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miércoles, 19 de diciembre de 2012

El cristo marinero

La historia del Cristo de Candás tiene una acendrada, una jugosa y una profunda asturianía. Como bien dijo José Francés[1], asturianía marinera y creyente que fue colgando años y años las paredes del santuario de exvotos iconográfi­cos, testimonio de la gratitud de labriegos, pescadores, emi­grantes, soldados...
Entre todos estos testimonios de gratitud sobresalen los de las gentes de mar. Porque el Cristo de Candás supo de angustias y zozobras y llegó a Candás flotando sobre las olas, con largueza, abundó sus milagros en sus antiguos compañeros.
Ajena al resto del mundo, en una enramada, junto al mar, estaba una joven pareja: un muchacho de gallarda presencia y la joven más dulce y suave que se pueda imagi­nar. El sol de la atardecida brillaba maravillosamente, ocul­tando el rubor de las mejillas de la niña.
Era Elvira, hija de un opulento noble candasín; y la pre­tendía, como todos los mozos, Diego, con un amor salvaje, amargado por los celos. Las privaciones y los pesares de la infancia habían cincelado en Diego un carácter desconfiado y huraño, y como se conformaba con aquello que conseguía por sus propios medios, no le era fácil creer que alguien pudiera profesarle mayor estima por propia iniciativa. An­siosamente hubiera deseado a Elvira por compañera de to­da su vida; pero el solo hecho de saber que Jacobo, su mejor amigo, el más recio, apuesto y aguerrido marinero de Candás, aspiraba a su mano le hizo desistir de su propósito, pues de ninguna manera hubiera querido hacer el ridículo ante un superior suyo. Elvira te huía y le temía, y nada se atrevió a decir a Jacobo, pues le horrorizaba una reyerta. Pero, a cada desaire, a Elvira le parecía entrever un mundo de amenazas en los ojos del marinero.
Como tantos otros, aquel día los amigos se habían hecho a la mar en su barca. Como otros muchos también, Elvira esperaba en el acantilado. El puerto de Candás tenía en aquella jornada un acento viril, una arrogancia amarga y un fatalismo ondulante. ' -Qué había ocurrido? La verdad quedó enterrada en el corazón de Diego, que contó que Ja­cobo se había ahogado. La incertidumbre corrió por todos los rostros marineros de Candás; por temor, faltos de prue­bas, nadie se atrevió a condenarle. Desde entonces, Elvira, el rostro olvidado de la sonrisa, inmovilizada como en pie­dra, no quiso abandonar el acantilado, esperando siempre al amado que no volvería más.
En una de aquellas interminables tardes, la desconsolada joven vio un bulto oscuro que flotaba en las oleosas aguas. Al reclamo de sus gritos, las lanchas se hicieron a la mar. Se trataba de una imagen de Jesús toscamente labrada, de saliente costillar bajo la piel ennegrecida, pero con una mi­rada densa y amorosa. Curiosos y emocionados, todos la rodearon. Aquel Cristo era el único testigo del día en que Diego volvió solo de su jornada marinera. Incrédulo y re­molón también él se acercó al Cristo moreno y huesudo, que le miró profundamente. Retrocedió.
Voces y gritos en la playa de Candás. Un hombre, pos­trado en tierra, ronco y enloquecido ante la imagen del Crucificado, se da golpes de pecho al tiempo que solicita confesión. Las gentes marineras de Candás le han oído mu­sitar:
-Yo fui. ¡Él me acusa! ¡Perdón, perdón!
Así llegó a Asturias el milagroso Cristo de Candás, el Cristo marinero que por siglos, desde su devoto camarín, atendió a las súplicas de los vientos y escuchó las súplicas humanas en el fragor de tormentas y galernas; el mismo Cristo que otro día, para nosotros aciago, desciñó el falde­llín de terciopelo y desclavijó sus brazos y se lanzó de nuevo a la mar para avivar la fe de los incrédulos y para recom­pensar el fervor de los creyentes marineros [2].

Leyenda marinera

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] FRANCÉS. J., Madre Asturias, Madrid 1945, p. 179.
[2] Datos proporcionados por Marino Busto, cronista oficial de Carreño. Cfr. BELLMUNT', O., y CANELLA, F., Asturias, T. III, Gijón 1900, pp. 217-218; BRIONES, G., Paisajes Asturianos. El Cristo de Candás, en C, núm. 30, Covadonga 1923, pp. 113-114; Ibíd., pp. 116-117; BUSTO, M., y GARCIA, B., Noticias históricas del concejo de Carreño, Oviedo 1948, pp. 23-24; GONZÁLEZ SOLIS, P., Memorias Asturianas, Madrid 1890, p. 384.

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