos Bele, el noble rey; he destruido mi promesa de amor. Pero al
menos, cuando entremos en el abismo donde están los dioses del mar, seremos
dignamente acogidos; porque el oro, en manos del invitado, es señal de una
gran alma y de un alto origen.
Bjor exclamó:
-Si hemos de visitar a Ran, estoy dispuesto. Pero aún
me queda esperanza. Me parece que Ellida ya no avanza tan penosamente, y, a no
ser por esta oscuridad que nos envuelve, sin duda veríamos algún pronóstico
tranquilizador. Fridtjof, sube al palo y mira atentamente en torno.
A pesar de la ráfaga de nieve y frío que helaba,
Fridtjof subió al palo y, cuando volvió a bajar, explicó las extrañas visiones
que había tenido:
-He descubierto un escualo de una grandeza increíble
que nos envuelve en triple anillo. Pienso que estamos a poca distancia de la
costa y que el monstruo nos quiere alejar de ella. Amigos, el rey Helge no deja
de atacarnos por magia y hechicería; es él quien nos pone asechanzas y nos
manda estas desgracias. Sobre el lomo del escualo se sientan dos mujeres
horribles, viejas y descarnadas. Obra de ellas es este mal tiempo; sus encantos
nos tienen cautivos. Probaré a ver quién puede más: si yo con mi fortuna o
ellas con su hechicería. Remad en dirección a ellas y dadme el arpón más
sólido.
Ellida, la buena
nave, dio un brinco hacia adelante y parecía volar entre el mar enfurecido,
mientras Fridtjof, empuñando el arpón, corría hacia proa. Con el arma hirió a
una de las brujas, mientras Ellida se
lanzaba sobre la otra, dándole con la quilla en pleno pecho. Las dos perversas
mujeres fueron tragadas por las olas y en seguida se sumergió el escualo,
desapareciendo de la vista.
Inmediatamente cesó la tormenta, las nubes volvieron
al horizonte; una claridad suave se esparció por el mar; se abrió la cortina
de lluvia y de nieblas que ocultaba a la tierra, y las islas Orcadas mostraron
sus costas y sus cimas coronadas de nieve.
Cuando Ellida
arribó a la costa, los marineros estaban tan cansados por el extraordinario
esfuerzo, que a ninguno le quedaban fuerzas para ganar tierra. Sólo los tres
hermanos se mantenían aún derechos. Sobre sus hombros, Asmund llevó a un
hombre a la costa; Bjor llevó dos; pero Fridtjof trasladó ocho hombres.
A la primavera siguiente, Fridtjof entró en la
ensenada de Song con el oro del tributo de las islas Orcadas, y no halló en su
territorio más que ruinas y muros ennegrecidos.
Por la gente que escapó a la matanza supo que Helge y
Halfdan habían devastado sus tierras mientras él navegaba con gran peligro
para servirlos. Preguntó dónde estaban los reyes y le contestaron que en
Baldershage, porque era la época de las plegarias y sacrificios a los dioses.
Allí se dirigió Fridtjof con sus hombres, decidido a
vengar la afrenta. En el puerto de Baldershage estaba amarrada la flota que
llevó hasta allí a los reyes y a la corte, y, al echar pie a tierra, Fridtjof dijo
a sus fieles compañeros:
-Coged vuestras hachas y destrozad el fondo de todas
estas barcas, grandes y pequeñas, porque tal vez de eso dependerá nuestra vida.
Y acompañado de Bjor se encaminó a la ciudad, en
dirección a la casa de los reyes. En vano trató Bjor de retenerle. Fridtjof le
replicó mii y duramente:
-Quédate fuera. Entraré solo a ver a los reyes
traidores. Pero si esta noche nó vuelvo, Bjor, hermano mío, toma una antorcha
y. prende fuego a los techos de Baldershage. Ése es tu deber.
-Nunca has hablado mejor, amigo -le contestó Bjor.
Fridtjof entró en la sala donde estaban los dos reyes
bebiendo y sacrificando a las divinidades. El héroe avanzó llevando en la mano
el saco que contenía el tributo de las islas Orcadas, y cuando estuvo delante
de Helge le dijo:
-Rey, heme aquí de regreso, y como estarás impaciente
por recibir el dinero que me mandaste a buscar a las Orcadas, ahí lo tienes.
