El gigante de Berm era colosal y soberbio; tan
monstruoso y enorme que nadie consiguió derribarle. Y siempre se mostraba
henchido de arrogancia y soberbia. Un día el gigante fue a la orilla del mar, y
allí, en la blanca arena, encontró al rey de Islandia.
-Escuchad, rey de Islandia -le dijo. Quiero que me
des a tu hija y que partas tu reino conmigo. Y, si no me lo das, lo tomaré, a
menos que alguno de tus barones quiera luchar conmigo.
El rey de Islandia volvió a su palacio y en la mesa
contó a sus caballeros el encuentro con el gigante. Y les preguntó:
-¿Quién de vosotros quiere luchar con el gigante?
¿Quién osará afrontar su poder?
Todos los valientes caballeros guardaron silencio;
todos menos el joven Orm, que respondió como si fuera un viejo luchador:
-Si me dais vuestra hija y partís conmigo el reino, yo
afrontaré al gigante y le batiré en tierra.
El gigante, cuando supo quién era el que iba a luchar
con él, respondió:
-Gran vergüenza fuera que me venciera un niño como
ése.
Orm contestó con orgullo y seguro de su victoria:
-Un hombre pequeño abate muchas veces a una gran
encina; eso sucede a menudo.
Y ambos contendientes quedaron en que el duelo se
celebraría a la mañana siguiente.
Por la tarde, a la puesta del sol, cuando el rocío
cubría los campos, el joven Orm pensó ir al túmulo donde dormía su padre a
reclamarle su espada.
Fue, en efecto, e invocó a su padre, golpeando el
túmulo.
El muerto interrogó:
-¿Quién golpea tan rudamente sobre mi túmulo? Va a
hundirse y deseo reposar en paz.
Orm contestó:
-Quien golpea el túmulo es Orm, tu hijo, al que tanto
amas. De mi querido padre aguardo un rico don. Deseo que me entregues la buena
doncella, la fiel espada Berting.
Pero el espíritu del padre dijo:
-No te la entregaré hasta que no hayas vengado mi
muerte en la isla de Helm.
-Si no puedo tener a Berting -repuso Orm, tenerla y usarla, me pondré encima del monte
y haré que se hunda encima de ti.
Entonces el padre cogió la espada Berting y se la dio a través del sepulcro.
Al día siguiente Orm fue al sitio designado para el
duelo. Ambos luchadores hicieron un círculo y entraron en él. Durante dos días
lucharon sin descanso. Al tercer día, Orm hirió a su adversario en la rodilla.
El rey de Islandia, que estaba presente, dijo:
-Jamás he visto guerrero que hiriera tan bajo. a su
enemigo.
Pero Orm contestó:
-Si lo herí en la rodilla es porque no alcanzo más
alto.
Y así le venció.
Después, Orm fue a la orilla y allí encontró un barco.
Montó en él y se dirigió a la isla de Helm. Durante dos meses navegó hasta
que llegó a la isla, donde fue muerto a traición su padre por dos guerreros
llamados Gierd y Arland.
Llegaron los dos guerreros y dijeron a Orm:
-Escucha, joven guerrero, ¿conoces tú al joven Orm?
¿Es ya un hombre valeroso?
-Yo conozco bien al joven Orm. Lleva manto de
escarlata, y para vengar a su padre pronto vendrá a Helm.
Gierd y Arland golpearon la tierra con el pie y
dijeron:
-Jamás vendrá aquí Orm para vengar a su padre.
Y el joven guerrero les respondió con voz firme:
-Yo soy el joven Orm, y vengo a pediros reparación por
la muerte de mi padre.
Y golpeó la tierra con su espada.
Gierd y Arland contestaron:
-Si eres el joven Orm, no tendrás oro ni plata, sino
que encontra-rás la muerte a nuestras manos, como tu padre.
Entonces hicieron un círculo en el suelo y entraron en
él para combatir.
-Estoy solo contra vosotros dos -exclamó Orm. Sin
embargo, os venceré.
Durante tres días lucharon sin descanso y al tercero
un hada salió del mar y dijo a Orm:
-Escucha, joven guerrero: tu espada está presa de un
hechizo. Estás. sosteniendo, en verdad, un duro cómbate. Pasa tu espada por
encima de tu cabeza, y después clava la punta en tierra.
Orm hizo eso, y desapareció el hechizo que impedía
que la espada matase. Hizo sucumbir a los dos guerreros, cogió el botín, en
reparación por la muerte de su padre, envolvió la espada con seda roja y
volvió a su país, donde fue recibido con gran alegría. El rey le entregó
entonces a su hija y la mitad de su reino.
Fuente:
Antonio Urrutia
0.079.3 anonimo (vikingo) - 015
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