A todo esto habia llegado el momento de que todos los
que no pertenecían al séquito de Beowulf abandonasen la sala. Los esclavos,
temerosos de encontrarse allí cuando llegase el monstruo, retiraron presurosos
los servicios de la mesa, pues deseaban refugiarse cuanto antes en un lugar
menos peligroso que aquél. Tal era el miedo a Grendel.
La mayor parte de los guerreros daneses se separaban
entris-tecidos de aquellos simpáticos jóvenes vikingos, de los que no esperaban
encontrar al día siguiente más que unas huellas ensangrentadas y unos
cadáveres despedazados.
Cuando hubieron salido y los hombres se vieron a
solas con Beowulf, se reunieron alrededor de su jefe para pedirle
instrucciones.
-¿Dejarernos las luces encendidas o apagadas, señor?
-Dejad encendida al menos una, para que no tenga que
luchar a oscuras. Si las dejamos todas, podría fácilmente haber un incendio,
porque no es fácil prever lo que va a suceder aquí.
-¿Y después?
-Os echaréis a dormir en esos bancos y yo solo me
enfrentaré al monstruo. No tengáis miedo a nada ni os preocupéis por mí.
-Pero señor...
-He dado mis órdenes. ¿Quién protesta? Quiero probar
fortuna. En principio pienso, además, luchar únicamente con mis manos. Pero no
os preocupéis. A tiempo estaréis de despertaros, porque, aunque me comprometo
a vencer, no me comprometo a no hacer ruido. Y si Grendel tiene buena voz le
haré cantar.
-Pero nosotros...
-Vosotros dormiréis.
-Imposible dormir, señor, mientras vos estáis de
guardia.
-Ya hemos hablado bastante -dijo Beowulf. Os aprecio.
Pero ahora a dormir. Y si os despierta el ruido os prohíbo moveros, a menos que
veáis claramente que llevo las de perder. Apagad ya todas las antorchas menos
la del fondo de la sala: quiero verle la cara a Grendel cuando aparezca.
Los guerreros obedecieron, y cuando la sala quedó
bañada en una penumbra siniestra, en que todo se distinguía clara pero
tristemente, se dispusieron a esperar, ya que no a dormir. Pero el banquete,
el espléndido festín. del rey Hrotgar, los había traicionado: estaban
saturados de cerveza y no pudieron impedir que el sueño los venciese. Al cabo
de pocos minutos, Beowulf estaba rodeado por un verdadero coro de ronquidos.
Beowulf sonrió y movió la cabeza. No se lo tendría en cuenta a sus hombres. Él
mismo tenía que luchar con los efectos de la bebida, y se habría dormido sin
duda alguna si Grendel hubiese tardado demasiado. Durante la espera, que a él
se le antojó interminable, el sueño producía sus efectos, y nuestro héroe
comenzaba a dar cabezadas cuando le llamó la atención un gruñido que había
resonado a lo lejos, tras la puerta, junto a la que estaba encendida la
antorcha. Entonces Beowulf se irguió en su asiento y se puso en pie. Sus ojos
adquirieron ese brillo duro y aguzado que adquirían en los grandes peligros y
su pecho se dilató como si respirase una bocanada de aire fresco. La
proximidad del peligro parecía rejuvenecer sus pulmones, y de no reprimirlo por
astucia habría dado un alarido de entusiasmo, a la vieja usanza vikinga.
Después movió las principales articulaciones de su cuerpo, y se preparó para
el combate. Le preocupaba pensar que sus compañeros se despertasen y no
pudiesen contener sus impulsos de venir en su ayuda. A continuación fijó su
mirada en la puerta de la sala.
La gran hoja de madera se abrió de un golpe, como
impulsada por vigorosa coz, y resonó al mismo tiempo un rugido espantoso.
Grendel hizo su aparición iluminado por la débil luz de la antorcha. Aquella
semioscuridad le hacía aún de más terrible aspecto. De momento, su cabeza se
le antojó a Beowulf la de un bisonte. Pero después vio que tenía un befo
prolongado, como el de los lobos, y del que sobresalían unos horribles
colmillos.
El monstruo no había visto aún al guerrero, plantado a
pocos pasos de él, y recorría con sus ojos los bancos de la sala, donde estaban
dormidos los hombres. De su garganta salió un gruñido de satisfacción y se
relamió con su lengua sanguinolenta. Luego hizo ademán de acercarse a uno de
los que dormían: era el valiente timonel Hrolf. Si el príncipe no hubiese
estado allí, Grendel le habría despedazado, pillándole como estaba, completamente
dormido boca arriba. En su mano derecha estaba aún su copa, que el hombre se
había llevado a su banco como compañera inseparable.
