Translate

viernes, 11 de enero de 2013

La saga de fridtjof

Junto a la ensenada de song vivía con dos hemanos llamados Bjor y Asmund, y un numeroso grupo de guerreros, el joven y poderoso Fridtjof, muy hábil en las artes y en el consejo, invencible en los juegos atléticos, amable y de dulce carácter.
Fridtjof gobernaba parte del terri­torio de Song en nombre de los reyes Helge y Halfdan, que eran de su edad y a quienes aventajaba en fuerza, en juicio y en toda clase de bienes. Lo que más apreciaba Fridtjof de toda su riqueza era una barca, célebre entre todas las de Noruega, que tenía por nombre Ellida. Quince marineros po­dían remar a cada banda, y estaba sóli­damente construida y aparejada para largas aventuras. El joven guerrero te­nía también en gran aprecio un anillo de oro tan maravillosamente labrado, que en toda Noruega no había otro que pudiera comparársele.
Helge y Halfdan, hijos y sucesores del rey Bele, veían con recelo aumentar cada día la fortuna de Fridtjof. Tenían su corte al otro lado de la ensenada, en Surstrand, pero la mantenían con muy poco esplendor, porque eran po­bres y poco inclinados a las fiestas. Vi­vía con ellos su hermana, llamada Ingeborg, de extraordinaria belleza, a quien profesaban un cariño ilimitado.
-Por desgracia -decían ambos re­yes- Ingeborg mira con buenos ojos a Fridtjof. La hija del rey Bele ama al hijo de un vasallo. Sabemos que ella no le quiere por sus despreciables ri­quezas; sin duda Fridtjof ha seducido a nuestra hermana por la astucia y por sus discursos llenos de mentiras.
Un día, Fridtjof entró en la corte de los reyes, los saludó con respeto y les dijo:
-Señores, amo a vuestra hermana Ingeborg, y vengo a pedir su mano para casarme con ella.
Los dos hermanos contestaron a la petición con frases irónicas.
-Entonces -replicó Fridtjof- mi visita ha terminado. Pero os advierto que desde ahora no habrá para vos­otros ni ayuda ni socorro de parte mía.
Y he aquí que había un rey llama­do Ring, que poseía el territorio de Ringerike, y no pensaba más que en extender su reino y aumentar sus bie­nes por la violencia. Un día reunió su Consejo y habló así:
-He sabido que los hijos del rey Bele han roto su amistad con Fridtjof, el hombre más valiente y temido de estos tiempos. Tonto sería quien no aprovechara ese error. He decidido, pues, mandar un mensaje a los reyes de Song con estas condiciones: o me rinden homenaje y me pagan tributo o me tendrán por enemigo.
Al recibir la embajada de Ring, Helge y Halfdan convocaron a sus adic­tos, pero una vez reunidos, los reyes comprendieron su debilidad y echaron de menos a Fridtjof, acusándose mutua­mente de haberle ofendido. Por fin le enviaron un hombre de espíritu pru­dente, Hilding, en cuyo hogar se había educado el joven Fridtjof. Pero éste contestó con evasivas, y, cuando Hil­ding volvió a dar cuenta del fracaso de su misión, los reyes de Song se preguntaron:
-¿Y qué haremos de Ingeborg du­rante nuestra ausencia? ¿Cómo engaña­remos al audaz y malicioso Fridtjof?
Hilding les dio este consejo:
-Conducidla a Baldershage con sus doncellas. Allí estará protegida de todo aquel que tema y respete a los dioses.
Baldershage era un lugar sagrado, sobre la ensenada, delante de Framnes. Allí se levantaban bellos palacios en­tre campos cultivados, donde crecían las flores y las plantas aromáticas. Allí se honraba a los dioses del Norte, cu­yas estatuas de madera poblaban los templos. Jamás había de ser turbada la paz en aquel lugar santo; allí estaba prohibido matar aún a la más dañina alimaña, y hombres y mujeres no po­dían vivir bajo el mismo techo sin co­meter sacrilegio.
