La canción de king horn es una novela inglesa que se
cree compuesta a mediados del siglo XII, en el Middland. Es uno de los más
antiguos poemas populares ingleses y refleja la época de las invasiones
danesas.
El joven Horn era hijo del rey Murry y de la reina
Gothilda de Suddene (lugar indeterminado, en la Dinamarca meridional).
Horn creció en el palacio de sus padres, tratado por éstos con gran cariño.
Pero esta felicidad se vio bien pronto truncada. Unos piratas arribaron a las
costas del país y atacaron las ciudades, destruyéndolo e incendiándolo todo y
dando muerte a cuantos se negaron a abjurar la fe cristiana.
La reina pudo encontrar refugio en una cueva. Los
piratas hallaron al joven Horn en el palacio y le perdonaron la vida, en gracia
a su belleza. Le pusieron en una nave, en unión de doce compañeros, y todos
fueron abandonados a merced de las olas. Entre los compañeros se encontraba el
leal Athulf y el infiel Fikenhild.
El mar empezó a hincharse con aire amenazador. Los
mancebos retorcían sus manos con desesperación. El joven Horn cogió los remos
con gran vigor. La nave era arrastrada por el mar con tanto ímpetu que los
donceles se angustiaban pensando en que perderían la vida. Así pasó el día y
la noche, hasta que empezó a amanecer, y Horn, dirigiendo su aguda vista hacia
el horizonte, exclamó con voz alegre:
-Amigos, os anuncio una buena nueva. Veo una playa por
la que andan hombres; oigo pájaros cantar y veo brotar la hierba.
Entonces los compañeros se alegraron mucho y
esperaron impacientes que las olas los llevasen hasta la costa.
Por fin llegaron, pusieron pie en tierra y abandonaron
la nave a las olas:
Horn habló así:
-¡Oh nave, que surcas las olas! ¡Ojalá tengas un buen
día! ¡Que ningún escollo te haga naufragar! Si las olas te llevan a Suddene,
saluda a los parientes que, transidos de dolor, quedaron allí. Saluda a Gothilda,
la reina, mi buena madre. Y di al rey pagano, el que niega a Cristo, que he
arribado a esta playa sano y con el ánimo alegre. Y que sepa que aún ha de
sufrir los golpes que mi mano le asestará sin piedad.
Después de esto, los jóvenes empezaron a caminar por
el país al que tan venturosamente habían llegado. Pronto encontraron algunos
soldados, que los acompañaron hasta el palacio del rey de Westernesse, que tal
era el nombre de aquella tierra. El rey se llamaba Ailmar, y recibió con
amabilidad a los muchachos, quienes le hicieron un relato de sus desdichas. La
desgracia y la hermosa presencia de Horn agradaron de tal manera al rey, que
aceptó complacido su presencia en la corte. Horn fue confiado a su senescal
Athelbrus para que le educara y le diera instrucción.
Muy pronto Horn se ganó las simpatías de los que
vivían en el palacio. Aprendió con facilidad el oficio de caballero, la
equitación y el manejo de las armas. Rimenhilda, la hija del rey, se sintió
ganada por la belleza y gallardía del apuesto joven, y fue sintiendo por él un
creciente amor.
Un día la princesa habló así al senescal Athelbrus:
-Deseo hablar con el doncel Horn. Condúcele hasta mi
aposento.
Pero el viejo Athelbrus no vio aquello con buenos
ojos, y, en vez de llevar al muchacho, introdujo en la cámara de la princesa a
Athulf, el leal compañero de Horn.
La princesa, cuando vio entrar a Athulf en lugar de
aquel a quien esperaba impaciente, se llenó de indignación y reprochó al
preceptor que no hubiese cumplido sus órdenes. La ira de la joven impresionó al
anciano, el cual bajó al patio, llamó a Horn y le explicó que la princesa le
había ordenado que subiera inmediatamente a su habitación.