Beowulf dio un salto y se interpuso en su caminó. Sin
más preparativos le asestó un terrible puñetazo en la cabeza, el primero, y tan
fuerte que habría derribado a un buey. Grendel se volvió furioso y trató de
ahogar al héroe entre sus brazos. Pero Beowulf, tan fuerte como ágil,
esquivaba siempre el abrazo mortal, mientras el monstruo no tenía bastante
ligereza para esquivar los terribles puñetazos que como espeso granizo le
asestaba el héroe en todas partes, especialmente en la cabeza y en el pecho.
Grendel comenzó a tambalearse. Beowulf giraba en torno del monstruo cuidando
bien de evitar el ser cogido por una de sus garras. Si el monstruo no llegaba
a caer nunca atontado, Beowulf tendría que aceptar al fin el peligrosísimo
cuerpo a cuerpo. Pero procuraría hacerlo cuando las fuerzas de su adversario
estuviesen muy debilitadas.
Grendel, enloquecido por el dolor de los puñetazos,
perdió toda prudencia, y como desconocía la lucha, pues hasta entonces nunca
había tenido que luchar, sino limitarse a despedazar a sus víctimas atrapadas
a mansalva, se agitaba desordenadamente de un lado para otro. Pronto quedó
casi ciego, pues Beowulf le había inutilizado un ojo de un puñetazo y el otro
estaba impedido por la abundante sangre que caía de una ceja partida.
Cuando el valerosísimo vikingo creyó llegado el
momento oportuno asió a la fiera de un brazo y tiró de ella hacia atrás con
gran fuerza. El brazo del monstruo quedó dislocado. A todo esto los hombres se
habían despertado, incorporándose en sus bancos, y, como veían que Beowulf no
tenía ninguna herida y continuaba más agil y fuerte que nunca, obedecieron sus
órdenes y no intervinieron.
De pronto, sin embargo, se pusieron todos en pie sin
querer dar crédito a lo que veían sus ojos: Beowulf, después de dislocar por
completo el brazo a Grendel, se lo había arrancado de cuajo, llevándose en
pos del miembro largas tiras de piel velluda y manchada de sangre.
Grendel quedó inanimado por un momento. Parecía a
punto de desplomarse, pero lo impidió su extraordinario vigor. Después,
tambaleándose y rugiendo de dolor, el monstruo comenzó a retirarse en
dirección a la puerta.
Nadie se explicaba que Beowulf no hubiese querido
aniquilarlo totalmente. Tal vez el héroe esperaba que dejase una pista sangrienta
con que seguirle hasta su morada y descubrir algún otro misterio.
Cuando el monstruo hubo huido, Beowulf levantó la
peluda pata ensangrentada, que quedaba en el suelo como trofeo de victoria, y
lanzó una carcajada de triunfo. Sus compañeros no pudieron contenerse más
tiempo: corrieron hacia su jefe y le abrazaron. La excitación les impidió
volver a conciliar el sueño durante gran parte de la noche. Pero Beowulf fue
el primero en dar ejemplo y se tendió a descansar, pues la tarea había sido ruda
y el héroe sentíase muy fatigado. Se dirigió al banco que le estaba reservado,
cubierto con una velluda piel de oso, y a los pocos instantes se quedó
profunda-mente dormido.
El resto de la noche transcurrió sin ningún incidente.
Amaneció, y, al asomar el sol por el horizonte, los vikingos, abandonando sus
improvisados lechos, se dispusieron a salir para anunciar la buena nueva.
Apenas hubieron asomado a la puerta de Heorot vieron venir hacia ellos un
puñado de guerreros daneses que corrían a inquirir noticias. Aquellos hombres
acudían con el temor de recibir las más desagradables y terribles noticias.
Pero pronto dedujeron por los rostros alegres de los hombres de Beowulf que
todo había marchado a pedir de boca. Aunque aún fue mayor su asombro cuando
apareció el mismo Beowulf, que ya se había despertado y llevaba el sangriento
trofeo, el brazo de Grendel. Los hombres de Hrotgar admiraron las enormes
uñas y la poderosa musculatura de aquel miembro, del que se deducía fácilmente
el vigor de quien lo había poseído.
No tardó la noticia en llegar a oídos del rey, que
llamó a Beowulf a su presencia y dijo:
-El monarca de la Gloria obra maravillas. El héroe enviado por Dios
nos ha librado de una horrible pesadilla.
Se celebraron numerosas fiestas y banquetes nocturnos.
Sintiendo pereza de regresar a sus castillos después
de estos banquetes, los guerreros comenzaron de nuevo a quedarse dormidos en la
gran sala.
Así pasó algún tiempo.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
No hay comentarios:
Publicar un comentario