Translate

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La condesa de fontalba

Todos, nobles y pecheros, todo el condado estaba de acuerdo: la más hermosa doncella en veinte leguas a la re­donda era la muy noble Florinda, hija del anciano conde de Peñalba. Cabellos rubios como espigas maduradas por el sol estival, ojos verdes y carnación blanca como las flores de manzano. Todos los nobles caballeros de las proximidades suspiraban por su amor. Ninguno de ellos, sin embargo, logró ganarse la simpatía de la muchacha. De sus visitas al castillo todos se volvían melancólicos, tristes, abrumados de la impertinente indiferencia de la doncella.
-¿Quieres renunciar de las alegrías y dulzuras del matri­monio? -le preguntaba su padre. Yo soy viejo y...
-No, señor -respondió ella, pero sólo me casaré con un hombre que sea hermoso, rico, fuerte, príncipe o rey.
-En amor, hija mía, más vale ternura que riqueza -apostilló el anciano.
Una tarde, cuando ya el sol veraniego doraba las altivas almenas del castillo, llegó un gentil mancebo, vestido de rojo y cabalgando sobre negro y fogoso potro. Dijo ser un poderoso señor que, desde lejanas tierras, venía atraído por la fama de la belleza de la condesa de Peñalba.
En el castillo era un día de gran fiesta. Para festejar la llegada del noble viajero celebróse aquella noche un suntuo­so banquete, donde no faltaron alagadores trovadores y ju­glares.
A la vista del gallardo desconocido sintió Florinda nacer en su corazón, frío y orgulloso, un sentimiento nuevo, algo de ardoroso que le oprimía el pecho y hacía violentamente latir sus sienes.
La estancia del misterioso huésped se prolongaba. En el castillo de Fontalba sucedíanse los festines y las cacerías. El caballero vestido de rojo era como el polo magnético que todo lo atraía. Una noche el desconocido se acercó a la jo­ven y le dijo:
-A media noche vendréis a la orilla del río; os espero en el robledal.
-Iré, señor; a las doce en punto allí estaré.
La joven llegó puntual. Llena de emoción susurró al rojo caballero:
-Heme aquí; ¿qué me queréis?
-Deciros que os amo y que os quiero como reina y se­ñora.
-Señor, os adoro.
-Pues seguidme.
-¿Y mi padre?
-Seguidme, os digo; un trono os aguarda. Venid, venid a recibir la corona que os tengo dispuesta.
Un relincho estremeció el silencio de la noche; era el ca­ballo negro que, como por encantamiento, acababa de lle­gar.
El extraño caballero montó y tendió sus brazos a Florinda.
-¿Seré reina?
-Sí, lo serás. Fe de Satán.
Y tomándola bruscamente la sentó en las grupas del ca­ballo. Una nube estruendosa y espesa los envolvió.
Desde entonces nunca más se supo de la hermosa Florin­da ni del rojo caballero. Y cuando en la anchurosa sala de castillo, no pudiendo reprimir la angustia de su corazón, el anciano conde de Fontalba daba rienda a alguna lamenta­ción, una carcajada burlona y siniestra le respondía. Sólo podía acallarla la intervención de la Cruz.
No hay memoria hoy en Fontalba del lugar que ocupó el castillo; quedan, sin embargo, hilos y retazos de la leyenda de una joven, tan rica como hermosa que, fría y orgullosa, desoyendo los consejos de su padre, se enredó en la suges­tión de un joven diablo y marchó a tierras lejanas para ser reina[1].

Leyenda mitologica

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] Recogimos la ley leyenda en San Félix, Tineo, el 22 de julio de 1969. Nos la contaron Manuel Rodríguez, de la Piñera, y Fidel Fernández, de San Facundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario