El rey regín tenía varios hijos. El más pequeño se
llamaba Vran. Ninguno tenía interés en abandonar el hogar paterno, a excepción
de Vran. Tanto y tanto insistió, que se salió con la suya. Su padre le dio
permiso para partir y le ofreció caballos y hombres para que le acompañasen por
los caminos difíciles de las selvas.
Vran no quiso aceptar nada y marchó solo. Al poco
tiempo de caminar se encontró ante un caserón enorme, y, llamando a la puerta,
un gigantón salió a recibirle y le preguntó qué quería. Vran, que era muy
valiente, le dijo que buscaba trabajo.
El monstruo se sonrió y le respondió que si buscaba
eso se lo daría pronto. A partir de ese día, Vran entró a su servicio. El
primer día el monstruo salió con sus cabras, y le dejó encargado de la
limpieza de la cuadra, advirtiéndole. que no era cosa fácil, aunque. él no lo
creyese así. El príncipe Vran pensó: «Vaya suerte que he tenido al buscar un
patrón tan benigno.»
Calculaba él que le sobraría tiempo, y se puso muy
contento, pensando en los cuartos en que el gigante le había prohibido entrar.
Pasó más tiempo, y Vran pensó: «¿Qué más dará? Voy a ver lo que hay dentro.»
Abrió la primera puerta y halló un cuarto vacío, a
excepción de una olla que hervía, aunque no había fuego debajo. Cerró, y se
acercó a la segunda puerta. En este cuarto había dos ollas hirviendo, sin fuego
debajo. Destapó las ollas para ver lo que había dentro. En la primera había
plata derretida, y en la otra, oro. «¡Caramba!» -se dijo el príncipe, mi padre
no es pobre; pero nunca he visto tanta riqueza. Por fin se acercó a la tercera
puerta, y, al abrirla, se encontró ante una princesa de aspecto bellísimo
sentada en un banco.
-¡Por Dios! -exclamó la princesa, ¿qué queréis en
esta casa de desgracia?
Vran le explicó quién era y cómo había encontrado el
día anterior una colocación con. el gigante.
-Pues, querido Vran, te deseo buena suerte, puesto
que todas las labores de aquí son dificilísimas.
Vran, que estaba muy optimista, le dijo que no era de
su parecer, puesto que la faena de su primer día no consistía más que en
limpiar la cuadra del dragón.
-¡Ay! -dijo ella, si no sigues mis consejos, jamás
terminarás de limpiarla. Mira, Vran: encontrarás una horquilla para el
estiércol, detrás de la puerta de la cuadra; no intentes utilizarla como todos
los tenedores normales; cógela al revés y utiliza el mango, de esta manera
podrás limpiar la cuadra; sino, te será imposible, y cuando venga el gigante
montará en cólera y te matará.
Vran, a decir verdad, no hizo mucho caso, y siguió
hablando con ella. Pasaban las horas, y la princesa Brynhilda le tuvo que
recordar su deber de limpiar la cuadra, si es que quería ver salir el sol al
día siguiente. Vran fue a la cuadra y se dispuso a limpiarla, pero cuanto más
la limpiaba, más sucia estaba. Entonces se acordó del consejo de la princesa:
invirtió la horquilla y en pocos momentos vació la cuadra de inmundicia y
basura. Al cabo del tiempo, el monstruo volvió de cuidar a sus cabras y le
preguntó si había limpiado la cuadra.
-Sí, señor -respondió el príncipe; está perfectamente
limpia.
-Lo veremos- le contestó el gigante, y fue a la
cuadra.
Segundos después volvió el gigante y juró que la
princesa se lo debía de haber dicho, pues él solo no podía haber dado con el
ardid para limpiarle la cuadra. Vran puso cara de inocente y le preguntó qué
princesa era ésa. Pero el coloso contestó que ya tendría tiempo de conocerla.
Al día siguiente le mandó que fuese a recoger su caballo, que estaba en la
ladera de la montaña, pero que bajo ningún pretexto entrase en los cuartos
prohibidos. El príncipe asintió con la cabeza y, apenas salió el gigante, entró
para hablar con Brynhilda, y otra vez le preguntó ella cuál era la misión del
día, y Vran se lo contó. Brynhilda le dijo:
-Mira, coge el bocado que está colgado detrás de la
puerta, y con ese bocado saldrás a buscar el caballo del dragón. No te
asustes, porque te atacará, echando fuego y llamas por la boca y la nariz.
Déjale pasar, y, cuando esté a tu alcance, le colocas el bocado; en el acto se
volverá suave y manso como un cordero.
Como le sobraba tiempo Vran se quedó hablando con la
princesa, y otra vez ella le tuvo que recordar su obligación si no quería
morir. Vran fue a buscar el corcel, y, en efecto, lo encontró tal como le
había dicho Brynhilda. Lo dejó pasar y le metió el bocado en la boca, y al
punto el caballo se puso dócil como un cordero. Vran lo montó y lo dejó en la
cuadra. A poco de volver el príncipe, el gigante regresó y preguntó si había
traído el caballo. Vran le contestó que no sólo lo había traído, sino que lo
había montado, y que le parecía un animal magnífico. El monstruo salió
corriendo y al volver dijo que, desde luego, se lo debía haber explicado la
princesa. Vran volvió a poner cara de tonto y preguntó de qué princesa
hablaba, pues él no había visto ninguna. El gigante le dijo:
-Ya tendrás tiempo de conocerla.
Al día siguiente el gigante mandó a Vran que se
desplazase al Averno a recoger sus haberes. Vran se quedó tan tranquilo, como
si eso de recoger los impuestos en el infierno fuera algo habitual. El monstruo
volvió a salir con sus cabras, como todos los días, y Vran, como de costumbre,
fue a ver a la princesa. Brynhilda le preguntó cuál era el cometido del día, y
él le dijo que tenía que ir al infierno a recoger los haberes del gigante, y
como nunca había estado allí, estaba pendiente de cómo lo había de hacer. La
princesa le explicó que tenía que ir hasta la parte baja de la montaña. Allí se
encontraría con una gran piedra apoyada contra el muro y junto a ella una maza
de hierro; con esta maza golpearía la piedra tres veces, y el diablo en persona
le abriría la puerta y le interrogaría sobre sus intenciones. Él tenía que
darle cuenta de la orden recibida y entonces el diablo le preguntaría que
cuánto se quería llevar. A eso había que responder que todo lo que pudiese
transportar un hombre normal.
Vran partió después de hablar con Brynhilda largo
rato. Llegó al sitio que le habían descrito. Delante de la piedra vio la maza;
la cogió y golpeó tres veces, como le había mandado la princesa. Al instante
el diablo abrió la puerta y le preguntó qué es lo que quería. Vran le dijo que
venía de parte del gigante a recoger sus ganancias. Acto seguido, el diablo le
preguntó que cuánto se iba a llevar, y Vran le replicó que tanto como pudiese
cargar un hombre normal. El diablo le dijo que había tenido mucha suerte, ya
que, de lo contrario, le hubiesen dado más de la carga de un caballo. Al
entrar el príncipe vio los tesoros del mundo tirados por los suelos. Recogió lo
que buenamente pudo llevarse y partió para el castillo del dragón.No bien hubo
depositado su carga, cuando el gigante entró preguntándole si había traído sus
ganancias del infierno. Vran le contestó que sí, y le enseñó el saco que había
traído. El monstruo estaba francamente enojado, y así se lo demostró a Vran,
diciéndole que seguramente se lo había dicho la princesa. El príncipe volvió a
poner la misma cara de necio que los días anteriores. Pasó la noche sin más
novedad y al día siguiente el gigante le llamó para que conociese a la
princesa. Vran entró, y Brynhilda y él se miraron como si nunca se hubiesen
visto, mientras el ogro acechaba a los dos para ver la cara que ponían. Pero no
descubrió nada. Entonces se dirigió a Brynhilda y le dijo:
-Mira, tienes que cortarle el cuello y meterle en el
puchero, para mi comida de hoy.