Después de llevar allí a Ingeborg con ocho damas de su elección, los dos hermanos se dirigieron hacia el sur para entrar en combate.
Apenas Fridtjof supo la noticia se vistió con su mejor traje, se puso al brazo el anillo de oro, y en compañía de sus hermanos Bjor y Asmund, y de seis hombres, fue a la orilla del mar y mandó lanzar al agua su barca Ellida, donde embarcaron todos.
Atravesaron la ensenada y llegaron al lugar sagrado. Ingeborg habitaba un recinto tapizado de seda escarlata, adornado de alfombras preciosas, y, al ver a Fridtjof, exclamó con voz tem­blorosa:
-¿Te has vuelto loco, Fridtjof? ¿Có­mo has podido venir contra la voluntad de mis hermanos y sin temor a la pre­sencia de los dioses?
-Querida Ingeborg -contestó Fridtjof, el amor que te profeso está por encima de la cólera de los dioses.
Al oír esto, todo temor abandonó a Ingeborg, y una alegre y serena con­fianza se apoderó completamente de su alma.
-Bien venidos seáis tú y tus ami­gos. Siéntate a mi lado; te llenaré el cuerno de hidromiel y te serviré con mis manos propicias en fuentes de plata. Feliz sea tu permanencia en Baldershage.
Cuando llegó la hora de volver a Framnes, Ingeborg dijo a Fridtjof:
-Amigo, el anillo más hermoso del mundo luce en tu brazo; ¿no estaría mejor en el de una mujer?
-Querida Ingeborg, te pertenece si me prometes no separarte nunca de él y enviármelo el día que dejes de serme fiel. Cambiemos, pues, nuestros anillos y nuestra promesa en prenda de cons­tancia y de amor.
Y así lo hicieron. Fridtjof dio a In­geborg el hermoso anillo y él recibió uno de los que adornaban el brazo de la doncella.
Cuando Helge y Halfdan encontra­ron el ejército de Ring, numeroso y bien armado, reconocieron su impoten­cia y se desanimaron. Mandaron, pues, a decir al rey que estaban dispuestos a un acuerdo.
-Consiento -dijo Ring, si me aceptáis como soberano y me dais por mujer, con el dote conveniente, a vues­tra hermana Ingeborg. Sólo a este pre­cio os otorgaré la paz y no disminuiré ni vuestro honor ni vuestra tierra.
Tal fue el pacto convenido, y los re­yes Helge y Halfdan regresaron a sus Estados para buscar a su hermana.
Grande fue su furor cuando se en­teraron de lo que Fridtjof había hecho.
-¿Cómo han podido los dioses so­portar tales ultrajes? Por nuestra parte no permaneceremos insensibles. Pero Fridtjof ha reunido sus hombres y él es más fuerte que nosotros. Hemos de actuar más con la astucia que con la violencia.
Y confiaron a Hilding este mensaje para Fridtjof:
«Los reyes Helge y Halfdan han sa­bido tu perfidia y la ofensa hecha a los dioses. Mas no se dejarán arrastrar por su resentimiento: condenan la gue­rra y no quieren derramar sangre. Pero en justa compensación te mandan que navegues hasta las islas Orcadas, al oeste, para reclamar allí el tributo que deben sus habitantes y que no han pa­gado desde la muerte del rey Bele, pues van a casar a su hermana Ingeborg con el rey Ring y necesitan este dinero.»
Fridtjof contestó a este mensaje en los siguientes términos:
«Yo también deseo que la paz reine entre nosotros y no pienso romperla, aunque no espero de los dos reyes ni amor ni fidelidad. Me comprometo a navegar hasta las islas Orcadas si ellos me prometen que durante mi ausencia quedarán protegidas y aseguradas mis propiedades, mi gente y mis bienes en todos los casos.»