Horn así lo hizo, y cuando se vio ante la princesa,
ésta le pidió que la tomase por dama. Pero el mancebo respondió:
-No soy digno de ello, pues aún no soy caballero.
Aquel mismo día la princesa dijo a su padre:
-Padre, Horn, el joven que ha llegado hasta nuestras
costas con la ayuda de Dios, es digno ya de ser armado caballero, pues se muestra
muy hábil en la equitación y en el manejo de las armas. Su espíritu es noble y
ansía realizar hazañas.
Entonces el rey convocó a la corte y ante ella armó
caballero al muchacho. Este, a su vez, como señor natural de los que le habían
acompañado hasta allí, podía armarles a todos caballeros, y así lo hizo. Hubo
una gran fiesta en el palacio; pero Rimenhilda no podía asistir a ella porque,
según el derecho, le estaba vedado. Pero sentíase impaciente por ver a Horn, y
así le mandó un emisario, quien dijo al joven:
-La princesa os pide que subáis a su habitación.
Horn subió; pero, según las leyes de la caballería, no
podía ir solo, y llamó a Athulf para que fuera su acompañante.
Subieron los dos a la habitación de la princesa, y
ésta exclamó:
-¡Oh, Horn, ya eres caballero, ya puedes tomarme por
esposa!
Pero Horn respondió:
-Aún no soy digno. He sido armado caballero; pero no
he probado mi valor realizando hazañas en vuestro nombre para merecer vuestro
afecto.
La princesa, entonces, le dio un maravilloso anillo y
aseguró:
-Cuando estés en peligro, mira el anillo y piensa en
mí.
El joven caballero abrazó a Rimenhilda, la besó y se
despidió de ella. Después fue a ver al rey y le pidió permiso para marchar en
busca de aventuras. El rey se lo concedió y el héroe fue a las caballerizas a
buscar su corcel. El caballo sacudía su coraza, haciendo resonar todo el patio
y brincando de gozo. Horn partió cantando alegremente.
Poco tiempo después Horn tuvo ocasión de demostrar su
valor. A la salida de un bosque, llegó Horn a una parte de la costa. Allí vio
arribar una embarcación llena de infieles paganos, de feroces piratas daneses,
que se lanzaron a la playa gritando y preparándose para saquear el país.
Horn se lanzó contra ellos. En el momento en que
penetró en-medio de la chusma de los piratas, y éstos iban a aplastarle con sus
mazas, el caballero miró fijamente el anillo de Rimenhilda y pensó en ella. Y
obtuvo la victoria contra los paganos.
El vencedor Horn dio muerte al caudillo de los piratas
y regresó a palacio. Se presentó ante el rey y exciamó:
-¡Oh rey! He cumplido con mi fe de caballero.
Caminaindo por un bosque, llegué a una parte de la costa de tu país. Allí vi
arribar a una airosa y fuerte nave llena de piratas, los cuales se lanzaron a
la playa con ánimo de atacar a los pacíficos ribereños. Yo, sin ninguna ayuda,
me lancé contra ellos, los combatí y los vencí. Y aquí te traigo al caudillo de
estos paganos, que como ves han pagado cara su osadía.
El rey abrazó a Horn y le prometió premiarle su hazaña.
Pocos días después el rey salió de caza, y llevó
consigo a Fikenhild, el desleal compañero de Horn. Mientras tanto, el
caballero había subido a visitar a su amada. La encontró presa de terrible
congoja y, cuando le preguntó la causa de su llanto, la princesa contestó:
-He tenido un terrible sueño. Estaba pescando, y un
pez enorme me desgarró la red; temí perder el pescado que deseaba tener.
Horn trató de disipar la preocupación de su amada;
pero el presentimiento de ésta se realizó. En el transcurso de la partida de
caza el desleal Fikenhild había denunciado al rey las relaciones de Horn con
su hija, y, aunque sabía que eran inocentes, no lo dijo así.
