Según Caunedo, en su libro Viaje por Asturias en 1846[1],
esta leyenda es muy traída en los filorios y esfollazas del concejo de Caso.
Vicente García de Diego le incluye en su Antología
de Leyendas, bajo el epígrafe de «La hermana del diablo»[2];
por ella hicimos nosotros comienzos en las Leyendas
del Nalón[3].
Nos encontramos ante la especie del ermitaño tentado
en su castidad. Casi podríamos acudir al Santoral Romano y de él extraer casos
y situaciones tipo. Pero de pronto vemos que la leyenda da un giro. Por algo
sabemos que el ermitaño Adulfo no sólo tenía fama de santo, sino que también
lo sabía. En él había nacido la persuasión de su bondad. Y la leyenda apoya
aquí su matiz moralizador.
A primera vista podría afirmarse que se trata de un
relato no muy religioso. La realidad, que es todo lo contrario, salta a la
vista. Además, ya lo hemos dicho anteriormente, la leyenda en Asturias ofrece
un marcado contexto religioso. La condenación final en la leyenda de Adulfo es
ejemplo y aviso. El punto de apoyo, el lugar del peligro, fue la soberbia. La
moraleja, si no va con ciertas ideas de estos nuestros días, es, no obstante,
cierta y clara.
Y tenemos a Adulfo con fama de santo. Vive en el
monte. Hay un tronco milenario y hueco, y en él duerme. Por supuesto, su
comida son plantas y frutas.
La aparición base de la leyenda tiene lugar al volver
Adulfo de su labor diaria: mantener encendida la lámpara del santuario. Se
trata de un joven a quien acompaña una doncella hermosa. El joven es el
demonio; la doncella, consiguientemente, la carne. Adulfo, lisonjeado e
incauto, acepta el encargo del demonio: proteger a la doncella, su hermana,
mientras él parte para la guerra.
Todo sigue un curso normal. Adulfo morará en un castillo.
En el santuario la lámpara se apagará. Posteriormente nacerá un niño que
crecerá bajo el signo de enemigo de la
Cruz v de Cristo.
Y hay un epílogo en consonancia con todo: un banquete;
durante la orgía, el hijo, queriendo matar a un convidado, mata a su padre.
Seguidamente cae un rayo y mata a todos los presentes.
La leyenda, repetimos, lleva signo de castigo y fin de
temor y cautela.
Adulfo fue víctima de la vanidad. Y al aceptar el
encargo de custodiar a la supuesta joven se apartó de la solución dada por los
auténticos ermitaños. Cabe suponer en la leyenda un intento de desenmascarar al
falso eremita. Al final no triunfa del todo lo diabólico. Hay castigo de Dios.
Castigo justo, como lo es en Dios todo castigo.
Queda en Caso la leyenda del ermitaño que, abandonando
su ascesis, dejó apagarse la luz de la vigilia, como las vírgenes que no fueron
prudentes, y se enredó en la sugestión del joven diablo que marchó a luchar a
otras tierras para imponer su poder.
Leyenda religiosa
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
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