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miércoles, 19 de diciembre de 2012

La calle del rosal

La historia de la ciudad de Oviedo, como la historia de todas las ciudades, tiene mucha relación con los nombres de sus calles, históricos unos y legendarios otros.
El origen de la calle que ocupa ahora nuestra atención se pierde en los nubarrones de la historia[1].
Dice la leyenda que la gentil damisela tenía, por su belle­za, muchos cortejantes, pero apenas conoció al joven Alfon­so quedóse Rosaura muy agradada de su persona. Con recí­proca pasión, los dos jóvenes se correspondieron: una era la voluntad de entrambos, unos los pensamientos, una el alma que en los dos había.
Los padres de Rosaura vieron con agrado que aquel hombre gallardo, rico, con muy clara alcurnia, era el mari­do que merecia serlo de su hija. Gustosos se la entregaron por esposa y él quedó recibido por yerno. Pronto se concer­tó el día del desposorio.
Sucedió, sin embargo, que por aquellas mismas fechas había hecho público el rey un edicto llamando a la guerra. Sin remedio, el joven tenía que partir.
Fue angustioso el momento de la despedida. En vano tra­taba el guerrero de consolar a su novia cuando ésta, inun­dados los ojos de lágrimas, llegó a confesarle:
-La incertidumbre corroe el corazón. ¿Cómo podré estar tranquila pensando en todo momento en lo que a ti te pue­da ocurrir?
Del jardín de su casa llevóle Alfonso un pequeño rosal. Así habló el galán:
-En tanto que este rosal no dé fruto, habrás de estar tranquila; si yo pereciera, verás cómo se cubre de rosas.
Y se despidió.
Con frecuencia llegaban a Rosaura noticias del apuesto guerrero, de su valor, de sus arriesgadas gestas; a diario subía la muchacha la empinada calzada que conducía a la ermita del Cristo del Aspra en demanda de consuelo, de noticias, de amparo para su prometido y a diario observaba el rosal.
Había pasado mucho tiempo sin nueva alguna. Un día llegó a la puerta de casa un fraile mercedario con encargos del ausente: había caído prisionero de los turcos y él le ha­bía redimido; su estado de salud no abrigaba grandes espe­ranzas; y puso en las manos de la desconsolada joven las cadenas que Alfonso había llevado durante sus días de cau­tividad.
Saltándole el corazón del pecho emprendió la joven el camino de la ermita del Cristo de sus consuelos, ofrendán­dole las cadenas de su amor. Más sosegada, aunque con un firme presentimiento, retornó a su casa. Así había sucedido: el rosal se había cubierto de rosas rojas como la sangre[2].

Leyenda naturalista

0.100.3 anonimo (asturias) - 010 



[1] El nombre de la calle aparece ya documentado en el siglo tilv, de­biendo ser bastante más antiguo; TOLIVAR FAES, J. R., Las calles de Oviedo, Oviedo 1958, p. 304.
[2] Ibíd., pp. 191 y 304; CANELLA, F., El rosal y las cadenas, Oviedo s.a.; FERNÁNDEZ MENÉNDEZ, ,J. M., Leyenda de amor y fe, en O, Oviedo 1949.

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