Los reyes de Song se lo prometieron con juramento, y Fridtjof eligió enton­ces dieciséis guerreros y equipó su nave para un largo viaje. Una mañana, como soplara un viento propicio, embarcó en la ensenada de Song y se alejó hacia la inmensidad. En seguida, Helge y Half­dan invadieron el territorio de Fridtjof, entregaron Framnes a las llamas, des­truyeron las casas, devastaron los pra­dos y las labranzas, y sólo guardaron lo que podían llevarse. Luego llamaron a dos brujas, Heid y Hamgliaana, cu­yas manos llenaron de oro.
-Fridtjot navega hacia el oeste a bordo de su Ellida. Son dieciséis ma­rineros valientes y hábiles en atravesar los mares. Provocad con vuestras artes un huracán que ninguna nave pueda resistir.
Sentadas en altos taburetes las brujas arrojaron a un brasero de co­bre las hierbas inflamadas, de las que salía un vapor sofocante, y desatándose los cabellos, haciendo girar sus feroces ojos y retorciendo sus miembros, co­menzaron sus hechizos entre gritos y gemidos ahogados.
Fridtjof navegaba hacia el oeste, con Bjor, Asmund y sus marineros. Ya habían perdido de vista las costas de Noruega cuando descubrieron gran­des nubes y olfatearon el viento de la tempestad. En un momento se levan­taron enormes olas, que Ellida atra­vesaba sin detener un momento su ca­rrera.
De pronto, una segunda tempestad más violenta los envolvió; una tromba de agua seguida de una tempestad de nieve. Las olas se ocultaban bajo una sombra espesa, y un remolino zarandeó la nave de tal modo que los marineros ya no se veían de un lado a otro. El agua entraba por todas partes. Cuatro hombres cayeron al mar y desapare­cieron entre la espuma.
-Esperemos -dijo Fridtjof- se­guirlos a casa de Ran, la sombría divini­dad de los abismos. Preparémonos al menos a bajar a su reino como dignos y ricos guerreros. Que cada uno de nos­otros lleve un poco de oro encima, para que sea recibido como huésped dé calidad.
Fridtjof se quitó del brazo el anillo que lé había dado Ingeborg y, rompién­dolo, repartió los pedazos entre sus compañeros.
-Amigos, he roto el anillo rojo, el anillo que llevó en otros tiempos Bele, el noble rey; he destruido mi promesa de amor. Pero al menos, cuando entre­mos en el abismo donde están los dio­ses del mar, seremos dignamente aco­gidos; porque el oro, en manos del invi­tado, es señal de una gran alma y de un alto origen.
Bjor exclamó:
-Si hemos de visitar a Ran, estoy dispuesto. Pero aún me queda esperan­za. Me parece que Ellida ya no avanza tan penosamente, y, a no ser por esta oscuridad que nos envuelve, sin duda veríamos algún pronóstico tranquiliza­dor. Fridtjof, sube al palo y mira aten­tamente en torno.
A pesar de la ráfaga de nieve y frío que helaba, Fridtjof subió al palo y, cuando volvió a bajar, explicó las ex­trañas visiones que había tenido:
-He descubierto un escualo de una grandeza increíble que nos envuelve en triple anillo. Pienso que estamos a poca distancia de la costa y que el monstruo nos quiere alejar de ella. Amigos, el rey Helge no deja de ata­carnos por magia y hechicería; es él quien nos pone asechanzas y nos manda estas desgracias. Sobre el lomo del es­cualo se sientan dos mujeres horribles, viejas y descarnadas. Obra de ellas es este mal tiempo; sus encantos nos tie­nen cautivos. Probaré a ver quién pue­de más: si yo con mi fortuna o ellas con su hechicería. Remad en dirección a ellas y dadme el arpón más sólido.
