La historia de la ciudad de Oviedo, como la historia
de todas las ciudades, tiene mucha relación con los nombres de sus calles,
históricos unos y legendarios otros.
El origen de la calle que ocupa ahora nuestra atención
se pierde en los nubarrones de la historia[1].
Dice la leyenda que la gentil damisela tenía, por su
belleza, muchos cortejantes, pero apenas conoció al joven Alfonso quedóse
Rosaura muy agradada de su persona. Con recíproca pasión, los dos jóvenes se
correspondieron: una era la voluntad de entrambos, unos los pensamientos, una
el alma que en los dos había.
Los padres de Rosaura vieron con agrado que aquel
hombre gallardo, rico, con muy clara alcurnia, era el marido que merecia serlo
de su hija. Gustosos se la entregaron por esposa y él quedó recibido por yerno.
Pronto se concertó el día del desposorio.
Sucedió, sin embargo, que por aquellas mismas fechas
había hecho público el rey un edicto llamando a la guerra. Sin remedio, el joven
tenía que partir.
Fue angustioso el momento de la despedida. En vano trataba
el guerrero de consolar a su novia cuando ésta, inundados los ojos de
lágrimas, llegó a confesarle:
-La incertidumbre corroe el corazón. ¿Cómo podré estar
tranquila pensando en todo momento en lo que a ti te pueda ocurrir?
Del jardín de su casa llevóle Alfonso un pequeño
rosal. Así habló el galán:
-En tanto que este rosal no dé fruto, habrás de estar
tranquila; si yo pereciera, verás cómo se cubre de rosas.
Y se despidió.
Con frecuencia llegaban a Rosaura noticias del apuesto
guerrero, de su valor, de sus arriesgadas gestas; a diario subía la muchacha la
empinada calzada que conducía a la ermita del Cristo del Aspra en demanda de
consuelo, de noticias, de amparo para su prometido y a diario observaba el
rosal.
Había pasado mucho tiempo sin nueva alguna. Un día
llegó a la puerta de casa un fraile mercedario con encargos del ausente: había
caído prisionero de los turcos y él le había redimido; su estado de salud no
abrigaba grandes esperanzas; y puso en las manos de la desconsolada joven las
cadenas que Alfonso había llevado durante sus días de cautividad.
Saltándole el corazón del pecho emprendió la joven el
camino de la ermita del Cristo de sus consuelos, ofrendándole las cadenas de
su amor. Más sosegada, aunque con un firme presentimiento, retornó a su casa.
Así había sucedido: el rosal se había cubierto de rosas rojas como la sangre[2].
Leyenda naturalista
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] El nombre de la calle aparece ya documentado en el siglo tilv, debiendo
ser bastante más antiguo; TOLIVAR FAES, J. R., Las calles de Oviedo, Oviedo 1958, p. 304.
[2] Ibíd., pp. 191 y 304; CANELLA, F., El rosal y las cadenas, Oviedo s.a.; FERNÁNDEZ MENÉNDEZ, ,J. M., Leyenda de amor y fe, en O, Oviedo 1949.
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