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viernes, 11 de enero de 2013

El joven orm y el gigante de berm

El gigante de Berm era colosal y so­berbio; tan monstruoso y enorme que nadie consiguió derribarle. Y siempre se mostraba henchido de arrogancia y soberbia. Un día el gigante fue a la orilla del mar, y allí, en la blanca are­na, encontró al rey de Islandia.
-Escuchad, rey de Islandia -le di­jo. Quiero que me des a tu hija y que partas tu reino conmigo. Y, si no me lo das, lo tomaré, a menos que alguno de tus barones quiera luchar conmigo.
El rey de Islandia volvió a su palacio y en la mesa contó a sus caballeros el encuentro con el gigante. Y les pre­guntó:
-¿Quién de vosotros quiere luchar con el gigante? ¿Quién osará afrontar su poder?
Todos los valientes caballeros guar­daron silencio; todos menos el joven Orm, que respondió como si fuera un viejo luchador:
-Si me dais vuestra hija y partís conmigo el reino, yo afrontaré al gi­gante y le batiré en tierra.
El gigante, cuando supo quién era el que iba a luchar con él, respondió:
-Gran vergüenza fuera que me ven­ciera un niño como ése.
Orm contestó con orgullo y segu­ro de su victoria:
-Un hombre pequeño abate mu­chas veces a una gran encina; eso su­cede a menudo.
Y ambos contendientes quedaron en que el duelo se celebraría a la ma­ñana siguiente.
Por la tarde, a la puesta del sol, cuando el rocío cubría los campos, el joven Orm pensó ir al túmulo donde dormía su padre a reclamarle su es­pada.
Fue, en efecto, e invocó a su pa­dre, golpeando el túmulo.
El muerto interrogó:
-¿Quién golpea tan rudamente so­bre mi túmulo? Va a hundirse y deseo reposar en paz.
Orm contestó:
-Quien golpea el túmulo es Orm, tu hijo, al que tanto amas. De mi que­rido padre aguardo un rico don. Deseo que me entregues la buena doncella, la fiel espada Berting.
Pero el espíritu del padre dijo:
-No te la entregaré hasta que no hayas vengado mi muerte en la isla de Helm.
-Si no puedo tener a Berting -re­puso Orm, tenerla y usarla, me pon­dré encima del monte y haré que se hunda encima de ti.
Entonces el padre cogió la espada Berting y se la dio a través del se­pulcro.
Al día siguiente Orm fue al sitio de­signado para el duelo. Ambos lucha­dores hicieron un círculo y entraron en él. Durante dos días lucharon sin descanso. Al tercer día, Orm hirió a su adversario en la rodilla. El rey de Islandia, que estaba presente, dijo:
-Jamás he visto guerrero que hi­riera tan bajo. a su enemigo.
Pero Orm contestó:
-Si lo herí en la rodilla es porque no alcanzo más alto.
Y así le venció.
Después, Orm fue a la orilla y allí encontró un barco. Montó en él y se diri­gió a la isla de Helm. Durante dos me­ses navegó hasta que llegó a la isla, donde fue muerto a traición su padre por dos guerreros llamados Gierd y Arland.
Llegaron los dos guerreros y dijeron a Orm:
-Escucha, joven guerrero, ¿conoces tú al joven Orm? ¿Es ya un hombre valeroso?
-Yo conozco bien al joven Orm. Lleva manto de escarlata, y para vengar a su padre pronto vendrá a Helm.
Gierd y Arland golpearon la tierra con el pie y dijeron:
-Jamás vendrá aquí Orm para ven­gar a su padre.
Y el joven guerrero les respondió con voz firme:
-Yo soy el joven Orm, y vengo a pediros reparación por la muerte de mi padre.
Y golpeó la tierra con su espada.
Gierd y Arland contestaron:
-Si eres el joven Orm, no tendrás oro ni plata, sino que encontra-rás la muerte a nuestras manos, como tu padre.
Entonces hicieron un círculo en el suelo y entraron en él para combatir.
-Estoy solo contra vosotros dos -exclamó Orm. Sin embargo, os venceré.
Durante tres días lucharon sin des­canso y al tercero un hada salió del mar y dijo a Orm:
-Escucha, joven guerrero: tu es­pada está presa de un hechizo. Estás. sosteniendo, en verdad, un duro cóm­bate. Pasa tu espada por encima de tu cabeza, y después clava la punta en tierra.
Orm hizo eso, y desapareció el he­chizo que impedía que la espada ma­tase. Hizo sucumbir a los dos guerre­ros, cogió el botín, en reparación por la muerte de su padre, envolvió la es­pada con seda roja y volvió a su país, donde fue recibido con gran alegría. El rey le entregó entonces a su hija y la mitad de su reino.

Fuente: Antonio Urrutia

0.079.3 anonimo (vikingo) - 015

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