El rey se encolerizó, y creyó que Horn trataba de
traicionarle y de deshonrar a la princesa. Y cuando volvió a palacio llamó al
joven caballero, y, reprochándole su proceder, le expulsó del reino.
El doncel, antes de partir, procuró obtener una
entrevista con Rimenhilda. Y le dijo que le esperase siete años, y, si al cabo
de ellos no había vuelto, podía casarse con otro.
Después se abrazaron tiernamente, y la desdichada
princesa al ver partir a Horn cayó desvanecida, rendida por el dolor. Horn no
podía detenerse más, so pena de sufrir el castigo del rey, y encomendó su amada
al fiel Athulf.
Horn emprendió el camino de Irlanda, y allí fue
acogido por el buen rey Thurston, quien le tomó a su servicio. Pronto tuvo
ocasión el joven de demostrar su valor. Unos paganos llegaron al país y se
internaron en él, matando y saqueando. Horn marchó contra ellos, y dio muerte
al gigante que los capitaneaba. Antes de morir, el coloso exclamó:
-Éste me ha vencido, no el viejo rey de Suddene.
Entonces comprendió Horn que había hecho justicia a su
padre, al dar muerte a su asesino. El mancebo volvió con el cuerpo del
caudillo pirata, al que había logrado vencer y fue recibido en la corte con
gran alegría y los más altos honores. El buen rey Thurston le abrazó y le
ofreció a su hija por esposa, y con ella el derecho a la sucesión al trono.
Pero Horn rehusó y dijo:
-Deseo serviros durante siete años, y si al cabo de
ellos os pido la mano de la princesa, entonces estaréis obligado a
concedérmela.
El rey aceptó y Horn permaneció siete años sin enviar
mensajeros a Rimenhilda ni intentar tampoco regresar a su país.
Pasó el tiempo, y Rimenhilda en vano esperó la llegada
del mensajero de Horn. Pero un día su fidelidad hubo de ponerse a dura prueba.
Llegó a la corte un rey llamado Modi, el cual pidió la mano de la doncella a su
padre y éste se la concedió.
La princesa, al ver la amenaza que se cernía sobre sus
deseos, llamó al fiel Athulf y, de acuerdo con él, envió un mensajero a Horn.
El enviado procuró cumplir con su misión lo más aprisa
posible. Fue a Irlanda y encontró al joven, al cual comunicó el mensaje de la princesa.
Horn le dio la siguiente contestación: el domingo de
la boda estaría de vuelta a la hora oportuna.
El mensajero emprendió el regreso; pero la mala
fortuna hizo que naufragase la nave, pereciendo él ahogado. Rimenhilda, que
cada mañana espiaba el regreso del enviado, halló su cadáver en la playa.
Mientras tanto, Horn se había presentado ante el rey
Thurston y le había confesado toda la verdad.
-He de llegar a tiempo para impedir que Rimenhilda
sea esposa de otro. En cuanto a vuestra hija, la amo como a una hermana y
desearía que fuese la mujer de un bravo caballero llamado Athulf, que es como
hermano mío.
El rey Thurston se mostró del todo complacido y dio
permiso a Horn para que regresase a Westernesse, concediéndole también una
escolta de caballeros irlandeses.
Llegó el domingo, y mientras las campanas llamaban a
la boda de Rimenhilda y de Modi, Horn desembarcó y pidió a los caballeros que
esperasen ocultos en un bosque cerca de la orilla. El corrió a toda prisa hacia
el castillo. En el camino encontró a un peregrino, al cual preguntó:
-¿Vienes de la iglesia? ¿Se han celebrado ya las
bodas de la princesa?
El peregrino contestó:
-¡Ay!, tristes bodas son éstas para la bella
Rimenhilda... No ha cesado de llorar en toda la mañana y dice que no puede
casarse porque ya tiene esposo, aunque está muy lejos y no puede venir a
socorrerla.