Dicho esto, el gigante se echó a dormir, y sus
ronquidos eran como truenos. Brynhilda le cogió el dedo y le hizo una pequeña
cortadura para que salieran dos gotas de sangre; después cogió todos los
trastos y zapatos viejos que había en la casa y los echó al puchero. Llenó un
cofre de oro, cogió un pilón de sal, una manzana de oro y dos gallinas de oro,
y a continuación huyeron ambos príncipes. Llegaron al mar y embarcaron. De
dónde sacaron el barco, la historia no lo cuenta. El gigante se despertó y
preguntó si la sopa estaba hecha, y la primera gota de sangre contestó que
no. El dragón dio media vuelta y siguió durmiendo. Al poco rato se percató del
engaño y salió en persecución de los fugitivos. Pero ya habían llegado al
otro lado del mar y no pudo hacer nada más que tirarse de los pelos. En cuanto
se acercaron al palacio del padre de Vran, éste se empeñó en que Brynhilda no
fuese a pie, ya que él se adelantaría y enjaezaría seis caballos a una carroza
y vendría a buscarla. La joven insistió en que prefería ir a pie, pero no hubo
manera. Entonces la princesa le dijo lo siguiente:
-Mira, vete; pero enjaeza en ssguida los caballos y
vuelve sin hablar con nadie. Todos te estarán esperando, y ten cuidado de no
comer; de lo contrario, nos ocurrirán desgracias y me olvidarías.
El príncipe marchó, bien convencido de que nada le
podría hacer olvidar a su princesa. Llegó al palacio, y, en efecto, le estaban
todos esperando y le invitaron a pasar, mas él no quería hablar con nadie. Una
de sus tías le dijo:
-Ya que no quieres hablar con nosotros, come esta
manzana.
Y la tía de Vran dio al príncipe una manzana. El, por
no hacerse el extraño, le dio un bocado, y en el acto se olvidó de Brynhilda y
de todo lo que le había prometido.
En vano esperaba la princesa. Y entonces, sabiendo de
antemano lo que había ocurrido, se construyó una casa de oro puro.
A los pocos días, el hermano de Vran se casó, y los
novios y sus familiares salieron en la carroza para ir a la iglesia. Pero los
caballos, al pasar por delante de la casa de la princesa, no pudieron moverse,
y entonces la princesa les prestó una ternera, que les llevó más velozmente que
el mejor de los caballos de la cuadra del rey.
A la vuelta se reunieron todos para festejar la boda
del hermano mayor, y al soberano se le ocurrió decir:
-¿Por qué no invitamos a la joven que nos prestó la
ternera mágica? Nos hizo un gran favor.
A todo el mundo le pareció bien. La princesa, al
conocer la invitación opinó que si el rey deseaba que fuese tendría que venir
en persona. Así, pues, el monarca fue a buscarla y la trajo a palacio. La
princesa se llevó consigo las dos gallinas de oro que había sacado del castillo
del ogro y la manzana. A las gallinas las puso sobre la mesa, y en el acto
comenzaron a pelearse hasta ver quién conseguía la manzana.
Vran, entusiasmado con la pelea, dijo:
-Mirad cómo se pelean y tratan de coger la manzana.
Brynhilda, mirándole fijamente, le dijo:
-Así nos batimos nosotros para llegar hasta aquí.
En el acto se acordó el príncipe de todo, se postró a
los pies de la joven, y le pidió perdón por haberse olvidado de ella. La
princesa le otorgó el perdón y le dijo:
-No es tuya la culpa, sino de tu tía, que es parienta
del gigante y que nos ha querido separar para vengar la muerte del monstruo.
Para castigar a su tía la hechicera, que había lanzado
el hechizo sobre su persona, el príncipe mandó atarla a veinticuatro caballos
salvajes, que no dejaron de ella ni rastro.
La alegría del rey fue inmensa al saber quién era la
princesa, y festejaron doblemente en el palacio el acontecimiento: las bodas
del hijo mayor del monarca y de Vran con la princesa Hrynhilda.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
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