Ellida, la buena nave, dio un brinco hacia adelante y parecía volar entre el mar enfurecido, mientras Fridtjof, em­puñando el arpón, corría hacia proa. Con el arma hirió a una de las brujas, mientras Ellida se lanzaba sobre la otra, dándole con la quilla en pleno pecho. Las dos perversas mujeres fue­ron tragadas por las olas y en seguida se sumergió el escualo, desapareciendo de la vista.
Inmediatamente cesó la tormenta, las nubes volvieron al horizonte; una claridad suave se esparció por el mar; se abrió la cortina de lluvia y de nie­blas que ocultaba a la tierra, y las islas Orcadas mostraron sus costas y sus cimas coronadas de nieve.
Cuando Ellida arribó a la costa, los marineros estaban tan cansados por el extraordinario esfuerzo, que a ninguno le quedaban fuerzas para ganar tierra. Sólo los tres hermanos se mantenían aún derechos. Sobre sus hombros, As­mund llevó a un hombre a la costa; Bjor llevó dos; pero Fridtjof trasladó ocho hombres.
A la primavera siguiente, Fridtjof entró en la ensenada de Song con el oro del tributo de las islas Orcadas, y no halló en su territorio más que rui­nas y muros ennegrecidos.
Por la gente que escapó a la ma­tanza supo que Helge y Halfdan habían devastado sus tierras mientras él na­vegaba con gran peligro para servirlos. Preguntó dónde estaban los reyes y le contestaron que en Baldershage, por­que era la época de las plegarias y sa­crificios a los dioses.
Allí se dirigió Fridtjof con sus hom­bres, decidido a vengar la afrenta. En el puerto de Baldershage estaba ama­rrada la flota que llevó hasta allí a los reyes y a la corte, y, al echar pie a tierra, Fridtjof dijo a sus fieles compa­ñeros:
-Coged vuestras hachas y destro­zad el fondo de todas estas barcas, grandes y pequeñas, porque tal vez de eso dependerá nuestra vida.
Y acompañado de Bjor se encaminó a la ciudad, en dirección a la casa de los reyes. En vano trató Bjor de rete­nerle. Fridtjof le replicó mii y dura­mente:
-Quédate fuera. Entraré solo a ver a los reyes traidores. Pero si esta noche nó vuelvo, Bjor, hermano mío, toma una antorcha y. prende fuego a los te­chos de Baldershage. Ése es tu deber.
-Nunca has hablado mejor, amigo -le contestó Bjor.
Fridtjof entró en la sala donde es­taban los dos reyes bebiendo y sa­crificando a las divinidades. El héroe avanzó llevando en la mano el saco que contenía el tributo de las islas Or­cadas, y cuando estuvo delante de Hel­ge le dijo:
-Rey, heme aquí de regreso, y co­mo estarás impaciente por recibir el dinero que me mandaste a buscar a las Orcadas, ahí lo tienes.
Y al decir esto arrojó el saco a la cara del rey con tal fuerza que Helge cayó del trono y los dientes le saltaron de la boca.
Todos los presentes permanecieron atónitos y silenciosos.
Entonces Fridtjof cogió un tizón y, blandiéndolo sobre su cabeza, lo arrojó al techo. Poco después la casa fue presa de las llamas.
Luego, viendo Fridtjof que Helge llevaba en el brazo el anillo que él ha­bía regalado a Ingeborg, se lo arrebató violentamente.
Al recobrar el rey Helge el conoci­miento, se enfureció y excitó a sus hom­bres contra Fridtjof:
-Este vasallo ha de morir y ha de perder todos sus bienes, puesto que no ha respetado ni a los dioses ni a nues­tra persona.
Pero cuando los guerreros embar­caron en persecución del héroe, entró el agua en las naves y tuvieron que volver a tierra a toda prisa, mientras por la ensenada se alejaba la barca de Fridtjof. El rey Helge tendió el arco para arrojar una flecha ligera que iba lejos; pero tiró tanto, que el arco se rompió y la flecha cayó a sus pies.