Horn dijo al peregrino:
-Buen peregrino: tus vestiduras están rotas; las mías
están nuevas. ¿Quieres que las cambiemos?
El peregrino aceptó, y cambiaron los vestidos. Horn,
además, ensució su rostro de manera que tomó un aspecto de mendigo, y era
difícil reconocerle.
Llegó Horn al castillo, y ya iba a penetrar en él,
cuando uno de los guardianes le cortó el paso.
-¡Eh, tú!, ¿adónde vas? ¿Crees que puedes andar por
aquí como por el campo?
Horn le asió con sus fuertes brazos y le arrojó al
foso, rompiéndole las costillas. Después penetró en el castillo y se dirigió a
la sala del banquete y se puso en un rincón, junto a los mendigos.
Horn miró a un lado y a otro y vio a su amada
Rimenhilda sentada, con aspecto de muerta, y llorando.
Horn buscó a Athulf, pero no le encontró, porque éste
se hallaba en la torre, esperando ver llegar las naves de su amigo y señor.
En aquel momento la princesa se levantó; tomó un
cuerno y con él se dirigió a la fila de caballeros y escuderos. Tras ella, las
sirvientas, con jarros de cerveza y vino. Según el ritual germánico, la novia
había de escanciar a los invitados y beber con ellos a su salud.
Entonces Horn la llamó y le dijo:
-Ven primero a escanciar para un pobre mendigo
sediento.
Rimenhilda se extrañó de la insolencia del que creía
un pedigüeño. Le dio un vaso lleno hasta el borde de espumosa cerveza y le
dijo:
-¡Bebe y sáciate! Nunca he visto atrevimiento como el
tuyo.
Pero Horn entregó el vaso sin tocarlo con sus labios
al mendigo que estaba junto a él e interrumpió a la princesa:
-¡Oh reina querida! No quiero beber en un vaso tan
pesado, sino en una copa fina. Tú crees que soy un mendigo, ¿no es cierto?
Pues lo que soy, en realidad, es un pescador. He venido para pescar en tu boda.
Mi red está tendida ya hace siete años. Siete años hace que la tendí, ahí
cerca, y he venido para coger un pez. No sé si lo tendré ya. Si lo tengo, será
tuyo. ¡Oh reina, bebe conmigo! ¡Bebe conmigo a la salud de Horn!
La princesa miró fijamente al mendigo, sintió que su
corazón se paraba y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Pero llenó el cuerno y
bebió a la salud del peregrino. Horn bebió, a su vez, y después arrojó el
anillo de Rimenhilda en el fondo del vaso. La princesa reconoció su anillo;
pero disimuló y subió a su habitación.
Allí comprobó que ciertamente era el anillo que diera
a su amado.
Mandó llamar al extraño mendigo y le preguntó:
-¿De dónde tienes tú este anillo? ¿Qué sabes de Horn y
de su suerte? Horn respondió:
-He estado muy lejos de aquí y he navegado en la misma
nave que el noble Horn. Pero éste enfermó antes de llegar a tierra y murió,
encargándome antes que trajera este anillo, para devolvéroslo. Y antes de
morir, besó muchas veces el anillo.
La princesa, al oír estas palabras, cayó encima de su
lecho, deshecha en lágrimas.
-¡Ah corazón, rómpete de dolor! ¡Ya has perdido a
Horn, por el que en vano suspiraste durante siete años! ¡Siete años le esperé y
ahora sólo sé que ha muerto!
Y la princesa buscó entre las ropas de la cama un
puñal que tenía preparado para impedir con su muerte la consumación de su
matrimonio con Modi. Sacó el puñal y ya iba a clavárselo en su dulce pecho,
cuando Horn, rápidamente, le cogió la mano, y le dijo:
-¡Basta! ¿No me reconoces? Soy tu Horn, soy Horn de
Westernesse... ¡Abrázame, amor mío!
