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miércoles, 19 de diciembre de 2012

El penitente adulfo

Según Caunedo, en su libro Viaje por Asturias en 1846[1], esta leyenda es muy traída en los filorios y esfollazas del concejo de Caso. Vicente García de Diego le incluye en su Antología de Leyendas, bajo el epígrafe de «La hermana del diablo»[2]; por ella hicimos nosotros comienzos en las Leyen­das del Nalón[3].
Nos encontramos ante la especie del ermitaño tentado en su castidad. Casi podríamos acudir al Santoral Romano y de él extraer casos y situaciones tipo. Pero de pronto vemos que la leyenda da un giro. Por algo sabemos que el ermita­ño Adulfo no sólo tenía fama de santo, sino que también lo sabía. En él había nacido la persuasión de su bondad. Y la leyenda apoya aquí su matiz moralizador.
A primera vista podría afirmarse que se trata de un rela­to no muy religioso. La realidad, que es todo lo contrario, salta a la vista. Además, ya lo hemos dicho anteriormente, la leyenda en Asturias ofrece un marcado contexto religioso. La condenación final en la leyenda de Adulfo es ejemplo y aviso. El punto de apoyo, el lugar del peligro, fue la sober­bia. La moraleja, si no va con ciertas ideas de estos nuestros días, es, no obstante, cierta y clara.
Y tenemos a Adulfo con fama de santo. Vive en el monte. Hay un tronco milenario y hueco, y en él duerme. Por su­puesto, su comida son plantas y frutas.
La aparición base de la leyenda tiene lugar al volver Adulfo de su labor diaria: mantener encendida la lámpara del santuario. Se trata de un joven a quien acompaña una doncella hermosa. El joven es el demonio; la doncella, con­siguientemente, la carne. Adulfo, lisonjeado e incauto, acep­ta el encargo del demonio: proteger a la doncella, su herma­na, mientras él parte para la guerra.
Todo sigue un curso normal. Adulfo morará en un casti­llo. En el santuario la lámpara se apagará. Posteriormente nacerá un niño que crecerá bajo el signo de enemigo de la Cruz v de Cristo.
Y hay un epílogo en consonancia con todo: un banquete; durante la orgía, el hijo, queriendo matar a un convidado, mata a su padre. Seguidamente cae un rayo y mata a todos los presentes.
La leyenda, repetimos, lleva signo de castigo y fin de te­mor y cautela.
Adulfo fue víctima de la vanidad. Y al aceptar el encargo de custodiar a la supuesta joven se apartó de la solución dada por los auténticos ermitaños. Cabe suponer en la leyenda un intento de desenmascarar al falso eremita. Al final no triunfa del todo lo diabólico. Hay castigo de Dios. Castigo justo, como lo es en Dios todo castigo.
Queda en Caso la leyenda del ermitaño que, abandonan­do su ascesis, dejó apagarse la luz de la vigilia, como las vírgenes que no fueron prudentes, y se enredó en la suges­tión del joven diablo que marchó a luchar a otras tierras para imponer su poder.

Leyenda religiosa

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] En la obra editada por Gaspar y Roig intitulada Recuerdos de un viaje por España, Madrid 1849, T. 1, pp. 82-160.
[2] O.c., T. I. o. 289.
[3] Art. c., pp. 99-100. La habíamos recogido de nuestro recordado pro­fesor don Juan José Calvo Miguel, originario de estas tierras.

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