Y al decir esto arrojó el saco a la cara del rey con
tal fuerza que Helge cayó del trono y los dientes le saltaron de la boca.
Todos los presentes permanecieron atónitos y
silenciosos.
Entonces Fridtjof cogió un tizón y, blandiéndolo sobre
su cabeza, lo arrojó al techo. Poco después la casa fue presa de las llamas.
Luego, viendo Fridtjof que Helge llevaba en el brazo
el anillo que él había regalado a Ingeborg, se lo arrebató violentamente.
Al recobrar el rey Helge el conocimiento, se
enfureció y excitó a sus hombres contra Fridtjof:
-Este vasallo ha de morir y ha de perder todos sus
bienes, puesto que no ha respetado ni a los dioses ni a nuestra persona.
Pero cuando los guerreros embarcaron en persecución
del héroe, entró el agua en las naves y tuvieron que volver a tierra a toda
prisa, mientras por la ensenada se alejaba la barca de Fridtjof. El rey Helge
tendió el arco para arrojar una flecha ligera que iba lejos; pero tiró tanto,
que el arco se rompió y la flecha cayó a sus pies.
-¿Qué haremos mañana, hermano? -preguntó Bjor.
Baldershage es pasto de las llamas, y desde ahora estarás proscrito.
-Iré lejos de aquí, a combatir con otros pueblos, a
otras tierras. Amigos, el mundo está lleno de aventuras; en todas partes, al
oeste y al sur, hay islas prósperas, ciudades florecientes, donde se detiene
con gloria y provecho la nave del vikingo.
Durante varios estíos, Fridtjof navegaba de costa a
costa, de isla en isla; en cada expedición acrecentaba su fama y aumentaba su
tesoro. Los héroes desterrados, los guerreros sin jefe, todos los que buscaban
la fortuna de las armas y amaban las empresas audaces, acudían a él a porfía, y
en todo el Norte se respetaba y honraba el nombre de Fridtjof el Fuerte.
-Amigo -dijo un día Fridtjof a Bjor, su hermano, estoy
cansado de tanto viajar de una tierra a otra. Mi corazón se entristece al
pensar en Noruega; no puedo olvidar sus oscuros bosques, y sus tranquilas
ensenadas, donde se refugian las aves de mar. Voy a separarme de vosotros; iré
a la corte del rey Ring. Mi mayor deseo es volver a ver a Ingeborg, la dulce y
primorosa princesa.
Sus amigos le condujeron a la costa y Fridtjof caminó
hacia Opland, donde vivía el rey Ring.
Una mañana llegó Fridtjof al castillo, encorvado,
envuelto en un manto harapiento y oculto el rostro en la capucha, entró en la
sala y se sentó en un banco alejado del lugar en que estaban el rey y la
reina.
Pero Ring le vio y dijo a Ingeborg:
-Acaba de entrar un anciano que, a pesar de ir encorvado,
me parece más alto y más bizarro que todos los demás hombres.
El rey envió un paje al extranjero y le ordenó que
dijese de dónde venía, cómo se llamaba y dónde había dormido la pasada noche.
Fridtjof contestó al paje:
-Di al rey que me llamo Ladrón, que esta noche estuve
en casa del Lobo, y que vengo del país de la Nostalgia.
Al rey le agradó mucho la contestación y, a pesar de
las protestas de Ingeborg, mandó llamarle a su lado y le dijo:
-De todo lo que has dicho saco en claro que te llamas
Ladrón. Probablemente has dormido esta noche en el bosque, porque no conozco
ningún campesino que se llame Lobo. Si vienes del país de la Nostalgia , tal vez te
hayas educado en el país de la
Sereni dad. Abre tu manto, hombre, y siéntate a mi lado.
La reina se irritó.
-Señor, ¿perdéis el juicio? ¿Cuándo se ha visto que
se sienten en nuestro banco los mendigos?
-Hay que hacer mi voluntad.
Fridtjof se aligeró del manto y apareció vestido con
una túnica azul, luciendo en el brazo su hermoso anillo y en su talle un
cinturón de plata maciza del que pendía una bolsa llena de oro; un tahalí de
cuero muy bien trabajado sostenía la espada, y un casco de piel cubría su
cabeza y dejaba su rostro en la sombra. Ring le contempló con agrado.
-Tu manto no armoniza con tu vestido. Quiero que la
reina te regale otro de mejor calidad.