La princesa creía soñar. Mas Horn no tenía tiempo que
perder. Volvió al bosque, donde previno a sus compañeros y los trajo al
castillo. Rimenhilda, en tanto, avisaba a Athulf. Horn, al frente de los
irlandeses, asaltó el castillo y dio muerte a todos, a excepción del viejo rey
Ailmar y de los doce compañeros de Horn, incluso el traidor Fikenhild. Todos
juraron obediencia a Horn. El rey Ailmar mandó entonces que las campanas
anunciaran la nueva boda; pero Horn no quiso tomar por esposa a Rimenhilda sin
que su heroísmo librara a su patria del yugo pagano.
Horn agrupó a los fieles caballeros irlandeses y les
propuso que le acompañaran en la nueva empresa. Los irlandeses aceptaron entu-siasmados
y Horn se puso al frente de ellos, llevando también al fiel Athulf.
Embarcaron en rápidas y hermosas naves. Durante el
camino, mientras el viento hinchaba las velas y los remeros rompían las olas,
el héroe recordaba, y Athulf junto a él, aquel otro viaje que hicieron de
jovencitos, sin amparo alguno. Y el corazón de Horn se alegraba al ver de qué
manera volvían, poderosos, a reconquistar la lejana patria perdida. Al
desembarcar, encontraron a un caballero de avanzada edad, quien, al ver a los
guerreros, se aproximó a ellos. Pronto averiguaron que era el padre de Athulf,
y éste besó con lágrimas en los ojos al buen viejo, que les explicó que la
reina vivía aún.
Horn se adelantó a reconocer el terreno. Después tocó
en el cuerno la señal de guerra; se le unieron todos los caballeros y se trabó
un terrible combate, en el que todos los paganos perecieron.
Entonces la paz reinó ya en Suddene. Horn reconstruyó
los templos y mandó cantar misas y colocar otra vez las campanas. Encontró a
su madre y fue coronado rey en solemne ceremonia.
Pero entretanto, en Westernesse, el traidor Fikenhild
quiso- apoderarse de la princesa, Con astucia o con amenazas consiguió su
propósito. Y, para prevenirse de la venganza de Horn, ordenó construir en la
playa una fortaleza en lo alto de una roca, a la cual se podía llegar sólo en
la marea baja, y aún entonces con gran dificultad. Allí arrastró a Rimenhilda.
Una noche, Horn, allá en Suddene, soñó que su amada era llevada por la fuerza
en una nave; que la nave zozobraba y que, al querer salvarse la princesa y
llegar a la playa, Fikenhild se lo impedía con la espada en la mano.
Lleno de terror por este sueño, el joven volvió a
embarcar con sus partidarios en las fuertes naves y se dirigió a Westernesse.
Cuando llegó, ya la princesa había sido llevada a la inexpugnable fortaleza.
De nuevo tuvo que disfrazarse; esta vez de músico de camino. Llegó a la
fortaleza en la hora de la marea baja y pidió permiso para distraer a los
señores con sus bellas canciones. Nada sospechó Fikenhild y permitió que
entrara el juglar. Éste penetró en la sala donde estaba Rimenhilda, y empezó a
cantar unas bellas canciones; pero la princesa, entristecida, no pudo soportar
más el dolor y se desmayó. Esto llenó de tristeza a Horn, y también le dio
resolución para obrar. Miró fijo el anillo de la joven y sacó la espada, pues
la había traído escondida. En aquel momento llegaban los caballeros. Horn mató
a los criados de Fikenhild y aun al mismo traidor.
Después de esto, el joven recompensó a los irlandeses
e hizo que Athulf se casase con la hija del buen rey de Irlanda. Las bodas de
Horn y Rimenhilda se celebraron con gran pompa. El héroe y su esposa volvieron
a Suddene, donde reinaron con gran benevolencia durante muchos años.
Ésta es la historia del rey Horn, de sus desdichas y
amores, de sus hazañas y de su valor.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
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