-¿Qué haremos mañana, hermano? -preguntó Bjor. Baldershage es pas­to de las llamas, y desde ahora estarás proscrito.
-Iré lejos de aquí, a combatir con otros pueblos, a otras tierras. Amigos, el mundo está lleno de aventuras; en todas partes, al oeste y al sur, hay islas prósperas, ciudades florecientes, donde se detiene con gloria y provecho la nave del vikingo.
Durante varios estíos, Fridtjof na­vegaba de costa a costa, de isla en isla; en cada expedición acrecentaba su fama y aumentaba su tesoro. Los héroes desterrados, los guerreros sin jefe, todos los que buscaban la fortuna de las armas y amaban las empresas audaces, acudían a él a porfía, y en todo el Norte se respetaba y honraba el nombre de Fridtjof el Fuerte.
-Amigo -dijo un día Fridtjof a Bjor, su hermano, estoy cansado de tanto viajar de una tierra a otra. Mi corazón se entristece al pensar en No­ruega; no puedo olvidar sus oscuros bosques, y sus tranquilas ensenadas, donde se refugian las aves de mar. Voy a separarme de vosotros; iré a la corte del rey Ring. Mi mayor deseo es volver a ver a Ingeborg, la dulce y primorosa princesa.
Sus amigos le condujeron a la cos­ta y Fridtjof caminó hacia Opland, don­de vivía el rey Ring.
Una mañana llegó Fridtjof al casti­llo, encorvado, envuelto en un manto harapiento y oculto el rostro en la ca­pucha, entró en la sala y se sentó en un banco alejado del lugar en que es­taban el rey y la reina.
Pero Ring le vio y dijo a Ingeborg:
-Acaba de entrar un anciano que, a pesar de ir encorvado, me parece más alto y más bizarro que todos los demás hombres.
El rey envió un paje al extranjero y le ordenó que dijese de dónde venía, cómo se llamaba y dónde había dormi­do la pasada noche.
Fridtjof contestó al paje:
-Di al rey que me llamo Ladrón, que esta noche estuve en casa del Lobo, y que vengo del país de la Nostalgia.
Al rey le agradó mucho la contes­tación y, a pesar de las protestas de Ingeborg, mandó llamarle a su lado y le dijo:
-De todo lo que has dicho saco en claro que te llamas Ladrón. Probable­mente has dormido esta noche en el bosque, porque no conozco ningún campesino que se llame Lobo. Si vienes del país de la Nostalgia, tal vez te hayas educado en el país de la Sereni­dad. Abre tu manto, hombre, y siéntate a mi lado.
La reina se irritó.
-Señor, ¿perdéis el juicio? ¿Cuán­do se ha visto que se sienten en nues­tro banco los mendigos?
-Hay que hacer mi voluntad.
Fridtjof se aligeró del manto y apa­reció vestido con una túnica azul, lu­ciendo en el brazo su hermoso anillo y en su talle un cinturón de plata ma­ciza del que pendía una bolsa llena de oro; un tahalí de cuero muy bien tra­bajado sostenía la espada, y un casco de piel cubría su cabeza y dejaba su rostro en la sombra. Ring le contem­pló con agrado.
-Tu manto no armoniza con tu vestido. Quiero que la reina te regale otro de mejor calidad.
-Haré lo que mandáis, señor -dijo la reina. Pero este extranjero no me da más que inquietudes.
La reina tomó un manto de escar­lata, y, al ponerlo sobre los hombros de Fridtjof, se fijó en el anillo que lle­vaba en el brazo. Entonces palideció intensamente, para ponerse luego en­cendida como la grana; pero ni una palabra salió de sus labios.
El rey obsequió a Fridtjof, y le dijo alegremente:
-Posees un anillo de maravillosa hermosura.
-Es una herencia de mi padre.