-Haré lo que mandáis, señor -dijo la reina. Pero este
extranjero no me da más que inquietudes.
La reina tomó un manto de escarlata, y, al ponerlo
sobre los hombros de Fridtjof, se fijó en el anillo que llevaba en el brazo.
Entonces palideció intensamente, para ponerse luego encendida como la grana;
pero ni una palabra salió de sus labios.
El rey obsequió a Fridtjof, y le dijo alegremente:
-Posees un anillo de maravillosa hermosura.
-Es una herencia de mi padre.
-¡Bah! Apostaría a que no es tu único tesoro, porque
nunca he hallado un vagabundo que lleve así la espada y hable como tú. Te lo
digo como buen entendido, aunque sea viejo y tenga mala vista.
Todo el invierno permaneció Fridtjof en casa del rey
Ring, tratado con agasajos, cortesía y abrumado de cumplimientos y halagos.
Sólo la reina huía de él.
Un día, el rey le condujo al bosque y, hablando,
hablando, se internaron hasta muy lejos y se desorientaron. El rey se sintió
fatigado y se tumbó al pie de una encina.
-Amigo, no podré dar un paso más si no duermo un poco.
-Señor -advirtió Fridtjof, es muy peligroso para un
rey dormir fuera de su palacio, sin sus fieles y sus guardias.
-No importa -replicó Ring; no puedo andar más.
El rey se volvió de lado y cerró los ojos.
Fridtjof se sentó a su lado en el musgo. En su
interior se libraba un gran combate: odio y respeto, cólera y amistad se
disputaban su decisión, y un gran dolor atormentaba su alma. Por fin desenvainó
la espada, pero al ver la hoja dominó en él la virtud, y lanzó el arma entre
los matorrales. Poco después despertó Ring, sonrió a Fridtjof y, llamándole por
su nombre, le dijo:
-Fridtjof, durante mi sueño muchos pensamientos han
pasado por tu cabeza. Nunca he dudado de que dominarían tus buenos
sentimientos. Quiero ahora honrarte según te mereces. Has de saber que te
reconocí apenas entraste en la sala disfrazado y encorvado como un viejo.
-¿Qué más podríais hacer por mí, señor? -contestó
Fridtjof, tan confuso como maravillado. Me habéis recibido y tratado como a un
jefe ilustre. Ha llegado para mí el momento de dejaros y volver adonde me
esperan mis hombres, los queridos compañeros de mis luchas y mis penas.
Volvieron ambos al castillo, y aquella noche, ante
todos los cortesanos, el rey proclamó los títulos y el talento de Fridtjof el
Fuerte.
Al día siguiente Fridtjof entró en la cámara del rey,
entregó a Ingeborg el hermoso anillo que en otro tiempo le pidiera ella en
garantía de su amor, y se despidió. Pero el rey Ring le dijo suspirando:
-No te vayas así, Fridtjof, a quien quiero entre todos
los hombres, a quien nadie puede vencer en la batalla. Te recompensaré como no
esperas. Tuyas serán mis tierras, mis bienes y mi mujer.
-Mientras vivas, no aceptaré nada.
-Amigo Fridtjof, no te ofrecería todo esto si no
supiera que mis días están contados. Cuando muera y repose en el túmulo de
piedras, tomarás por esposa a Ingeborg, tu bien amada; mis hijos serán los
tuyos, y reinarás en el país. Pero desde ahora tendrás el nombre de rey.
Poco tiempo después murió el rey Ring y hubo duelo en
todo el país, y cuando le hubieron sepultado bajo el túmulo de piedras, se
celebraron las bodas de Fridtjof y de Ingeborg.
Los hermanos de la reina se mostraron descontentos al
saber lo ocurrido y, llenos de envidia, decidieron atacarle. Al saberlo,
Fridtjof dijo a su esposa:
-Amada Ingeborg, tus hermanos me quieren matar a causa
de nuestro matrimonio. Ábreme el corazón y dime qué temes.
-Señor, sólo temo una cosa: perderte para siempre.
Los reyes quedaron derrotados en la batalla, como
estaba descontado cuando Fridtjof combatía. Helge cayó derribado por un golpe
mortal y Halfdan se rindió a discreción. El vencedor tomó sus tierras y el
título de rey de Song.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
Éste relato cayó en mis manos en mi adolescencia (años 90) y marcó mi ideal de hombre...que aún no ha aparecido!
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