Los moros habían tenido la audacia de reclamar al rey
Alfonso II el pago del torpe tributo, pactado por Mauregato, mediante el cual
cien doncellas cristianas habían de ser entregadas a los dominadores
musulmanes. Asturias estaba consternada.
El 18 de septiembre del año de 793, día suavemente invernal,
con insultante arrogancia, entraron en Oviedo los encargados de recaudar aquel
oprobio de tributo. Las gentes, atribuladas, imploraban de los cielos ayudas y
protección. De entre un grupo de armados caballeros surgió una voz...
-¡No se las llevarán!
-¡Calma! -dijo de pronto una voz gastada por los años.
¿No advertís que con nuestro intento podéis ocasionar una guerra funesta? Tú,
Fruela, no soliviantes a la gente; no os declaréis en rebeldía contra los
mandatos de nuestro rey...
-¡No importa!... -replicó Fruela, cada vez más exasperado.
¿Qué respeto merecen esos reyes pusilánimes que no tienen valor para pelear y
sí la cobardía de consentir este oprobio?...
-La cólera te ciega -apostilló el anciano. No fue ninguno
de nuestros monarcas quien estableció tal pacto. Un bastardo usurpador,
Mauregato, hijo de mujer infiel, compró el apoyo de los de su casta para
mantenerse en el trono, e inventó este feudo.
-¡No se las llevarán! -volvió el clamor...
La voz anciana se dejó oír de nuevo:
-Escuchadme por última vez. Calmad vuestra cólera. Si
persistís, dad la batalla lejos de la ciudad y cuidad de que nada pueda
imputársele al monarca.
Las últimas palabras del anciano fueron ahogadas por
aquel lema que era ya una declaración de guerra:
-¡No se las llevarán!
Muy pocos días bastaron, dentro del mayor sigilo, para
perfilar escenarios, acuerdos y tácticas. La noche sería su gran valedora; a su
amparo, los jóvenes caballeros, repartidos en grupos, ganaron el campo y
caminan ahora entre riscos y malezas. A la amanecida los grupos se fueron congregando
en el lugar escogido. De aquellos animosos mancebos, un buen número no
llevaban más armas que gruesos y anudados garrotes; portaban otros venablos de
caza, aperos de labranza algunos y, los menos, espadas.
Despuntaba ya el día y, cuando los ánimos empezaban a
inquietarse, la voz de Fruela resonó potente en el bosque:
-¡Aprestaos a la lucha; el enemigo se acerca!
Situáronse los aguerridos astures en las quebraduras
del terreno y esperaron el paso del convoy. El escenario escogido no podía ser
más propicio: un barranco angosto y profundo.
Cuando la caballería árabe que, confiadamente,
galopaba en vanguardia enfilaba el tramo final del barranco, una algarabía
ensordecedora se mezcló con el rumor de enormes peñascos que caían con
violencia sobre los sorprendidos jinetes. Con el mismo empuje fue atacada
también la retaguardia. Los peñascos rodaban por las laderas como impulsados
por violento huracán, como movidos por una fuerza apocalíptica. Tras ellos, y
con un ímpetu creciente, la avalancha humana.
Trataron los árabes de agruparse y de aprestarse a la
defensa. Fue en vano. El empuje, el valor y la osadía de los cristianos había
ganado la partida.
De pronto, el que parecía caudillo de los árabes subió
violentamente a una de las cautivas a la grupa de su caballo y salió huyendo
en desenfrenada carrera. Fruela lanzó un grito desgarrado de maldición. Se
trataba de Jimena, su amada.
Trató de seguirle. Arrebató un corcel árabe y se lanzó
en su persecución. Al rato, su caballo cae reventado. Se levanta con presteza
y arroja con furia su venablo a las ancas del otro caballo que proseguía en su
veloz carrera. Herido el corcel por el afilado hierro, cae con sus monturas.
Trata el moro de protegerse, aferrándose a la joven. La lucha es dura. Por
fin logra Fruela alcanzarlo y recuperar a su amada Jimena.
Cuando se reúnen con los suyos todo había concluido; ni
un rasguño habían recibido las cien doncellas. Horas más tarde, entre un júbilo
desmedido, entraban en Oviedo.
Quisieron los moros tomar venganza y pusieron en pie
de guerra un poderoso ejército que será estrepitosamente derrotado, no
atreviéndose más a mancillar con sus pies el suelo santo de Asturias[1].
Leyenda historica
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] Recogemos una de las
versiones menos conocidas. Las primeras menciones corresponden al Chronicon Mundi, de Lucas de Tuy, acaso
el primer intento de historia general de España, y al Rerum in Hispania gestarum Chronicon..., de Rodrigo Jiménez de
Rada. sobre su contexto y diversificación, cfr. CABAL, C., Alfonso II el Casto, Oviedo 1943, pp. 104-138; ROCA FRANQUESA, J.
M., La leyenda El tributo de las cien
doncellas, en BIDEA, núm. 5, Oviedo 1948, pp. 129-163; CERDEIRA, C., El tributo de las cien doncellas y la
batalla de Clavija, Santiago 1897.
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