-¡Bah! Apostaría a que no es tu único tesoro, porque nunca he hallado un vagabundo que lleve así la espada y hable como tú. Te lo digo como buen entendido, aunque sea viejo y tenga mala vista.
Todo el invierno permaneció Fridt­jof en casa del rey Ring, tratado con agasajos, cortesía y abrumado de cum­plimientos y halagos. Sólo la reina huía de él.
Un día, el rey le condujo al bosque y, hablando, hablando, se internaron hasta muy lejos y se desorientaron. El rey se sintió fatigado y se tumbó al pie de una encina.
-Amigo, no podré dar un paso más si no duermo un poco.
-Señor -advirtió Fridtjof, es muy peligroso para un rey dormir fuera de su palacio, sin sus fieles y sus guardias.
-No importa -replicó Ring; no puedo andar más.
El rey se volvió de lado y cerró los ojos.
Fridtjof se sentó a su lado en el musgo. En su interior se libraba un gran combate: odio y respeto, cólera y amistad se disputaban su decisión, y un gran dolor atormentaba su alma. Por fin desenvainó la espada, pero al ver la hoja dominó en él la virtud, y lanzó el arma entre los matorrales. Poco después despertó Ring, sonrió a Fridtjof y, llamándole por su nombre, le dijo:
-Fridtjof, durante mi sueño mu­chos pensamientos han pasado por tu cabeza. Nunca he dudado de que domi­narían tus buenos sentimientos. Quiero ahora honrarte según te mereces. Has de saber que te reconocí apenas en­traste en la sala disfrazado y encorva­do como un viejo.
-¿Qué más podríais hacer por mí, señor? -contestó Fridtjof, tan confuso como maravillado. Me habéis recibi­do y tratado como a un jefe ilustre. Ha llegado para mí el momento de dejaros y volver adonde me esperan mis hom­bres, los queridos compañeros de mis luchas y mis penas.
Volvieron ambos al castillo, y aque­lla noche, ante todos los cortesanos, el rey proclamó los títulos y el talento de Fridtjof el Fuerte.
Al día siguiente Fridtjof entró en la cámara del rey, entregó a Ingeborg el hermoso anillo que en otro tiempo le pidiera ella en garantía de su amor, y se despidió. Pero el rey Ring le dijo sus­pirando:
-No te vayas así, Fridtjof, a quien quiero entre todos los hombres, a quien nadie puede vencer en la batalla. Te recompensaré como no esperas. Tuyas serán mis tierras, mis bienes y mi mu­jer.
-Mientras vivas, no aceptaré nada.
-Amigo Fridtjof, no te ofrecería todo esto si no supiera que mis días están contados. Cuando muera y repo­se en el túmulo de piedras, tomarás por esposa a Ingeborg, tu bien amada; mis hijos serán los tuyos, y reinarás en el país. Pero desde ahora tendrás el nom­bre de rey.
Poco tiempo después murió el rey Ring y hubo duelo en todo el país, y cuando le hubieron sepultado bajo el túmulo de piedras, se celebraron las bodas de Fridtjof y de Ingeborg.
Los hermanos de la reina se mostra­ron descontentos al saber lo ocurrido y, llenos de envidia, decidieron atacar­le. Al saberlo, Fridtjof dijo a su esposa:
-Amada Ingeborg, tus hermanos me quieren matar a causa de nuestro matrimonio. Ábreme el corazón y dime qué temes.
-Señor, sólo temo una cosa: per­derte para siempre.
Los reyes quedaron derrotados en la batalla, como estaba descontado cuando Fridtjof combatía. Helge cayó derribado por un golpe mortal y Half­dan se rindió a discreción. El vencedor tomó sus tierras y el título de rey de Song.

Fuente: Antonio Urrutia

0.079.3 anonimo (vikingo) - 015

1 comentario:

  1. Éste relato cayó en mis manos en mi adolescencia (años 90) y marcó mi ideal de hombre...que aún no ha aparecido!

    ResponderEliminar